El desaparecimiento puede haber ocurrido muchas veces en los conflictos, en las guerras; pero el desaparecimiento como una metodología del poder dictatorial -que existe en la época actual- no es producto del azar o de una desgracia, es una metodología pensada y fríamente ejecutada desde el poder, con crueldad, con soberbia, con desprecio. Ella constituye el paradigma de la Agresión Humana.
Capítulo VI del libro La interminable ausencia. Estudio médico, psicológico y político de la desaparición forzada de personas.
Por Paz Rojas Baeza*
En una de sus intervenciones, Nelson Caucoto, uno de los más destacados abogados de derechos humanos de Chile, dijo «porque al fin y al cabo, la dictadura nos cambió todo; la percepción de la vida y la muerte, los valores, lo ético y moral. Nos cambió la forma de vida, la percepción del mundo, incluso la historia y el futuro del país». Así fue y sigue siendo.
Como relaté, al tener frente a mí a una joven prisionera torturada, casi niña, la imagen ausente y extraordinariamente presente de los responsables me persiguió por años. Su conducta criminal, silencio, desprecio y brutalidad me siguen obsesionando hasta ahora.
Los funcionarios de la dictadura brutal, instalada luego del golpe militar, eran los autores de estos crímenes. Ellos intentaron destruir la dignidad de los prisioneros, atentando a su ser como personas.
En el transcurso del primer estudio que realizamos en Francia*, fueron identificados más de veinte torturadores. A los sobrevivientes, les preguntábamos, quiénes los habían vejado y torturado. ¿Cuáles eran sus conductas? ¿Qué decían, cómo era su lenguaje, qué vocabulario usaban para insultarlos? Si estaban sin venda y los vieron, ¿cómo era su físico, sus rostros?
En fin, necesitábamos saber todo: quiénes, por qué y cómo habían penetrado en los laberintos del mal.
No teníamos que hacer grandes esfuerzos para construir el perfil físico, psicológico e ideológico de ellos, cuyos comportamientos violentos nos llenaban de estupor. Chilenos, al igual que nosotros.
Los sobrevivientes tenían grabados en su memoria hasta los más íntimos e ínfimos detalles: sus voces, gritos, órdenes, su lenguaje vulgar, soez y su comportamiento brutal. Su crueldad, difícil de describir. Recuerdo especialmente la frase de una prisionera: «Se reían mientras me violaban».
Casi todos pertenecían a las fuerzas armadas. Había algunos civiles. ¿Qué había pasado? Los militares chilenos habían sido guerreros, combatientes, represores del pueblo, rara vez torturados y menos ideólogos y ejecutores de la metodología de la desaparición forzada. ¿Cómo habían llegado a esos increíbles extremos de crueldad?
Ignorantes, confusas y, por sobre todo, alarmadas y asombradas, a fines de la década del 70 investigamos lo que había sucedido y seguía sucediendo durante la dictadura con su sistema de represión, tortura, muerte, desaparecimiento y exilio. Otros tal vez sabían; nosotros como médicos lo ignorábamos todo.
Iniciamos entonces un camino de lecturas, revisión de documentos, análisis. Incluso dos personas de nuestro equipo viajaron a Estados Unidos a recabar información. Conocimos en detalle el rol jugado por Estados Unidos, en el contexto de la Guerra Fría, para instalar dictaduras en los países de América Latina.
En el libro publicado en Francia, un capítulo especial está dedicado a los responsables. A grandes rasgos, nuestros objetivos fueron, en esa época:
– Sistematizar la información que recogíamos, para conocer y delimitar las organizaciones a las que pertenecían los responsables.
– Saber cómo los habían reclutado, formado, enseñado para llegar a ser lo que eran: verdugos.
– Identificar cuáles fueron las técnicas psico-ideológicas utilizadas para transformar a personas probablemente dentro de los límites de la normalidad, en represores, destructores y asesinos de otros chilenos.
– Describir y clasificar las técnicas que utilizaban para cometer los crímenes.
Nuestras primeras investigaciones nos habían llevado a conocer, además, la organización y evolución de los servicios secretos de la dictadura.
