El impacto de al menos 45.000 proyectiles en la Franja y el bloqueo de suministros están convirtiendo Gaza en un territorio devastado con condiciones no aptas para la vida humana.
Los humanos, como seres vivos, necesitamos de una biosfera sana. El espacio en el que se desarrolla la vida debe ser un entorno razonablemente limpio, libre del exceso de compuestos dañinos, con un aire sin tóxicos, un agua sin venenos y un medio ambiente sin alteraciones que afecten a nuestro cuerpo en forma de afecciones o enfermedades. De lo contrario son múltiples las agresiones a las que nuestro organismo podría tener que enfrentarse, ataques que pueden derivar en todo tipo de trastornos, con la muerte como caso más extremo.
El ser humano ha creado cientos de áreas con importantes niveles de toxicidad a lo largo de su historia, especialmente desde la industrialización. El uso de armamento está detrás de algunos de los ejemplos más tristes: de la devastación nuclear de Hiroshima, que continuó matando muchos años después de la detonación; al agente naranja en Vietnam o las zonas rojas en los bosques de Verdún, aún hoy cerradas para protegernos de los residuos y la contaminación que dejaron los más de 60 millones de proyectiles que se lanzaron en esa cruenta batalla de la I Guerra Mundial.
Tres bombas atómicas
En la Gaza asediada de 2024, solo en los tres primeros meses de campaña militar de Israel sobre el cercado territorio palestino cayeron 45.000 bombas y misiles, según la Oficina de Medios de la administración gazatí. Su potencia conjunta es muy superior a las que explotaron en Verdún en 1916. Tanto que entre todos esos artefactos suman una fuerza similar a tres bombas atómicas de la II Guerra Mundial.
Se estima que Little boy y Fat man, como se bautizaron a los dos artefactos nucleares que explotaron sobre Japón en 1945, desencadenaron una potencia de más de 20 kilotones, o lo que es lo mismo, liberaron la energía de 20.000 toneladas de TNT. En Gaza, los primeros 90 días de continuo bombardeo israelí expusieron a su población a una energía equivalente a la explosión de 65.000 toneladas de TNT. 500 al día, un misil cada tres minutos en uno de los lugares con mayor densidad de población de la Tierra, también infantil. La Franja de Gaza es la tercera entidad política más densamente poblada del planeta, solo por detrás de Singapur y Hong Kong. La edad media es de 18 años, y el 40% de la población son niños menores de 14 años. La conclusión es tan horrible como obvia, aunque no se llame oficialmente terrorismo: las armas lanzadas por israelíes han matado en Gaza a miles de niños, más de 10.000 según las autoridades gazatíes.
Siendo en un territorio mucho más pequeño y densamente poblado que Hiroshima y Nagasaki, Gaza es además un espacio que ha sido devastado previamente al lanzamiento de semejante cantidad de proyectiles. 18 de años de bloqueo por parte de Israel y sus aliados, sucesivas campañas militares y una pobreza endémica de un territorio con ocho campos de refugiados donde se hacinan desde hace décadas 1,5 millones de refugiados palestinos que fueron expulsados de su tierra, junto al control total de Israel de todos los suministros externos —alimentos, agua, combustible o medicamentos, entre otros—, hacen de la Franja un espacio que ya era calificado por las Naciones Unidas antes del 7 de octubre como “inhabitable”.
Objetivo: el agua
En un informe publicado en 2015, la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo destacaba que, de continuar el bloqueo israelí y egipcio del enclave, Gaza iba camino de ser considerada inhabitable en 2020. El informe, que no contaba con nuevos bombardeos sobre el área ni con un —aún mayor— endurecimiento del trato a la Franja del gobierno ultranacionalista israelí, hablaba de un espacio para la agricultura cada vez menor, de una agua cada vez más menguante y de menor calidad, de vida entre escombros y de un incremento de los problemas por aguas residuales y tratamiento de residuos.
Previamente, en 2012, la Organización Mundial de la Salud ya había alertado de las lamentables condiciones de los recursos de agua en la Franja. “Más del 90% del agua que se bebe no es sana para el consumo humano debido a la filtración de agua contaminada del mar al manto subterráneo, así como al uso excesivo, a la ausencia de nuevas fuentes y a la falta de proyectos para desarrollar las existentes”, señalaba entonces el director de la oficina del organismo en el enclave palestino, Mahmoud Daher.
Lejos de mejorar, el panorama ha empeorado. Al control total de los recursos hídricos de la Franja por parte de Israel —una práctica ilegal según los acuerdos de Oslo y denunciada repetidamente por organismos de derechos humanos— se le suma el hecho de que el 96% del agua extraída del acuífero costero se considera no apta para el uso humano y no se puede utilizar para beber, tal como indicaba el Fondo Mundial para la Infancia (Unicef) el pasado junio. Obviamente, 112 días de bombardeos solo han contribuido a empeorar la situación, con daños a la infraestructura de abastecimiento y distribución, y un corte de suministros impuesto por el sionismo israelí que ha dejado inoperativas las plantas desalinizadoras existentes en Gaza.
La destrucción o inutilización de infraestructuras, junto con el bloqueo israelí de la ayuda humanitaria, supone que la población no tenga acceso a la horquilla de agua limpia y potable que la ONU considera necesaria para el uso personal doméstico: entre 50 y 100 litros por persona y día. La consecuencia directa es que la población está tomando agua de fuentes contaminadas o salinizadas. “El acceso a cantidades suficientes de agua limpia es una cuestión de vida o muerte. Los niños de Gaza apenas tienen una gota para beber”, señalaba en diciembre Catherine Russell, directora de Unicef.
