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20 junio 2017

La Ruta de la Seda, la brújula china para ser el Imperio del Centro global


La Vanguardia

El megaproyecto de Xi Jinping es básico para una nueva globalización y conectarse a la Isla-Mundial descrita por Mackinder

Si en algo destaca España es en el número de empresas de infraestructurasque acoge. Están Ferrovial, FCC, Acciona… En los diferentes ranking mundiales destaca ACS. Y todas ellas han trabajado, por lo general, en Europa y América. Ahora les toca cambiar de dirección.

El presidente de la República Popular de China, Xi Jinping, ha ideado una renovada ruta comercial por tierra y mar que llega a Mongolia y Rusia; Asia Central y Pakistán; Myanmar, Bangladesh y a la India; al sureste asiático, pero también a Corea del Sur y Japón; al Golfo Pérsico, Oriente Medio, norte de África y la Unión Europea.

La nueva Ruta de la Seda ya se presume como “la primera fuente de proyectos de infraestructuras en el mundo”, según detallaba Enrique Fanjul para el Real Instituto Elcano. Una declaración que no parece vaga: se quieren construir nuevas líneas de ferrocarril y puertos; oleoductos, gasoductos y centrales eléctricas; carreteras y toda clase de infraestructuras de apoyo con miles de millones de inversión. China dotó el fondo inicial con 40.000 millones de dólares. Y si eso era en 2014, desde entonces se han sucedido los acuerdos y multiplicado los números hasta afectar a entre 3.000 y 4.000 millones de personas. O, como detalla Xulio Ríos, uno de los mayores expertos en el país asiático, director del Observatorio de la Política China y del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional (Igadi), “es la principal apuesta estratégica de Xi; una demostración interna de su poder y un ejercicio de afirmación global. Todo parece indicar que China no va de farol”.

Los anuncios tienen su máximo exponente político, además, en el otro nombre de la Ruta: “ One Belt One Road ” (Un Cinturón Una Ruta). Una franja que sobre el mapa afectará a más de 60 países. Unas líneas que vuelven a poner sobre la mesa la influencia de la República Popular en el mapamundi.

La globalización a la china

China, Zhongguo en chino –literalmente “imperio del centro”–, la gran potencia mundial durante siglos, abandonó el liderazgo en el siglo XVIII. La Revolución Industrial giró las tornas a favor –primero– del Reino Unido y –luego– de Occidente. El país acabó dominado en los siglos XIX y XX. Las caravanas de camellos que en su día regularizaron el comercio entre Asia y Europa a través de montañas y llanuras, ríos y desiertos, quedaron apenas como un vago recuerdo. Ahora resurgen los viejos relatos. China, el país más poblado del planeta (más de mil millones de personas) quiere recuperar el papel de potencia que perdió siglos atrás. Y plantar cara a la estrategia de EE.UU. de “pivotar hacia Asia” –en palabras de Barack Obama y a la espera de saber con detalle los intereses del nuevo presidente, Donald J. Trump.

Y es que, si se adopta el punto de vista chino, es fácil saber el porqué del nuevo y extenso proyecto: el acuerdo de asociación transpacífico (abandonado por Trump nada más llegar a la Casa Blanca) y el transatlántico (muy contestado en Europa) aislaban a China en el tablero comercial mundial. EE.UU. ya controla –mediante acuerdos que se remontan al final de la Segunda Guerra Mundial– las vías marítimas por las que transcurren gran parte de las mercancías globales. Corea del Sur, Japón o Taiwán en el mar de China; Filipinas, Malasia, Singapur y Australia en el sudeste asiático y Marlaca; Egipto y Arabia Saudí en el estrecho de Ormuz o el mar Rojo. Mientras, Europa sigue siendo el destino principal de las exportaciones.

Pedro Nueno, profesor del IESE Business School y presidente del CEIBS (el China Europe International Business School de Shanghái, una de las escuelas de negocios asiáticas más prestigiosas), cree, así, que la nueva Ruta de la Seda se erige, “básicamente, para conectar a China con Europa. Hace tiempo dije que en el periodo 2015-2020 veríamos salir a las empresas chinas al mundo. Veremos todavía más. El gobierno hace lo que hay que hacer y lo facilita, porque un fabricante que no vende en todo el mundo no tiene futuro. Y que EE.UU. esté en Marlaca condiciona”, resume. También porque, como añade Ríos, “las rutas comerciales marítimas son de gran importancia para China, de ahí su interés en tomar posiciones relevantes en los mares próximos, preservando la seguridad de su comercio y expulsando progresivamente a EE.UU. de su papel de gendarme de la región”.

La nueva Ruta de la Seda es, vista en el mapa, la respuesta a los intereses geopolíticos y geoeconómicos de China. Pero también la estrategia que le permite volver a ser un actor central en el centro del mundo del esquema teorizado por Halford J. Mackinder en 1919.La conclusión del principal teórico de la geopolítica de principios del siglo XX era clara: “Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo”.