En el libro Tortura y Resistencia en Chile escribimos: «En el golpe y durante los meses siguientes, las acciones represivas ejercidas por la dictadura estuvieron a cargo de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas: SIM del Ejército, el SIMAR de la Armada, el SIFA de la Fuerza Aérea, el SICAR de Carabineros y el Servicio de Investigaciones de la Policía Civil y la organización de extrema derecha «Patria y Libertad».
En una primera etapa, cada servicio actuaba con cierta autonomía, a partir de la información que cada uno poseía y que iban acumulando a través de sus redes particulares. Los operativos, las detenciones, los interrogatorios y la tortura eran realizados independientemente por el personal de la rama correspondiente y en centros de reclusión propios de cada uno de ellos.
Progresivamente, con el fin de centralizar la información, programar las acciones represivas y coordinar las actividades, los diversos servicios comenzaron a integrar su acción. En noviembre de 1973 se inician actividades a cargo de un primer embrión de organización nacional, que más tarde dará origen a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), cuyo decreto de formalización fue emitido el 18 de julio de 1974 (Decreto Ley N° 521). En su artículo once, dice: La Dirección de Inteligencia Nacional será continuadora legal de la comisión denominada DINA, organizada en noviembre de 1973”.
Finalmente, la DINA fue reemplazada por la Central Nacional de informaciones (CNI), con fecha 1 de agosto de 1977, por el Decreto Ley 1878.
La necesidad de aprehender el perfil bio-psico-ideológico de los funcionarios de estas estructuras represivas, conocer las características de su personalidad, sus rasgos de carácter, modo de ser y comportamiento, se transformó en un desafío. Para los médicos, saber la causa de un síndrome o de una enfermedad es fundamental. En estos casos, el poder dictatorial, su sistema de violencia-terror y sus funcionarios eran los causantes de los crímenes.
En el libro Mas allá de las fronteras* en la primera parte, «Antecedentes de la violación a los derechos humanos en América Latina en la segunda mitad de este siglo», se lee lo siguiente:
«Terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1945, el mundo alcanza la paz pero, paradójicamente, queda dividido en dos tendencias, dos campos hegemónicos enemigos. Por su ubicación geográfica, el continente americano queda incluido en el oeste y entra de lleno en esta contienda. En Estados Unidos, bajo la presidencia de Harry Truman se acuña el concepto de ‘Guerra Fría’; en torno a él se elaboran tácticas y estrategias para derrotar al ‘enemigo’”.
«En esta ‘Guerra Fría’, a diferencia de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, no había contiendas abiertas, no existían batallas visibles, ni se percibía su fragor. Por el contrario, el ocultamiento, el espionaje, la manipulación ideológica, la guerra psicológica y una preparación silenciosa de técnicas específicas para contrarrestar al adversario, comenzarían a regir las relaciones entre los dos campos, entre países, gobiernos y ciudadanos de cada país.
Con mayor o menor grado de conciencia nacerá y se acrecentará la idea de la confrontación.”
«Durante todos estos años el concepto de guerra cambió, no solo en su significado de conflagración abierta’ sino en cuanto al espacio. La distribución geográfica habitual de las guerras entre Estados ahora se sitúa en el interior de cada país, en su propio territorio.
“Lo más significativo del nuevo concepto, que inmediatamente se transformó en práctica, es que en esta guerra el enemigo ya no se encontraba más allá de las fronteras, no era un extranjero, ni un desconocido; el contrincante era un ciudadano del mismo país, que hasta ese entonces había sido un igual, un compatriota.”
“Es en el contexto de la Guerra Fría donde empieza su trabajo de adoctrinamiento, formación y preparación del personal de los ejércitos latinoamericanos. A fin de detener y contrarrestar las ideas y propósitos de su principal contrincante.”
“Se elaboraron entonces dos principales instrumentos: uno teórico, la ‘Doctrina de la Seguridad Nacional’, y otro práctico, la ‘Estrategia de la Contra Insurgencia'».
En 1977, después de producidos varios golpes militares en el continente latinoamericano, tuvimos acceso al libro de Joseph Comblin: Le pouvoir militaire en Amérique Latine. L’idéologie de la sécurité nationale.
En septiembre de 1979, la Vicaría de la Solidaridad de Santiago de Chile traduce este libro y lo publica bajo el nombre: Dos ensayos sobre seguridad nacional.
