Las prácticas de comunicación popular–sindical, indígena, comunitaria, de voces surgidas desde la resistencia, gritos revolucionarios- fueron siempre manifestación de un proyecto emancipatorio, de búsqueda de cambio, de liberación, de los sectores que sufren cualquier tipo de dominación. Surge para disputar, para alterar, interpelar, discutir el orden dado en el campo de la comunicación y la cultura, para alterar las relaciones de dominación que son propias y constitutivas del modelo de comunicación y dentro del modelo de sociedad capitalista.
Mario Kaplún señalaba que la comunicación popular se apoyaba en tres pilares: la educación, la organización y la comunicación misma. El movimiento popular no hace comunicación por la comunicación misma, sino que la practica en el marco de un proceso transformador en el cual el componente comunicacional se entraba y fusiona con el pedagógico y con el organizativo.
Las organizaciones y los movimientos populares se acercaron a la comunicación frente a la necesidad de sortear el bloqueo informativo planteado por los grupos corporativos y la concentración mediática. En una sociedad que quiera construirse en democracia y que, para ello necesita de la comunicación también democrática, es impropio seguir denominando como “alternativa” a la comunicación popular, porque la idea de alternatividad puede sonar a exclusión y llevarnos a pensar a la comunicación popular y comunitaria como un subsistema ajeno a la centralidad de la disputa política y cultural.
La comunicación popular y comunitaria no es alternativa. Es un componente esencial de la comunicación democrática y una herramienta imprescindible para garantizar pluralidad de voces, diversidad de miradas y manifestaciones en la sociedad democrática. Sin esa comunicación es poco menos que imposible alcanzar la democracia comunicativa. Motivo suficiente para que el Estado, como lo hace con la educación y la salud, asuma la responsabilidad indelegable de garantizar su sostenibilidad.
Y por eso, la comunicación comunitaria, popular, alternativa, que desarrolle un proceso articulado a la transformación social, económica y política que demanda la sociedad, desde los barrios periféricos de las ciudades a las veredas y los pueblos, aparece como herramienta idónea para desalambrar los latifundios mediáticos. Es la posibilidad de vernos con nuestros propios ojos, asumirnos quienes y cómo somos y no tratar de copiar modelos foráneos que lo único que logran es crearnos mayor dependencia.
En Colombia se han desplegado iniciativas mediáticas con sentido social. Los medios construyen sus agendas con y desde la comunidad, con variedad de voces que enriquecen el debate ciudadano, bajo la figura de asociatividad y una polifonía textual participativa vinculante. Los medios comunitarios y alternativos regionales cumplen un papel importante ante el reto de transformar sociedades vulneradas, pero con un papel fundamental en cultivar una cultura de paz que lleva reconciliación y desarrollo social.
Uno de los tópicos de la comunicación popular se encuentra en América
Latina, y se refiere a la confrontación de clases, en momentos en que el proyecto político de ultraderecha había ganado terreno en las dos últimas décadas, pero también los movimientos populares comenzaron a ganar protagonismo y a asumir una nueva conciencia en su tarea por la transformación social. Se hizo evidente, entonces, la confrontación radical entre dos modelos y en ella la comunicación alternativa (a la de los medios hegemónicos) estaba llamada a jugar un papel protagónico.
Díficil tarea, la de devolverle la voz y la identidad a los que los medios hegemónicos y el poder capitalista volvieron borregos políticos mudos. A diferencia de la prensa comercial, la comunicación popular se construye desde abajo, hombro con hombro, sumando virtudes, conocimientos, recursos, discusión, democracia participativa. Porque lo único que se construye desde arriba, es un pozo.
La prensa independiente y alternativa con perspectiva popular es un escenario importante en la construcción de diálogos intersubjetivos, intergeneracionales e interorganizativos, posibilitando comunicarnos, colectivizar la opinión, construir conciencia y propiciar mejores niveles de participación o democracia directa.
