Entrevista a Carmen Grau Vila. Desastres naturales, violencia de género y mujeres
Carmen Grau Vila es una valenciana experta en gestión de desastres, investigadora en la Universidad de Waseda, Japón. Su tesis doctoral se centra en la resiliencia de las mujeres japonesas en los terremotos, tsunamis y accidentes nucleares. Hablamos con ella sobre qué podemos aprender de Japón en la gestión de la dana.
En la cuenca del Júcar hemos crecido escuchando a nuestros padres contar lo que hicieron durante la pantanà. En el lenguaje coloquial, nos referimos así a la pantanada, la rotura de la presa de Tous, en octubre de 1982. Mi hermana tenía diez meses y la entrevistada aún no había nacido.
¿Han visitado alguna vez la ciudad de València? ¿Han paseado por el antiguo cauce del Túria? Sí, ese parque alargado era, originalmente, el último tramo del río hasta el mar. Lo era. Hasta que la gran riada de València, en octubre de 1957 —sí, octubre, otra vez octubre—, anegó la capital. A raíz de aquello, se decidió sacar el río de la ciudad, por el sur.
Hay desastres que se repiten de forma cíclica. Aquí y en Tokio.
Carmen Grau Vila (Tavernes de la Valldigna, 1984) es una valenciana experta en gestión de desastres e investigadora en el Institute for Sustainable Community and Risk Management de la Universidad de Waseda, en Japón. Doctora en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid, su tesis se centra en la resiliencia de las mujeres japonesas en los desastres que han ocurrido en este país asiático en los siglos XX y XXI, como el terremoto, tsunami y accidente nuclear en Fukushima, el 11 de marzo de 2011. Carmen ya vivía en Tokio entonces. Aquella experiencia la hizo conectar con una riada —otra— que azotó a su pueblo en 1996, cuando se desbordó el río Vaca, el 11 de septiembre. Fue cuando decidió que buscaría, hasta que se quedara sin preguntas, la respuesta a esos fenómenos que la marcarían para siempre.
En la actualidad, Grau Vila trabaja como docente en universidades japonesas y en España, colabora en medios y centros de investigación de América Latina y Estados Unidos. Sus publicaciones han sido premiadas y traducidas a múltiples idiomas.
Lleva una semana pegada a su ordenador.
En un artículo publicado en Climática, enumeraste las fases de un desastre con un elevado número de víctimas. ¿En qué fase estaríamos ahora?
Estamos todavía en la fase de emergencia. Se debe priorizar la asistencia a las víctimas, el rescate, la disposición de fallecidos y, al mismo tiempo, limpiar y poner en marcha la restauración de los servicios mínimos. Cuanto antes. También es imprescindible evacuar a las personas sin hogar, heridas, enfermas o en situación de vulnerabilidad. La fase de emergencia es muy crítica porque se necesita poner en marcha numerosos mecanismos de forma coordinada. Es muy delicado porque puede producir nuevas víctimas por falta de atención o por infecciones.
¿Qué debería preocupar ahora al grupo que coordina la respuesta a esta crisis?
¿Te refieres a nivel estatal o autonómico? Fíjate que no creo que esté muy claro y eso es un problema. Desde el exterior, con la información de que dispongo, la imagen que se ofrece es que no hay un grupo claro que lidere la respuesta. Además, la gestión, lamentablemente, sigue estando politizada. La ciudadanía y, en especial, la población afectada, necesita confiar y no sentirse abandonada. La política toma demasiado protagonismo. Los comunicados y las noticias no deberían ser qué le reprocha un presidente al otro, sino datos y explicaciones sobre la coordinación y los protocolos. La noticia no debería ser por qué no se da la cifra de desaparecidos, sino la cifra. Aunque luego se vaya ajustando.
El número de víctimas mortales llega a cuentagotas y no hay cifras oficiales de personas desaparecidas. ¿Qué recomendáis al respecto desde vuestra experiencia?
La falta de transparencia es una aberración para las familias. Da la impresión de que España no tiene un censo de población. Desde fuera no se entiende. Tampoco que no sepamos nada de esos fallecidos, como la edad o el género. Sé que se sigue trabajando, pero seguro que ya se cuenta con información importante. Por ejemplo, en Japón, tanto en 2011, como en las inundaciones de 2020 o el reciente terremoto del 1 de enero de este año, se contabilizaban a diario los fallecidos y los desaparecidos. Todos importan, aunque sea desgarrador actualizar esa cifra cada hora. En tiempos de crisis, hay que informar y detallar los procesos a la gente de a pie. A nivel institucional, necesitamos un protocolo de actuación ante estos fenómenos para no perder horas y un tiempo tan valioso.
¿Hay algo que te haya llamado la atención de la cobertura mediática de este desastre?
Demasiadas cosas. Echo de menos más datos, menos declaraciones políticas, más voces del pueblo. También soy periodista y me da vergüenza leer titulares sensacionalistas. Recuerdo que en 2011, cuando yo ya vivía en Tokio, una cabecera española titulaba “Apocalipsis en Japón”, refiriéndose al desastre que estábamos viviendo. Desde fuera no se ve tan grave, pero cuando estás dentro, ese sensacionalismo se siente como una falta absoluta de empatía. O “El infierno en Valencia”, que he leído estos días. No aporta nada. Si le preguntamos a alguien de Paiporta, por ejemplo, seguro que no le hace ninguna gracia.
Por otro lado, llevo una semana preguntándome y buscando noticias sobre los niños. ¿Dónde y cómo están? La hora a la que aconteció el desastre era de actividades extraescolares, cuando los niños regresan a sus casas o se desplazan con sus padres. ¿Están todos bien? ¿Y qué está pasando con las comunidades migrantes? València, y en especial estos pueblos, integran a muchas comunidades migrantes que también estarán damnificadas.