Conmoción social extrema
Con las plantas desaladoras eliminadas por la maquinaria bélica del sionismo o cerradas por falta de combustible, la Autoridad Palestina de Calidad Medioambiental alertaba el 25 de enero que el 66% de la población de Gaza sufre enfermedades transmitidas por el agua, citando el cólera, la diarrea crónica o las enfermedades intestinales. Esta misma semana, la ONU afirmaba de que medio millón de personas en Gaza están ya en nivel más alto de su Clasificación Integrada de Fases de Seguridad Alimentaria —el 5—, lo que supone “conmoción social extrema con total falta de acceso a los alimentos y/u otras necesidades básicas en que la población es víctima de hambruna generalizada, muerte y desplazamiento”.
Las pocas tierras de cultivo existentes en la ultraurbanizada y contaminada Franja también están sufriendo las consecuencias del bloqueo y los bombardeos israelíes. Menos agua disponible, menor calidad de la misma, ausencia de gasolina para las bombas de agua de riego y el desplazamiento forzoso de la población, junto a los daños provocados por los propios bombardeos, dejan la escasa actividad agrícola gazatí en entredicho.
Además, las aguas residuales se han convertido en un problema ante la destrucción parcial del sistema de alcantarillado, la inutilización de infraestructuras de tratamiento o la falta de combustible para alimentar el bombeo de la red. Las fugas en un territorio en el que hoy predominan cráteres y escombros, con tuberías y colectores destruidos por los ataques, están provocando una “catástrofe sanitaria”, según los organismos internacionales presentes sobre el área.
Al cóctel insalubre se une el tratamiento de residuos. El bloqueo estricto ha dejado sin carburante a la Franja, y eso incluye los camiones de basura en un momento en que los escombros y los residuos se mezclan a ritmo de misil. La tracción animal —carros tirados por burros— es el único recurso con el que cuenta un servicio de basuras de la administración gazatí que antes de la operación israelí recogía 1.700 toneladas de basura diarias. Ante la falta de combustible y leña, la población quema hasta basura para cocinar y calentarse, obteniendo calor mientras se liberan tóxicos y aumentan las enfermedades respiratorias difíciles de tratar en un lugar en el que hasta los hospitales son bombardeados, y donde la falta de energía y suministros impide el normal ejercicio de la medicina.
Los residuos, por su puesto, no son solo los domésticos. Con la continua destrucción de edificios, la Franja es hoy la viva imagen de una distopía. Tras los dos primeros meses y medio de destrucción, un análisis de imágenes por satélite hecho por el Wall Street Journal concluía al término de 2023 que casi la mitad de los edificios de Gaza y un 70% de sus 439.000 hogares habían quedado parcial o totalmente destruidos por la ofensiva israelí, lo que incluía la mayor parte de sus 36 instalaciones hospitalarias. El análisis del periódico estadounidense, al que habría que sumar un mes más de bombardeos, alertaba de que, en el norte de la Franja, objetivo inicial de Israel, los porcentajes de destrucción eran mayores que los sufridos por Dresde en la II Guerra Mundial, símbolo del horror de aquel conflicto.
Veneno en la tierra
La devastación del medio en Gaza incluye así una vida entre inmuebles reducidos a cenizas y escombros, y aguas insalubres y residuales. Aunque en algunas áreas el veneno se suma al cóctel. Human Rights Watch y Amnistía Internacional vienen denunciando desde el inicio de la operación israelí el uso de proyectiles de fósforo blanco por parte del ejército sionista en Gaza y Líbano. Este químico tóxico, ilegal en su uso contra civiles según el derecho internacional, arde al contacto con el oxígeno y provoca una quemadura química debido a la absorción del fósforo en el cuerpo, que genera daños internos y puede producir desde afecciones respiratorias hasta insuficiencia orgánica.
No es algo nuevo. En 2009 una inspección de la Comisión Árabe para los Humanos y el Programa de Medioambiente de las Naciones Unidas a Gaza encontró en varias muestras de tierra sustancias radioactivas y cancerígenas, presumiblemente procedentes de armamento. En concreto se trataba de fosfatos y uranio empobrecido, e Israel ya fue acusado de usar tanto munición radioactiva de uranio empobrecido como proyectiles de fósforo blanco en su campaña de 2008-2009 contra Gaza. La llamada Operación Plomo Fundido por Israel, y Masacre de Gaza por los palestinos, dio como resultado 1.300 palestinos muertos frente a apenas decena de soldados israelíes muertos en el habitual desbalance de víctimas.
Cuatro años después de aquella operación, el jefe de Oncología del Hospital Al Shifa, el mayor de Gaza, hoy conocido por ser haber sido blanco de operaciones militares israelíes en la presente campaña y por haber tenido que cerrar ante la falta de electricidad y suministros, anunciaba que la tasa de cáncer se había doblado en cinco años.
Se suele decir que el ser humano es capaz de mostrar las mayores bondades o de provocar el mayor de los horrores. En la Gaza de hoy parece que prevalece la segunda parte del dicho en lo que se refiere a sus vecinos, y esos actos han provocado lo que ya hay quien califica de biosfera de guerra. Los efectos sobre el territorio, su morfología y sus recursos durarán décadas mientras quienes habitan hoy el territorio sufren la ira de una maquinaria militar infinitamente superior a sus recursos, a lo que hay que añadir la variable cárcel. Nadie escapa de Gaza ni del fuego israelí, tampoco el agua, el aire o la tierra.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/palestina/biosfera-toxica-israel-gaza
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