Hay una disputa de sentidos por esta otra comunicación, por una comunicación con protagonismo de la gente, en la que se puedan construir otras formas de poder y de establecer las decisiones colectivas. El capitalismo no es el destino final de la humanidad, sino que hay alternativas para construir otro mundo posible.
La comunicación vinculada con organizaciones sociales y comunitarias, sobre todo de los sectores populares, ha tenido diversos nombres a lo largo de la historia: popular, comunitaria, alternativa, ciudadana y/o educativa, pero lo que caracteriza estas prácticas no es tanto el nombre, sino el escenario y los actores sociales que participan del proceso de comunicación. Si bien existen ciertas diferencias entre la comunicación comunitaria, educativa y popular todas estas modalidades nombran un conjunto de prácticas diversas que tienen su horizonte en la resistencia o la transformación de los procesos sociales hegemónicos y, por lo tanto, las asume como formas de contrahegemonía.
Los medios de comunicación no reflejan la realidad, sino que la construyen. Y ese lugar desde donde la construyen no puede estar reservado al pensamiento de unos pocos. A través de este proceso de construcción que implica la selección del tema sobre el cual se quiere decir algo, del tipo de lenguaje utilizado, de la selección de imágenes para ilustrarlas y de las decisiones sobre dónde deben ser ubicadas, los medios también comunican y envían mensajes relacionados con los modos de concebir las relaciones entre las personas, sus prácticas y sus experiencias.
El deber de la información popular es develar la mentira y la manipulación que imperan en la prensa hegemónica, máxime cuando ésta ha sido una de las patas de los gobiernos impuestos por las castas económicas y políticas en toda la historia del país y que intentarán abortar cualquier atisbo de poder popular en ciernes.
Comunicación y poder
Sabemos que una cosa es acceder al gobierno y otra la toma del poder: para que se gobierne para todos, los medios populares están llamados a tener un rol formativo e informativo por demás importante y para ello deberán desarrollar –más allá de lo que pueda hacer el gobierno- una estrategia comunicacional acorde con las urgencias del momento.
Hay una disputa de sentidos por otra comunicación, que pueda construir otras formas de poder y de establecer las decisiones colectivas, en la que los protagonistas sean la gente, en la que se puedan construir otras formas de poder y de establecer las decisiones colectivas. La comunicación, si la entendemos como derecho humano, es también una puerta y una ventana, porque nos muestra el mundo.
Cuando tomamos la palabra, también compartimos una interpretación de nuestro lugar en el mundo, y el lugar que queremos que ocupe nuestra comunidad, nuestra forma de entender la economía, de entender la política, la relación con el medio ambiente, la alimentación, con nuestro cuerpo…
Es justamente tomando la palabra, como la podemos compartir y distribuir. Entonces, es la comunicación una forma de poder, y cuando aliada a la educación nos ayuda a comprender un mundo que pueda ser más justo, más equitativo, sin discriminación, en que la democracia se pueda realmente vivir con pluralidad, para que nadie se sienta discriminado/a, excluido/a o víctima de violencia.
Cambia, ¿todo cambia?
Todo ésto parece repetido, viejo, a veces hasta inmovilizador. El mundo cambia, la tecnología avanza. Hoy hablamos de metaverso, de un nuevo capitalismo de plataformas y de vigilancia. Y nos arrinconan o arrinconamos en campos de batalla equivocados o ya perimidos, mientras las corporaciones hegemónicas desarrollan sus tácticas de poder.
Hoy se habla de metaverso y posverdad, de un nuevo capitalismo de plataformas y de vigilancia, de que la inteligencia artificial puede escribir textos mejores que los nuestros. Y alerta que no comprender la realidad e insistir en interpretarla con códigos del pasado, lleva a arrinconarse para pelear en campos de batalla equivocados y muchas veces perimidos, mientras las corporaciones tecnológicas desarrollan sus tácticas de poder. Es como pelear contra la fibra óptica con arcos y flechas.
Pocas veces hacemos un mea culpa, pero la realidad es que no fuimos capaces de rediseñar discursos, formas de acción, ni medios de comunicación propios lo suficientemente capaces de contrarrestar los embates símbólicos y espirituales contra el pueblo.
