La familia real saudí no solo está en una guerra de poder contra Irán o Siria, sino que además, parece que también se encuentra en guerra consigo misma. Cualquier observador atento a los últimos cambios de Arabia Saudí se habrá percatado que se están produciendo una serie de giros integrales en el país, acompañados por una serie de derrotas protagonizadas por el príncipe heredero Mohammad bin Salmán que merecen especial atención.
Este príncipe heredero, apodado “príncipe de la guerra” cuyo liderazgo desorientado es responsable de la desastrosa guerra de Yemen, el fracasado golpe en Jordania o el errado plan de injerir en el Líbano a través de la destitución de Hariri, son resultado de sus decisiones marcadas por el alto riesgo. Todo ello tras un golpe palaciego con el objetivo de la centralización del poder en la casa Saud. El camino tomado por el príncipe, el plan de reforma económica de Visión 2030 y la emergencia de dos potencias, como es el caso de China y Rusia, marcará la hoja de ruta de la monarquía del golfo en los próximos tiempos.
Tras los secuestros de miembros de la casa real por parte del príncipe heredero, así como los pasos en falso concernientes a su política exterior, han mostrado una Arabia Saudí débil y en crisis, tanto externamente como internamente. Los últimos comportamientos solo muestran los fracasos y el empantanamiento de una guerra contra Yemen que se está convirtiendo en su particular Vietnam o contra Hizbullah y las luchas internas, dibujando un panorama crítico para el reino.
Por si fuera poco, la rivalidad histórica entre Teherán y Riad, las recientes protestas auspiciadas por los saudíes que han mostrado la fortaleza de los ayatolás y la pasada ruptura de relaciones con Doha han dibujado un tablero geopolítico muy complejo en la región.
¿Quién es Mohammad bin Salmán?
El impulsivo príncipe Saudí, exhibido por occidente y sus medios como un joven modernizador con voluntad de reformar la monarquía y adoptar un “islam moderado”, es el principal responsable de los fracasos militares y diplomáticos que ha sufrido Arabia Saudita.
Bin Salman es el cuarto hijo del rey Salmán bin Abdulaziz , quien se hizo con el trono en 2015 por la muerte de su medio hermano de 90 años. Unos meses después, el príncipe sufrió un ascenso meteórico, tras un decreto de su padre que lo situaba como príncipe heredero en sustitución de Mohammed bin Nayef, su primo, en la línea de sucesión y quién se convertiría en uno de sus rivales. A partir de entonces, el desconocido príncipe se convertiría en una figura central en el país.
Bin Salmán se encontró en poco tiempo al frente del ministerio de defensa, además de a cargo de las decisiones del coloso petrolero estatal Aramco, de la compañía de inversiones estatales y de líder de la agencia anticorrupción. Un enorme poder de toma de decisiones económicas y militares otorgado a una persona impulsiva y con una política agresiva. A partir de ahí comenzó el encumbramiento que le llevaría a eliminar cualquier figura que le hiciese sombra y tomar una serie de decisiones de alto calado como la de devastar Yemen con magros resultados.
A nivel interno se promovió un plan de reforma económica y social denominado Visión 2030 para cambiar el patrón económico del país y que el príncipe se ganase el apoyo de los sectores más jóvenes. Este plan se combina con la encarcelación y la retención de los familiares y príncipes saudíes que se consideraban una amenaza para su liderazgo, así como un aumento de la represión en pro del ascenso del Bin Salmán. A nivel exterior, el ascenso de las relaciones con Rusia y China, junto con la rivalidad de Irán y el fracaso militar frente a los Houthis, el aislamiento de Qatar o en Jordania.
Visión 2030 y la oposición al príncipe heredero.
Los tímidos cambios llevados a cabo por el joven príncipe como el decreto de Riyahd de permitir a las mujeres conducir o de reabrir los cines, no son reformas puntuales sino que atienden a un plan de reforma sociocultural para que el país pudiese llevar a cabo el Plan 2030. Se trata de una reestructuración socioeconómica gradual que transformase el reino de la exportación y la “adicción” del petróleo a una economía “normal” sin dependencia del crudo. El 'Proyecto de la Visión de Arabia Saudita-2030 ” incluye una serie de reformas como la venta de acciones de la gigante estatal Aramco o un fondo estatal de inversiones con 2 millones de dólares. Esto también afectará al sector militar, reforzando la “industria militar nacional” y cambios sociales como el incrementar la participación de mujeres en la fuerza laboral.
Estos cambios también buscan los apoyos de la juventud, mayoritaria en el país. Bin Salman sabe que la mitad de la población de Arabia Saudita es menor de 25 años y que junto con la progresiva incorporación de las mujeres, puede suponer un apoyo ante un hipotético golpe por parte de la “vieja guardia”.