En él se lee: «Los militares latinoamericanos llaman a su nueva ideología a doctrina de la seguridad nacional’, advirtiendo que, sin lugar a dudas, esta es una doctrina norteamericana; los militares latinoamericanos no han inventado nada, han sido formados en las escuelas de los Estados Unidos».
Así fue y según algunos, sigue siendo.
Pero en ninguno de los innumerables documentos revisados, buscando referencias sobre la creación, puesta en práctica y desarrollo ulterior de la táctica criminal de hacer desaparecer a una persona para siempre, hemos encontrado antecedentes escritos sobre cómo, por qué, quiénes y de qué forma programaron y ejecutaron este crimen, si bien, como veremos más adelante, a través del tiempo nos hemos acercado al conocimiento de quienes lo planificaron.
Luego de la desclasificación de los archivos de la CIA por el gobierno norteamericano, hemos revisado libros como el de Peter Kornbluh*, así como nuevos libros escritos por especialistas en el tema de la Operación Cóndor, tanto latinoamericanos como europeos.
En ninguno de ellos, a diferencia de lo que sucede con la tortura y sus técnicas, hay huellas de elaboración teórica ni de la construcción de las metodologías del desaparecimiento de personas: “Ni muerto, ni vivo: desaparecido”.
Hemos recurrido a la historia para saber cuándo, dónde y de qué modo se ideó la teoría y la realización de este crimen, cuyo objetivo era lograr la alteración-destrucción de todas las formas de percepción y representación: construyendo una subjetividad perversa de la realidad, en lo individual, familiar, social y cultural.
Lo más próximo y evidente era el decreto de «Noche y Niebla», dictado por los Nazis en 1942, en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Los prisioneros debían desaparecer. De ellos no se sabría nunca más. Nada más.
El abate Joseph de la Martinière*, escribió un texto sobre este decreto: “Este procedimiento es una a acumulación increíble de medidas judiciales exorbitantes; es la prolongación indefinida de la detención sin juicio; la ruptura total con sus prójimos y de una manera general, con el mundo exterior, sin límite de tiempo, y el rechazo de aportar a quien sea toda información sobre la persona, aún más allá de su muerte».
En el libro titulado La Desaparición: Crimen contra la Humanidad, editado por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Argentina, el abogado y profesor de Derecho Internacional Rodolfo Mattarollo cita otro texto del abate Joseph de la Martiniere: «Hitler se había reservado personalmente la confirmación de las condenas a muerte de mujeres de los países ocupados. En el verano de 1941, indultó a una resistente francesa que había ayudado a pasar a la zona libre a numerosos prisioneros de guerra. Condenada a muerte en Francia, Hitler no confirmó el fallo, lo conmutó a una pena de prisión y resolvió: esa mujer debe ser llevada a Alemania y luego aislada del mundo exterior. Esa decisión sorprendió al doctor Lehman, jefe de O.K.W./W.R. (sección Jurídica del Estado mayor Personal de Hitler). En realidad, el Führer había pensado que la desaparición de esta francesa sería más impresionante que su ejecución y tendría la ventaja de no hacer de ella una mártir, como Miss Cavell».
Después, Hitler concibió la idea de generalizar ese caso aislado; a lo largo de una entrevista con Keitel, en septiembre de 1942, le impartió instrucciones: Para él, las actividades comunistas en los países ocupados se extendían, y las sentencias de los tribunales, que exigían largos procedimientos y condenaban en general a penas de prisión, carecían de todo efecto psicológico. Ordenó entonces que solo se iniciaran procesos en los países ocupados en los casos en que, de acuerdo al derecho vigente, se podía contar con certeza y en el más breve plazo con condenas a muerte. Por el contrario, todos los demás acusados (y esta fue la expresión misma usada por Hitler) debían ser enviados «a la noche y la niebla» (Nacht und Nebel), del otro lado de la frontera de Alemania, donde serían «completamente aislados del mundo exterior. Esto produciría un efecto de intimidación, contrariamente a lo que ocurría con las condenas en los países ocupados.
El crimen de la Desaparición Forzada de Personas, como está descrito en los párrafos citados, fue una política institucional del régimen de Pinochet.