El campo de batalla se había trasladado del terreno geográfico a las “mentes” de las poblaciones que expuestas a un constante bombardeo simbólico (tanto por los medios como las redes sociales), fueron reconstruyendo imaginarios sociales que los llevaba a asumir un relato que atentaba contra de sus propios intereses. Lo que allí se ponía en juego era precisamente esa verdad, esa realidad efectiva, que los pueblos fueron construyendo sobre la base de políticas de unidad y soberanía y que ahora se intenta suplantar.
Sin embargo, este avasallamiento comunicacional no logró consolidarse, producto de muchos factores, entre ellos por haber subestimado el rol de la comunicación popular, donde se pretendió librar una batalla cultural en el mismo terreno que nos proponía el enemigo y asumiendo su propia agenda. Hoy no podemos hablar de comunicación sin hablar de democracia, esa tan vilipendiada que quedó reducida al derecho de ir a votar cada cuatro años por candidatos que uno no eligió.
Decía Ryszard Kapuściński que cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante. Lo cierto es que siempre fue muy difícil estar bien informado, pero ahora es peor, porque las redes suman más confusión y más ruido: no imponen una versión dominante (que sigue en manos de los medios hegemónicos) ni son –por ahora– el medio dominante.
La verdad es la primera víctima de la guerra, dijo Esquilo, 500 años antes de la era cristiana, cuando no existían diarios, televisión ni redes sociales…, apenas palomas mensajeras. Cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima, dijo lord Ponsomby. Durante la llamada Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, habano mediante, afirmó que la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespalda.
Construir el relato de la paz
La comunicación es un elemento de suma importancia en la construcción de paz. Hoy podemos constatar que la democracia fue asesinada en nombre de la democracia para emplearla como instrumento de legitimización de las estructuras de poder, dominación y riqueza, con la ayuda de la guerra cognitiva.
El presidente Gustavo Petro marcó como prioridad en su hoja de ruta la pacificación del país, la ambiciosa búsqueda de estrategias para poner fin a más de seis décadas de sangre, mentiras (aún no se llamaban fake news ni shitnews) y fuego. Las críticas y el escepticismo de la gran prensa sobre la paz posible han sido evidentes. Para quienes seguimos la historia de Colombia y sus conflictos, el periodismo hegemónico ha tenido un papel trascendental en las decisiones, en el moldeo de la opinión pública y en el cambio de rumbo que han tomado los diferentes intentos de paz en el país, desde los diálogos en el Caguán, entre 1999 y 2002.
La paz no es la dejación de las armas ni un tratado que el Estado cumple o no. La paz es una construcción colectiva en la que los comunicadores tenemos demasiado que aportar. Es necesario tejer redes comunicacionales, intercambiar contenidos, aunar estrategias, idear y sumar campañas comunes. Pero para eso hay que conciliar formatos y agenda.
El trabajo periodístico de los medios comerciales colombianos se destacó por la falta de conocimiento del proceso, la espectacularización de las negociaciones, la desinformación y el sesgo. También tenemos la referencia en el informe final de la Comisión de la Verdad, en el anexo La verdad victimizada: El periodismo como víctima y su rol y responsabilidades en el marco del conflicto
La democracia termina siendo un fetiche: es manipulada constantemente por la posverdad, las fake news y las shit news; mientras se despliega esta guerra cognitiva contra la región mediante la utilización de aquellas herramientas que habilita el capitalismo de vigilancia (esos datos residuales que dejamos como rastros cada vez que utilizamos nuestros dispositivos celulares).
Hoy las mentiras se propagan mucho más rápido que la verdad: las noticias falsas llegan 20 veces más rápido en las redes sociales que en el contacto personal. Ahora el campo de batalla abarca toda la realidad factual, lo que significa un salto de calidad respecto a las décadas anteriores por la hibridación de los viejos y los nuevos medios. Este salto significó la sofisticación de las viejas reglas de la propaganda, basadas en la exageración y la simplificación, la ridiculización del adversario, la mentira, la desinformación, la difusión de bulos o bolas y la propagación de teorías conspirativas.
