23 octubre 2017

La ruta del Che en la construcción del socialismo



El Che, por la ruta de Lenin

Cuando se piensa en el Che, cuando se mencionan sus acciones y su actitud ante la vida, cuando se hace referencia a sus frases –las verdaderas, porque de frases falsas del Che ha estado plagado siempre el imaginario de la izquierda y ahora, también el ciberespacio–, casi siempre se alude al Che heroico y ejemplar; al héroe y al arquetipo humano que sin duda alguna fue. Casi nunca se recuerda pues, al Che pensador, en cuya actitud misma y acciones se reflejaban las ideas surgidas de una mente verdaderamente prodigiosa que a pesar del corto tiempo con el cual pudo contar para ello, dejó un legado teórico que es suficiente para comprender la ruta que marcó, y que debe conducir con el desarrollo de ese pensamiento, a la actualización de la teoría revolucionaria, que aún no supera el limbo en que fue dejada por el derrumbe socialista de finales de los ochenta, entre el dogmatismo soviético y esa confusa amalgama de ideas inconexas en las cuales consiste actualmente el marxismo, salvándose de ese desastre únicamente los clásicos y unos cuantos teóricos emblemáticos (Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Mao y alguno que otro más), entre los que el Che ocupa indudablemente un sitio sobresaliente, aunque esto, por desgracia para la lucha de las ideas, aún no haya sido asumido por la intelligentsia de la izquierda mundial. Es más, incluso en este terreno, el de las ideas, los planteamientos más conocidos del Che son aquellos en los que aborda el tema de la estrategia, la táctica, la forma y los métodos de la lucha revolucionaria para la toma del poder, y no los más importantes, que son los vinculados con la construcción del socialismo.

Muchos intelectuales de izquierda podrían considerar incluso descabellada la afirmación que queremos dejar aquí plasmada, de que el Che marcó pautas suficientes para que a estas alturas el movimiento revolucionario mundial pudiera contar con una teoría científica actualizada y tan efectiva como aun con todo, lo fue antes del apocalipsis socialista de los ochenta, cuando ya el marxismo, anquilosado por el dogmatismo soviético, estaba en deuda con la historia, en detrimento de su condición como instrumento para la acción revolucionaria.

Debemos reconocer que ha habido esfuerzos aislados en este sentido, como la obra –pionera en este tema– del economista cubano Carlos Tablada Pérez, El pensamiento económico del Che, y la del también economista, segundo del Che en el gabinete cubano de los sesenta, Orlando Borrego, Por el camino del fuego, así como las interesantes reflexiones hechas al respecto por el intelectual revolucionario argentino, Néstor Kohan, quien sin embargo consideramos que comete un error al enfocar el pensamiento del Che como un punto de llegada a partir de Gramsci, y no como lo que en realidad es, un nuevo punto de partida, cuyo destino es la actualización del marxismo como instrumento de lucha y cuyo punto de partida en todo caso, no es Gramsci.

A pesar de sus muchos planteamientos a nuestro juicio sumamente interesantes y acertados acerca del pensamiento del Che, Kohan se equivoca al ubicar dicho pensamiento en la línea gramsciana, para lo cual se basa en el rescate y desarrollo teórico de la importancia otorgada tanto por Gramsci como por el Che (pero también presente en Lenin y Mao) del factor subjetivo en el desarrollo social y más aún, en la transformación revolucionaria consciente de la realidad social, subestimado por el marxismo dogmático.

Gramsci fue –ni qué dudarlo– uno de los más destacados pensadores marxistas de la historia, y sus ideas –postergadas por el dogmatismo que predominó en el marxismo por décadas– estuvieron vinculadas con la necesidad ya señalada por Marx en La guerra civil en Francia, pero desarrollada posteriormente por este destacado intelectual marxista y militante comunista, de no reducir la lucha revolucionaria por el poder a la conquista de la maquinaria del Estado, sino extenderla a la sustitución de esa maquinaria por una distinta, cuya creación debe ser parte inalienable de la construcción socialista.

