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17 julio 2017

El Frente Amplio ante la refundación democrática del neoliberalismo




Los 327 mil votos obtenidos por el Frente Amplio (FA) en las primarias chilenas del domingo 2 de julio (mismo día en que la selección chilena de fútbol jugaba la final de la copa Confederaciones con Alemania), ocasionaron, a lo menos, la inquietud de un gobierno que preveía no más de 100 mil votos. No obstante, y dado que la votación de la coalición derechista “Chile Vamos” cuadruplicó a la del FA, se ha querido proclamar la insignificancia de cualquier combate a esta derecha por fuera de la coalición de gobierno. Dicha coalición, llamada “Nueva Mayoría”, no participó en estas primarias porque uno de sus partidos, la Democracia Cristiana, decidió que su precandidata llegue directamente a las elecciones presidenciales de noviembre.

Pensamos que los descartes apresurados del FA en favor de la gobernante Nueva Mayoría, atestiguan no solo compromisos con una realidad chilena socialmente cuestionada, sino que olvidan un aspecto fundamental de la reciente historia de Chile.

Como alguna vez nos dijo un dirigente del partido en que uno de nosotr@s militó durante la dictadura: hasta para arriesgar la vida de las direcciones al ingresarlas al país, había que contar con una maleta de dólares. Otro testimonio notable que obtuvimos indagando sobre violaciones a los DD.HH. nos refirió la cantidad de operaciones no declaradas por la DINA (primera policía política de la dictadura chilena) en contra de ayudistas de todos los partidos antidictatoriales que transportaban dinero en efectivo proveniente de la solidaridad mundial con la resistencia. Qué decir más tarde, cuando esta solidaridad ya pudo fluir hacia instituciones políticamente asediadas y hasta policialmente reprimidas, pero financieramente establecidas.

Hacemos notar fehacientemente nuestra creencia de que, a lo menos hasta antes del plebiscito de 1988 en Chile, ninguna porción importante de estos recursos terminó en el bolsillo de algún protopolítico de la época. Aun así, se marcaron dos formas de hacer política “democrática”. La de las bases militantes; más bien automovilizadas; y la de sus estructuras partidarias que sin duda aportaron organicidad al proceso político antidictatorial, pero que rápidamente se convertían en aparatos muy caros de mover.

El plebiscito de 1988, en el que, pese a perder, Pinochet obtuvo más del 44% de los votos, implicó que la solidaridad internacional aportara grandes recursos económicos para el triunfo de la oposición chilena. Esos recursos no solo se gastaron directamente en la campaña por el NO. También reforzaron los aparatos y estructuras de algunas fuerzas antidictatoriales reunidas en la “Concertación de Partidos por la Democracia”. Esta coalición concluyó desde entonces que, para mantener su ventaja electoral de solo 9 puntos porcentuales sobre el pinochetismo, requeriría los mismos altos montos de recursos económicos con que había afrontado el plebiscito.

Lo anterior, considerado en sus aristas incluso personales, debe contarse entre los factores que decidieron el tipo de pacto político de la llamada “Transición chilena a la democracia”, con la aceptación de algunos amarres institucionales feroces en favor del pinochetismo. Menos explícitos fueron los amarres de financiamiento político a los que adscribió la Concertación. Su convencida política de desmovilización de la sociedad civil, afectaba sin duda un tipo de despliegue electoral basado en el compromiso político de su propia militancia. Además, la aceptación del pacto transicional por parte de la Concertación, incluía enfrentarse electoralmente a un sector generosamente financiado por el gran capital. Financiamiento que paulatinamente la Concertación pudo disputar a partir de sus políticas en favor de las inversiones y de la subyacente acumulación ampliada de capitales.

Todo eso ha estallado recientemente, con una precesión continua de escándalos tales como sobresueldos pagados a políticos en el gobierno para financiar campañas de sus correligionarios, o como las evidentes contraprestaciones entre partidos de la Concertación y empresas privadas ejecutoras de obras para el Estado de Chile.

