Fragmentos de ponencia presentada en el evento anual de la Cátedra de Estudios del Caribe de la Universidad de la Habana. 9 de diciembre del 2016.
El escenario internacional en el que Cuba y los países del Caribe deben insertarse se caracteriza por múltiples y contradictorias tendencias. Muchas de ellas venían abriéndose paso desde hace algún tiempo, mientras otras se han hecho más notorias a raíz del Brexit y la victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU el 8 de noviembre del 2016.
Ello no quiere decir que las primeras hayan desaparecido y que sean las “novedosas” las que vayan a triunfar. Se parte del concepto que la realidad global, regional o nacional es mucho más rica y abigarrada que lo que podamos enunciar o describir como tendencias desde la academia o la política.
En estas reflexiones sólo apunto aquellas que pueden ser más relevantes para la identificación de amenazas y oportunidades a las que se enfrentaría la política exterior de Cuba en el nuevo escenario.
De manera estructural, continúa avanzando “objetivamente” el proceso de globalización con sus tres pilares básicos: la liberación de los flujos de capital; de bienes y servicios; y de mano de obra. Se consolida el proceso “natural” de concentración y centralización del capital; la conformación de un orden basado en cadenas globales y regionales de valor; el poder creciente de las transnacionales; la financiarización de la economía en detrimento de la inversión productiva; la deslocalización de empresas hacia países con mano de obra más barata; la importación de trabajadores extranjeros –legales o ilegales- hacia países centrales para reducir los costos de la producción y los salarios; el incremento de la desigualdad dentro y entre los países; la erosión del Estado de Bienestar donde existía; la imposición de medidas de ajuste estructural, entre otros rasgos.
Este modo de funcionamiento del capitalismo global, que caracterizó al sistema internacional desde fines de los ochenta, no obstante, ha develado serios problemas en su funcionamiento, y está generando conflictos y disfuncionalidades evidentes.
Se mantiene la crisis estructural y sistémica que eclosionó en el 2007-2008 en EEUU y que se ha esparcido por todo el mundo con visos de permanecer en la perspectiva mediata.Simplemente la economía no crece como debiera, lo que – además de otras causas- repercute en el agravamiento sensible de las contradicciones económicas, sociales y políticas del capitalismo, tanto a nivel de las sociedades nacionales, como de los conflictos internacionales.
Todos los organismos económicos mundiales reportan perspectivas de crecimiento moderado de EEUU; bajas tasas de crecimiento de las principales economías de la Unión Europea y de Japón. Se reducen las tasas de crecimiento en los países emergentes y subdesarrollados. América Latina crece muy poco. China estabiliza su crecimiento sólo sobre un 5% y la India lo incrementa ligeramente. El poder de “halar” la economía mundial por parte de los países emergentes, como sucedió en la primera década de los años dos mil, se ha reducido sensiblemente.
Aunque en su momento no se atisbó con toda su intensidad – y se sucumbió a la ideologización de la globalización, dándola por “inexorable e indetenible”- en casi todas las sociedades nacionales, incluyendo las de los países centrales, se mantuvo y ahora se acrecienta la puja de poderes entre los sectores vinculados al poderoso capital financiero transnacionalizado, por un lado, y otros sectores, más relacionados con los productores industriales, de materias primas, mercados internos, regionales, representantes de las medianas y pequeñas empresas.
Específicamente a nivel de las élites y de los grupos dominantes de los países centrales, se percibe un ascenso de los sectores nacionalistas, capitalizados por la derecha, sobre todo en EEUU, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón y en otros países, que claman por el “rescate” de la soberanía, reaccionan alérgicamente al ascenso de China y otras potencias emergentes, y se oponen a la globalización y regionalización de la manera que ha funcionado en las últimas décadas.
No necesariamente en conflicto con los sectores globalizados, pero sí con matices diferentes, estos grupos buscan generar una mayor cuota de plusvalía al interior de las fronteras nacionales, elevando la sobreexplotación de los trabajadores y reduciendo las regulaciones e impuestos a las corporaciones imponiéndoles restricciones - hasta donde sea posible- a sus proyecciones globalizadoras.
