21 de abril de 1914
«De entre el pueblo se distinguen en las escaramuzas armadas artesanos, empleados, albañiles, comerciantes humildes, hombres y algunas mujeres que van dejando sus vidas en los puntos de mayor resistencia: Andrés Montes, modesto ebanista, combate todo el día».
Este 21 de abril se conmemoró el 110 aniversario de la defensa popular contra la ocupación estadounidense del puerto de Veracruz. Una vez más el pueblo veracruzano protagonizó una de las páginas más heroicas de la resistencia de los mexicanos frente al intervencionismo de Estados Unidos. Como ocurrió en la ciudad de México el 14 de septiembre de 1847, en ocasión de la entrada de la soldadesca estadounidense, el ejército regular abandonó el puerto sin presentar combate al invasor, y fue el pueblo que, de manera espontánea y sin un plan preciso de defensa, se lanza a las calles, levanta parapetos improvisados, se posesiona de esquinas, azoteas, balcones y campanarios, y con escasos pertrechos y unas pocas armas, se dispone con su lucha perdida de antemano, a defender la soberanía y la dignidad nacionales.
El combate que se libra no podría ser más desigual. Estados Unidos, protegiendo sus vastos intereses económicos en nuestro país (petróleo, minas, tierras, ferrocarriles, etcétera), y pretendiendo erigirse en el árbitro supremo del conflicto revolucionario mexicano en marcha (Ver: Friedrich Katz, La guerra secreta en México, t. I, México Ediciones ERA, 1982), fondea frente al puerto de Veracruz, 44 barcos de guerra, tres buques hospitales y varias unidades más de aprovisionamiento, iniciándose el desembarco, que, en cuatro días, llega a situar en el terreno a más de siete mil hombres. La fuerza expedicionaria contaba con los medios de guerra más modernos de la época: rifles de repetición Lee, ametralladoras Gattling y Colt, artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de municiones y pertrechos bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota anclada en la bahía.
Con anterioridad al desembarco, los agentes estadounidenses habían logrado “neutralizar” la posible participación en la defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando del general Gustavo A. Mass, de las tropas de Victoriano Huerta, quien dio golpe de Estado al presidente Madero, conminándolo a no resistir y a dejar la plaza. Efectivamente, en las primeras horas del 21 de abril, Mass se retira del puerto, rumbo a Tejería, abandonando a la población a su suerte y llevándose el grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras, con su dotación de municiones, llegando incluso a olvidar, en su precipitada huida, la bandera del batallón que comandaba, su espada y sus condecoraciones.
La resistencia popular
Al igual que en 1847, el pueblo inerme se vio de pronto enfrentado a un hecho consumado: la cuarta invasión extranjera en menos de un siglo, sin más medios de defensa que su profunda indignación y su decisión de resistir. Ante la evacuación de la plaza por parte del Ejército Federal, y subestimando la capacidad de respuesta de nuestro pueblo, los yanquis ocuparon confiados posiciones estratégicas cercanas al muelle. En los planes estadounidenses no esperaban encontrar resistencia en la toma del puerto. El poderío de la flota naval y la visible demostración de fuerza expresada en el desembarco masivo hacía difícil suponer un ataque contra las fuerzas invasoras.
No obstante, el estupor inicial y la vergüenza del pueblo veracruzano al propagarse la noticia del desembarco se desvanecen al escucharse los primeros disparos aislados: un solitario y modesto policía municipal, Aurelio Monfort, descarga airado su pistola frente a un nutrido contingente de marines, siendo inmediatamente acribillado por el fuego cruzado de la fusilería enemiga.
El pueblo reclama armas con exasperación, peleando incluso por las pocas que habían sido dejadas por el ejército. Otros se arman con algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos comerciantes. Algunos patriotas esperan turno, en medio del combate, para recoger las armas de los caídos: se registra un caso en el que ocho voluntarios civiles combaten con un solo rifle por horas. Grupos de voluntarios civiles y algunos militares patriotas, al mando del coronel Manuel Contreras, se distribuyen en grupos pequeños por los edificios y las esquinas de la ciudad sitiada.
En la Escuela Naval, los alumnos se apresuran a la lucha bajo el mando del Comodoro Manuel Azueta, siendo la única unidad militar organizada que resiste a los invasores. El tiroteo se generaliza. La Escuela Naval y varios edificios de la ciudad reciben el impacto del bombardeo proveniente de cruceros y destructores, mientras los marines, que despertaron la admiración del escritor Jack London, corresponsal del semanario Collier’s, barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las regulaciones internacionales de la guerra en esa época.
A pesar de la desigualdad entre las fuerzas contendientes, el pueblo resiste con denuedo más de 24 horas; todavía en la tarde del 22, se escuchan esporádicos tiroteos. Se dan actos de gran heroicidad en la lucha, como el de José Azueta, exalumno de la Escuela Naval, hijo del Comodoro, y teniente de artillería, quien empuña al descubierto una ametralladora para lograr mayor efectividad en sus disparos, hasta que cae gravemente herido; cuando los estadounidenses le ofrecen ayuda médica, Azueta la rechaza y responde: “de los invasores, no quiero ni la vida”.
De entre el pueblo se distinguen en las escaramuzas armadas artesanos, empleados, albañiles, comerciantes humildes, hombres y algunas mujeres que van dejando sus vidas en los puntos de mayor resistencia: Andrés Montes, modesto ebanista, combate todo el día. Por la tarde del 21, pasa a su casa a dejar algunas provisiones; antes de regresar a la lucha escribe una carta a su hijo menor: “Hijo mío, si algún día vuelve a repetirse esto que está pasando ahora, defiende a tu patria como lo estoy haciendo yo. Tu padre”. Ante los ruegos de su esposa para que no saliera más de su casa, Andrés Molina exclamó: “ahorita no tengo madre, ni esposa ni hijos. Sólo veo que tengo una patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui” (María Luisa Melo de Remes. Veracruz Mártir. La infamia de Woodrow Wilson, 1914. México: Edición de la autora, 1966). Este héroe del pueblo cayó a las ocho de la noche de ese día, con el estómago perforado por una bala expansiva, en la esquina de las calles de Arista e Independencia.