Quizá antes que hablar de fake news sería más apropiado hablar de desinformación, ya que esta no comprende solo la información falsa, sino que también incluye la elaboración de información manipulada que se combina con hechos o prácticas que van mucho más allá de las noticias, como cuentas automáticas en las redes (bots) y/o videos modificados o publicidad encubierta y dirigida.
Lo que hoy se denomina discursos de odio, no son más que expresiones de un modelo ideológico en donde lo político, en tanto horizonte social, habilita la política de la violencia como una de las herramientas que el dispositivo del poder colonial ha utilizado y viene utilizando a lo largo de nuestra historia, con el fin de moldear la percepción pública y dirigir la acción política de vastos sectores de la sociedad en contra de quienes han llevado adelante políticas soberanas.
La ultraderecha ha entendido que las fragilidades y las vulnerabilidades pueden ser explotadas y que deconstruyendo la realidad compartida y sembrando confusión se puede polarizar aún más a la sociedad y sacar provecho en la imposición de imaginarios colectivos y en el plano electoral. De ahí su interés y sus esfuerzos para generar y difundir noticias falsas.
Desde el campo popular debemos asumir que el tema de los medios de comunicación, que son los que manejan la agenda informativa -y formativa de opinión- e imponen el terror mediático, tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. Hoy en día la dictadura mediática intenta suplantar a la dictadura militar. Los grandes grupos económicos usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es el protagonista y quién es el antagonista. Han asesinado a la verdad y mutilado la esperanza.
En Colombia, si no me equivoco, los seis Grandes Grupos Económicos (Suramericana, Sarmiento Angulo, Bolívar, Ardila Lule, Santodomingo y Gilinski) son quienes controlan las empresas de comunicación más influyentes del país, donde éstas juegan un rol económico en su proceso de acumulación de capital y control de los procesos políticos.
Tendríamos que dejar de hablar de «medios de comunicación»: son empresas de comunicación y juegan un rol importante en el proceso de dominación moldeando la opinión de los colombianos. Estos mismos seis grupos son los que lucraron con décadas de violencia, financian a los grandes partidos políticos, para luego cobrar favores en las respectivas administraciones.
La brecha digital
Las brechas profundas de conectividad dejan a los medios análogos de comunicación con escasas posibilidades de masificar sus contenidos. La única posibilidad de democratizar la conectividad es un plan estatal, al menos de cabinas públicas: no sería buen negocio para las operadoras trasnacionales.
El ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones admite que el 40% de la población no tiene acceso a internet y que en las zonas rurales y periféricas la situación es mucho peor,ya que solo el 28% de los habitantes tiene conexión. Anunció que su principal meta en los próximos cuatro años es conectar al 85% del país, con énfasis en los lugares más apartados donde nunca ha llegado la señal de los grandes operadores móviles.
La conectividad es el único camino para cambiar la economía extractiva, basada en el petróleo y el carbón, por las economías de la producción, los saberes y el conocimiento. Por eso se habla de democratizar las TICS. No de expropiarlas. Hace falta dar a conocer una estrategia para conectar al país y, entonces, la tecnología ya no será un privilegio, sino un derecho.
Dos procesos, el educativo-emancipador y el de la comunicación alternativa comparten algunas herramientas como son los significantes que no solamente transmiten y trasladan contenidos sino que los de-construyen y reconstruyen críticamente para ayudar a forjar nuevas posibilidades de realidad.