Revisando los múltiples antecedentes de cómo, cuándo y dónde desaparecieron los hombres y mujeres que en Chile se encuentran hasta la actualidad desaparecidos, creemos que es muy posible que los que desaparecieron, luego del 11 de septiembre de 1973 y hasta el fin de ese año, fueron personas asesinadas por diferentes ramas de las fuerzas armadas en Peldehue, Lonquén, Yumbel, Liquiñe, Chihuío, Paine y otros lugares.
En estos casos, luego de haberlos asesinado, sus cuerpos se ocultaron en fosas, hornos, regimientos, comisarías y en otros lugares aún ignorados. Los cuerpos, en la mayoría acribillados o despedazados por granadas, machete o balas, permanecieron ocultos por mucho tiempo y empezaron a emerger «cuando la tierra comenzó a hablar».
Y la tierra habló, porque los familiares no dejaron de buscarlos. Tampoco los profesionales, periodistas, abogados y muchos otros que no dieron ni han dado vuelta la página. Como dicen algunos, «se quedaron pegados en el pasado» y hasta ahora, treinta y cinco años después del golpe de Estado, no aceptan la reconciliación sin verdad ni justicia.
¿Existió una orden superior para realizar este entierro oculto y clandestino en esa época? Sin duda, pero creemos que aún no como técnica elaborada y fríamente planificada para hacer desaparecer. Seguramente se enterraron los cuerpos para encubrir el crimen, por órdenes superiores. ¿Excavaron las tumbas con frialdad, con sentimiento de desprecio, con desdén hacia el otro, con rabia y odio contra ese «enemigo»? ¿O también con miedo y vergüenza, con dolor y tristeza, por tener que obedecer esas órdenes?
Desde ese momento se elaboró y se puso en práctica el pacto del silencio, la conjura de no hablar, de no traicionar, de esconder, negar, desmentir, de no dar ningún indicio para la construcción de la verdad, con el fin de que los familiares no llegaran a saber nunca lo que había pasado con los suyos.
Años después, al ser descubiertos por la justicia, algunos de los que cometieron estos crímenes han empezado a reconocer su participación. Otros amenazan e insultan a los familiares y a sus abogados, como si ocultar la verdad sobre el conocimiento que se tiene de un crimen fuera de un honor, y lo que es más grave, un honor militar. Con este comportamiento, han provocado dolor y un profundo trauma en los familiares y en la sociedad.
Pero retrocedamos en la historia de este crimen:
Por los antecedentes reunidos, planteamos que la metodología de la Desaparición Forzada se ideó en Chile a fines del año 1973 y empezó a aplicarse prontamente por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), dirigida por Manuel Contreras Sepúlveda.
En la elaboración y ejecución de este crimen, hubo múltiples participantes: los que lo idearon y planificaron, los que eligieron y seleccionaron a quienes debían desaparecer, los que determinaron con qué método y dónde; los que luego decidieron el cómo y el dónde ocultar o destruir los cuerpos, si es que finalmente los mataron.
Estas diferentes «tareas», al ser cumplidas por muchos, disminuyeron la responsabilidad criminal. Algunos dicen ahora que solo obedecieron.
¿Cuál fue la primera persona chilena elegida para aplicar el método de desaparición, llevar a la práctica su metodología y lograr sus objetivos? ¿Hacer que los familiares y la sociedad entraran en una espiral de dudas, desconcierto, miedo y terror?
Es posible que algunos de los prisioneros, luego de las torturas a que fueron sometidos, hayan quedado extenuados, heridos, agonizantes. En esos casos, posiblemente, se adelantó su muerte, haciendo luego desaparecer su cuerpo.
La historia, reconstruida con algunos sobrevivientes que fueron testigos de este crimen, relata que varios de los que nunca más volvieron fueron sacados de las casas de tortura vivos, enteros, de pie, que los pusieron en fila y luego los subieron a camiones, ignorando dónde los llevaban y su destino final.
Desde fines de 1975 hasta comienzos de 1976, todos o casi todos los detenidos no fueron vistos por otros prisioneros en los centros de tortura; no hubo más testigos. La técnica se fue perfeccionando hasta los más altos niveles de ocultamiento, perversión y crueldad.
