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20 marzo 2018

¿Por qué Vietnam sigue siendo importante? (Parte IV)



Una evaluación estadounidense


Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Bernard Fall muere en la Calle sin Alegría

La denominada Calle sin Alegría , al norte de Hue, cerca de donde mataron al escritor Bernard Fall 

Matthew Stevenson, en exclusiva para CounterPunch, ha viajado desde Hài Phòng y Hanoi, en lo que antes era Vietnam del Norte, hasta las tierras altas centrales y Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, en búsqueda de los vestigios de la guerra de EE. UU. en Vietnam. Esta es la IV Parte de una de serie de ocho (Véase: I Parte , II Parte , III Parte ).

Cuando viajas por Vietnam, uno de los campos de las batallas estadounidenses más difíciles de visitar es el de la Ofensiva de Tet, que estalló en el invierno de 1968 como si de un incendio forestal se tratara entre la Zona Desmilitarizada (ZDM) y la embajada estadounidense en Saigón.

Tet constituyó una gran ofensiva del Viet Cong sobre el terreno. Aunque el ejército estadounidense rompió los asedios en Khe Sanh, Hue y Saigón, los comunistas consiguieron una importante victoria psicológica sobre los estadounidenses durante Tet, que sirvió para advertir que la supuesta “luz al final del túnel” no era nada más que el expreso de la reunificación encaminándose hacia el sur en pos de las huellas del ejército de Vietnam del Norte (EVN).

Tres años después de la implicación estadounidense en la lucha, se suponía que las imágenes que aparecían en los informativos de la noche no podían mostrar la presencia de guerrilleros en los terrenos de la embajada de EE. UU. en Saigón. No se sospechaba tampoco que iban a exhibir la bandera del Viet Cong ondeando sobre la ciudadela de Hue ni a los marines luchando por salvar la vida en Khe Sanh, que estaba en un rincón remoto de la Zona Desmilitarizada, muy cerca de la frontera con Laos y la Ruta Ho Chi Minh.

Estudios posteriores sobre el levantamiento indicaron que Tet, a nivel militar, fue una ofensiva que resultó muy costosa para la parte comunista. Tuvo que desplegar fuerzas del Frente de Liberación Nacional en el sur, lo que pudo haber retrasado la victoria del Norte otros siete años más. Cecil B. Currey, en su biografía del general Giap, Victory at Any Cost , escribe: “Tet fue un desastre táctico… El Viet Cong no pudo volver a luchar en unidades del tamaño de batallón”.

Por el lado norteamericano, Tet tampoco fue la derrota que se reflejó en los informativos vespertinos. Por vez primera en la guerra, el Norte y sus aliados del Viet Cong lucharon en formaciones convencionales, lo que permitió que la superioridad estadounidense en el poder aéreo y la artillería destruyeran parcialmente muchos regimientos comunistas. (Antes, los estadounidenses se habían limitado a cazar fantasmas en la selva con escaso éxito.)

Pero la victoria comunista en Tet fue sobre todo política porque puso fin a la presidencia de Lyndon Johnson, eliminó del mando a William Westmorland y liquidó la ilusión de que los estadounidenses podrían ganar alguna vez una guerra terrestre en Vietnam.

Currey concluye: “En medio de la derrota táctica, Giap creó un vacío en la voluntad estadounidense de proseguir trasmitiendo fotos de C-130 ardiendo en Khe Sanh, de zapadores norvietnamitas en los mismos terrenos de la embajada de EE. UU. en Saigón y de combates por la ciudadela de Hue”.

Hue – la ciudad vieja: “¿Qué demonios está pasando?”

En este viaje estuve pedaleando por los alrededores de Hue, aunque el tráfico alrededor de la ciudadela y la ciudad imperial parecía en cierto modo un túnel de lavado a presión. Sí, uno puede desplazarse junto a las murallas de ladrillo que los marines recuperaron al EVN (los combates en la ciudad vieja duraron unas seis semanas) y husmear en algunos de los vestigios militares que los estadounidenses dejaron atrás, ahora desperdigados alrededor de un museo del ejército.