El mundo cambia, la tecnología avanza. Y caemos en graves equivocaciones. Por ejemplo creemos que cargamos un teléfono personal, inteligente, que nos pertenece. Craso error: no hay nada menos personal que un teléfono celular. El algoritmo está allí y, de a poco, el celular se va apropiando de nosotros: nos pide u obtiene la huella digital, mientras realiza nuestro reconocimiento facial y apunta nuestra ubicación. Es recién entonces que recordamos que había algo llamado intimidad, que fuimos perdiendo, mientras vigilan cada paso que damos…
La denunciología y el lloriqueo
No basta ser un medio crítico –lo que presupone oponerse sistemáticamente a la agenda marcada por el enemigo- sino que debe priorizar la dimensión propositiva (más allá de la mera denunciativa), desde los elementos que aporta a las comunidades en sus propios procesos de construcción de identidad colectiva, de reconocimiento y transformación de su entorno y de sí mismas. Una cosa es investigación y otra mera denunciología. siguiendo la agenda, la temática del enemigo.
Para ello hace falta sensibilidad social, para preocuparse por la vida y problemas de la gente, sus dificultades y alegrías, sus problemas y sus esperanzas. Y de sus luchas, para que la comunidad se vea reflejada y asuma al medio comunitario como voz propia. El periodismo pasa a ser una excusa para la organización social, para que la comunidad se una para construir proyectos colectivos y poder, al fin, ser protagonista de su propio proceso transformado
La crisis social y económica en regiones violentadas por las políticas degrantes de los gobiernos neoliberales- sumado al conflicto armado en Colombia-, ha puesto a los medios comunitarios y alternativos frente a retos que buscan generar espacios para la reconciliación, desarrollo, educación, y defensa de los derechos humanos. Bajo este escenario.
Los comunicadores populares -sujetos políticos y de derechos- emplearon y emplean diferentes medios y herramientas, como la educación, la reportería visual y escrita, las radios, el video social participativo (hoy también videos y podcasts) y otras acciones desde la vereda, el pueblo, la ciudad, el territorio, la memoria y la paz como los principales derechos necesarios para vivir con dignidad en los barrios populares.
Son quienes mostraron la realidad del Paro Nacional, que lo acompañaron momento a momento, y la sanguinaria represión del gobierno de Iván Duque. Son los que reportaron los paños rojos en las casas de los miles de pobladores hambreados y que hicieron posible la difusión de las terribles conclusiones de la Comisión de la Verdad. Son quienes siempre reivindicaron la paz, el diálogo entre todos los colombianos y de lso colombianos con sus hermanos latinoamericanos y caribeños.
Y llegó la IA.
La explotación de las capacidades cognitivas de la humanidad se ha convertido en una industria de masas que espera que la inteligencia artificial (ia) proporcione a la propaganda la capacidad de manipular radicalmente las mentes humanas e incluso cambien el comportamiento colectivo.
Los ataques cognitivos tienen el propósito de motivar a la gente para que actúe de tal manera que fragmente o fracture la cohesión social, para garantizar el desorden mental de la población, que resulta la manera más eficiente y menos costosa de influir sobre el proceso de toma de decisiones, de los cambios ideológicos y generar angustia en las comunidades que deben caer bajo control.
Cultivar la memoria
Las diferentes formas de conocimiento eurocéntrico se construyeron durante cinco siglos ‒y lo peor es que aún hoy lo hacen‒ bajo un concepción de modernidad excluyente. Desde la llegada a América, Europa se erige como modelo único de toda la civilización, entonces se torna necesario poder vislumbrar qué se derivó de un eurocentrismo dominador e impositivo y, a partir de allí, cómo no fue posible controlar la economía, la autoridad, el género y la sexualidad, y en definitiva, la subjetividad.
O diciéndolo en criollo, nos siguen vendiendo espejitos de colores. Y eso no es lo peor: les pagamos para que nos expliquen dónde queda Latinoamérica, cómo somos y qué debemos hacer. Así nos va.
Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que sólo entre el año de 1503 y el de 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes del saqueo, genocidio y expoliación de América. Oro y plata que se robaron hace 530 años que debieran ser considerados –como dice Luis Britto- como el primero de varios préstamos amigables de América para el desarrollo de Europa. Lo contrario sería presuponer crímenes de guerra, lo cual daría derecho, no sólo a exigir devolución inmediata, sino a indemnización por daños y perjuicios. Lo malo no es que nos quieran vender espejitos, sino que se los compramos.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, hoy está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Pero de eso no se habla. Es más, quieren –euroccidentales y estadounidenses- quedarse con nuestros granos, nuestra energía, nuestro litio, nuestras costas, nuestras selvas… nuestro futuro, en nombre de la democracia.
