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13 mayo 2017

“Aun en primera persona, es la vivencia de una generación”


Entrevista a Hugo Soriani, autor de "Los días eran así"

Página/12


En la presentación del libro de Editorial Octubre, habrá una mesa de lujo, con Estela de Carlotto, León Gieco, Miguel Rep, Carlos Ulanovsky y Nora Veiras. “Ojalá estos textos despierten en los nuevos lectores una reflexión sobre lo que pasó”, dice.



“León Gieco y Carlos Ulanovsky fueron dos de los que más me alentaron para editar este libro.” 

(Imagen: Adrián Pérez)

La cárcel, la política, el periodismo, el fútbol y el rock contados desde las contratapas de PáginaI12: Así se anuncia Los días eran así, el flamante libro de Hugo Soriani que, en la selección y recopilación de esos artículos publicados durante años en este espacio que el diario ha vuelto central, logra contaruna historia que es a la vez personal y colectiva. Es una historia que “cuenta” todo eso que indica la bajada de su título, y lo hace con nombres propios a los que cada lector puede sumar otros tantos: los que se ven reflejados en las diferentes historias familiares y personales, en la reconstrucción de un pasado reciente que, como quedó claro con contundencia tras la reacción popular al 2 x 1, todavía necesita ser contado porque atañe con fuerza al presente.

Hoy [el pasado viernes 12 de mayo] a las 20.30 Los días eran así se presentará en la sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro, con una mesa estelar: acompañarán a Soriani la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto –quien escribió el prólogo del libro–, los periodistas Nora Veiras y Carlos Ulanovsky, el dibujante Miguel Rep –que ilustró el libro y además irá ilustrando el momento en vivo–, y León Gieco -uno de los que más “hinchó” para que saliera el libro, según detalla el propio autor–, que sumará algunas canciones. “Un lujo de mesa, ni yo lo puedo creer. ¡El único al que nadie conozca, va a ser el autor! La gente va a decir: ¿y el pelado quién es?”, se ríe Soriani, y enseguida se larga a agradecer: “Toda esta gente empujó para que esto fuese un libro, más toda la gente de Editorial Octubre, y muchos más. El libro tiene dos perlas: el prólogo de Estela y el epílogo de Ernesto (Tiffenberg, director del diario). Estela no sólo escribió y no sólo aceptó estar en la mesa: cambió su agenda cuando la tuvimos que reprogramar, porque estaba pensada inicialmente para el miércoles de la marcha. Así que tengo mucho que agradecer...”.

Dividido en tres ejes temáticos, el libro atraviesa pasado, presente y deseos de futuro entre las vivencias y pasiones que la bajada del título anuncia. El primero, “Nunca nos quisimos tanto”, toma una frase pronunciada por Eduardo Jozami en el contexto de un acto realizado en 2006 en la Unidad 9 de La Plata, en aquellos terribles “Pabellones de la muerte”. Allí Jozami, el entonces canciller Jorge Taiana, Soriani, Julio Mogordoy, también gerente de este diario y ex militante del ERP, el entonces presidente de Astilleros Río Santiago, Julio Urien, entre otros ex presos políticos, recordaban los años de cárcel y surgía esa idea. “Nunca jamás volví a sentir en libertad lo que sentí estando preso. Esa sensación épica de entrega absoluta, de jugarse todo por el otro, de compartir absolutamente todo, que casi siempre era muy poco. De entender en toda su profundidad que o nos salvamos todos, o no se salva nadie”, describe Soriani en el recuerdo.

–En esa primera parte del libro hay relatos muy tremendos, trágicos. Sin embargo prevalece ese sentimiento del que habla, y hay anécdotas graciosas, aun en ese contexto. ¿Buscó expresamente ese matiz?

–Me salió contarlo así, porque fue lo que viví. En la cárcel podías estar en una celda de dos por dos haciendo tus necesidades en un tarro de leche Nido, como cuento en el libro, y tener en otra celda a un tipo tratando de sacar gas butano de lo que había en su tarro, tratando de inventar un método para calentar agua para el mate. Está lo tremendo y están esas historias, porque como dice el título, Los días eran así. Está el tipo agradecido que soy hoy, y está ante todo la memoria de mis compañeros. Porque soy consciente de que soy, como muchos, un sobreviviente. En mi caso porque caí en cana antes del 76.

–¿De dónde sale el título del libro?

–De una canción de León Gieco, “A nuestros hijos”. En realidad, del momento en que la escuché por primera vez, en un concierto en el Luna Park, en marzo de 1984. Yo había salido de la cárcel en diciembre del año anterior, después de haber pasado nueve años preso, girando por Magdalena, Caseros, Rawson y Devoto. Estaba volviendo a todo. Así que ese show fue muy impactante. Yo en ese entonces no había entablado una relación de afecto con León como la que tengo ahora ni mucho menos, estaba ahí como espectador. Pero sentí que me estaba hablando a mí. Ahí León dice: “Perdonen la cara angustiada, perdonen la falta de abrazo, perdonen la falta de espacio... Perdonen por tantos peligros, perdonen la falta de amigos, perdonen la falta de abrigo... Los días eran así”. Esa canción me conmocionó, y me sigue conmocionando.