Sin embargo, es innegable que este gran pensador revolucionario no se identificó con la idea de que el marxismo es una teoría científica, y por otra parte descartó la necesidad de una concepción marxista del mundo como referente de la correspondiente concepción científica de la realidad social. Sin entrar pues aquí al debate sobre estos temas, mencionamos el asunto sólo para sustentar nuestro planteamiento de que no hay una conexión de continuidad entre el pensamiento de Gramsci y el del Che, quien evidentemente y a diferencia de aquél, se identificaba con el carácter científico del marxismo y no reducía su objeto de estudio al ámbito socioeconómico y político, considerando necesaria una concepción marxista de la realidad en general.

En todo caso, el verdadero punto de partida del Che es Lenin, quien en cierto modo resume su concepción de la lucha revolucionaria al plantear que el viejo orden nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, caerá, si no se le hace caer,1 en consecuencia con la idea de que no es posible la sustitución del capitalismo por el socialismo sin la construcción consciente de éste, dado que la misma consiste precisamente en la toma de control del objeto social por el sujeto, que se convierte en tal transformándose a sí mismo en objeto de su propio conocimiento como tal sujeto, lo cual es planteado por el marxismo desde su surgimiento mismo, en los primeros escritos filosóficos de Marx, de entre los cuales por cierto y lamentablemente para el pensamiento revolucionario, ni Lenin ni el Che conocieron los Grundrisse, ni Lenin conoció los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, aunque la idea en cuestión fue planteada también por Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, aplicada sobre todo en El Capital y desarrollada en la abundante correspondencia entre él y Engels, y de ambos con terceros, a todo lo cual sí tuvieron acceso Lenin y el Che.

El planteamiento fundamental de Lenin es pues, que la sustitución del capitalismo por el socialismo no es espontánea, sino producto de la acción consciente de los individuos organizados con ese propósito y portadores en sus ideas, de la necesidad histórica de tal sustitución, objetivamente planteada y gracias a lo cual esa necesidad está presente en esas ideas, pero resultando imposible ese cambio revolucionario sin la acción concreta de esos individuos organizados y puestos al frente de la lucha de la clase trabajadora contra el sistema que la oprime, lo cual requiere lo que Fidel Castro llama, en su famosa definición del concepto de revolución, sentido del momento histórico.

Decimos que la línea sucesoria en el desarrollo del marxismo de la cual es exponente el Che, tiene su punto de partida en Lenin, debido a que por su parte, aquél señaló la necesidad de que en la construcción del socialismo –ya considerada por Lenin como un acto consciente, al igual que el derrocamiento del poder de clase anterior–, la formación de la conciencia social que se corresponde con el nuevo orden socioeconómico y político definido por aquélla no es tampoco –como no lo es la sustitución del capitalismo por el socialismo– un fenómeno espontáneo, de manera pues que aun cuando efectivamente la conciencia social surge del ser social –tal como plantean Marx y Engels en La ideología alemana–, esto no es algo que pueda darse sin la acción deliberada y consciente del sujeto revolucionario, que en el ámbito político reside en el instrumento organizado para la conducción de la transformación revolucionaria de la sociedad.

Los estímulos morales y colectivos para el trabajo, determinantes de la nueva conciencia social

Resumiendo, si Lenin plantea que la revolución socialista no surge espontáneamente de la lucha de clases en el capitalismo –aunque ésta (expresión de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción correspondientes) sea indispensable para aquélla–, sino que debe hacerse surgir de ésta, el Che plantea que la conciencia social propia del socialismo como transición al comunismo tampoco surge espontáneamente del nuevo ser social en formación, sino que de igual manera, debe hacerse surgir de éste.

En aras de ello el Che señala la importancia de los estímulos morales para el trabajo, que generan la motivación espiritual para el mismo, sin la cual es inconcebible la distribución de las riquezas según las necesidades, propia del comunismo como lo que podemos considerar un nuevo modo civilizatorio, y necesariamente precedida por la distribución según el trabajo, propia del socialismo como modo de producción.

