NAHIA SANZO
Ucrania no quiere una solución negociada, sino empeorar al máximo la situación y que sean sus socios los que, por medio de más armas y más sanciones, obliguen a su enemigo a rendirse
“Todo parece crítico y catastrófico”, afirmó el lune el conocido político ucraniano Oleksander Goncharenko, antaño promesa del Partido de las Regiones y ahora diputado por el partido de Petro Poroshenko. En uno de los alardes de nerviosismo que cada vez son más comunes, el político, que se hizo célebre por su paseo por la Casa de los Sindicatos de Odessa cuando aún no se habían retirado los cuerpos quemados de las víctimas del 2 de mayo, añadió que “después de Pokrovsk, estará abierta la carretera al Dniéper”.
En solo un año, Goncharenko ha pasado de afirmar en las primeras horas de la contraofensiva de 2023 que las tropas ucranianas controlaban ya el aeropuerto de Donetsk (del que esas tropas fueron expulsadas en enero de 2015) y dar por hecho que comenzaba la batalla por el control de la principal ciudad de Donbass, a dudar de la capacidad del ejército ucraniano de mantener el control de la margen izquierda del Dniéper.
El comentario tiene, por supuesto, un componente de crítica directa al general Syrsky, que relevó en su puesto a Valery Zaluzhny, mucho más afín a los grupos ultranacionalistas cercanos a Poroshenko, pero también está dirigido a Zelensky. En la guerra, la frontera entre los argumentos políticos y militares se difumina hasta su práctica desaparición. “No entiendo cuál es el plan de Syrsky y Zelensky”, sentenció Goncharenko, que expresó la posición común de su partido, que utiliza la situación actual para promocionarse y defender implícitamente tanto a Poroshenko como a Zaluzhny.
A pesar de los problemas en el frente de Donetsk, cada vez más evidentes ante la aceleración del avance ruso en varias direcciones, Syrsky y Zelensky tienen un plan y ayer quisieron dar muestra de ello. En realidad, para ambos, el plan pasa por la operación de Kursk, un frente relativamente estable dentro de la gravedad de la situación ucraniana, en el que Ucrania avanza ligeramente en unas zonas, mientras que Rusia recupera terreno en varias. Kursk sirve, al mismo tiempo, para esconder parcialmente la mala situación de las tropas ucranianas en Donbass y para mostrar músculo presentándose ante sus aliados como el proxy fiable y capaz al que hay que continuar armando.
En términos militares, Kiev no ha conseguido aún ningún logro táctico o estratégico con su aventura de Kursk. E incluso los objetivos secundarios, como que Rusia se viera obligada a transferir al nuevo frente grandes cantidades de tropas para aligerar así la presión sobre Krasnoarmeisk, no se han cumplido. Oleksander Syrsky comentó ayer que Rusia ha reubicado a 30.000 efectivos que se encontraban en otros lugares, una cifra que no puede comprobarse y que muy probablemente sea exagerada; y aunque fuera cierta, no afectaría en nada al gran número de tropas rusas en el frente del Donbass. Sin embargo, en un tono de evidente decepción, el general ucraniano precisó que “el enemigo intenta retirar sus unidades desde otras direcciones y, por el contrario, aumenta sus esfuerzos en los sectores de Pokrovsk”.
La tendencia en Donetsk no solo no se invierte ni se estabiliza el frente, sino que la velocidad de avance ruso aumenta (siempre dentro de la tendencia de progresos lentos de esta guerra y especialmente de este frente). “El impulso de la ofensiva rusa se dirige hacia el sur, hacia Kurakhove. Cada vez hay más espacio para maniobrar y menos defensas ucranianas en el camino. A este ritmo, puede llegar lejos. En el mapa, parece una ola que está a punto de engullir el oeste de la región de Donetsk”, comentaba ayer el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, que apenas se sorprendía de que Rusia hubiera capturado Novogrodovka en apenas tres días, una ciudad cuyo municipio cuenta con una población más de cuatro veces superior a la de Suya, el principal éxito ucraniano en Kursk. Las autoridades rusas aún no han dado por tomada la localidad, aunque fuentes rusas hablaban ayer por la mañana de que las fuerzas ucranianas se habían retirado de facto ante la imposibilidad de defenderse.
Sin embargo, el plan de Zelensky y Syrsky no pasa, al menos en estos momentos, por Donbass, donde Ucrania ya no es capaz de mantener la defensa fiable y rocosa que hizo que el frente se estancara en el verano de 2022. Ayer, varios medios recogían las declaraciones del presidente ucraniano y las intenciones de Andriy Ermak en relación con la situación actual y el planteamiento para el futuro inmediato. Kursk ha dado a Ucrania una confianza que, aunque no se corresponda con la situación en el frente, es útil para lograr unos objetivos políticos que han quedado claros en los últimos días: conseguir el permiso para utilizar armas occidentales en cualquier parte del territorio de la Federación Rusa y obtener apoyo político y diplomático para buscar una negociación en posición de fuerza.
Ambos objetivos están íntimamente ligados, ya que conseguir políticamente el resultado que Ucrania quiere lograr en los despachos exige una situación de victoria clara en el frente. Aunque las intenciones de Zelensky siempre estuvieron claras para quienes comprendieron que la forma de negociar de Kiev en Minsk y en Estambul excluía toda posibilidad de resolución pactada del conflicto si esta implicaba concesiones (especialmente, aunque no solo, territoriales), el presiente ucraniano y su entorno más cercano han insistido en ello en las últimas horas. “No estoy dispuesto a intercambiar nuestros territorios en el marco de ninguna negociación”, afirmó para dejar claro que sus condiciones no han cambiado y que no habrá compromiso a cambio de garantías de seguridad.