Niños y mujeres se dedican a cooperar en la defensa e incluso participan en la lucha contra el invasor. Se recuerda en el imaginario popular a América, quien recibe a los yanquis a tiros al aproximarse a la zona de tolerancia del puerto. Sectores importantes de la colonia española ofrecen resistencia a los invasores, registrándose muertes y heridos entre los mismos.
Al finalizar el día 22, la resistencia termina con un saldo de centenares de muertos por parte del pueblo veracruzano. La soldadesca invasora hace piras con los cadáveres de los patriotas y los queman sin respeto alguno. Muchos combatientes son hechos prisioneros y retenidos en las cárceles durante la ocupación. Centenares de heridos fueron atendidos por un grupo de médicos y estudiantes de medicina voluntarios que demostraron su repudio a los invasores, cumpliendo abnegadamente este trabajo.
La mayor parte de los muertos y heridos eran pueblo. Los grupos militares que combatieron, la Escuela Naval y algunos soldados y oficiales del 19 batallón de infantería, resistieron hasta las 7.30 de la noche del día 21. De ellos, murieron José Azueta, Virgilio Uribe, Jorge Alacío Pérez, Benjamín Gutiérrez, de los que se registran. No obstante, la mayoría de los aproximadamente 500 muertos en acción se debió a los bombardeos (los cuales London aplaude por su precisión) y la represión yanqui indiscriminada. Fueron héroes anónimos sin lapidas ni monumentos que honren su memoria. Es más, varias de las placas que recordaban a las víctimas de la intervención yanqui en el muelle y en otros lugares del puerto, fueron destruidas por autoridades municipales, en un esfuerzo de negar al pueblo su lugar en la historia: borrar todo aquello que fortalezca el espíritu antimperialista de los mexicanos. En las ceremonias oficiales que año con año se realizan en el puerto, se exalta sólo la figura de los militares que combatieron a un enemigo en abstracto, que ya no se menciona, como no se recuerda la extraordinaria épica ciudadana.
La resistencia del pueblo no terminó en la lucha denodada de los días 21 y 22 de ese abril. Testimonios de sobrevivientes, que tuve oportunidad de recoger hace unas décadas, dan cuenta de numerosos atentados contra las tropas yanquis durante la ocupación. Se impuso la ley marcial y los porteños fueron obligados a dormir con los balcones y las puertas abiertas, debiendo permanecer las luces encendidas durante la noche.
La lucha por la soberanía se dejó sentir de otras formas. Sectores importantes de la población no se plegaron a las amenazas y los ordenamientos del gobierno militar impuesto por los invasores. Entre ellos hay que destacar el papel desempeñado por el magisterio del puerto, el cual, en su mayoría, se negó a servir al invasor, organizando un sistema paralelo al llamado departamento educativo de los estadounidenses, a pesar de la represión y los ofrecimientos económicos de las autoridades de ocupación. Aquí destaca Delfino Valenzuela y Elena V. del Toro, claros exponentes del patriotismo del magisterio veracruzano. Se dieron casos individuales de patriotismo anónimo. El guardafaros de la isla de Lobos, cercana al puerto, fue conminado a trabajar para los yanquis, a los que respondió: “no señor, yo no les trabajo a ustedes, yo no traiciono a mi patria, ni les voy a trabajar por ningún dinero que me den o, aunque me tengan preso todo el tiempo que quieran” (entrevista mía a Josefa Syvain).
En contraste con esta actitud valiente y digna, empleados municipales y de aduana, comerciantes y algunas familias de la oligarquía porteña, colaboraron activamente con el enemigo, recibiendo el repudio y el desprecio abierto de la mayoría de la población veracruzana. Los entierros de José Azueta y del capitán Benjamín Gutiérrez, el 11 y el 23 de mayo, respectivamente, se trasformaron en desafiantes manifestaciones de protesta por la ocupación extranjera: miles de ciudadanos siguieron los cortejos fúnebres por las principales calles de la ciudad. (Andrea Martínez. La intervención norteamericana a Veracruz, 1914, SEP, México, 1982.) Bajo la autoridad militar yanqui, el pueblo expresaba de manera clara su conciencia nacional, refutando con los hechos la falsedad de las apreciaciones de Jack London, quien, en mayo de 1914, escribió con entusiasmo en Collier’s:
“Verdaderamente, los veracruzanos recordarán largamente haber sido conquistados por los americanos (sic) y rogarán por el día bendito en que los americanos (sic) los conquisten otra vez. A ellos no les importaría ser conquistados para siempre”. (Collier’s, volumen 53, núm. 11, mayo 30, 1914)
Seis largos meses duró la ocupación del puerto. Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas constitucionalistas entran a Veracruz, mientras simultáneamente los invasores yanquis se embarcaban en el muelle. Así terminaba una más de las intervenciones de Estados Unidos a nuestro país; no sería la última.
Epilogo
El Senado de la República, el pasado martes 23 de abril de este año, autorizó el ingreso de tropas armadas de Estados Unidos “con el objetivo de capacitar a miembros del Ejército Nacional y realizar tareas de entrenamiento”. Un afrenta a quienes, hace 110 años, tuvieron el valor de defender la soberanía nacional y murieron en esa lucha.
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