Entre los diversos tipos de estímulo moral para el trabajo podemos mencionar la acción ideológica del instrumento revolucionario organizado para la conducción de la transformación revolucionaria de la sociedad, la emulación económica que conduce al reconocimiento moral individual y colectivo del esfuerzo creador y productivo, y por qué no, la propiedad social, que ciertamente es un tipo de estímulo material, sólo que de carácter colectivo y que por tanto, lleva consigo el factor de la solidaridad y en tal sentido, produce un efecto similar en la conciencia social, al de los estímulos morales, si bien esto último el Che solamente lo intuyó, al señalar que:


Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.2

De hecho, un planteamiento fundamental del Che era que, aunque indispensable para la formación de la nueva conciencia social en el socialismo, la propiedad social no es suficiente para ello si no se hace acompañar deliberadamente, de estímulos morales para el trabajo.

Como estímulos concretos podemos señalar, entre otros, el discurso revolucionario y la ejemplaridad consecuente con el mismo, como expresiones ambos de la acción ideológica revolucionaria organizada, que es un tipo de estímulo moral; la ya mencionada emulación que es a la vez, un tipo de estímulo moral y material colectivo, y un estímulo concreto que es también concreción de la acción revolucionaria como tipo específico de estímulo moral; así como las formas concretas de propiedad social, a la cual nos hemos referido también como tipo específico de estímulo moral y material colectivo.

A nuestro juicio la motivación espiritual para el trabajo, impulsada por los estímulos morales y factor esencial en la conciencia social que es propia del socialismo como transición al comunismo, consiste en el bienestar que produce en el individuo la íntima satisfacción proveniente del sentimiento de hacer lo que considera como éticamente correcto, cuya definición como tal se da a través de la acción ideológica correspondiente a una cosmovisión consecuente con la conciencia social en formación o en un momento dado, predominante o más aún, generalizada.

El sentimiento de estar haciendo lo correcto se manifiesta como satisfacción del deber social cumplido mediante el aporte individual y colectivo a la producción material de cuya necesidad se ha tomado conciencia gracias a los estímulos materiales colectivos y al sentimiento de solidaridad también propiciado por ellos y que a su vez es expresión de la motivación espiritual para el trabajo, que de esta manera es por tanto también propiciada por ella, pero asumiéndose la conciencia sobre la necesidad del trabajo productivo no sólo como conocimiento, sino también y sobre todo, como militancia; mientras por otra parte, la motivación espiritual para el trabajo hace posible el aprecio de lo propio, sin lo cual la distribución según las necesidades no brindaría lo que usualmente se toma como satisfacción material, la cual se asume como consecuencia de dicha distribución, y que consiste realmente en contar con las condiciones indispensables para la verdadera y única satisfacción humana, que es espiritual, siendo el aprecio de lo espiritual por encima de lo material, impulsado –de igual manera que la motivación espiritual para el trabajo y el aprecio de lo propio que de ella se deriva– por los estímulos morales, y estando en la capacidad para sentir dicho aprecio, una fuente más de motivación espiritual para el trabajo; manifestándose por su parte todo este conjunto de lo que consideramos como contenido de dicha satisfacción, en el trabajo por placer o el amor al trabajo como tal, motivado por la satisfacción espiritual que dicha actividad proporciona, convirtiéndose por consiguiente el trabajo en el comunismo, tal como lo definieron los clásicos del marxismo, en la primera necesidad vital del individuo, no solamente por su importancia en la existencia material de éste, sino por lo indispensable que se hace su presencia para la satisfacción espiritual.

He aquí por tanto, en qué consiste la importancia ideológica de esa práctica promovida por el Che y que tiene su precedente en lo que Lenin llamó en los primeros años de la Rusia socialista, una gran iniciativa –término con el que tituló el artículo en el cual se refería a ella, que no fue idea de la dirigencia, sino de la militancia de base bolchevique–: el trabajo voluntario, conocido en la Rusia bolchevique como sábados rojos, y en la Nicaragua sandinista de los ochenta como trabajo rojinegro; y que constituye una expresión fundamental de la emulación productiva como estímulo moral y a la vez, material y colectivo para el trabajo, y que propicia otra expresión de la motivación espiritual para el trabajo, que es el reconocimiento social a su vez impulsado por el aprecio de lo espiritual sobre lo material. No en balde, en el Mausoleo del Che está inscrita una de sus frases menos conocidas, pero de las más importantes: El trabajo voluntario es una escuela formadora de conciencia.