En otras palabras, el presidente ucraniano insiste en recuperar los territorios occidentalmente reconocidos según sus fronteras de 1991, incluida Crimea, la península que Ucrania perdió hace diez años y en la que la población, que se posicionó claramente a favor de Moscú, difícilmente va a desear regresar voluntariamente bajo control del país que durante años impidió el suministro de agua potable. La mención a las garantías de seguridad implica que Kiev insiste en la integración en las estructuras occidentales de seguridad, es decir, en la OTAN, con lo que Zelensky refuta también una idea que se había extendido últimamente y que, en sus orígenes, partió de la Oficina del Presidente: la posibilidad de renunciar temporalmente a los territorios perdidos a cambio de la integración inmediata en la Alianza Atlántica.
Kiev no solo no renuncia a nada, sino que quiere más, aunque lo haga con las contradicciones habituales. Medios como Politico o Financial Times reportaban ayer que se prepara una visita a EEUU del jefe de la Oficina del Presidente, Andriy Ermak, en el que la mano derecha de Zelensky presentará una lista de objetivos situados en la Federación Rusa que Ucrania aspira a destruir. Para ello, Kiev precisa de las armas y del permiso para usarlas. El objetivo es el mismo que el de la ofensiva de Kursk y la de Zaporozhie hace un año: empeorar al máximo la situación para obligar a Rusia a ceder al diktat ucraniano.
“Ucrania quiere permiso de Occidente para utilizar misiles de largo alcance Storm Shadow para destruir objetivos en la Rusia profunda, creyendo que eso podría forzar a Moscú a la mesa de negociación para detener la batalla”, afirmaba ayer The Guardian, adhiriéndose a las declaraciones de Zelensky, que insiste en que presentará a Joe Biden, posiblemente en septiembre, su plan de paz para detener la guerra este mismo año. “Hay un plan de victoria de Ucrania. Será justo si primero presento este plan al presidente de EEUU”, declaró el presidente ucraniano según Ukrainska Pravda.
Las palabras de ayer de Ermak dejan claro que dicho plan es en realidad la hoja de ruta de 10 puntos que Zelensky presentó hace meses y en cuyos puntos 5 y 6 exige la recuperación de la integridad territorial y la retirada de las tropas rusas de todo el territorio. El planteamiento podría considerarse una postura inicial de negociación si no fuera por el principal precedente de esta guerra, Minsk, donde Ucrania siempre prefirió arriesgarse a un empeoramiento en lugar de optar por la vía de un compromiso que, en aquel momento, ni siquiera exigía concesiones territoriales sino derechos políticos a la población. Como ahora, la postura ucraniana no solo no se moderó, sino que se endureció.
“Dentro de unos meses se elaborará un plan conjunto para la aplicación de la Fórmula de Paz del Presidente Zelensky. Esta es la principal condición para celebrar la Segunda Cumbre de Paz. Hoy ya contamos con el interés preliminar de algunos países que están dispuestos a acoger esta Cumbre”, afirmó el vicepresidente de facto de Ucrania. La paz justa de Ucrania siempre fue justa solo para Kiev y nunca para la población de esos territorios, cuya opinión es absolutamente irrelevante y que exige que sea abandonada por Moscú a merced de las intenciones de un Gobierno que solo les ha prometido sanciones, limitación de derechos y castigo colectivo.
Pese a actuar como si Ucrania estuviera en condiciones de dictar los términos de paz, en una guerra en la que Kiev aun no ha sido derrotada del todo, Zelensky insiste en un programa absolutamente inviable como única salida posible al conflicto. Consciente de ello, o quizá simplemente explotando la capacidad de contradecirse en una misma comparecencia mediática, al tiempo que resaltaba su solución diplomática -exigir la rendición unilateral del oponente-, Zelensky dejó claro que su prioridad es la vía militar.
Como recogía ayer Europa Press, el líder ucraniano señaló que “dependerá de los aliados de Ucrania sus posibilidades de vencer a Rusia en el campo de batalla”. “Espero que trabajen más y más rápido”, exigió. Kiev no ha dejado de proponer la vía de la escalada como única respuesta posible en cada momento de la guerra y lo hace nuevamente ahora, cuando se conoce que estaba previsto el inicio de unas conversaciones que buscaban proteger de los ataques a las infraestructuras energéticas, vitales para la población civil.
La prioridad ucraniana sigue siendo la misma que hace un año, cuando Kiev se veía ingenuamente capaz de romper el frente de Zaporozhie e irrumpir en Crimea. La idea de cruzar la línea roja rusa de poner en peligro Crimea fracasó, por lo que Ucrania busca ahora una nueva. “La idea, según un funcionario gubernamental de alto rango, es que Rusia considerará negociar solo si cree que Ucrania tiene la capacidad de amenazar Moscú o San Petersburgo”, afirmaba ayer The Guardian, que añadía que “es una estrategia de alto riesgo y, por ahora, no tiene el apoyo de EEUU”. Eso es lo que espera cambiar Ermak con su visita.
Zelensky ha insistido ya en que las líneas rojas rusas “son un farol”, por lo que el riesgo parece merecer la pena para el régimen ucraniano, dispuesto a someter al incremento del peligro a su población luchando por un resultado, una victoria completa, en la que no creen siquiera sus aliados del Pentágono ni los siervos de la UE. Ucrania no quiere una solución negociada, sino empeorar al máximo la situación y que sean sus socios los que, por medio del envío de más armas y la imposición de más sanciones, obliguen a su enemigo a rendirse.
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