Oculto a la vista en Hue, aunque vayas en bicicleta, está la magnitud en la que la estrategia estadounidense resultó un fracaso de incompetencia en el año 1968, como el hecho de que varios regimientos del EVN se colaran en Hue sin que nadie en el mando estadounidense hiciera sonar las alarmas.

Desde 1965 a 1968, Westmorland y el gobierno estadounidense pensaron que bombardeando el Norte, arrojando napalm sobre la jungla, matando guerrilleros en las patrullas y agrupando a la población del Sur en “aldeas estratégicas”, Vietnam del Sur podría emerger como democracia estable, digna de tanta sangre y dinero estadounidense.

El ejército sudvietnamita no estaba en la guerra para derrotar al comunismo sino para apuntalar la sucesión de régimenes-títere en el sur, que fue la amarga lección que John Paul Vann aprendió en Ap Bac, cuando los comandantes locales (a las órdenes directas de Saigón) se negaron a comprometer sus fuerzas en la batalla.

Ni tampoco los 550.000 soldados y marineros estadounidenses pudieron nunca suprimir la rebelión del Viet Cong ni la invasión del Sur por el EVN. En el mejor de los casos, el poder aéreo estadounidense pudo mantener un equilibrio precario en los combates, pero entonces, como Vann descubrió con mucha mayor velocidad que el resto del gobierno estadounidense, arrojar napalm sobre las aldeas no facilitaba precisamente que uno pudiera ganarse los corazones y las mentes.

Tampoco la estrategia de desgaste de Westmorland fue otra cosa que una actualización de las guerras de exterminio emprendidas contra los indios que habitaban nuestro país. El profesor Christian Appy, en American Reckoning , escribe: “El periodista Michael Herr oyó en una ocasión a un soldado que estaba en Vietnam ofrecer su opinión sobre la teoría dominó: ‘Todo eso no son más que tonterías, tío. Estamos aquí para matar vietcongs. ¡Y punto!’”.

Loren Bartiz, en su excelente aunque inquietante historia Backfire: A History of How American Culture Led Us Into Vietnam and Made Us Fight the Way We Did , escribe:

El objetivo era matar. El general Westmoreland no sabía hacer otra cosa: “¿Qué alternativa había allí para una guerra de desgaste?” El capitán Jenkins entendía que los objetivos del ejército de EE. UU. se habían convertido en esto: “Las operaciones son la estrategia”.

Las razones de Westmorland para pensar que los norvietnamitas se sentirían desalentados ante las listas de víctimas es uno de los misterios y errores persistentes de la guerra. En muchas ocasiones Ho Chi Minh decía: “Mataréis a diez de nuestros hombres y nosotros a uno de los vuestros pero, al final, seréis vosotros los que os hartaréis de todo”.

En el libro del periodista Mark Bowden Hue 1968 , y en la miniserie The Vietnam War, el coraje de los marines liberando la ciudad imperial es una de las epopeyas de los estadounidenses en armas.

Menos de un regimiento completo de marines, luchando puerta a puerta con el valor con que tomaron Tarawa , limpiaron la ciudad vieja de fuerzas del EVN (aunque no antes de que los soldados de Hanoi hubieran masacrado a unos 5.000 colaboracionistas).

Aparte de las películas bélicas, quedó patente que esa valentía estadounidense no tuvo influencia alguna en el resultado de la guerra. Una vez que la bandera del enemigo ondeó sobre la ciudadela, el esfuerzo bélico estadounidense se agotó.

Jonathan Schell, periodista del New Yorker, en su libro The Real War (en gran parte escrito durante 1968) escribe sobre Tet: “El blanco exacto que quedó destruido en Tet no fue ninguna instalación militar sino una determinada imagen de la guerra que el gobierno de EE. UU. había plantado en las mentes de su pueblo”. Walter Cronkite, el afamado presentador del noticiero de la noche de la CBS, lo expresó así: “¿Qué demonios está pasando? Creía que íbamos ganando la guerra”.