El reconocimiento social tiene una validez menor como expresión de la motivación espiritual para el trabajo que la satisfacción de hacer lo correcto, debido a que conlleva el peligro de incentivar la vanidad, no como legítimo sentimiento vinculado con la socialidad inherente a la criatura humana, sino como perversión egocéntrica de la misma, vinculada con el individualismo excluyente, opuesto al individualismo incluyente que consiste en la intimidad de la satisfacción consigo mismo por hacer lo correcto al cumplir con el deber social del trabajo, independientemente del reconocimiento social; pudiéndose conjurar el peligro señalado impulsando debidamente el sentimiento del deber cumplido con independencia de la expectativa ante el reconocimiento.

A propósito del tema de la distribución según las necesidades, además de lo ya comprobadamente necesaria que es para la misma el casi nunca mencionado aprecio de lo propio, debemos referirnos a que esto nunca puede referirse –por más riqueza de la cual se disponga– a una infinitud imprecisa de necesidades, sino al criterio para definir la proporción de lo que cada quien debe recibir en relación con lo que deben recibir los demás conforme al criterio correspondiente (en este caso, las necesidades, pero no concretas, sino genéricas), pues de lo contrario, sería a todas luces un principio irrealizable.

Es importante señalar que el Che no considera, como puede verse en la cita anterior, los estímulos morales para el trabajo como los únicos válidos, o suficientes para impulsar la producción, y ni siquiera como único factor determinante de la nueva conciencia social en la construcción del socialismo. Lo que el Che hace ver es lo indispensables que resultan ser tales estímulos en la formación –y más claramente, en la que él considera como necesaria creación consciente– de esa nueva conciencia social, que incluye la motivación espiritual para el trabajo y que por tanto, es a su vez por razones obvias, indispensable para la distribución de las riquezas según las necesidades, definida por Marx en su Crítica del Programa de Gotha como lema rector de la sociedad comunista.

La implementación de los estímulos morales y colectivos con miras a asegurar su peso creciente en la estructura económica de la sociedad o lo que es equivalente, en las relaciones de producción predominantes en ella o destinadas a serlo por el proyecto social en construcción, es en lo cual consiste pues, según el planteamiento del Che, la creación necesariamente consciente o intencional de la nueva conciencia social y como parte de ésta, el peso creciente y posterior predominio de la motivación espiritual para el trabajo.

Aplicación de las ideas del Che para la construcción del socialismo en la cuarta revolución industrial

Todas las formas de propiedad (estatal, autogestionaria, privada) son estímulos específicos para el trabajo, pertenecientes a tipos específicos de estímulo que son los tipos de propiedad (social y privada), como lo son la emulación productiva y la acción ideológica del sujeto político, siendo los tipos generales de estímulo: los estímulos morales, los estímulos materiales colectivos y los estímulos materiales individuales.

Por su parte, como resulta obvio en esta clasificación, no todos los estímulos morales y colectivos son también formas de propiedad; pero en el caso de los que sí lo son, consideramos que la condición de esos estímulos como de tipo moral o material colectivo debe ser asegurada por la conducción revolucionaria ejercida por el instrumento político correspondiente y ya mencionado antes, bien sea a través de su acción ideológica como sujeto revolucionario en el seno de los medios de producción correspondientes –que constituye, como hemos dicho, un tipo específico de estímulo moral en sí mismo–, o bien mediante el diseño e implementación de una forma de propiedad que de por sí, se constituya en un estímulo material colectivo, como podría ser a nuestro juicio, una modalidad de propiedad autogestionaria en la cual los trabajadores fueran propietarios por derecho propio y de manera colectiva, y distinta por tanto, en su carácter innato y en su origen mismo, de la propiedad autogestionaria convencional.

