22 enero 2024

Foro de Davos, el debate de la desigualdad

Fuentes: Rebelión

El Foro de Davos, ese encuentro donde los grandes capitalistas del mundo euro norteamericano se reúnen para definir las líneas de actuación futuras, tuvo como uno de sus puntos estrella el aumento de las desigualdades sociales y cómo combatirlas; o si no hay que combatirlas sobre la base del “darwinismo social” más reaccionario, que es lo que vienen a plantear los trumpistas como Milei, Abascal, Ayuso, Meloni y toda la tropa de extrema derecha ultraliberal.

Para estos las desigualdades se resuelven por dos vías, una, haciendo que los ricos sean más ricos, y dos, aumentando la represión y los recortes de las libertades para enfrentar los más que previsibles conflictos sociales que generan. No hay que desmontar ante la sociedad nada, porque ellos mismos se desmontan.

La demagogia viene de los que se presentan como defensores de un “estado de bienestar” en abierto desmantelamiento, de políticas que rescaten a las personas para “no dejar atrás a nadie”, como se dijo desde el gobierno de Sánchez ante la pandemia; o en palabras del propio Sánchez ante los representantes de esas multinacionales en el Foro, “ayúdenos a dar a la gente una vida mejor”.

Para estos sectores social liberales las causas de las desigualdades no son objetivas, estructurales al sistema, sino subjetivas, es decir, es la codicia de unos empresarios o ejecutivos que quieren acumular dinero a costa de lo que sea y que hay que controlar desde el estado.

Como ejemplo de que no es un mal del sistema, sino de ciertas personas, se utiliza la carta al Foro de 100 multimillonarios de todo el mundo que piden que “se les cobren más impuestos”. Pero, ¿esto resuelve el problema de la desigualdad o solo es un parche en un sistema que hace aguas por todos los lados, no solo en la desigualdad social, sino en el cambio climático, en la utilización de la guerra de alta o baja intensidad para dirimir la competencia entre estados, etc.?

¿Las desigualdades sociales nacen o se hacen?

Es una frase recurrente desde los defensores del sistema, sean ultra liberales o social liberales, de que “siempre ha habido pobres y ricos”; es un mantra para rechazar de plano cualquier alternativa social al capitalismo, delimitando los límites de lo que son las dos opciones “realmente existentes”, el ultaliberalismo de los trumpistas que están ganándose a aquellos sectores “conservadores” que hasta ahora habían asumido como propio el “estado del bienestar” semi derruido, y el social liberalismo, que ha asumido las tesis neoliberales de que lo “privado” gestiona mejor los servicios que el estado.

Fuera de estas dos opciones, que se mueven en el mismo charco del capitalismo en crisis, parece no existir otra perspectiva, a lo que el colapso de la URSS y la vuelta al capitalismo de los estados del llamado “socialismo realmente existente” ayuda de gran manera: les da un argumento para decir, veis, “socialismo=pobreza”. Dicen ufanos que solo el mercado garantiza el acceso social a todos los bienes producidos; aunque después, por la falta de dinero producido por los bajos salarios y la precariedad, no se pueda acceder a ellos. ¿Quién puede comprarse un Lexus o viajar en primera en avión? Nadie lo prohíbe, solo se hace prohibitivo por la falta de recursos, haciendo evidente la desigualdad social.

Pero bien, vayamos al meollo de la cuestión; de donde surge esa desigualdad social que impide que la mayoría de la población mundial pueda acceder a los mismos bienes y servicios que la minoría; ¿de la codicia?, o tendremos que rastrear en las estructuras sociales construidas a lo largo de los siglos.

Si hay una frase falsa es la de que “siempre ha habido ricos y pobres, y siempre los habrá”. Veamos lo que dice la editorial de la revista de historia Desperta Ferro, número 52 dedicado Al Origen de la Desigualdad, “siempre parecen haber existido sociedades más igualitarias, que limitaban el acaparamiento de poder en manos de unos pocos (…)”. A estas sociedades Marx y Engels les llamaron “comunismo primitivo”, porque se basaban no en una gran riqueza social sino en lo contrario, en que eran sociedades donde la riqueza social no pasaba de cubrir las necesidades básicas para reproducción de la especie que los obligaba a repartirla equitativamente.

Solo cuando el ser humano es capaz de acumular riqueza es el momento en que surgen, primero las castas sociales privilegiadas, sacerdotes/chamanes, guerreros, etc., que usufructúan esa riqueza, y después las clases sociales propietarias de las herramientas necesarias para producirla (esclavos, aperos de labranza, armas, etc.) comenzando el tránsito hacia el aumento exponencial de las desigualdades sociales.

El capitalismo, con el desarrollo de la capacidad productiva del ser humano hasta extremos inauditos, ha llevado estas desigualdades al punto de ruptura; la acumulación de riqueza en pocas manos ha alcanzado extremos insultantes para sociedades que dicen regirse por los valores de la democracia occidental, de “libertad, igualdad y fraternidad”.

El capitalismo introduce una contradicción clave para entender la situación actual; el mecanismo generador de riqueza social bajo sus leyes no depende de la voluntad de nadie, sino que actúa de manera automática; es la explotación de la fuerza de trabajo a través de un contrato mercantil entre el propietario de las herramientas de trabajo y el de la fuerza de trabajo la que genera esa riqueza, que se acumula en cada vez menos manos.