Primero los franceses, después los estadounidenses

Viajando por Vietnam, lo que me resultaba más difícil de entender es por qué tan pocas personas del establishment político de EE. UU. se dieron cuenta de que Vietnam era una causa perdida. Desde la conferencia de Ginebra de 1954, hasta la década de 1970, si no más tarde, los políticos estadounidenses realizaron viajes de reconocimiento a Vietnam, escucharon informes, contemplaron el nebuloso paisaje (los franceses decían que el clima escupía) y se marcharon convencidos de que la guerra podía ganarse con botas en el terreno y B-52 por el cielo.

¿Se dio cuenta alguien de que Vietnam es más largo que California, con un paisaje que bien podría ser una mezcla de los Everglades de Florida y de las montañas Allegheny? En un territorio así, un ejército mecanizado iba a quedarse empantanado en los arrozales o en los valles solitarios, del mismo modo que los proyectiles aéreos y de artillería serían armas malgastadas al alcanzar la jungla. Pero entonces, en vez de distribuir sus tropas alrededor de las ciudades, Westy [Westmorland] las envió a rincones remotos de la jungla, donde todo cualquier potencial de fuego resultaría prácticamente inútil.

Geográficamente, Vietnam era como una invitación a ahorcarse, y el mismo espejismo que en 2003 provocaría la invasión de Iraq con 145.000 hombres y algunos contratistas de Blackwater, hizo que enviaran a Vietnam un ejército de 550.000 hombres, pensando que podrían ir avanzando por un frente que se extendía a lo largo de más de 1.600 kms, medido a lo largo de toda la costa. (En comparación, piensen que se necesitaron 600.000 soldados estadounidenses para pacificar Okinawa, y que ese frente de batalla tenía unos 10 kms. de ancho y alrededor de 65 kms. de largo.)

Al norte de Hue

Si alguna vez hubo una encrucijada en el atolladero de Vietnam, se halla entre Hue y la ciudad de Quang Tri, entre las pequeñas aldeas y pueblos que bordean las dunas de arena y los arrozales entre la carretera nº 1 y el mar del Sur de China.

Los soldados franceses que aterrizaron aquí en 1953 apodaron a una de las carreteras la Calle sin Alegría, testamento de los duros combates que allí se produjeron entre las fuerzas francesas y las guerrillas Viet Minh, que se fundieron en un paisaje que tiene los aspectos sombríos de una pintura holandesa.

A principios de la década de 1960, el académico y periodista franco-estadounidense Bernard Fall tituló su primer libro (sobre ambas guerras, la francesa y la estadounidense, de Vietnam) Street Without Joy , que para él bien podría haber sido una metáfora de todo lo que salió mal en el combate después de 1945, cuando los franceses decidieron volver a imponer su voluntad colonial sobre Indochina (en particular sobre Vietnam).

La primera vez que oí hablar de la historia de Fall estaba en la universidad, en la década de 1970. Había sido el libro preferido durante los primeros años de la administración Kennedy, en una época en que se estaba considerando enviar asesores militares que ayudaran al ejército sudvietnamita en sus esfuerzos bélicos.

No leí el libro de Fall hasta después de visitar Vietnam en 2016, y entonces llegué a la conclusión de que no muchos de los que estaban alrededor del presidente John F. Kennedy podían haber terminado como la historia, teniendo en cuenta que su última frase dice:

Y este es quizá un epitafio tan bueno como cualquiera para los hombres [los franceses] que tuvieron que caminar a lo largo de la calle desolada y sin esperanza que fue la guerra de Indochina hasta 1954, así como para los estadounidenses que han ido siguiendo ahora sus pasos.

Escribe de forma detallada sobre la dificultad de combatir en este sector al norte de Hue:

Lo que hizo tan complicada la operación para los franceses fue el terreno, como es habitual en Indochina .

A esta zona le sigue la misma “Calle sin Alegría”, bordeada por un sistema bastante curioso de pequeñas aldeas a menudo conectadas y separadas unas de otras por menos de 200 o 300 metros. Cada aldea forma un verdadero pequeño laberinto que apenas mide más de 61 metros por 91 metros y está rodeada de arbustos, setos o árboles de bambú, y de pequeñas vallas que hacen que la vigilancia terrestre, al igual que la aérea, sean prácticamente imposibles.

