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15 mayo 2018

Dólar planchado, defensa del statu quo explicada didácticamente


Uruguay



Así como la ruptura de la tablita fue un factor determinante para la caída de la dictadura, la disparada del dólar y el corralito en el 2002 fue un elemento determinante para la derrota de los partidos tradicionales. De esa manera, en la escena política, se proyectaron las sombras del incendio que arrasó la economía nacional.

El país entero mira de reojo a la Argentina y piensa que una corrida del dólar sería funesta para los trabajadores, los productores y el gobierno. Un desastre total, pero a río revuelto, ganancia de pescadores, pues la crisis sería harto beneficiosa para aquellos que cuentan con reservas suficientes para acaparar bienes. Siempre significan una aceleración en el proceso de concentración de riquezas.

Habida cuenta de la devaluación en Brasil y Argentina, desde el gobierno se intenta dar tranquilidad a la plaza y nada se puede objetar en ese sentido. El gobierno cumplió con todos los requisitos exigidos por el Banco Mundial y las calificadoras de riesgo: libre circulación de capitales, déficit fiscal menguado y aumento contenido de la inflación. Precisamente esas metas permitieron una buena calificación, que a su vez otorga credibilidad a la hora de invertir en nuestros bonos, es decir, en nuestra deuda. El gobierno a su vez ha ido cambiando la deuda de dólares a pesos brindando bonos con buen interés. La deuda en pesos alcanza un 47%, y buena parte de esa deuda se encuentra en unidades indexadas, lo que quiere decir que cada peso a pagar aumenta a medida que el peso pierde valor.

El gobierno argumenta y propagandea que ha logrado el “desacople” de la región, que significa que hemos diversificado nuestros destinos de exportación y por eso dependemos menos de las ventas a Argentina y Brasil (1). Significa también que el porcentaje de depósitos por parte de argentinos en nuestros bancos ha disminuido y por eso los avatares del dólar en la región deberían incidir menos que en el pasado.

Ahora bien, por más relativo desacople que se haya logrado, el verdadero problema es que no hemos logrado un desacople a una economía minúscula y frágil por donde se la mire.

El aumento del dólar en una economía minúscula y frágil

El precio del dólar funciona por la ley de la oferta y la demanda. Cuantos más dólares se lancen al mercado menor será su valor y viceversa. El Estado tiene una variedad de recursos para planchar por un tiempo el dólar, dos de los cuales son las reservas del Banco Central que no se tocan por nada del mundo salvo para vender o comprar dólares (hemos perdido millones en esas operaciones) y la emisión de bonos en pesos, para cuya obtención los inversores extranjeros deben desprenderse de dólares deprimiendo así su precio.

Sin embargo, una suma de factores pueden empujar a la suba del dólar, pues desde el momento en que EEUU aumenta su tasa de interés, los inversores compran los bonos de allá, así que los dólares se van de acá para allá y se supone que además en un mes volverán a subir las tasas de allá, lo que acentuará la depreciación del resto de las monedas.

Esto quiere decir que si se deprecian las monedas locales de los países que compiten por colocar los mismos productos que nosotros, ganan en competitividad y nos desplazan de los mercados, habida cuenta que todos vendemos en dólares. A su vez, si se deprecian las monedas locales en los lugares donde nosotros exportamos, como Argentina y Brasil, y no se deprecia la nuestra, también se reduce nuestra competitividad. Sumemos a estos factores la presión al alza por la consecuente pérdida de ingresos por el turismo, pues pierde atractivo como destino un país donde el dólar tiene escaso valor.

Dependemos, como todos los demás, de los vaivenes de la economía mundial: el aleteo de una mariposa en el este puede generar un cataclismo en el oeste. El problema es que no dependemos como todos los demás de los vaivenes de la economía mundial, sino que dependemos mucho más que todos los demás de los vaivenes de la economía mundial, pues somos una economía minúscula que en vez de aprovechar la década de buenos precios para generar producción industrial, agregar valor a nuestras exportaciones, invertir en innovación y desarrollo, robustecer el mercado interno, producir para la región y diversificar de verdad nuestros puntos de venta, nos dedicamos a defender el statu quo de productores de bienes primarios que rezan para que no bajen los precios.

La inversión extranjera

En vez de utilizar la bonanza para iniciar el salto a la industria, hemos seguido las recetas del Banco Mundial y hemos logrado el visto bueno de las calificadoras de riesgo y así, a la hora de pagar deuda, emitimos más deuda, que es lo que hacemos, mientras alentamos la inversión extranjera que nos permitiría adquirir más tecnología, tecnología que no hemos adquirido ni por las chapas, y dinamizar nuestra economía, dinamización que no encontraremos aunque busquemos afanosamente (2).