Los latinoamericanos hemos estado por más de cinco siglos ciegos de nosotros mismos: siempre nos hemos visto por y con ojos extranjeros (fuimos entrenados para ello)… y seguimos copiando formas y contenidos. Recitamos integración pero no nos conocemos siquiera No nos reconocemos en el espejo de nuestras realidades. En un análisis más exhaustivo, quizá no nos conozcamos dentro de nuestros propios países. Y eso es triste.
Desde el norte nos quieren convencer que somos altos, rubios y de ojos celestes. Es cierto. Pero también somos indios, mestizos, mulatos, negros, zambos, cuarentones, amarillos, parte de una diversidad étnica y cultural que ellos quieren borrar, al igual que a nuestra memoria histórica, y que nosotros nos prestamos a invisibilizar, copiándolos.
Pero, ¿cómo nos vemos nosotros? No siempre la culpa la tiene el enemigo. Decía Eduardo Galeano que no hay ninguna fórmula que te permita cambiar la realidad, si no empiezas a verla como es. Para poder transformarla hay que comenzar por asumirla.
Uno de los grandes problemas que vivimos los latinoamericanocaribeños es que desde el norte se han esforzado en destruir nuestra memoria colectiva, mientras seguíamos insistiendo en la denunciología y el lloriqueo. Una de las principales características del pensamiento crítico latinoamericano fue siempre la capacidad de mirar largo y lejos, oteando el horizonte. Cultivar la memoria es una cuestión básica para sobrevivir y crecer. No siempre todo tiempo pasado fue mejor. Tampoco peor.
No confundir esto con aferrarse del pasado, con ser retrógrado. Pero un pueblo que no sabe de dónde viene, difícilmente encuentre el camino para seguir adelante, afirmando las raíces, la cultura, la identidad. Lo triste es que hoy se disfraza con el nombre de pensamiento crítico al deletreo de una sucesión de coyunturas, en la que se apuesta por la política de lo posible, por el mal menor, por el conformismo criticón que termina ahogado en los océanos de los flujos de información, descontextualizados, desjerarquizados, sin ideas innovadoras. Suicida.
Varios de “nuestros” analistas que presumen de un pensamiento crítico, se amputan la autocrítica con la remanida excusa de no darle argumentos al enemigo. Y si alguien se atreviera, seguramente lo acusarían de traición o de ser alcahuete de Washingon. El progresismo latinoamericano no ha hecho una autocrítica de sus gobiernos de tres o cuatro lustros atrás, donde ninguno de ellos puso en marcha una política comunicacional popular, prefiriendo alquilar supuestos expertos extranjeros en propaganda. Así nos fue, faciltando el retorno de las ultraderechas.
Seguimos ante una nueva guerra cultural, que agarra a los sectores populares y progresistas en su –quizá- peor crisis del siglo, y sin capacidad para tomar las armas del enemigo para poder luchar estas batallas, que no se pueden ganar con arcos y flechas, sino con otras armas, como la capacitación, la tecnología y el manejo de la misma.
La construcción del futuro
La comunicación es estratégica en la construcción de poder popular. Nuestros medios populares son espacios arrebatados a la hegemonía y cuanto más fuertes, más importante es la construcción para generar consenso alrededor de los proyectos populares, circular otras formas de ver el mundo, otros valores que puedan enfrentar el sentido común dominante.
La información no es un reflejo de los hechos sino que, por el contrario, es un relato de los mismos y, por lo tanto, producto de un proceso de construcción, desde una forma determinada de ver las cosas, desde la selección del tema, del lenguaje utilizado, de la selección de imágenes y/o sonidos. Son las personas que producen los mensajes quienes deciden qué hechos se convierten en temas a difundir, quiénes serán los protagonistas y los antagonistas, cuándo y por qué.