Sin embargo, el Che no era partidario de la autogestión económica concebida como propiedad ejercida por los trabajadores sobre los medios de producción en los cuales desarrollan su actividad productiva, pues consideraba que esto fomenta la competencia entre unidades productivas y por tanto, se constituye en un estímulo material individual para el trabajo y como tal, reproduce la conciencia social que es propia del capitalismo, imposibilitándose así la creación necesariamente intencional de la nueva conciencia social, propia del modo de producción socialista como transición hacia la sociedad comunista.

En cambio, él consideraba que todas las empresas estatales debían funcionar como una única y gran empresa, propiedad de toda la sociedad a su vez representada por el Estado socialista. De ahí el diseño hecho por él, del Sistema Presupuestario de Financiamiento,3 orientado a impedir incluso en el marco de la propiedad estatal misma, la competencia económica entre empresas, motivada por el interés material.

Pero esto sólo era la manera en que el Che consideraba pertinente crear, en las circunstancias concretas de Cuba en una época histórica determinada, condiciones favorables para la implementación de los estímulos morales en aras de su peso creciente en la sociedad socialista en construcción, que es la verdadera esencia de su propuesta para que el socialismo avance hacia la distribución comunista de la riqueza.

Las circunstancias de Cuba a las que nos referimos como premisas del Sistema Presupuestario de Financiamiento propuesto por el Che son, como acertadamente nos explicara en cierta ocasión el gran teórico guevariano Orlando Borrego, las de un país pequeño y con medios de transporte y comunicación avanzados para aquella época, lo cual permitía la implementación exitosa de altos niveles de centralización económica. Por su parte, la época a la cual nos referimos era aquella en que la industrialización creciente constituía la única condición indispensable para el desarrollo económico, distinta por tanto a la actual, caracterizada por el papel determinante de la educación y la tecnología cibernética en el desarrollo, y en la que se ha visto sustancialmente reducida la proporción económica de la fuerza laboral asalariada, como producto del desarrollo tecnológico conocido como la cuarta revolución industrial,4 de manera similar a lo que ocurrió con la primera revolución industrial entre los siglos XVII y XIX, que sin embargo fue la creadora de esas relaciones salariales hoy en crisis.

Con la entrada en crisis de las relaciones salariales entra también en crisis un fenómeno del que dichas relaciones son representativas en el ámbito económico, que es la intermediación como manera de ejercer el poder, en este caso llevada a cabo por los propietarios privados o por el Estado, entre los trabajadores y la propiedad que producto de esa intermediación, éstos no ejercen directamente sobre los medios de producción, y es en esto que nos basamos para considerar que si bien en la época del Che los estímulos morales y colectivos eran imposibilitados podían llegar a ser imposibilitados por la autogestión económica convencional, en la época actual la autogestión económica de nuevo tipo que hemos propuesto a grandes rasgos más bien resulta indispensable para la implementación de los estímulos morales y colectivos como parte de la creación necesariamente intencional de la conciencia social que asegure la condición del socialismo como transición al comunismo –pudiendo ser esa nueva propiedad autogestionaria sólo producto de su implementación por el sujeto político revolucionario con el propósito deliberado aquí señalado–, y para lo cual ahora por consiguiente, la propiedad autogestionaria convencional se convierte en impulsora, siempre y cuando se cuente para ello con la conducción revolucionaria que lo asegure, ejercida por el instrumento revolucionario organizado, diseñado a tal efecto y en el cual consiste el sujeto político correspondiente.

Es por lo antes dicho que consideramos, por ejemplo, la actualización del modelo económico en Cuba, hoy en curso, como un proceso no sólo compatible con las concepciones del Che para la construcción del socialismo, sino necesario para la aplicación de las mismas a la realidad actual, en muchos aspectos fundamentales distintas a la existente cuando el Che formuló sus planteamientos, que no por ello dejan de ser actuales y que por el contrario, resultan indispensables en los nuevos rumbos que necesita el socialismo y que por ello, requieren del estudio sistemático por parte de las nuevas generaciones de revolucionarios, de la obra de quien –para citar sólo dos más de sus frases verdaderas– dijera alguna vez:


…En momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.5

El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Marx se preocupaba tanto de los hechos económicos como de su traducción en la mente. El llamaba a eso un “hecho de conciencia”.6

Sobre el carácter de la actualización del modelo económico cubano como creadora de condiciones adecuadas y más aún, necesarias para la aplicación de las ideas del Che acerca de la construcción del socialismo en la época actual, es importante aclarar que en nuestra opinión, el aprovechamiento de tales condiciones sólo sería posible con la comprensión de que a pesar del peligro que conlleva la autogestión económica convencional como estímulo material individual para el trabajo, esta forma de propiedad tiene la potencialidad de convertirse, debidamente orientada hacia ello, en propiedad autogestionaria de nuevo tipo o lo que es igual, en los términos en que la hemos propuesto aquí y por tanto, en estímulo material colectivo, lo cual implica la necesidad de crear deliberadamente con tal propósito, empresas bajo el régimen de propiedad social autogestionaria que proponemos, y transformar las empresas estatales de forma gradual, en empresas bajo dicho régimen de propiedad.

El pronóstico del Che sobre el derrumbe de la Unión Soviética

Algo que no conviene olvidar acerca del Che es que aplicando sus ideas a la realidad de la construcción del socialismo en la década de los sesenta, predijo el derrumbe del socialismo soviético un cuarto de siglo antes de que el mismo ocurriera, precisamente en el mejor momento de aquel modelo, cuando la Unión Soviética se convertía en la segunda potencia industrial del mundo, a la vanguardia de la carrera espacial y en paridad con Estados Unidos en tecnología nuclear, alcanzando económicamente en apenas cuatro décadas y con dos guerras mundiales en su territorio, el nivel de desarrollo que los países capitalistas industrializados habían tardado tres y cuatro siglos en alcanzar, razón por la que en ese entonces se imponía un optimismo casi ciego en las filas revolucionarias con respecto al modelo soviético, y el triunfo mundial del socialismo parecía estar a la vuelta de la esquina. Sólo una mente como la del Che podía decir en aquellas circunstancias:


Se sabe desde viejo que es el ser social el que determina la conciencia y se conoce el papel de la superestructura; ahora asistimos a un fenómeno interesante, que no pretendemos haber descubierto pero sobre cuya importancia tratamos de profundizar: la interrelación de la estructura y de la superestructura. Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la Nueva Política Económica (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura: se está regresando al capitalismo.

Pero no queremos anticipar en estas notas prologales sino la medida de nuestra herejía…7

Este autoproclamado hereje se refiere aquí a los alcances de la Nueva Política Económica (conocida como NEP)8 promovida por Lenin en un momento muy específico de la construcción del socialismo en la entonces joven Unión Soviética para enfrentar la crisis económica causada por la guerra civil y el atraso de Rusia al momento de triunfar en dicho país la primera revolución socialista de la historia. Dicha política tenía el inconveniente de traer consigo elementos que según reconocía incluso el propio Lenin, sin ser adecuadamente manejados podían convertirse en una especie de caballo de Troya con capacidad de reintroducir en las relaciones de producción socialistas, el predominio de la explotación capitalista, lo que según las tesis del Che sobre la construcción socialista, impediría la formación de la nueva conciencia social, tal como a criterio de él terminaría ocurriendo debido en gran parte a la insuficiente comprensión del fenómeno por la conducción soviética posterior al prematuro fallecimiento de Lenin. Tal cual efectivamente sucedió.

Finalmente, consideramos oportuno señalar que si bien el comunismo es una condición civilizatoria que está muy lejos en el futuro, precisamente por eso la salvación del presente para asegurar ese futuro depende de que desde ahora se defina correctamente el nuevo rumbo socialista hacia esa sociedad en la que no sólo desaparecerán la explotación y la opresión, sino también el poder como modo de dominación de una parte de la sociedad por otra; esa sociedad en la que los individuos trabajarán por el placer de hacerlo y harán siempre el bien por ese mismo motivo; que no será una sociedad perfecta y sin problemas –nunca la habrá–, sino una sociedad en la que las imperfecciones y problemas actuales habrán sido superados en su totalidad y en la que en correspondencia con ello, existirá un ser humano antropológicamente tan distinto del actual como lo es biológicamente el actual en relación con las especies de las cuales evolutivamente desciende.