La justicia está ahora conociendo casos de desaparecidos, las etapas que vivieron, desde que los secuestraron hasta su destino final, pero de ninguno se sabe finalmente de forma certera qué hicieron con ellos, con sus vidas, con sus cuerpos.
En este crimen participó un gran número de perpetradores para que, finalmente, nadie se hiciera responsable.
A partir de lo que hemos vivido, de nuestra propia experiencia y del conocimiento de numerosos estudios sobre cómo una persona puede entrar en los laberintos del mal, podemos decir, a grandes rasgos, que trasformar a una persona, hasta entonces normal, en criminal, posiblemente sigue los pasos siguientes:
– Crear en la subjetividad la idea de que se encuentra ante un grave conflicto y frente a un enemigo implacable, desprovisto de toda dignidad, llevándolos lentamente a tener miedo hacia el otro. Un miedo interior, profundo, vivido como un peligro inminente.
– Deshumanizar al enemigo. Su imagen está construida sobre una satanización que les inspira odio y repulsión, que los lleva a la necesidad de destruirlos. El enemigo no es una persona, es un «humanoide», como lo llamó un integrante de la Junta Militar*. Esta calificación es de indudable cercanía con el «infrahombre» de los nazis que, según un documento hitleriano, odiaba la obra del otro.
Analizando el lenguaje utilizado contra los prisioneros, percibimos la estigmatización deshumanizante que se refleja en los términos discriminatorios, peyorativos y soeces con que los funcionarios se refieren y tratan al «enemigo», uniendo a estas palabras agresión y violencia*: «comunista, violentista, delincuente, terrorista, ignorante, traidor, indio, rata, chusma, basura, bestia, cagada, mierda, puta, hijo de puta, maricones, cobardes».
En la construcción del imaginario del miedo que logran crear, inducen el sentimiento profundo de desprecio y odio. ¿Cómo es posible llegar a la destrucción humana? La respuesta de Imre Kertész es: «Con la ayuda del odio, sin duda; con el odio que, junto con la mentira, se ha convertido en el requiso indispensable, en el alimento psíquico más importante de nuestra época».*
Romper el vínculo humano, pervertirlo, distanciarse del otro, despreciarlo y odiarlo, de modo que al torturarlo, hacerlo desaparecer, sea más una victoria que una culpa.
Por otra parte, las instituciones militares constituyen una colectividad que borra la individualidad y lleva a la despersonalización, a través de los mecanismos propios de pertenencia al grupo y adhesión a sus objetivos e ideologías. De sus miembros se espera orden, obediencia -a veces automática-, lealtad y «moral militar», eliminando la responsabilidad personal.
En el libro ¿Fuerzas armadas? No, gracias* el doctor Sergio Pesutic escribe:
«La mentalidad militar aparece como un modo especial de percibir y construir la realidad. Ella consiste en determinadas concepciones y valoraciones pre teóricas sobre el hombre y la sociedad que constituyen el sentido común de los militares. El entrenamiento de un militar se nutre de ciertos ingredientes ya clásicos: la verticalidad del mando, la obediencia de vida, el culto a la jerarquía, la intolerancia a la ambigüedad y a la diferencia, la exaltación maniquea de la virilidad, con menosprecio de la figura femenina, la represión del criticismo y la reflexión, una extrema lealtad al grupo que no raras veces conduce a situaciones en que la verdad queda supeditada a los intereses de la institución, la uniformidad como norma valórica positiva”.
Sobre esta base se construyeron los servicios de «inteligencia» de la dictadura: exigieron el secreto, y el pacto del silencio se estableció por vida.
Quien lo rompa o traicione será eliminado.
Desde antes del golpe, se había instalado en Chile una guerra psicológica abierta u oculta. Esta «guerra» siguió durante la dictadura y de alguna forma persiste hasta la actualidad.
El miedo fue conducido, antes del golpe, por todos los medios de comunicación, hasta crear una guerra psicológica permanente y progresiva.