El lema del capitalismo es claro, “camina o revienta”, porque más allá de la codicia personal de cada capitalista, son las leyes del mercado las que le imponen aumentar la explotación de la clase obrera para competir en mejores condiciones, y el que no es capaz de mantener ese ritmo de “caminar”, “revienta”.

Dentro del capitalismo no hay otra opción; podrán tomarse todas las medidas correctoras que se quieran como las que propone ahora Pedro Sánchez, pero las desigualdades seguirán creciendo, les guste o no. Por ejemplo, en medio de este debate sobre las desigualdades ya se comienza a hablar de “megafusiones bancarias” (Cinco Días, 13/14 enero 2024). El sector financiero, que hoy es el corazón del sistema, viene a desmentir a Sánchez con el anuncio de que los grandes bancos actuales concentrarán más la riqueza en pocas manos. Son las leyes internas del capitalismo, de la acumulación de capital, de su tendencia a la concentración y centralización, las que empujan inexorablemente al crecimiento de las desigualdades.

El impuesto que los multimillonarios piden no resuelve este problema, solo convierten a los estados en grandes ONGs; pues en vez de darle el dinero que les sobra a una empresa privada para que lleve a cabo obras de caridad, se lo darán al estado que hará esas obras de caridad en forma de subvenciones, aumentos del SMI o, en el peor de los casos, volverá a las arcas de las empresas por la vía de subvenciones a la adecuación al cambio climático.

Políticas fiscales o alternativa socialista

Solo en un periodo histórico muy concreto, tras la II Guerra, en los llamados “treinta gloriosos”, el capitalismo admitió una política fiscal progresiva que permitiera atenuar las desigualdades sociales. Pero no lo hizo desinteresadamente, sino que fue la respuesta a la oleada revolucionaria después de la derrota del nazismo que llevó a la expropiación del capitalismo en un tercio de la humanidad, y sobre la base de la salvaje acumulación de capital generada por la reconstrucción de lo destruido en la guerra; la cínica expresión de la “destrucción creativa”.

El capitalismo mundial sobre 60 millones de cadáveres y continentes enteros destruidos (Europa, parte de Asia) se permitió “el lujo” de hacer concesiones en las políticas fiscales que les permitiera salvar los muebles de la propiedad privada de los medios de producción y distribución. En palabras de Thomas Piketty en Capital e Ideología, “En comparación con el riesgo de expropiación generalizada, los impuestos progresivos de repente parecían menos aterradores” (Pág. 559).

Este miedo comenzó a desaparecer cuando estalló la crisis de los años 70, que se llevó por delante el pacto de Bretton Woods, que había dado estabilidad a todo esta política, llegando a su final en los años 90 con la restauración del capitalismo en todos aquellos estados que había expropiado a la burguesía. A partir de aquí, el miedo a una “expropiación generalizada” desapareció del sistema, y el salto al ultraliberalismo, es decir, a la desregulación total de la economía no era más que una consecuencia lógica.

Ahora los social liberales como Sánchez o Yolanda Díaz nos proponen una aparente vuelta al pasado feliz del “estado del bienestar”, a que el estado sea una gran ONG que combine una política fiscal relativa y temporalmente progresiva (el impuesto a las eléctricas tiene fecha de caducidad) con la de las subvenciones a los sectores más pobres de la sociedad. Son la farsa social liberal de la vieja política del “estado del bienestar”, puesto que no se plantean ni siquiera nacionalizar los servicios públicos, sino fomentar la “colaboración público-privada” tal y como firmaron el PP y el PSOE en 1997 para comenzar el desmantelamiento del servicio de salud público español.

Las políticas fiscales son esencialmente una manera, dentro del estado capitalista, de favorecer, o no, el suavizamiento de las desigualdades, pero nunca pueden ser una solución. En un estado socialista no habrá una política fiscal, que se deriva de la división individual de la riqueza, sino una generación y apropiación colectiva de la riqueza social democráticamente decidida sobre la base de las necesidades sociales, y no las de la codicia (y aquí si entre el término) de un sistema que solo funciona por el “camina o reviente”.

En el Foro de Davos podrán dar todos los datos que quieran sobre las desigualdades sociales, son públicos, podrán prometer lo que les dé la gana los social liberales -de los trumpistas no se espera otra cosa que una declaración de guerra abierta-, pero mientras no se vaya a la raíz del problema, las estructuras de propiedad del sistema, solo será “pan para hoy, pero hambre para mañana”; porque esas mismas estructuras tienden a entrar en crisis regularmente, y cuando lo hacen, todas esas promesas de “ayudar a la gente” se quedan en agua de borrajas.

Hay que explicar que la sobreactuación de los ultraliberales acusando a los social liberales de “extremistas”, de comunistas bolivarianos, es una manera de tapar la existencia de otra perspectiva fuera de la charca capitalista; la de la clase obrera y los sectores oprimidos de la sociedad, que no pasa por políticas onegistas desde el estado, sino el de la transformación socialista de la sociedad, que abola definitivamente las desigualdades sociales.

Como dijera Rosa Luxemburgo, «por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres». Los seres humanos somos todos diferentes, pero no desiguales; la desigualdad es social, la diferencia es natural; sobre este reconocimiento se alcanzará la libertad real.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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