Esta zona de aldeas, de unos 32 kms. de largo y más de 275 kms. de ancho, constituyó el corazón de la zona de la resistencia comunista a lo largo de la costa central de Annam.

El destino quiso, demostrando así lo poco que cambiaban las cosas en Vietnam, que Fall volviera a la “Calle sin Alegría” en febrero de 1967, cuando él y un camarógrafo salieron a patrullar por allí con un pelotón de marines estadounidenses.

Sin embargo, en 1967, los estadounidenses no estaban teniendo mejor suerte que los franceses en 1953 para pacificar la zona y, trágicamente, cuando iba con esa patrulla, Fall pisó una mina terrestre y murió al instante.

Alrededor de quince años de estudios y periodismo serio sobre el tema de las guerras francesa y estadounidense en Vietnam se convirtieron en humo, quizá una de las razones de que la lucha prosiguiera casi diez años más.

Bernard Fall vuelve a la Calle sin Alegría

Tras mi visita de 2016 a la Calle sin Alegría, traté de localizar una serie de libros y artículos sobre la carrera de Fall, incluida una biografía que su viuda, Dorothy Fall, publicó en 2006 bajo el títuloBernard Fall: Memories of a Soldier-Scholar .

El rendez-vous de Fall con su destino en la Calle sin Alegría se produjo después del más tortuoso de los viajes. Había nacido en Viena, de padres judíos que huyeron de los nazis en 1938 y se asentaron en el sur de Francia.

Bernard tenía 13 años cuando empezó la II Guerra Mundial, y tuvo que vivir que sus padres se consumieran en sus respectivos holocaustos. Su padre murió combatiendo en la resistencia francesa y su madre fue deportada a Auschwitz. A la edad de 16 años, Bernard se unió también a la resistencia y luchó hasta la liberación a finales de 1944.

La aguda mente de Fall y su vivo intelecto atrajeron la atención del ejército estadounidense en 1945, que le contrató, entonces con 19 años, como traductor (hablaba francés, alemán e inglés con fluidez) durante los juicios de Nuremberg.

Después de esa etapa, prosiguió sus estudios en París y Munich, y en 1950 ganó una beca de doctorado en las universidades de Maryland y Siracusa, que obtuvo en ciencias políticas en 1952.

Cuando buscaba un tema para su tesis de doctorado en Siracusa, le animaron (al haber servido en el ejército francés durante la II Guerra Mundial) a que emprendiera el estudio de la primera guerra de Indochina, que se propagaba por todo el país. Como Dorothy escribe en sus memorias, Bernard era un académico inusual porque quería ver por sí mismo el paisaje de su tesis.

En 1953, empezó emprendiendo una serie de viajes por toda Indochina, lo que le llevó a escribir su primer libro, Street Without Joy (1961), compilado a partir de algunas de sus cartas a Dorothy.

Siendo un profesor que vivía en Washington D.C., y alguien que era buen conocedor de los disparates de la derrota francesa en Dien Bien Phu (1954), Fall estuvo muy solicitado como orador y asesor mientras los estadounidenses se hundían en el mismo torbellino que consumió al ejército francés desde 1946 a 1954.

Dorothy escribe sobre su amplia influencia:

Una persona que actuó como consecuencia de haber leído Street Without Joy fue el soldado Ron Ridenhour, que después se convertiría en un periodista laureado. En 1969, Ridenhour escribió una carta al Congreso y al Pentágono en la que exponía por primera vez la horrenda masacre y encubrimiento de My Lai. Ridenhour no estaba con su antigua compañía cuando se produjo la barbarie pero muchos de los hombres que habían participado en ella se lo contaron. Cuando le preguntaron por qué él y sólo él había lo había denunciado, Ridenhour contextó: “Había leído Street Without Joy de Bernard Fall en el barco en el que iba a Vietnam, y eso me aportó una perspectiva histórica que pocos de mis colegas parecían tener”. Dijo la verdad.

A pesar de la amistad de Fall con los senadores William Fulbright y George McGovern, entre muchos otros, nada de lo que él pudiera decir o escribir sobre las anteriores guerras de Vietnam causó impresión alguna en la política oficial de EE. UU. en Vietnam después de la retirada francesa.