Así, lo que resalta en la reciente campaña del FA para las elecciones primarias, es su reconexión con la política autogestionaria de la base militante, reemplazando las grandes sumas de “dinero político”, por trabajo gratuito. Tal vez a esto se deba que quienes han buscado menoscabar al FA desde la Nueva Mayoría, pretendan reducir su caracterización a la de una fuerza política de profesionales económicamente acomodados. Juicio tan ligero y abusivo, que también podría aplicarse al PC chileno si no se lo mirase más allá de su bancada parlamentaria.

Es sobre este fondo de historia política reciente que, sin ninguna euforia, los 327 mil votos del FA en primarias deben ser considerados como un éxito fundamental y una primera victoria rotunda sobre la idea de que: sin arreglines de dinero, no se puede hacer política.

Ahora bien, nadie en el FA desconoce que él es apenas una parte de la corriente histórica que ha venido moviendo los límites de lo posible en Chile; sin embargo, paso a paso, el FA ha propuesto un modo para materializar la expansión de esos límites. De igual manera, las franjas más extensas y activas del FA, se han comprometido a trascender el mero momento electoral, para contribuir decididamente a una sociedad en que sean los propios pueblos quienes desde su imaginación económica, cultural y política, instituyan los lazos de la producción para el bienestar de sus miembros y de la vida en común.

Esta posición estratégica del FA se expresa también en que una parte importante de sus cuadr@s polític@s ha asumido que la posibilidad de una Democracia auténtica, sin apellidos, ni letras chicas, se encuentra seria y terriblemente amenazada por la performance electoral de la derecha en primarias.

Según dirían sabios tan diversos como Thompson o Freire, hay que hacer la experiencia para aprender de ella. El Frente Amplio hizo la experiencia de estar allí, donde esta derecha -acaso la más dura y dogmática del orbe- le cuadriplicó cada uno sus laboriosos 327 mil votos. Dicha experiencia no da lugar a ninguna prelación moral, sino que establece una obligación para el FA de profundizar sus vínculos rigurosamente políticos con los movimientos sociales chilenos. Han sido las propuestas y las prácticas de estos movimientos las que han mostrado la viabilidad de una verdadera Democracia para Chile. En esa profundización de vínculos políticos deberá proyectarse un gobierno encabezado por los sectores sociales transversalmente presentes en tales movimientos, es decir, aquella parte supernumeraria de la población chilena que vive de su propio trabajo, sea éste manual, intelectual, de servicios o incluso de emprendimientos orientados a mercados específicos.

Razonablemente se pedirá que ese proyecto del FA muestre su distancia con el de la Nueva Mayoría. No obstante, en este punto, consideramos vital que el FA se haga cargo de una tarea anterior: demostrar que el carácter impresentable de la derecha chilena no es un calificativo moral, ni un mero accidente de debate provocado por las personalidades de sus precandidatos Ossandón y Piñera, sino un enunciado estrictamente literal.

Lo que la derecha chilena no puede presentar, es que de consuno con el 1% más rico del país, han concluido que el modelo de economía social de mercado ya no puede ser administrado por la misma composición de fuerzas. El FA ha aquilatado in situ y por golpiza que la derecha, como representante de ese 1% más rico, no promueve ni participa en elecciones solamente para cooptar e institucionalizar fuerzas sociales rebeldes; si así fuera, lo mismo le daría ganar que perder. Hubo que estar allí para reconocer el desbroce del campo que, mediante las primarias, operó la derecha. Para la derecha estas primarias son el hito clave de una refundación del neoliberalismo en democracia, validando de paso la refundación dictatorial del capitalismo chileno.

Hace bastante tiempo la derecha chilena comprendió que cancelar el proyecto latinoamericano de industrialización y reemplazarlo por la comercialización de materias primas en contexto de liberalización global, sería pan para ayer y hambre para hoy. Su actual desafío de refundación neoliberal en democracia busca hacer gobernable el traspaso de los costos aquí implicados hacia la población que vive de su trabajo. Un propósito que no obedece a la avaricia o maldad intrínseca del 1% más rico, sino a una ética estructurada y estructurante que vincula dogmáticamente cualquier recuperación económica, con gigantescos procesos de acumulación de capital (por supuesto en manos de la gente [de] bien).

