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09 diciembre 2018

¿El monstruo que inspiró "El corazón de las tinieblas"?


Nick Dall

¿Cuál de los dos coleccionistas belgas de cabezas negras en estacas inspiró a Kurtz, personaje central del libro de Joseph Conrad?

Para el rey Leopoldo de Bélgica, Léon Fiévez era un héroe. Llegó al Distrito de Equateur del Estado Libre del Congo (ELC) en 1888, justo tres años después de que lo fundara el rey, y ascendió rápidamente en el escalafón oficial, elogiado por la cantidad de caucho que era capaz de procurarse de sus gobernados locales.

Para los nativos de la región era la encarnación de una pesadilla. “Los negros todos consideraban a este hombre el Demonio del Ecuador”, declaró un nativo congolés, Tswambe, al describir a Fiévez al sacerdote católico Edmond Boelaert unos 45 años después del reinado de terror de Fiévez. “A todos los cuerpos de aquellos muertos sobre el terreno tenía cada soldado que cortarles las manos, que habían de traer en cestos”. Tswambe describió cómo uno de los subordinados de Fiévez’s ahogó a una decena de nativos en una red cargada con piedras.

El éxito de Fiévez se cimentó sobre un grado de crueldad sobresaliente, aun para los brutales patrones del ELC. Finalmente hubo de enfrentarse en dos ocasiones a un proceso penal a causa de sus excesos, y aunque se le absolvió en ambas, se vio obligado a abandonar el ELC en 1900.

Todo esto le llevó a Adam Hochschild, autor de El fantasma del rey Leopoldo [Malpaso, Barcelona, 2017], a preguntarse si no fue Fiévez el verdadero inspirador de Kurtz, personaje central de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, célebre por su colección de cabezas (humanas) en estacas. Fiévez se había jactado alguna vez de “un centenar de cabezas cortadas a sus órdenes”, advierte Hochschild, cuya investigación muestra que el vapor de Conrad se paró casi con toda seguridad a repostar combustible en el puesto sólidamente fortificado a cuyo mando estaba Fiévez. En última instancia, Hochschild decidió que era más probable que Conrad se hubiera inspirado en Léon Rom, otro joven belga cuyo parterre bordeaban 22 cabezas sobre estacas. Rom, razonaba Hochschild era - al igual que Kurtz - un individuo robusto que disfrutaba pintando, escribiendo y coleccionando mariposas, además de gozar con una crueldad fortuita.

Cuando el mundo enloqueció por el caucho en la década de 1890 (la invención de los neumáticos para bicicleta por parte de John Boyd Dunlop fue el catalizador), Leopold vio la oportunidad de hacer rentable una colonia privada suya que era económicamente insostenible. Leopoldo, que nunca puso un pie en el Congo, escribió cartas apasionadas exhortando a sus hombres en el país a enviar cada vez más caucho. Y nadie respondió más enérgicamente a su llamada que Fièvez. 



El Bulletin Officiel del ELC de junio de 1896 advierte que “Los resultados obtenidos por M.
Fiévez no tienen rival. El distrito produjo en 1895 más de 650 toneladas de caucho, adqurida a 25 céntimos el kilo (…) y vendida en Amberes a 6 francos 50 céntimos por kilo” (lo que supone un aumento del precio de un 2.500 %, por si alguien quiere hacer el cálculo). Por supuesto, hubo que pagar un precio por estos increíbles beneficios. Ál término de una expedición, Fiévez informó de haber matado a 1.346 personas “con solo 2.838 cartuchos”, y de asolar “162 aldeas, quemando las casas y destruyendo las cosechas para reducir a la población por hambre”. A cambio, los jefes prometían “suministrar todos los meses 1.562 porciones de 15 kilos de caucho”

Nada de esto apareció en las toneladas de material mercadotécnico producido por la máquina del ELC. En una serie de artículos pseudo-antropológicos publicados en Le Congo Illustré, Fiévez catalogaba las costumbres y cultura del Distrito de Equateur. Tras analizar la dieta, vestimenta y abluciones del pueblo Mongo, pasaba a sus muchos “fetiches”. Los pescadores locales, por ejemplo, se ponían un polvo mágico en una pequeña incisión practicada en la muñeca derecha: “Hace efecto de inmediato y sólo tienes que golpear el agua con un palo para asegurarte de que a lo largo del día vas a capturar el pez más hermoso del río. Tarifa del brujo de la tribu: 100 mitakos.”

Si bien esto puede haber engañado a la gente de la metrópolis, a los misioneros que había invitado Leopoldo a participar en su gran proyecto humanitario no les costó verlo con claridad. Joseph Clark, un baptista norteamericano, fue el primero en hacer sonar la alarma, remitiendo una serie de misivas, a cual más agitada, a todo el que quisiera escucharlas. Clark dio en un principio por hecho que Leopoldo conocía las atrocidades cometidas por la Force Publique (la brutal milicia compuesta por nativos del ELC dirigida exclusivamente por oficiales blancos como Fiévez), y en noviembre de 1894 le escribió a Fiévez pidiéndole que “nos ayudara a tener paz en el Lago”.

Cuando Clark y sus colegas John B. Murphy y E.V. Sjöblom se vieron desairados por el ELC, hablaron con la prensa, entre otros con medios como Reuters y The Times de Londres. Un artículo de 1896 en el diario alemán Kölnische Zeitung declaraba que en un solo día Fiévez se había hecho cargo de 1.308 manos cortadas (Fiévez negó enérgicamente hasta el final haberle cortado las manos a nadie vivo - haber obrado así habría sido un comportamiento bárbaro, arguyó - de modo que cada mano significaba una muerte). Pese a que se volvieron a publicar un par de veces, el ELC nunca puso en tela de juicio las acusaciones, según hace notar Hochschild.

La combinación de mala publicidad y menguantes ingresos del caucho - resulta que asesinar a tu fuerza de trabajo no es una buena solución a largo plazo - obligó al ELC a actuar. La correspondencia confidencial del gobernador general en funciones del ELC, Felix Fuchs, se quejaba de que Fiévez debía revisar y cambiar sus políticas para evitar dejar en mala posición al gobierno.

Fiévez fue discretamente transferido a un nuevo distrito, pero nunca se pierden las malas mañas. Cuando hubo de comparecer ante un tribunal en Boma por acusaciones de violencia en Bangala (1898) y asesinatos extrajudiciales en Ubangi (1899), la controversia en torno a su persona se había vuelto insostenible y lo devolvieron a Bélgica, donde murió finalmente - como héroe militar condecorado - en 1939.

La necrológica de Fiévez en la Biographie Coloniale Belge elogia su “tenacidad, paciencia y capacidad persuasiva” al conseguir “que los indígenas salvajes se sometieran a las leyes del Estado”. La “exquisita bondad” con la que acompañó su labor civilizadora, continúa, “quedó juiciosamente resaltada por parte de los negros, que le pusieron como apodo Tata, o padre”.

Fiévez mismo lo dijo de modo más franco: “Mi objetivo es en última instancia humanitario”, recalcó después de una sus incursiones militares. “Yo maté a un centenar de personas…pero eso permitió que vivieran otras quinientas”.

OZY. Traducción: Lucas Antón para Sinpermiso. Extractado por La Haine







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