A nivel político e ideológico, se recrudecen las acciones de los establishments, sobre todo occidentales, contra los latentes y abiertos conflictos raciales, clasistas, nacionales y el proceso natural de mestizaje en sus sociedades. El tema de la lucha contra el terrorismo y la migración ilegal –complejos fenómenos engendrados por la reacción ante la anárquica globalización neoliberal y su imposición a las sociedades del Sur por parte de los Estados y organismos occidentales e intervenciones de sus fuerzas armadas - se emplea también para erosionar, y de ser posible, desligarse de muchos preceptos de la democracia liberal al interior de las sociedades de los países centrales. Es una manera de justificar también las acciones represivas y de control sobre los amplios sectores de las clases medias y populares, que paradójicamente, en determinadas proporciones y ocasiones, apoyan estos cursos.
Las nuevas fuerzas de la derecha, a nivel internacional, tienden a ideologizar menos que los sectores oligárquicos globalizadores los temas de la democracia liberal y la defensa de los derechos humanos, aunque los sigan empleando como herramientas para satanizar a países enemigos.
En este marco de “países first”, la competencia entre los centros de poder se agudiza, incluyendo la existente entre los propios países de la tríada (EEUU, Europa y Japón) y la que se libra con los llamados emergentes, principalmente China, Rusia, y otros actores regionales que buscan obtener mejores posiciones en el marco del orden internacional vigente, que hasta ahora sigue hegemonizado por el llamado Occidente histórico.
A nivel político-diplomático, las relaciones entre los centros de poder mencionados - por ahora- discurre entre la confrontación y la cooperación, dado el nivel de interdependencia existente, y la ausencia de paradigmas ideológicos alternativos. En muchas situaciones conflictivas se producen coaliciones modulares y flexibles, no necesariamente siguiendo una geometría de bloques pre-determinados. Estas coaliciones cuentan con la presencia, como aliados o adversarios, de grandes potencias, actores regionales o fuerzas no estatales.
Adquieren un mayor poder en el escenario global actores no gubernamentales, públicos y privados, incluyendo los grupos terroristas, las transnacionales, iglesias y movimientos religiosos, ONGs, entre otros.
En el caso de América Latina, donde primeramente se resquebrajó el andamiaje neoliberal ya a fines de los noventa, se percibe un debilitamiento de la respuesta que desde el centro-izquierda dieron los sectores progresistas a las fuerzas del imperialismo globalizador en los primeros 15 años del presente siglo. Este debilitamiento temporal se ha evidenciado en los cambios de gobierno hacia la derecha en Brasil, Argentina, el activismo opositor en Venezuela y el debilitamiento de las opciones integracionistas latinoamericanas. Está en curso una clara ofensiva de derecha impulsada desde Washington, aunque las fuerzas populares mantienen su resistencia y siguen en el poder las Revoluciones en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
EEUU continúa desempeñándose como actor clave del sistema internacional, aun cuando se ha reducido de forma relativa su superioridad global. En los primeros años de la Administración Trump probablemente se incremente su agresividad para recuperar posiciones perdidas y obtener ventajas en las negociaciones y conflictos internacionales, incluyendo la confrontación con el Estado islámico en el Medio Oriente, el enfrentamiento con actores internacionales de mayor peso, sobre todo con China e Irán, a diferencia de Obama, que en su segundo mandato priorizó la confrontación con Rusia.
Washington continuará evitando el empantanamiento en operaciones bélicas a gran escala en el exterior, y las llamadas operaciones de “nation building”, pero al mismo tiempo, incrementará su política de rearme, subversión en los países no afines a sus proyecciones y hegemonía. Trump desarrollará una política unilateral y de imposición de condiciones, lo que generará divergencias con los aliados europeos y asiáticos, sin llegar a lacerar sensiblemente las alianzas estructurales existentes.