El esquema de Mackinder encajaba a la perfección con los dominios del Imperio ruso y –luego– de la Unión Soviética. La razón de su fascinación, en todo caso, tenía una razón más material que ideológica: cualquiera que controlara la Isla-Mundial, el territorio que va desde el río Volga hasta el Yangtzé, y desde el Himalaya hasta el Ártico, acumularía más del 50% de los recursos del globo.

Hoy siete de los diez puertos más importantes del mundo están en la República Popular china –el comercio aéreo es aún muy costoso–, pero Pekín aún necesita asegurarse el suministro de materias primas y energía para mantener un crecimiento económico que en la mayor parte de los últimos decenios ha sido de dos dígitos. Y, por eso, al tiempo que EE.UU. salía de Afganistán, China reorientaba sus estrategias e ideaba la Ruta de la Seda. O cuando Occidente se distanciaba de Rusia tras la anexión de Crimea y la guerra en Ucrania, Putin y Xi veían sus proyectos en Asia Central como complementarios y firmaban acuerdos en sectores como el militar, energético, financiero o de transporte.

“China cuenta ya con una importantísima presencia en las rutas comerciales globales. Y en su nueva apuesta influye el deseo de crear nuevos mercados, externalizar sus excesos de capacidad de producción, abrir oportunidades para sus grandes grupos públicos, etc. Pero también su propuesta de un nuevo modelo de globalización centrado no tanto en el comercio como en las infraestructuras y en un desarrollo inclusivo. El proyecto abarca a países que representan el 70% de la población planetaria y produce el 55% del PIB global. Esas regiones también albergan el 70% de las reservas de petróleo y gas del mundo”, detalla Ríos.

Para muchos países la globalización a la china y la renovada conexión internacional prometen un win-win. Todos quieren ganar. Y la nueva China parece estar de acuerdo en invertir en ellos.

“China quiere conectar partes del mundo que mucha gente no tiene en cuenta y en los que apenas se invierte, pero que son una oportunidad”, explica Nueno. Y más cuando, según Ríos, “la mayor parte de los beneficiados son países en desarrollo y China es, a menudo, la única potencia dispuesta a financiar grandes proyectos en países pobres. La economía siempre ha sido la punta de lanza principal de la estrategia de incremento de su influencia política. Este caso no es una excepción”.

El gran reto: la diversidad

Xi Jinping busca un nuevo papel global para el Imperio del Centro y el poder blando de las inversiones millonarias parece la vía escogida por la República Popular. Porque si al caer la Unión Soviética en 1991 ya tuvo que lidiar con la estabilidad y la seguridad fronteriza –y para ello creó la Organización para la Cooperación de Shanghái con Rusia, Kazajistán, Tayikistán y Kirguizistán, a la que luego se uniría Uzbekistán–, en la actualidad ese mismo objetivo se traduce en múltiples acuerdos con todo tipo de regímenes para afianzar unas relaciones económicas sólidas y duraderas sin la necesidad de impulsar gobiernos semejantes al chino –y al revés del intento de EE.UU. y Bush con la democracia liberal.

Aunque la nueva oportunidad también tiene amenazas.

“Las previsiones del XIII Plan Quinquenal sitúan a China en condiciones óptimas para convertirse en la primera economía del mundo en una década. Si no hay contratiempos, especialmente internos”, indica Ríos. Se refiere en particular a la occidental provincia de Xinjiang, en la que ya arraiga un movimiento separatista uigur además de contar con grandes reservas de petróleo, gas, oro, carbón y otros minerales, y que en los mapas del megaproyecto comercial es el punto en el que bifurcan los ramales que van al norte (a Kazajistán y Rusia) y al sur (a Pakistán, Irán y Turquía).

Es así que la China del siglo XXI deberá afrontar cómo armonizar las pautas técnicas y económicas con el resto de países, cómo desarrollar el interior del país y cómo evitar la inestabilidad que padece Asia Central para dar seguridad a sus fronteras, o cómo solventar las suspicacias de los gobiernos ante su vuelta al tablero geopolítico y económico internacional. Y pese a todo ello, la nueva Ruta de la Seda, el “One Belt One Road”, cada vez parece menos una quimera y concreta nuevas inversiones e –incluso– tiene ejemplos prácticos de los que España es protagonista: en diciembre del 2014 llegó a Madrid el primer tren de mercancías desde la ciudad china de Yiwu tras recorrer 13.053 kilómetros en 21 días.

“Hay que entender que la Ruta va más allá de la infraestructura: es el proceso de China abriéndose al mundo. A Rajoy le dijeron que no acaba en España, sino que sigue hacia América Latina. Eso quiere decir que las empresas chinas han de salir y además España es un puente para Latinoamérica y África. No hay que verlo como un proyecto logístico, sino conceptual”, señala Nueno.

China empieza así a dibujar sus nuevos mapamundis.





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