Se supone que en nuestros países falta inversión y que las únicas posibles son las que provienen del extranjero. De ahí los beneficios fiscales para atraerlas, es decir, la pérdida de millones de dólares en forma de tributos no cobrados, aunque otros países como nosotros no exoneran y el capital igual permanece. Se supone que toda la inversión extranjera es benéfica e innovadora, pero lo que aquí ha hecho es adueñarse de lo que ya funcionaba, amén de tierras: frigoríficos, arroceras, producción cerealera, exportaciones, bebidas, grandes superficies e instituciones bancarias (3).

Falta en rigor demostrar que aquí no haya capitales para invertir. Los uruguayos tenemos más dinero colocado afuera que la suma de nuestra deuda y el Banco Central reserva millones de dólares para la “eventualidad” de tener que frenar una disparada del dólar, o para mantenerlo en la franja preestablecida, y así un día vende y el otro compra y perdemos fortunas que se suman a las fortunas que perdemos cada vez que emitimos nueva deuda, para pagar la deuda vieja y tirar la pelota para adelante.

Sin mencionar el imprescindible plan de desarrollo nacional que seguiremos esperando, acaso con algunos de esos miles de millones de reserva se podría hacer algo, un incentivo a los productores nacionales que nos equipare con los insólitos beneficios a los capitales extranjeros. Acaso los mil millones, que a la larga serán mucho más que mil millones, que gastaremos para beneficio de UPM mientras despuebla el campo con forestaciones y termina de poluir el Río Negro, podrían utilizarse para algo más creativo, como financiar la producción de aceite de soja o sostener a la gente que debe vender sus campos.

Hace tiempo la Cámara de Industria y los productores rurales claman por un dólar más alto y la sóla idea de un dólar más alto nos asusta a todos, pues nos recuerda el 2002 y el 82, pero si la exportación tiene un freno, si perdemos competitividad, si se corta la cadena de pagos, si se deprime el mercado interno, si se pierden puestos de trabajo, como se han perdido cincuenta mil en los últimos tres años, a la postre, todo esto junto a los otros factores, provocarán la subida abrupta del dólar y la ruina por añadidura.

La política monetaria

Podemos mantener el dólar o subirlo un poquitito, para asegurarnos el gran logro de frenar la inflación, apostar a cierto consumo de bienes importados y mantener el déficit fiscal bajo, pero eso significa mantener el statu quo, mantenernos flotando como un corcho en tanto sigan comprando a buen precio nuestra carne y nuestra soja (no existe “nuestra” celulosa; nuestra carne y nuestra soja tampoco son del todo nuestras), pero apenas los precios bajen, como ha sucedido siempre en la historia del capitalismo, nos veremos en serios problemas y eso es lo que ha pasado: los precios bajaron, los productores rurales se endeudan, las empresas van a concurso, la inversión retrocede, la desocupación se incrementa, la marginación crece, la inseguridad aumenta y los tiburones que especulan con la crisis acechan, pues penosamente desaprovechamos el momento para iniciar el camino a otra economía y nos guardamos la guita para la eventualidad de usarla para mitigar lo inevitable, como si un hombre que muere de sed guardase un balde de agua para la eventualidad de apagar un incendio.

Una leve y progresiva suba del dólar aliviaría la situación, pues sería un incentivo a la producción nacional, el verdadero motor de la economía. Es una medida que debería acompañarse de otras medidas, como atender a los asalariados y a los deudores en dólares.

Las señales de alerta son evidentes. No por capricho surgió el movimiento de los autoconvocados y de nada sirve divagar con que es un movimiento con intereses político partidarios. Acá no vienen a cuento las estadísticas amañadas. Los signos de crisis son elocuentes, los vemos en la movilización del campo y los vemos en la calle. Todavía hay margen de sobra para actuar, pero si sólo destinamos los recursos a mantener el statu quo, en algún momento nos encontraremos a las puertas del desastre.

Notas:


(1) El actual desacople no es muy seguro, pues nos encontramos en la eventualidad que nuestro principal mercado China, invierte en alcanzar el autoabastecimiento de alimentos y a modo de ejemplo, compra millones de hectáreas en otros países.

(2) Lejos de “dinamizar”, la inversión extranjera lo que ha hecho es “despoblar” y “empobrecer”. El aliento al monocultivo de eucaliptus ha sembrado taperas. Su impacto social son “grandes bolsones vacíos de población, con la consecuente destrucción de formas culturales de arraigo y permanencia”. Citado de entrevista a Federico Cantera Nebel.

(3) Salvo la producción de celulosa, que por otra parte se ha apropiado de los eucaliptus.


https://www.rebelion.org/noticia.php?id=241602

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