Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro. El mes empezó siendo de vital importancia para el ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro, al que le quedan dos años de mandato: es que el 1 de febrero fueron elegidos los nuevos presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado.
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Un puesto clave para Bolsonaro es la presidencia de la Cámara: de su titular depende, entre muchas otras cosas, la pauta de votaciones. Y, en especial, la decisión de poner en votación uno – solamente uno – de los 64 pedidos para abrir un proceso de destitución por la cantidad de crímenes de responsabilidad comprobadamente cometidos por el mandatario, principalmente durante la pandemia que mató a más de 235 mil brasileños.
Para hacerse con un aliado en puesto de semejante importancia, Bolsonaro no midió esfuerzos: quemó alrededor de 700 millones de dólares atendiendo a enmiendas de diputados, valor destinado a sus corrales electorales.
Es tradición en Brasil, desde la retomada de la democracia en 1985, que los presidentes negocien con el grueso del Congreso – diputados o inexpresivos, puras nulidades, pero que se agrupan – liberación de recursos a cambio de votos.
A lo largo de los últimos 46 años, desde la retomada de la democracia, ningún presidente logró eludir ese juego.
Algunos, como Fernando Henrique Cardoso, más. Otros, como Lula da Silva, menos. Y quien intentó eludir o al menos dominar ese sistema, la ex mandataria Dilma Rousseff, terminó por ser catapultada de la presidencia por un golpe institucional en el Congreso.
Pese a la insistencia en mencionar su condición de militar retirado, Bolsonaro pasó escasos siete años en el Ejército, y salió muy mal.
Pasó, por otro lado, 28 años como diputado. Un diputado obscuro, inoperante, que no hizo más que atender a los pedidos de su base electoral – policías, militares de bajo rango, grupos de sediciosos – y aceptó toda y cualquier brecha para encontrar beneficios al margen de la ley.
Así que conoce no solo de cerca, pero desde adentro, cómo funciona la cuestión de compra de respaldo de diputados por parte del gobierno.
Ahora mismo, logró elegir a su candidato, Arthur Lira, para presidir la Cámara. Es un par suyo: enjuiciado por corrupción, apropiación de recursos públicos y hasta de agresión física a su entonces esposa.
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En las primeras propuestas entregadas por el Poder Ejecutivo al Poder Legislativo en el inicio de la nueva gestión, se destacan la liberación total de la compra y uso de armas de fuego, limitaciones en la ley de aborto, licencia para que policías y militares maten a sospechosos sin enfrentar la Justicia, liberación de minería en tierras indígenas, limitación de control ambiental.
Bolsonaro y el círculo más íntimo de seguidores creen que, al comprar votos suficientes para elegir un presidente confortable para la Cámara de Diputados, se fortalecieron para llegar a 2022 con ventaja en la disputa de las elecciones presidenciales.
Quizá se olvidan de un punto esencial: no es justo decir que la mayor parte de los diputados se venden.
En realidad, se alquilan: piden algo, reciben, votan de manera favorable. Luego piden más, y si no reciben, se transforman en oposición.
Bolsonaro debería saberlo: por casi tres décadas, ha sido uno de los más dignos representantes de esa clase abyecta de diputado.
Mientras, el país sigue sumergido en la pandemia, sin que haya ninguna acción coordinada por el ministro de Salud, un general activo que además de haber esparcido uniformados por puestos antes ocupados por médicos e investigadores, no hace más que cumplir lo que dictamina el presidente desorbitado.
El ingreso de Brasil en la OCDE, capilla principal del capitalismo global, se ve amenazado por la devastación ambiental.
Varias multinacionales de peso del sector de alimentos fueron expurgadas de países europeos por sospecha de complicidad con acciones de devastación forestal.
Más que nunca, Brasil es un paria en el mundo.
Más que nunca, Bolsonaro parece fortalecido en el Congreso.