La breve experiencia orgánica del FA está situada entonces en el ojo político del ciclón refundacional derechista. El FA sabe, por ejemplo, que un eventual gobierno con mayoría parlamentaria del ganador de las primarias de la derecha, Sebastián Piñera, constituiría el necesario momento institucional de la refundación.

Como tácito democratacristiano de derecha y miembro del 1% más rico de Chile, Piñera, tiene evidentes ventajas para alinear a los inversionistas de la región y convencerlos de que la verdadera cosecha comenzará en un eventual siguiente gobierno de su coalición (encabezado por Felipe Kast –contendiente de Piñera derrotado de antemano en las primarias - o un equivalente socialcristiano que podría provenir incluso de la derecha concertacionista).

Las franjas más activas y extensas del Frente Amplio comprenden que, más allá de toda buena intención, esa cosecha derechista consistirá en traspasar masivamente los costos del estancamiento primario exportador a la población chilena que vive de su trabajo. Estas mismas extensas franjas del Frente Amplio han sido las primeras en alertar sobre el dogmatismo neoclásico de Felipe Kast, dispuesto a calificar a Pinochet como dictador, con tal de colar su terrorífico libremercadismo: una concepción lineal y mecanicista del desarrollo como una “cola” de problemas sociales donde los actores se forman disciplinadamente. No es extraño que en este componente de la refundación neoliberal -recientemente saludado por la candidata democratacristiana de la Nueva Mayoría- la cola deba ser encabezada por los niños, “beneficiarios” primeros de todos los disciplinamientos desplegados en la historia de Chile.

La contienda de primarias además ha enseñado al FA -y ojalá a otras muchas fuerzas y analistas políticos- que la derecha refundacional es heredera del riñón pinochetista: su odio mortal contra toda forma colectivista o comunitaria capaz de desactivar las lógicas inherentemente patriarcales del mando capitalista. Esta adhesión a las bases del pinochetismo y a la historia del patriciado es, por ejemplo, lo que permite a Kast acoplar los dos extremismos históricos de la oligarquía chilena: el conservadurismo y el libremercadismo, indisolublemente vinculados por el patriarcado capitalista. De ahí que en su concepción del desarrollo social, la figura del cigoto-embrión, como supuesta vida amenazada por la libertad de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos, resulte tan capital. En el cigoto-embrión la derecha encuentra efectivamente la manifestación más elevada de su concepto de individuo: una existencia que no requiere ninguna comunión con el mundo, ni siquiera con la mujer que Dios habría decidido sea su madre (la derecha chilena ha planteado sin ambages que premiará a los que no “marchan”, protestan, se sindicalizan u organizan para luchar colectivamente por su bienestar).

Para la recalcitrante oligarquía representada por la derecha chilena en las recientes elecciones primarias, la única comunidad válida es la producida por el modelo eucarístico (falo-sacerdotal, jerárquico y sacrificial). Es el mismo tipo de comunidad patriarcal que la derecha propone para administrar el trabajo asalariado en la empresa capitalista. En vez de una comunidad cooperante de productoras y productores en cuerpo presente, la derecha ve una comunidad cuyo valor se establece en un lugar diferente al del puesto de trabajo y al del uso concreto de los bienes producidos. Una comunidad de sacrificios competitivos cuyos valores “justos” se establecen en un “lugar” abstracto y celestial: el mercado.