Pero ese futuro no sólo será lejano, sino imposible, de no enrumbarse hacia él los pasos de la sociedad a ser construida en el presente como alternativa a esta en que vivimos, incompatible no sólo con nuestra condición antropológica humana, sino con nuestra propia existencia biológica como especie; en el primer caso por la irracionalidad del orden social actual y la insensibilidad espiritual que el mismo propicia, y en el segundo caso por la imposibilidad de sobrevivencia física de nuestra especie si no se supera la crisis ecológica propiciada por el capitalismo e imposible de superar sin la sustitución de éste por el socialismo.

Ese futuro será pues, imposible si los revolucionarios continuamos ignorando que el camino hacia la transformación revolucionaria de la sociedad tiene su nuevo punto de partida en el pensamiento de ese desconocido genio de la teoría revolucionaria que fue a la vez ese famoso guerrillero y arquetipo humano conocido mundialmente como el Che.

Notas:

1 Lenin, Vladimir I., La bancarrota de la II Internacional, Editorial Progreso, Moscú, sf, p. 13.

2 Guevara, Ernesto, El socialismo y el hombre en Cuba (tomado de Tres textos clásicos para cambiar el mundo, Ocean Sur, Bogotá, 2007, p. 171).

3 El Sistema Presupuestario de Financiamiento, diseñado por el Che para el sector industrial de la economía cubana en los años sesenta, suprimía todas las categorías económicas mercantiles que fuera posible, de modo que en vez de crédito, las empresas recibían asignaciones de un fondo estatal común, cuya distribución no dependía de criterios tales como la rentabilidad, sino de la necesidad productiva de cada empresa. Nunca abarcó la totalidad de la economía cubana, y fue suprimido en los años setenta, cuando Cuba optó por aplicar los métodos de dirección económica soviéticos, que fueron luego sometidos a revisión crítica en la segunda mitad de los años ochenta, en lo que se conoció como el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas impulsado por Fidel Castro, que sin retomar el Sistema Presupuestario de Financiamiento, se regía por políticas cuya esencia era retomar las ideas del Che sobre la construcción del socialismo.

4 Se considera como primera revolución industrial el surgimiento de la máquina activada por energía física no humana (siglos XVII a inicios del XIX); segunda revolución industrial, la aplicación de la electricidad a los procesos productivos y a fines domésticos (fines del siglo XIX e inicios del XX); tercera revolución industrial, el paso de la mecanización a la automatización (siglo XX); y la cuarta revolución industrial, el actual salto tecnológico hacia la digitalización y cibernetización del procesamiento de la información, la comunicación y la producción misma (finales del siglo XX, inicios del siglo XXI).

5 Guevara, Ernesto, Ob. Cit., p. 171.

6 Entrevista concedida al periodista francés Jean Daniel, en Argelia (traducción de L'Express , París, 25 de julio de 1963); citado por Carlos Tablada Pérez en su artículo El marxismo del Che(http://www.rebelion.org/docs/14104.pdf).

7 Guevara, Ernesto, Apuntes críticos a la economía política, Ocean Sur, 2006, p. 31.

8 La NEP, aprobada por el X Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, consistió en reintroducir en la economía rusa, después del triunfo de la revolución socialista y en las postrimerías de la guera civil que le siguió, algunos elementos propios del capitalismo, como la propiedad privada a mediana escala y el intercambio mercantil, conservando el Estado la gran propiedad industrial, el comercio exterior y la banca. Formalmente fue sustituida en 1928 por el Primer Plan Quinquenal, pero algunos de sus principios rectores se prolongaron indefinidamente en el tiempo, con el nombre de cálculo económico, método de dirección de la economía criticado por el Che y basado en la aplicación en el socialismo, de las categorías económicas del capitalismo.


https://www.rebelion.org/noticia.php?id=233138



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