Hace casi una década, cuando se buscaban imágenes de gorilas en Google Images, éste devolvía fotografías de hombres negros. El prejuicio racial de la fotografía se remonta a la creación misma de la fotografía cuando, en Europa, se ajustaron los oculares para hacer que los rostros blancos no saliesen quemados. Como consecuencia, los rostros negros salían casi indistinguibles. Pero esto no era un problema. Según el historiador del cine Richard Dyer, cuando los primeros fotógrafos recurrieron al retrato en la década de 1840 “experimentaron con la química del material fotográfico, el tamaño de la apertura, la duración del revelado y la luz artificial, procedieron bajo la suposición de que lo que había que hacer bien era el aspecto del rostro blanco”. (Para ampliar y verificar fuentes, ver Moscas en la telaraña.)
Poco después, la torpeza algorítmica del gigante de Silicon Valley se alimentó del prejuicio y del racismo humano, hasta que Michelle Obama comenzó a aparecer en las mismas búsquedas. Más tarde, en 2016, Microsoft tuvo el mismo problema con Tay, su chatbot: Tay tuvo que ser sacrificada horas después, luego de lograr cien mil seguidores en Twitter dando respuestas racistas a sus nuevos amigos y debatiendo como si fuese una admiradora encubierta del Ku Klux Klan. Los operadores políticos y los manipuladores de elecciones tomaron nota. Los señores feudales de Wall Street y de megacorporaciones más privadas (es decir, más opacas y oscuras como una roca) como BlackRock, también.
En la tecnología biometric o de reconocimiento facial, los rostros de gente no blanca tienen más posibilidades de ser reconocidos como sospechosos que los blancos. O simplemente no los reconocen como humanos, lo cual quizás sea una compensación paradójica. Esta observación no es nueva. Pertenece a la prehistoria de las técnicas de reconocimiento facial, denunciadas, por lo menos, desde el año en 2009.
Con un sistema diferente al logaritmo, las IA se parecen a niños superdotados de cinco años: aprenden de sus mayores humanos y, aunque pueden desarrollar su propia personalidad, no se distinguen mucho de sus progenitores y actúan en consecuencia, en casos de formas más radicales sin ninguna creatividad.
A modo de especulación, en 2015 escribí la novela Silicona 5.0 para abordar este problema sobre una serie de muñecas sexuales con capacidad de terapeutas y de asesinas, debido a los traumas de la Eva humana usada para su comercialización. Una mujer cosificada por su cultura, alimentando la existencia de una cosa humanizada con aspecto de mujer. Más recientemente, se usó la colección de 600 ensayos publicados en majfud.org por su sistematicidad y consistencia humana desde 1999 para desarrollar otra IA. Algo que me inquieta profundamente, pero que no puedo evitar.
A principios de 2024, otra IA produjo un escándalo internacional al crear imágenes de soldados nazis de la Alemania de Hitler con rostros morenos y asiáticos. ¿A qué se debió esta contradicción con lo que señalamos antes? Aparentemente, las IA fueron instruidas para ser “políticamente correctas” insertando diversidad en donde nunca la hubo. Otra vez, la micropolítica rebelde haciéndole el juego a la macro política del establishment. Así, árabes barbudos vestidos de soldados alemanes perseguían judíos; mujeres negras arrojaban bombas atómicas sobre Hiroshima y Nueva York; gays y lesbianas dirigían el FBI de Hoover para perseguir gays y lesbianas sospechosos de ser comunistas; y los nativos del Tercer Mundo invadían y saqueaban Europa y Estados Unidos y luego masacraban a su población hasta lograr imponer dictaduras militares en Londres, París y Washington. Porque hay que prevenir el racismo promoviendo la diversidad.
Veamos un ejemplo más digerible. Durante la Semana Santa de este mismo año, hubo una proliferación de retratos de Jesús creados por la Inteligencia Artificial. Los retratos de ChatGPT muestran a hombres de ojos marrones y piel más morena que los clásicos retratos de los museos de Europa y de las modestas casitas de África y América Latina. No en pocas casas piadosos cristianos le rezaron por años a una fotografía de Jim Caviezel o de Robert Powell. No pocos “cristianos verdaderos” se ofenderían con la sola idea de inclinarse ante una imagen realista del africano San Agustín, también retratado por siglos como un santo llegado de algún pueblo esloveno.
Aunque algunos lo encontrarán más realista que el David de Miguel Ángel o el Jesús de Leonardo da Vinci, también los nuevos retratos de Jesús pintados por ChatGPT tienen un fuerte prejuicio etnocéntrico, porque fueron alimentados con ese material de la historia eurocéntrica más el maquillaje de la diversidad epidérmica (también eurocéntrica). Aunque aquí las AI se aleja unos centímetros del Jesús caucásico de ojos celestes tipo Robert Powell (angelical, confiable, higiénico y desarrollado), continúa muy lejos del aspecto facial de los habitantes del Medio Oriente de hace 2000 años. No deja de ser el rostro de un hombre caucásico luego de unas largas vacaciones en Cancún.
Lo de pobre también se le quitó en la vestimenta. La pulcritud y la calidad de sus túnicas revelan prejuicios de clase, otra vez negando y contradiciendo la realidad de un carpintero de Galilea veinte siglos atrás, alguien que viajaba en burro y que tenía por amigos pescadores y mujeres de las clases más humildes, con excepción de una sola.
Ahora, cada tanto leemos artículos sobre lo qué piensa la Inteligencia Artificial de la existencia humana, de cómo será el mundo del futuro o de cómo era el mundo hace mil o diez mil años. “¿Qué dice la IA sobre el mundo en 2040?” “¿Cómo se veía una cena en el Imperio Romano según IA? “La IA predice que en 2050 seremos todos felices”, “La IA revela los cinco hábitos para un matrimonio feliz” ―algo tan confiable como los consejos de un sacerdote católico.
Las IA tienen algo en común con los dioses anteriores: son metahumanos. Su credibilidad radica en que se asume que no dependen de los criterios de los creyentes, mortales de un día. No tienen “bias” (prejuicios). Como sea, es indiscutible que tienen algo en común: si no son ambos creaciones humanas, sin duda están hechos a nuestra imagen y semejanza, como esos dioses llenos de pasiones que, en nombre del Amor Universal condenan a su propias creaciones al infierno, no por haber hecho algo inmoral, como arrojar una bomba atómica sobre una ciudad o por haber promovido una guerra genocida, sino por no haber rezado de la forma indicada o por tener creencias equivocadas sobre el más allá.
Otra similitud: las IA son leídas y escuchadas con una profunda superstición: si lo dice una super inteligencia, debe ser cierto. O lo más aproximado a la realidad posible. Es algo más allá de la comprensión humana. Pero la Inteligencia Artificial no es una gran inteligencia. No aún. Es solo un niño con un conocimiento y una velocidad de procesamiento más allá de los límites humanos. Claro que los humanos no somos mucho mejores. Seguimos procesando pensamientos y creencias como en tiempo de las estepas del cálido Sur y de las cavernas del frío Norte. Cuando no creemos historias imposibles creemos en dioses virtuales.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Periódico Alternativo publicó esta noticia siguiendo la regla de creative commons. Si usted no desea que su artículo aparezca en este blog escríbame para retirarlo de Inmediato
No hay comentarios.:
Publicar un comentario