Esto se debe a que la estructura política de Arabia Saudita se asemeja a un tándem de poder autoritario entre la realeza y los clérigos. Estos últimos no aceptaron las reformas, considerando que se trata de “golpe blando” contra los seguidores de Muhammad ibn Abd al-Wahhab. La gran parte de estos clérigos consideraron una ofensa, “haram”, la actitud del príncipe heredero por estar prohibido por la ley islámica. Es por ello que el clero Wahhabi-Takfiri ha reaccionado frente al mandato de Mohammad con relativa disconformidad. El plan del príncipe es aumentar la verticalidad del poder y reprimir a aquellos sectores que se muestren disconformes.
Se ha iniciado una campaña de represión al cuerpo religioso arrestando a activistas y religiosos, como los dos clérigos Salman Al-Oudah y Awad al-Qarni, ambos independientes del establecimiento religioso oficial. Bajo el pretexto de “trabajar por potencias extranjeras”, el príncipe busca que el clero, de carácter wahabita, y otros sectores y candidatos no se interponga en su liderazgo.
Por otro lado, lo que se está viviendo es una lucha de poder y de intriga palaciega. La purga ha alcanzado a los miembros de la familia real, siendo arrestados más de una docena de príncipes, parte de ellos frente al palacio real Al Yamama en Riad. El golpe palaciego se hizo visiblemente público el 4 de noviembre de 2017, que conllevó el arresto de 1300 personalidades, en su mayoría del clan Abdallah, en los que se incluyen políticos o familiares, bajo pretexto de la lucha contra la corrupción. Quizás el nombre más sonado es el millonario príncipe inversor Alwaleed bin Tala, uno de los hombres más rico del mundo, quien fue arrestado bajo sospechas de supuesta corrupción. Además de los arrestos, se confiscaron 800000 mil millones de dólares a adversarios y rivales políticos. Se trata de un movimiento de piezas al más puro estilo “game of thrones” para eliminar cualquier tipo de oposición a su persona, como el caso de Mohamed bin Nayef, de 57 años, depuesto como príncipe heredero meses antes. Incluso, paradójicamente, los rebeldes houthis llegaron a ofrecer asilo a los familiares perseguidos por las purgas palaciegas.
Este proceso puede suponer la base para una próxima crisis. Esta purga ofrece una capitulación de estos príncipes frente al poder de Mohammad bin Salmán y por otro lado, se autopublicita como principal impulsor de la campaña anticorrupción (aunque estos arrestos estén relacionados con el poder político). El hecho de que busque apoyos en los sectores más jóvenes alejándose de la vieja guardia (clero y sectores tribales) puede amenazar su liderazgo. Confiar en el apoyo popular le obligará a ceder en más reformas lo que puede hacer peligrar su figura.
De Moscú a Sanaá, indicios de multipolaridad.
La carrera entre Arabia Saudita (sunií) con Irán (de mayoría chií) no deja más que una colección de fracasos. Bin Salman puede enorgullecerse de sufrir las derrotas de Siria, Yemen o el fallido secuestro de Hariri. No solo no ha conseguido la victoria, sino que los ha empujado hacia el enemigo o a la unidad frente al agresor extranjero.
Desde la investidura por parte de su padre en 2015, ha iniciado una política exterior de agresividad, acusando a los houties de ser financiados por Irán y por ende, ser el enemigo a batir.
Dos años de guerra en Yemen han demostrado que ha sido una guerra desastrosa para Arabia Saudi quien no ha podido con los houties arraigados en su territorio y enfrentándose contra la coalición de diez países liderada por los sauditas. Lo que parecía una guerra sencilla que enfrentaba a una Arabia Saudí con uno de los mayores presupuestos del mundo frente a unos guerrilleros con armas anticuadas y en sandalias se ha convertido en una pesadilla para los saudíes. Yemen se ha convertido en un país devastado, en el que la cifra de civiles muertos no deja de aumentar. La desnutrición, un bloqueo por parte de Riad que ha resultado catastrófico para la población civil (véase en que Yemen importa el 90% de los alimentos), el cólera que afecta a 900.000 personas, la falta de atención sanitaria y los continuos bombardeos y el silencio respecto a las agresiones saudíes, ha convertido a Yemen en un país que se desangra.
El caso de Yemen no es el único revés que ha sufrido el Joven heredero, el intento de destituir a Saad Hariri, primer ministro del Líbano, con el fin de neutralizar a Hizbullah ha resultado un fracaso. Su secuestro por parte de los saudíes provocó que el país, que es pieza clave en el enfrentamiento entre saudíes e iraníes, comprendiese que la destitución formaba parte de una estrategia de choque contra Irán (y el enfrentamiento contra Hizbullah previo a Irán). Por lo tanto, las diferentes fuerzas se unieron para rechazar la destitución, incluso los segmentos sunies, además de la pasividad de Israel. Por otro lado, el plan para destituir al jefe de Estado jordano fue abortado en el último momento. Este plan que involucraba a miembros de la casa real jordana fue instigado por los saudíes con la ayuda de los príncipes jordanos Ali y Faisal pero fue finalmente descubierto, lo que acarreó que el rey Abdalá II retirase a ambos de sus puestos militares.