Política hacia Cuba
En el escenario brevemente comentado, se perciben claramente dos designios estratégicos de confrontación global por parte del imperialismo con Cuba:
Por un lado, hay una clara voluntad de los sectores más mundializados, nucleados en la administración Obama y los países de la UE, para incluir a Cuba en el proceso de globalización en curso. Se desea promover los intereses de sus agentes económicos; evitar un mayor nivel de relaciones estratégicas de la isla con China, Rusia,Venezuela, y tratar de interactuar y de ser posible derrocar, o al menos modificar sustancialmente, al sistema cubano mediante el llamado “compromiso” (engagement), y no la hostilidad o aislamiento total o parcial como fue la norma en los 55 años previos, aunque ninguno de los instrumentos de esta política se han eliminado completamente.
Un cambio del sistema socialista en Cuba –preferentemente por vía evolutiva- tendría una importancia ideológica, simbólica y política trascendental de cara a su esquema de dominación hegemónica mundial. Sería absurdo pensar que, sobre todo EEUU y las principales potencias europeas, no seguirán actuando para obtener tales objetivos. En la práctica, con la Administración Obama, EEUU enriqueció desde inicios del 2015 su arsenal de políticas, incluyendo los instrumentos del poder blando y su presencia en la isla, pero sin abandonar ninguno de su política tradicional, incluyendo el del bloqueo económico. Todos estos instrumentos están en pie, así como los sectores de la burocracia, con sus respectivas mentalidades, que los han venido ejecutando tradicionalmente desde el Ejecutivo.
Esta política está enfocada en la noción de la “paciencia estratégica” y está asentada también en la espera de que en el país transcurra el relevo generacional del liderazgo, continúen los cambios en la política de actualización cubana, se debiliten las condiciones económicas por el empeoramiento de las condiciones en Venezuela y la maduración de los resultados de su política activa de “interacción” con la sociedad civil cubana –jóvenes, cuentapropistas,etc. Como instrumento de la política se incluyen las influencias de la comunidad cubano americana sobre la sociedad cubana.
La otra línea, que representaría la Administración Trump, sin desdecirse necesariamente de elementos de la anterior estrategia, y buscando los mismos objetivos, pero de manera más “impaciente”, privilegiaría un curso más confrontativo, de mayores presiones, hostilidad, injerencia, que detenga el ritmo de los avances en las relaciones bilaterales, y que de nuevo priorice la generación de inestabilidad y amplifique las críticas a Cuba a nivel internacional, desatando campañas de difamación y probables presiones multilaterales. Incrementaría las acciones de bloqueo, sobre todo en el ámbito financiero. Buscaría quitarle a Cuba los supuestos beneficios y “respiros” que, en su lógica, le otorgó el deshielo con Obama en el 2015 y 2016.
Este escenario con Trump no excluye elementos de cooperación con el gobierno cubano como algunos de los actualmente existentes, y que en los manuales de las llamadas guerras no convencionales o planes de subversión no se excluyen. No debe esperarse la ruptura de las relaciones diplomáticas, ni la afectación sensible de intereses económicos norteamericanos, aunque estos aún son incipientes y poco poderosos en comparación con el poder de la política probable de la “envalentonada” Administración, y sobre todo del Congreso Republicano.
Las posibles causas de esta mayor hostilidad de Trump hacia Cuba serían:
- Los grupos que lo apoyan no comparten el razonamiento de Obama de que los instrumentos de la anterior política de hostilidad han fracasado. Opinan que empleando los métodos de la confrontación, muchos recogidos en la Helms Burton, pueden lograr el cambio de sistema de manera más expedita.
- Percepción de vulnerabilidad de Cuba por los problemas económicos que afronta a raíz de la crisis de Venezuela.
- Interés en revertir el “legado” de Obama, del cual, junto con el acuerdo con Irán, forma parte el cambio en la política hacia Cuba.
- Cuba sería el “enemigo” más pequeño contra el cual se pudiera mostrar dureza en política exterior. La probable embestida contra China e Irán tendría muchos mayores costos.
- Reacciones ante las críticas desde la derecha porque Cuba no ha hecho las concesiones que se le han demandado en el área de los cambios en su sistema político y en el tema de las libertades y derechos humanos.
- Pago a las acciones de los cubanoamericanos de derecha por haber actuado a favor de los republicanos en las elecciones en la Florida. No sería tanto por el potencial electoral de los cubanos (los demócratas ganaron el Dade y el Broward County), sino por el papel que juegan los cubano-americanos en la maquinaria republicana en el Estado.
