Bolivia vive una fuerte crisis política, tanto entre la derecha como entre el MAS.
Lo ocurrido el 26 de junio en Bolivia aún no fue un golpe de Estado. Fue un putsch fallido dado por el comandante de las Fuerzas Armadas, Juan José Zúñiga, de manera improvisada, creyendo que sería apoyado por los demás golpistas.
Pero Zúñiga se adelantó.
Había declarado, dos días antes, en una entrevista, que no aceptaría una nueva candidatura de Evo Morales a la presidencia de la República. Como la declaración causó una enorme controversia, el presidente Luis Arce anunció que Zúñiga sería destituido. Así, el militar se anticipó, organizó un grupo del Regimiento Especial Challapata “Méndez Arcos” e intentó invadir el Palacio de Gobierno.
Pero nadie más lo acompañó. No se levantaron cuarteles en ningún lugar del país. Sin embargo, contrariamente a lo que podría pensarse, la policía no desempeñó un papel destacado en la contención del golpe. Aunque ella tampoco se sumó a la aventura de Zúñiga, es incluso más reaccionaria que el ejército y estuvo al frente del golpe de 2019.
Evo y el propio Arce llamaron al pueblo a movilizarse contra el intento golpista. Cientos de personas expulsaron a los militares de Zúñiga de la plaza Murillo, demostrando combatividad como lo habían hecho miles en 2019.
Pero fue menos la movilización popular y más la falta de iniciativa de los militares lo que llevó al fracaso del golpe de Zúñiga.
Bolivia vive una fuerte crisis política, tanto entre la derecha como entre el MAS. Quienes podrían ser considerados los principales líderes de la derecha –la expresidenta golpista Jeanine Añez, que asumió el cargo tras el golpe de 2019, y uno de los principales autores de ese golpe, el extremista Luis Fernando Camacho– están en la cárcel.
Uno de los objetivos anunciados por Zúñiga era liberar a Añez y Camacho, quizás precisamente para que unificaran a la derecha golpista. Lo más preocupante es que, en ausencia de líderes políticos, los propios militares buscan liderar el golpe –como intentó hacer Zúñiga.
Al contrario de lo hecho por Hugo Chávez en Venezuela, el MAS no pudo expulsar a los golpistas de las fuerzas armadas. No hubo ninguna purga en ningún momento, ni durante los gobiernos de Evo ni durante el de Arce. Por tanto, las fuerzas armadas bolivianas son altamente reaccionarias y están vinculadas al imperialismo estadounidense. Los agentes de la CIA están profundamente infiltrados dentro del ejército boliviano.
Si, por un lado, los demás oficiales no siguieron a Zúñiga, y la OEA –que había patrocinado el golpe de 2019– condenó esta vez el putsch, la postura del gobierno de Estados Unidos es reveladora. Mientras el mundo entero rechazó el golpe, el gobierno americano se limitó a afirmar que estaba siguiendo la situación y pidió calma y moderación. Esta es una señal clara de que Estados Unidos está involucrado en la organización de un golpe de estado en Bolivia.
Parece que los oficiales bolivianos dejaron que Zúñiga se quemara para probar las posibilidades de que un verdadero golpe tuviera éxito. Como comandante de las Fuerzas Armadas, Zúñiga sabía que otros oficiales tenían serias inclinaciones golpistas y por eso hizo el intento, de lo contrario no hubiera sido tan audaz.
La crisis de la izquierda es incluso mayor que la de la derecha. El MAS y los movimientos populares están profundamente divididos entre los alas de Evo y Arce. En los últimos años, Morales ha dado signos de capitulación al entregar a Cesare Battisti a Bolsonaro y al gobierno italiano, participar en la toma de posesión del propio Bolsonaro como presidente y aceptar que Arce fuera el candidato del MAS en las elecciones que se llevaron a cabo debido a la presión popular, que revirtió el golpe y destituyó a Áñez del poder.
Sin embargo, Arce es un burócrata moderado que, especialmente en la política interna, se ha comportado como una especie de Lenin Moreno boliviano, aunque no como de derecha. No ha escatimado esfuerzos para sacar a Morales y sus aliados de la dirección del MAS y así apoderarse del partido. Tanto Morales como Arce pretenden postularse para las próximas elecciones presidenciales, y sólo uno de ellos podrá representar al MAS. La lucha interna, que ya es extremadamente turbulenta, tiende a intensificarse.
No hay manera de resolver la crisis del MAS y reunificar al partido. La única solución favorable al pueblo boliviano es la separación de las bases y la izquierda de la derecha y la formación de un nuevo partido, obrero, socialista e independiente, que actuará hombro con hombro con la Central Obrera de Bolivia para impedir el verdadero golpe que se prepara, para purgar a las fuerzas armadas de sus elementos golpistas y proimperialistas y garantizar el poder a los trabajadores y campesinos bolivianos, que en su mayoría apoyan a Evo Morales contra Arce.
La derrota de los impulsos golpistas en Bolivia es esencial para impedir los planes golpistas continentales del imperialismo americano, que ya triunfaron en Argentina y Ecuador y que tienen a Brasil como su principal objetivo, porque Estados Unidos no puede tolerar a Brasil con un gobierno como este bajo Lula durante mucho tiempo. Ciertamente los militares y la derecha boliviana mantienen vínculos con la extrema derecha de Milei y también con la extrema derecha brasileña. Milei impuso una dictadura con el uso y abuso de la policía y el ejército en Argentina. Noboa imitó al argentino y poco después hizo lo mismo en Ecuador. Los generales siguen impunes en Brasil un año y medio después del 8 de enero y el bolsonarismo sigue fuerte.
Lamentablemente, América Latina sigue siendo hoy el “patio trasero” de Estados Unidos. Ante la complicada situación internacional, especialmente en Ucrania, Asia Oriental y Oriente Medio, con sucesivas derrotas, el imperialismo estadounidense necesita asegurarse el control del continente. Este es uno de los pocos puntos en los que Joe Biden y Donald Trump coinciden. Por lo tanto, independientemente de lo que suceda en las elecciones americanas, América Latina estará a partir de ahora en el ojo de la tormenta.
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