Pero el camino de errores no termina ahí, las recientes protestas en Irán han mostrado que los ayatolás se mantienen fuertes. Estas protestas, que los iraniés denunciaron como provocadas por los “enemigos de Irán” fuero observadas y comentadas con mucha atención por los saudíes, quienes saben que pueden darse dentro de su territorio. Parecido resultado tuvo la ruptura de relaciones con Qatar, que conllevó a la unidad interna de este país y a que se mostrase favorable a Irán.
Por último, las victorias de Bashad Al Ashad en Siria frente al Estado Islamico es la guinda al derrotero saudí. Se ha demostrado que Arabia Saudi financia a grupos de carácter salafista y los sustenta. Estos grupos, presentes en la batallas como las de Alepo, tienen como función desbancar al partido baaz sirio. La importancia estratégica que tiene Siria para Irán es importante. La República islámica sabe que su influencia y seguridad regional depende de esta alianza estratégica.
La conclusión que se extrae de estos traspies es una Arabia débil, incapaz de influir en otros países, a diferencia de Teherán. Los saudíes tiene en cuenta que los persas tienen una gran influencia en Saná, Bagdad, Damasco y Beirut. La derrota siria y los diferentes relineamientos regionales no sientan bien a los Saud que ven en el creciente chií una amenaza directa y ordenan su política exterior de acuerdo a Irán.
Uno de los cambios que puede hacer transformar la política saudita es el renacimiento de las relaciones con China y Rusia. El aumento de estas relaciones puede suponer una progresiva desconexión respecto a Washington y una posible integración en un orden multipolar.
Recordemos que en el año pasado la diplomacia militar y nuclear ha estado muy presente. Se han firmado acuerdos como la venta de sistemas antiaéreos s-400 (siendo la visita al Kremlin la primera de un monarca Saudi en un siglo) como los acuerdos para producir los famosos kalashnikov rusos. No solo eso, la propuesta “rosatom” para construir la primer central nuclear en Arabia que iniciaría una cooperación más profunda. Además, también se dio diplomacia tradicional como el intento de crear en Siria una oposición unificada o el acuerdo de salida de la OPEP “que devolvió la vida a la OPEP” como dijo el ministro de energía de Arabia Saudí hasta mínimo finales de 2018.
A ello tenemos que sumar la cooperación con Beijing, con acuerdos en los últimos meses de 130 millones de dólares como la posibilidad de intercambiar petróleo en yuanes o la producción tecnológica. La posición de Arabia Saudi en los planes chinos de “un cinturón, un camino” es clave y en los próximos meses se producirá un resurgir de la cooperación entre estos dos países.
La colaboració entre estos países podría dar lugar a un cambio en la política saudí incluso la posibilidad de cambio por parte de EEUU de los planes para la monarquía. EEUU necesita de agentes regionales que contengan a los iraníes, los saudíes son la fuerza principal, pero si estos no cumplen su función, Washington tendrá que buscar alternativas.
Conclusión.
El papel regional que cumple Arabia Saudí es de un enorme peso. No solo, desde el punto de vista económico, por ser el país que contiene la quinta parte de reservas de petróleo. Además, por ser el aliado incondicional de occidente, sobre todo frente a ideologías como el panarabismo o el comunismo. Los dos objetivos geopolíticos principales son, por un lado, contribuir a los proyectos de EEUU y por otro, contener y hacer frente a Irán, ya sea bajando el precio del petróleo o exportando un islam takfiri que considera a los chiitas apóstatas.
Arabia Saudí se enfrenta tanto a problemas estructurales como contingentes. Las derrotas en Yemen y en Siria y las acusaciones de financiar el terrorismo así como la exportanción de un islam conservador (wahabismo), contando con la complicidad de sus crímenes en Occidente, la convierten en un peligro que puede llevar a una hipotética (pero no imposible) guerra chií-sunii, guerra que se le haría imposible a Arabia Saudí sin ayuda.
El “único país del mundo que es propiedad personal de un solo hombre”, afronta muchas dificultades y es fácil que en los próximos meses se produzcan protestas contra un gobierno que va de derrota en derrota pese a un Occidente que la sustenta. Es un hecho que Arabia Saudí es un país en declive y está claro que el reino no puede afrontar los desafíos externos, como es la carrera con Irán al mismo tiempo que busca cambiar su naturaleza. En todo caso, tiene que ser estable y reforzarse en casa para poder hacer frente a los retos exteriores. Todo ello mientras el reloj corre y los iraníes van ganando terreno. Si bien el príncipe tiene la sartén por el mango al ser familia cercana de Salman, la incapacidad de afrontar las amenazas externas podría agravar las luchas internas. Si bien este país ha sido centro inmutable y rígido de la región, comienza a ponerse duda este papel.
Fernando Solana Romero, Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas en la UAM.
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