Los medios de comunicación no reflejan la realidad, sino que la construyen. La comunicación (que significa poner en común), como hecho cultural, está vinculada a las formas de percibir, entender, imaginar y actuar que tenemos, es buscar el encuentro con el otro y los otros para construir significados comunes teniendo en cuenta tanto los conocimientos, las experiencias y las realidades de los otros, como los propios.
Las organizaciones sociales cumplen un rol fundamental en la vida de la comunidad, producen significados, símbolos, mensajes, y en ese proceso van descubriendo su capacidad de intervenir en su comunidad, de producir información valiosa para ella y a la vez construir con otros y otros espacios de diálogo y participación. Las diferentes formas de organización a nivel barrial o vecinal nos muestran la necesidad de expresión colectiva.
La comunicación comunitaria, popular y educativa no posee una definición única y consensuada, sino que es producto de una praxis, de un largo proceso de síntesis cultural, social y político comunicacional, que involucra participación, interacción y encuentro con la comunidad. Su horizonte en la resistencia o la transformación de los procesos sociales hegemónicos y, por lo tanto, las asume como formas de contrahegemonía.
A través del intercambio comunicativo, los actores sociales generan conocimiento, desarrollan su acción política en la sociedad y cómo todo ello se transforma en significaciones que, en medio de la lucha simbólica, buscan constituirse en sentidos socialmente predominantes
Comunicación popular
Los compañeros colombianos me insistían en que se hace indispensable, por parte del gobierno, es llevar la conectividad digital a toda Colombia, la revisión de las concesiones de emisoras radiales y comunitarias, así como de las pautas publicitarias -que hasta ahora han engrosado las arcas de los medios hegemónicos. Y, sobre todo, abordar la democratización de la información, poniendo coto a quienes convirtieron la libertad de expresión y de prensa, en un libertinaje para lucrar a costas del Estado.
En este foro quedó evidente un confusionismo entre periodismo comunitario y periodismo independiente. Hay quienes preguntaron si el modelo de comunicación popular es impuesto por el poder hegemónico, otros si se trata de una comunicación de clase. Ante todo hay que tener en cuenta que detrás del periodismo comunitario real hay un sujeto colectivo, la comunidad, no el individuo. Parece que tanto neoliberalismo ha hecho mella en aquellos que no han entendido ésto y hoy exigen el financiamiento del Estado no a la comunicación popular sino al proyecto propio.
El poder hegemónico en nuestras democracias se asienta en largos años de coptación de los organismos del Estado, en beneficio de los negocios de los poderosos. Es un alerta, porque cuando no avanzan desde la estructura burocrática, lo hacen a través de una justicia complaciente con lios patrone, el llamado lawfare. Para que existe una comunicación popular real y duradera, deben manejarse también los instrumentos jurídicos que la sostengan.
Aquí mostramos que tenemos distintos conceptos sobre la función del Estado en el apoyo a la comunicación popular. Pero sobre todo, lo que quedó de manifiesto, es que lso comunicadores populares tenemos muchos problemas para juntarnos, lo que, obviamente, sigue favoreciendo a la prensa hegemónica y al mensaje neoliberal de los grandes medios y sus patrocinantes y dueños.
Es el momento de la construcción. Desde abajo, hombro con hombro, Es la única construcción posible, porque lo único que se construye desde arriba, es un pozo.
De esta reunión debieran salir los parámetros de esta “revolución” comunicacional, ayudando a la construcción de una cultura de paz, respeto al prójimo y democracia real, la que emana de las bases.
****Conferencia en el Primer Congreso de Comunicación Popular, realizado el 5 y 6 de diciembre de 2023 en Bogotá, convocado por la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y la Asociación Colombiana de Comunicación Popular, y auspiciado por el gobierno del Cambio, del presidente Gustavo Petro.
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
https://www.surysur.net/tomar-la-palabra-el-arma-para-construir-la-paz-en-colombia/
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