¿Hasta cuándo? Nadie sabe: todo dependerá del precio de alquiler de los diputados tan infames como el actual presidente supo ser en sus tiempos de parlamentario. Periódico Alternativo publicó esta noticia siguiendo la regla de creative commons. Si usted no desea que su artículo aparezca en este blog escríbame para retirarlo de Inmediato
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Desde Río de Janeiro. El mes empezó siendo de vital importancia para el ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro, al que le quedan dos años de mandato: es que el 1 de febrero fueron elegidos los nuevos presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado.
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Un puesto clave para Bolsonaro es la presidencia de la Cámara: de su titular depende, entre muchas otras cosas, la pauta de votaciones. Y, en especial, la decisión de poner en votación uno – solamente uno – de los 64 pedidos para abrir un proceso de destitución por la cantidad de crímenes de responsabilidad comprobadamente cometidos por el mandatario, principalmente durante la pandemia que mató a más de 235 mil brasileños.
Para hacerse con un aliado en puesto de semejante importancia, Bolsonaro no midió esfuerzos: quemó alrededor de 700 millones de dólares atendiendo a enmiendas de diputados, valor destinado a sus corrales electorales.
Es tradición en Brasil, desde la retomada de la democracia en 1985, que los presidentes negocien con el grueso del Congreso – diputados o inexpresivos, puras nulidades, pero que se agrupan – liberación de recursos a cambio de votos.
A lo largo de los últimos 46 años, desde la retomada de la democracia, ningún presidente logró eludir ese juego.
Algunos, como Fernando Henrique Cardoso, más. Otros, como Lula da Silva, menos. Y quien intentó eludir o al menos dominar ese sistema, la ex mandataria Dilma Rousseff, terminó por ser catapultada de la presidencia por un golpe institucional en el Congreso.
Pese a la insistencia en mencionar su condición de militar retirado, Bolsonaro pasó escasos siete años en el Ejército, y salió muy mal.
Pasó, por otro lado, 28 años como diputado. Un diputado obscuro, inoperante, que no hizo más que atender a los pedidos de su base electoral – policías, militares de bajo rango, grupos de sediciosos – y aceptó toda y cualquier brecha para encontrar beneficios al margen de la ley.
Así que conoce no solo de cerca, pero desde adentro, cómo funciona la cuestión de compra de respaldo de diputados por parte del gobierno.
Ahora mismo, logró elegir a su candidato, Arthur Lira, para presidir la Cámara. Es un par suyo: enjuiciado por corrupción, apropiación de recursos públicos y hasta de agresión física a su entonces esposa.
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Bolsonaro y el círculo más íntimo de seguidores creen que, al comprar votos suficientes para elegir un presidente confortable para la Cámara de Diputados, se fortalecieron para llegar a 2022 con ventaja en la disputa de las elecciones presidenciales.
Quizá se olvidan de un punto esencial: no es justo decir que la mayor parte de los diputados se venden.
En realidad, se alquilan: piden algo, reciben, votan de manera favorable. Luego piden más, y si no reciben, se transforman en oposición.
Bolsonaro debería saberlo: por casi tres décadas, ha sido uno de los más dignos representantes de esa clase abyecta de diputado.
Mientras, el país sigue sumergido en la pandemia, sin que haya ninguna acción coordinada por el ministro de Salud, un general activo que además de haber esparcido uniformados por puestos antes ocupados por médicos e investigadores, no hace más que cumplir lo que dictamina el presidente desorbitado.
El ingreso de Brasil en la OCDE, capilla principal del capitalismo global, se ve amenazado por la devastación ambiental.
Varias multinacionales de peso del sector de alimentos fueron expurgadas de países europeos por sospecha de complicidad con acciones de devastación forestal.
Más que nunca, Brasil es un paria en el mundo.
Más que nunca, Bolsonaro parece fortalecido en el Congreso.
¿Hasta cuándo? Nadie sabe: todo dependerá del precio de alquiler de los diputados tan infames como el actual presidente supo ser en sus tiempos de parlamentario.
https://www.pagina12.com.ar/322221-brasil-bolsonaro-fortalecido
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