Así, después de las grandes movilizaciones sociales de los últimos 12 años, la derecha, que incluye a una parte matizada pero extensa de la Nueva Mayoría ausente de las primarias, promueve una imagen de las trabajadoras y trabajadores como aquella “clase media sacrificada que no quiere nada gratis”, ni para sí, ni mucho menos para los demás, incluidas las personas jubiladas. Y, por favor, téngase en cuenta que solo se elogia a la gente sacrificada, si en algún punto se la ha considerado sacrificable. Ergo, la refundación neoliberal en democracia busca que quienes viven de su trabajo se comporten como una clase sacrificable para que la economía chilena “vuelva” a ser competitiva.

Las izquierdas sociales y orgánicas que desde otras alturas juzgan las decenas de trastabillones dados por las revolucionarias y revolucionarios en el FA, deben a lo menos hacerse cargo de que la violencia sacrificial del 1% más rico, incluye el objetivo estratégico de ganar elecciones populares a todo nivel. Los dispositivos, especialmente mediáticos, para la insegurización y fascistización machista, clasista y racista de la vida cotidiana, también se orientan a esas victorias electorales; del mismo modo que, en un nivel tecnocrático, lo hacen ciertas formulaciones macroeconómicas, tan elegantes y sofisticadas, como necias y tautológicas. Sobrepasar estos dispositivos en el punto de las elecciones populares, es apenas una de las tareas políticas libertarias, pero una tarea impostergable y con especificidades concretas.

Con todo esto, cabe analizar la victoria de Beatriz Sánchez en las primarias del FA, como algo más que una diferencia de recursos orgánicos respecto a la campaña de Alberto Mayol. Precisamente por la contundencia intelectual de este último, es que cabe preguntarse cuánto pesó el feminismo de la candidata ganadora; pero no como simple proclama, sino como interpelación compleja –más allá de lo intelectual argumentativo- al orden profundamente sacrificial que hemos descrito en esta columna.

Entonces hablamos del feminismo no como otro centro de conflictividad separado de la explotación laboral, sino como una superficie en la que se palpa el intolerable sinsentido del sacrificio que quiere endosarnos la derecha. Porque en esa superficie lo que se siente, más bien, es la potencia del trabajo vivo, su capacidad para sacar a poblaciones de la pobreza, para expandir servicios, para acercar consumos básicos, y realizar algunos sueños familiares. Una superficie que sugiere otra forma de pasar a la ofensiva, de medir la ruptura no meramente por el carácter más o menos exaltado de las demandas y los métodos de lucha, sino por el desplazamiento radical en las formas de disputar y ejercer el poder, sin prescindir, ni tampoco depender de la representación. Pues, en efecto, para el FA es evidente, mas no desalentador, que el feminismo de Beatriz Sánchez no representó a los pueblos de Chile en esta elección primaria, ni tampoco a todos los sectores políticos colocados de parte del trabajo y en contra de los abusadores. Sin embargo, ha permitido comprender que esta refundación neoliberal no está tan preocupada de contender con el progresismo, el socialismo del siglo XXI, o la insurgencia encapuchada, sino que se prepara para aprovechar las contraposiciones de todas estas fuerzas, en función de redisciplinar a la clase trabajadora chilena para que acepte sobrellevar los costos del estancamiento y la crisis primario exportadora.

¿Qué política puede hacer el FA con estos datos que ha obtenido en el terreno? Eso será materia para una siguiente columna, no sin antes dejar una piedra en su camino: el FA debe su existencia y sentido político a movimientos sociales que, a todas luces, se han configurado de un modo diferente al antiguo movimiento obrero ¿puede entonces el FA asignarle al trabajo una nueva centralidad política en la que el feminismo juegue un papel fundamental? Parte de la respuesta ya está dada por los descubrimientos del FA respecto de la refundación neoliberal. Falta hacer el análisis específicamente político de la contienda que dicha refundación plantea.


Miguel Urrutia F.: Doctor en Sociología por la Universidad de Lovaina, Bélgica . Académico del Depto. de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Militante de Izquierda Libertaria. 

Gael Yeomans A.: Egresada de Derecho de la Universidad de Chile. Candidata a diputada por el Frente Amplio en el distrito 13. Primera Secretaria de Izquierda Libertaria.




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