Este miedo es el que se usó como instrumento para que finalmente, casi como un «reflejo condicionado», las nociones de caos, muerte, violación, saqueo, desorden, terrorismo, violencia, ilegalidad, etc. se asimilaran al concepto de “marxismo”: fueron los «rojos» en España, los «comunistas» en Viet Nam, los “marxistas” en Chile. Ese miedo estaba allí, latente desde antes del triunfo electoral de Allende, y fue fría y progresivamente elaborado, impuesto y dirigido.*
Nuestras investigaciones confirmaron que, en las escuelas norteamericanas de formación de los militares de los países latinoamericanos, no solo se enseñaron técnicas de agresión y destrucción, sino que también se adiestró al personal civil y militar en técnicas de guerra psicológica. En sus documentos se describe la guerra psicológica como «la herramienta más versátil para buscar el logro de los propósitos de la Guerra Fría. Se puede aplicar en una variedad impresionante de formas. En esencia, la guerra psicológica es el empleo planificado de la propaganda implementada por todos los medios que se necesitan para influenciar las opiniones, emociones, actitudes y conductas de los públicos amigos, hostiles o neutrales, a fin de apoyar los objetivos establecidos».
En este documento se resalta que la propaganda es el principal componente de la guerra psicológica.*
Un ejemplo de la guerra psicológica, llevada a cabo por la dictadura, es la Operación Colombo, que constituyó una de las acciones más sofisticadas, globales y perversas que el poder dictatorial fue capaz de planificar y ejecutar.
«El propósito principal fue elaborar un plan basado en engaños y falsedades, a través del que se diera cuenta a la comunidad nacional e internacional sobre la suerte corrida por numerosos chilenos, que habiendo sido detenidos se encontraban desaparecidos.
«Pero junto a su objetivo principal esta operación tuvo otras finalidades inherentes a las necesidades de la dictadura para mantenerse en el poder: influir sobre la población y producir paulatinamente un cambio en la mentalidad y comportamiento de las personas. Muchas de estas técnicas, maniobras y recursos usados persisten hasta hoy. Así lo ha demostrado el tiempo: discursos de la dictadura, formas de comunicar, informar, prácticas, lenguajes y palabras, diferentes modalidades de mensajes, órdenes, resoluciones que recuerdan hasta la actualidad, sutilmente, los diecisiete años vividos bajo un régimen tiránico.
«En el cumplimiento de estas tecnologías dictatoriales participaron en esa época y en el caso específico de la Operación Colombo*, todos los estamentos, poderes y funcionarios del estado dictatorial. Además, los medios de comunicación, especialmente los adictos al régimen, personal de las fuerzas armadas y policía, así como funcionarios de embajadas chilenas en distintas partes del mundo.
«Fue la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) la estructura que sin duda planificó esta operación, y la ejecutó, apoyándose en forma privilegiada, en su departamento de relaciones exteriores y de operaciones psicológicas. Su planificación y ejecución traspasó ampliamente las fronteras de Chile y uno de sus objetivos específicos, posiblemente el más significativo, fue influir en la subjetividad y en el proceso de toma de conciencia, es decir en la mente de toda la población.
“Por otra parte el mensaje directo -ubicado psicológicamente en el campo simbólico de lo macabro y lo perverso- dirigido en primer lugar a las familias de los desaparecidos así como a sus compañeros de partido y, en general a todos los que no aceptaban vivir bajo un régimen de fuerza, ha quedado como un recuerdo latente, como una representación incierta, siniestra y desgarradora».*
El sistema de la desaparición y sus consecuencias calza certeramente con a definición dada al terrorismo de Estado: «El que dispone del monopolio de la violencia, que sustituye el orden, la regla y la historia institucional a su arbitrio, desembarazándose de cualquier limitación legal para aplicar la violencia en forma planificada y eficaz como arma de opresión».
El terrorismo fue aplicado en Chile, especialmente durante los primeros años de la dictadura militar, y se agudizó en los períodos en que el régimen se sentía amenazado. De estas situaciones represivas nadie se hacía responsable, ni menos el dictador, para quien los crímenes no tenían importancia.
Un rol muy significativo jugó también la extrema derecha y derecha del país; sus personeros desde un inicio no dejaron de celebrar, honrar y cooperar con la dictadura. Algunos llegaron a la delación. Más tarde se apoderaron de gran parte del patrimonio de Chile y no les importó el cierre del Congreso ni la pérdida de la democracia. Todos sus medios de comunicación no solo fueron obsecuentes, sino que colaboraron utilizando sin reparos la guerra psicológica para mantener el miedo, paralizar la razón, tergiversar la realidad, colaborando directa o indirectamente con la «Agresión Humana».