En su último mensaje a su esposa, escribió: “Mañana por la mañana voy a entrar en un ataque de un heliborne con el I Batallón, el noveno de marines, y adivina dónde: en la Calle sin Alegría. El VC [Viet Cong] está aún allí, todavía la mantiene bajo su control”.

Como al presidente Kennedy le gustaba decir cuando estaba enfadado: “Siempre hay algún hijo de perra que no pilla el mensaje…”

Intentando conmemorar a Bernard Fall

Fall murió fuera de la aldea de Lai Ha, a la cual, por segunda vez, llegué en taxi desde la ciudad de Hue. Me llevó 25 minutos llegar allí. Al igual que en mi primera visita, caminé a lo largo del borde de la carretera, intentando imaginar su última patrulla. No hace falta decir que no hay ningún indicador en el lugar; ni nadie cerca a mano que pudiera recordar una muerte de hace cincuenta años en una guerra que se cobró cientos de miles de vidas entre soldados y civiles.

Muchos años después de que mataran a su marido, Dorothy Fall fue a la aldea de Lai Ha con sus hijas. Pero sólo se aproximaron al lugar exacto, que por otra parte se había perdido en medio de la niebla de la guerra. Escribe:

Caminamos hacia un lugar aislado en el borde del pueblo que parecía ser el inicio de la Calle sin Alegría. A pesar de su fama, era sólo un camino que discurría por tierras pantanosas. No lo seguimos. Estuvimos bastante cerca .

No puedo ni imaginar que el gobierno de Vietnam permitiera colocar un indicador en Lai Ha en recuerdo de Bernard Fall. No cabe esperar que alentaran el homenaje a un académico franco-estadounidense.

Ni tampoco puedo imaginar que el gobierno estadounidense, teniendo en cuenta que ignoró las lecciones de sus historias, se tomara la molestia de consagrar la tierra en la que cayó. Durante demasiados años, la mayoría de las autoridades del gobierno ignoraron cuanto escribió en sus proféticos libros.

Sin embargo, en mi mente, pensé en una inscripción que podría quedar bien en una placa de bronce hundida en el terreno pantanoso. Diría así:

Bernard Fall

En este lugar, el 21 de febrero de 1967, mataron al académico y escritor franco-estadounidense Bernard Fall, junto con el sargento Byron G. Highland, fotógrafo del Cuerpo de Marines de EE. UU. Fall murió durante una patrulla con efectivos del Primer Batallón del Noveno Regimiento de Marines. Su muerte, en la llamada Calle sin Alegría, recuerda tanto a los soldados franceses que estuvieron aquí en 1953, como al título de su bestseller de 1961, en el que planteaba que los estadounidenses estaban condenados a repetir en Vietnam los anteriores errores del ejército francés. Si se hubiera prestado atención a las palabras de Fall, su muerte -y la de tantos estadounidenses, franceses y vietnamitas en estas calles sin alegría- podría haberse evitado.

También podían haber servido de epitafio para Fall las palabras del teniente coronel Lucein Conein resumiendo la experiencia estadounidense en Vietnam. Conein era un filibustero, al igual que los ejércitos francés y estadounidense en Indochina. Además, pasó un tiempo, por decirlo de alguna manera, con la CIA. De los esfuerzos de la guerra recordaba, según se cita en la biografía del general Giap de Cecil Currey:

“Así pues… enviamos diez veces la cantidad necesaria de fuerza aérea. Los B-52 Rolling Thunder. Y tuvimos nuestro propios puestos de avanzada Beau Geste que llamábamos bases de apoyo de fuego. Estábamos ya metidos en un camino sin salida. Nos pasó lo mismo que les había pasado a los franceses. No aprendimos nada, ni una maldita cosa.”

Matthew Stevenson es redactor colaborador de Harper’s Magazine y autor de varios libros, el más reciente de ellos Reading the Rails . Su próximo libro es Appalachia Spring. Vive en Suiza.

 Fuente:  https://www.counterpunch.org/2018/03/16/why-vietnam-still-matters-bernard-fall-dies-on-the-street-without-joy/
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma. 

https://www.rebelion.org/noticia.php?id=239235


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