- Posibilidad de “hacer concesiones” al establishment republicano, cuyos candidatos a la Casa Blanca abogaron en las primarias por un endurecimiento de las relaciones con Cuba, sobre todo Marco Rubio y Jeb Bush. La Plataforma Republicana, aprobada por el hoy Jefe de Despacho de la Casa Blanca, Reince Priebus, es muy hostil contra Cuba. Los comentarios de Trump a raíz del fallecimiento de Fidel Castro van precisamente en esa línea.
- Visión de que América Latina no continúa apoyando a Cuba con la misma intensidad y de la misma manera que lo hizo en los años del 2010-2015, dados los cambios hacia la derecha en la región,
- Intentos de “comprobar” o medir la “resistencia” que le puede ofrecer la nueva dirección del país desde el 2018 a las acciones externas, incluyendo provocaciones de la contrarrevolución alentada por los EEU.
- No concreción de importantes negocios e intereses económicos norteamericanos en Cuba que teóricamente pudieran tener, para la fecha, la fuerza y voluntad de frenar las eventuales políticas gubernamentales hostiles de Trump.
En este escenario de detenimiento del proceso de mejoría de las relaciones bilaterales Cuba-EEUU o empeoramiento de las mismas (aunque todavía es prematuro precisar mayores detalles), los países europeos, en sus políticas bilaterales, se dividirían entre los interesados en mantener sus posiciones e intereses en Cuba y los mayores aliados de EEUU que, con matices, secundarían el curso norteamericano, y que no tendrían grandes intereses en nuestro país. De manera general, no obstante, Bruselas seguirá abogando por la línea de confrontación más afín con la posición del Presidente Obama, sobre todo después de la firma del Acuerdo con Cuba de diciembre de este año. En rigor, la política real de la Unión y de sus países miembros, incluso cuando estaba vigente la Posición Común, iba en la dirección de la modalidad de confrontación que posteriormente escogió la Administración Obama.
En general, los gobiernos de América Latina y el Caribe mantendrían la solidaridad con Cuba y el nivel de apoyo a nuestro país, aunque existirían matices en el nivel de involucramiento de algunos países. Algunos gobiernos latinoamericanos de derecha privilegiarían la hostilidad ideológica para fortalecer sus posiciones frente a los sectores progresistas nacionales, aunque se cuidarían de ser identificados como “trumpistas” por la opinión pública de sus respectivos países y evitarían romper los consensos ya alcanzados en la política hacia Cuba en el marco de la CELAC y otros organismos regionales.
Las políticas de Rusia y China en este escenario se mantendrían estables y mantendrían el compromiso con nuestro país, criticando el curso hostil de la Administración Trump, aunque los matices de su reacción y el grado de compromiso e incremento de su involucramiento en Cuba sería en dependencia del estado en que se encuentren para esos momentos las relaciones con EEUU y el bloque occidental en general. En el caso particular de China, es de esperar un proceso de incremento significativo de los nexos con la Habana.
Dado el potencial de relaciones cultivadas por Cuba con los gobiernos y sociedades de Canadá, Asia, Medio Oriente y Africa, es de prever la continuidad e incremento de los intereses y relaciones de estos países y de sus sectores económicos y políticos con la Isla, en tanto que les permite mostrar autonomía frente a la de seguro criticada globalmente política de Trump, además de satisfacer intereses económicos específicos, políticos, de cooperación, en los ambientes multilaterales, entre otros.
Está claro que en el escenario que se avecina, Cuba como cualquier actor internacional, va a confrontar importantes amenazas, pero también se abren oportunidades para su interacción, lo que incluye el aprovechamiento de los conflictos al interior de las clases dominantes de EEUU; la interacción con los otros actores internacionales en competencia con Washington como China, Rusia; los nexos que mantiene Cuba con países europeos, Canadá, América Latina y el resto de los actores gubernamentales de otros continentes. Se abren también importantes opciones de interacción con sectores económicos y corporaciones privadas, grupos de solidaridad, regiones y organismos de integración regionales.
Santiago Pérez Benítez. Investigador del CIPI
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