El desaparecimiento puede haber ocurrido muchas veces en los conflictos, en las guerras; pero el desaparecimiento como una metodología del poder dictatorial -que existe en la época actual- no es producto del azar o de una desgracia, es una metodología pensada y fríamente ejecutada desde el poder, con crueldad, con soberbia, con desprecio. Ella constituye el paradigma de la Agresión Humana.
Paz Rojas Baeza es Médico neuropsiquiatra. Consejera de la Asociación de Prevención de la Tortura, con sede en Suiza, y de la Sociedad Internacional de Salud y Derechos Humanos. Premio de Derechos Humanos de la Universidad de Oslo, Noruega, 1998. Desde 1973 ha trabajado en atención a personas afectadas por violaciones de derechos humanos.
Hasta un año después del golpe de Estado de 1973, fue profesora extraordinaria y jefe de clínica del Servicio de Neurología del Hospital José Joaquín Aguirre de la Universidad de Chile.
Ha realizado numerosas publicaciones, entre las cuales destacan ocho volúmenes de la Serie «Verdad y Justicia», realizados junto al equipo interdisciplinario de Salud Mental de CODEPU. Páginas en Blanco: 11 de Septiembre en La Moneda, escrito junto a Viviana Uribe, Maria Eugenia Rojas, Iris Lago, Isabel Ropert y Víctor Espinoza.
Su libro Tarde pero llega: Pinochet ante la justicia española fue escrito en colaboración con Víctor Espinoza y Julia Urquieta (LOM, 1998) un mes antes de la detención del dictador en Londres.
Ha participado en innumerables conferencias en países de América Latina y Europa, especialmente Francia, Alemania, Suiza y Turquía.
Fue presidenta de la Corporación de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU).
[1]Tortura y Resistencia en Chile. Estudio médico-político. Katia Reszczynski, Paz Rojas y Patricia Barcelo. Publicado en Chile por la Editorial Emisión, noviembre, 1991.
[2]Más allá de las fronteras. Estudio sobre las personas ejecutadas o desaparecidas fuera de Chile (1973-1990). Serie «Verdad y Justicia», Volumen V. CODEPU, DIT-T, agosto 1996.
[3]Kombluh, Peter, The Pinochet File. A declassified dossier on atrocity a accountability. The New Press. New York. 2003. Los archivos fueron desclasificados en febrero de 1999. A raíz de la apertura de los archivos, se siguieron procedimientos legales contra el director de la CIA, Richard Helms, por haber mentido al Comité del Congreso, encubriendo operaciones en Chile, especialmente las relacionadas con el proceso de la familia de la más famosa víctima de Pinochet: Charles Holman.
[4]Abate Joseph de la Martinière, fue deportado NN a Dachau. Ediciones Equipo NIZCOR- Derechos Human Rights el 28 de septiembre de 2001.
[5]José Toribio Merino, almirante de la Armada de Chile, Integrante de la Junta Militar. Gran ideólogo del golpe militar.
[6]«La Tortura: Una Necesidad del Régimen», en el libro Persona Estado Poder: Estudios sobre Salud Mental. Chile 1973-1989. CODEPU. Santiago, noviembre de 1989.
[7]En Dossier K. Imre Kertész. Ediciones Acantilado, Barcelona, 2007.
[8]Ediciones Oxymaron. Colección «Causas Perdidas». Santiago, junio de 1992.
[9]Reszczynski, K.; Rojas, P. y Barceló, P., op. cit.
[10]Collins, J. La Gran Estrategia, Principios y Prácticas. Colección Estrategia. Círculos Militares Argentinos, 1975.
[11]Operación Colombo, ver Capítulo I: «Un Largo Camino-Nuestra Práctica».
[12]Serie Verdad y Justicia. Volumen 4: “La Gran Mentira – El Caso de la Lista de los 119- Aproximaciones a la Guerra Psicológica de la dictadura chilena: 1973-1990”. Serie de investigaciones que CODEPU, a través de su equipo de salud mental, publica con la finalidad de contribuir al esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos cometidos en Chile durante la dictadura.
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