–Pero todavía no tenía hijos. ¿Por qué le hablaba a usted?

–Porque yo pensaba en mis compañeros, en todo eso que yo veía que vivían con sus hijos. La canción me estaba hablando como parte de mi generación. Y así como hoy yo digo: ¡qué suerte que tengo hijos, qué maravilloso!, recuerdo perfectamente haber pensado en esos años de cárcel “qué suerte que no tengo hijos”. Porque a todo eso tremendo que se vivía, se sumaba lo tremendo que pasaba con los hijos.

–En la segunda parte del libro, “Banda de sonido”, aparece muy tematizado el rock. ¿Por qué?

–Formo parte de una generación marcada por el rock y la política. Hubo quienes priorizaron más una cosa o la otra, pero todos sentimos ambas. Y hay toda una camada de músicos que, sin pretender hacer “canciones de protesta” ni mucho menos, hicieron un rock argentino muy social, y en definitiva muy político. ¿Qué es “Avellaneda Blues”, si no el retrato de un barrio proletario, de las vivencias obreras? Ahí Manal no quería hacer “canción social”, pero la mirada social estaba...

–Sin embargo se suele ubicar al rock por fuera, y hasta en las antípodas, del compromiso político...

–Yo creo que es todo lo contrario: se puede rastrear la toma de compromiso político en el rock. Entiendo lo que dice, y recuerdo que en aquella época el rockero era visto por muchos como un pequeño burgués... ¡Cómo le criticaban a Cantilo lo de “bronca sin fusiles y sin bombas!”. Yo siempre creí que el rock es otro tipo de compromiso, diferente al de la acción directa que tomamos muchos, pero es un compromiso. Y además todo eso de lo que habla el libro (el rock, la política, el fútbol, el barrio), estaban todos juntos, no eran compartimientos estancos. Al menos, para mí no lo eran. Y hasta hay muchos compañeros que uno ha descubierto que eran buenísimos músicos, estando en la cárcel: El Titino Aguado, que tenía una voz de barítono tremenda. Santiago Mc Guire, que dirigía el coro de la cárcel. Adrián López...

–Y a usted, ¿le hubiera gustado ser músico?

–¡Claro, pero soy un perro! Si hubiera sido bueno, no sé si no me quedaba con la música. Soy un músico frustrado, y lo admito. Me volví un melómano, es todo lo que pude ser. Y me puse a escribir... sobre música.

–¿Cuál es ese “mundo de sensaciones” del que habla el título de la tercera parte del libro?

–La Argentina de fines de los 60 y principios de los 70. Mi barrio, Almagro. El nacimiento de un compromiso político. El fútbol. La relación con mi viejo, un militar al que habían retirado por gorila. Un tipo que, estando en las antípodas de mi pensamiento, me bancó en la cárcel sin faltar a una sola visita, durante nueve años. El salvavidas que teníamos era la banda roja de River: cuando veíamos que naufragaba la relación, por discusiones políticas, nos poníamos a hablar de fútbol y nos encontrábamos. Así era en casa, y así siguió siendo también en la cárcel.

–¿Qué devoluciones ha tenido de estas contratapas, qué le dicen los lectores?

–Es increíble cómo pegan en la gente algunas historias. Más allá de que sean escritas en primera persona, resumen las vivencias de una generación. Tengo una foto en mi escritorio que me mandó un lector: la de la primera formación de River que recuerdo, de mediados de los 60, la primera vez que fui a la cancha. Bueno, cuando salió esa nota, que comienza justamente con esa formación (“Carrizo, Ramos Delgado y Echegaray; Sainz, Cap y Varacka; Onega, Pando, Artime, Delem y Roberto”), no encontramos esa foto para ilustrar, por ningún lado. Me escribió un lector, médico, especializado en Bioética: “Soy el sobrino de Ermindo Onega. La foto que pusiste no es la de esa formación. Seguro no la encontraste. Acá te la mando...”. En todos estos años han ocurrido cantidad de historias de ese tipo. Ni qué hablar del rebote en los compañeros reivindicados en esas vivencias, en las familias de los que ya no están. Es muy emocionante. Por eso, que el libro se publique en este momento en que se ve avasallada una política de Memoria, Verdad y Justicia, es muy valioso para mí. Porque este es también un trabajo por la memoria.

–¿Qué le gustaría que provoque la lectura de su libro?

–En los nuevos lectores, la reflexión sobre lo que pasó. La comprensión sobre por qué una generación se volcó a la militancia de diferentes maneras, inclusive la violenta, en función de haber crecido sin el derecho a votar, en un país en el que por años se cerraron todos los canales de participación. Y cómo esa generación, que creció asolada por dictaduras, en un contexto de época muy particular, influenciada por todas las rebeldías del mundo, desde el Mayo Francés al movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, revalorizó después esa democracia.

–¿Y en los lectores más grandes?

–Me gustaría que recuerden cómo era la vida del barrio, sin celular y sin computadora. Y que sientan que este libro es una serie de pequeños homenajes: A todos aquellos que hicieron y siguen haciendo música y que nos siguen alegrando la vida, por ejemplo. Porque la música sigue siendo el gran motor. Y a todos los compañeros que resistieron, y cuya memoria vamos a seguir honrando. 





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