Foto: Carmen Grau Vila investigando la reconstrucción tras el terremoto de Kumamoto en el sur de Japón de 2016./ Foto cedida
Volvemos a las cifras. ¿Por qué no se difunden más cuestiones prácticas? Dónde están los puntos de asistencia, qué necesitan los afectados. Hay que publicar esa información. Por ejemplo, el martes me hicieron una entrevista en À Punt, la radio pública valenciana, y pregunté a mi familia y amigas afectadas qué necesitaban, para aprovechar el altavoz que iba a tener. Me pidieron que limpiaran la basura y que abrieran las escuelas cuanto antes. Los medios debemos transmitir esa información, además, de forma respetuosa, cuidadosa y humana. Aportar soluciones y dar cabida al mayor número posible de voces.
¿A qué aspectos deberíamos prestar atención a estas alturas, para evitar males mayores o consecuencias indeseadas de este desastre?
Todavía estamos muy al inicio y nos faltan datos. Una vez se completen las tareas de limpieza, se disponga de todos los fallecidos y se restauren los servicios mínimos, los pueblos comenzarán un proceso largo de reconstrucción. En la experiencia japonesa, para que los pueblos no pierdan habitantes, hay que actuar con rapidez, pero de forma consensuada, construir una nueva comunidad, pero teniendo en cuenta su esencia y lo acontecido, para que no vuelva a ocurrir.
Por otro lado, contamos con excelentes profesionales y somos un pueblo muy solidario, pero sospecho que los equipos de asistencia que ya están trabajando in extremis pronto estarán al límite de sus fuerzas y acusarán el agotamiento. Es importante que haya relevo, para que descansen y, al mismo tiempo, se mantenga la asistencia. Para ello, contar con ayuda experta del exterior puede ser una buena solución. Requiere un esfuerzo mayor, pero en mi opinión ese apoyo aceleraría las tareas. España está hoy en el punto de mira del mundo y cuenta con numerosos aliados. Aprovechémoslo. La solidaridad internacional que recibió Japón tras el tsunami se transformó en proyectos de recuperación y reconstrucción que finalmente mejoraron las comunidades. En lugar de pensar que pedir ayuda dañará al turismo, hagamos un llamamiento para que nos ayuden, precisamente porque fuera de España nuestra Comunidad atrae mucho turismo y es querida.
Foto: Dos personas caminan por una zona afectada de Paiporta./ Eva Mañez
Has estudiado el papel de las mujeres de las comunidades en la gestión de este tipo de crisis. ¿Qué papel juegan, tradicionalmente?
Siempre se ha dicho que las mujeres somos vulnerables. Pero mi experiencia en emergencias —de pequeña y luego en Japón y en América Latina— me ha dicho lo contrario. Me propuse desmontarlo con una tesis y me encontré con verdaderos modelos de liderazgo y supervivencia femenina, invisibilizada y relegada, pero existente en todas las fases del desastre. Estoy ultimando un libro con estos casos, todos reales. Creo que pueden aportar muchas estrategias valiosas. Las mujeres tienen una fuerza intrínseca que se activa en momentos de emergencia y que es un pilar fundamental para salir adelante.
¿Sufren las mujeres consecuencias específicas?
Sí, y se habla poco de ello. Los desastres suelen empeorar la violencia de género y hay que prevenirla. Me preocupa mucho la violencia contra las mujeres, las niñas y las adolescentes durante las crisis. Hay múltiples ejemplos, durante el terremoto de Haití de 2010 o en el de Japón de 1995. Las calles a oscuras de la ciudad de Kobe se convirtieron en una trampa. Por tanto, hay que tener en cuenta que puede ocurrir y tomar medidas preventivas, abrir espacios seguros para que las mujeres puedan expresar sus necesidades o problemas. Hay varias estrategias: desplazar a mujeres militares, policías o guardias civiles en los pueblos afectados, abrir un punto de información y denuncias cerca de los puntos de asistencia o teléfonos de apoyo en las zonas afectadas.
¿Qué necesitarán las y los supervivientes para encontrar la paz?
Leo que el gobierno valenciano va a lanzar ayudas de seis mil euros para los damnificados. Es positivo si esta ayuda llega rápido, porque muchos necesitan recomponer sus casas y negocios cuanto antes. Luego habrá que ver cómo se organiza la ayuda total a los damnificados. Por otro lado, los afectados necesitan nuestro apoyo sostenido, que sus hijos puedan volver al colegio pronto, ayudas al empleo o a las empresas, asistencia psicológica. Y cosas tan sencillas como ver su plaza limpia de nuevo. La solidaridad que han mostrado los jóvenes es muy reconfortante.
¿Cómo han recibido la noticia en Japón?
Japón ha estado muy pendiente y estos días analiza en reportajes televisados las imágenes del rey y de los presidentes siendo abucheados. Los medios se están haciendo eco. Numerosos japoneses de mi alrededor me muestran su empatía hacia el pueblo valenciano.
Los reyes, Pedro Sánchez y Carlos Mazón visitaron Paiporta el domingo. ¿Crees que estas visitas son importantes, aunque generen rechazo?
No era el momento. Demasiado pronto. La respuesta de los vecinos lo demostró. No aportaban asistencia vital, lo más necesario. Los vecinos reclamaban ayuda a gritos. Las imágenes muestran al pueblo angustiado. ¿Cómo no estarlo? Las visitas oficiales son más bienvenidas en fases posteriores. En Japón, el primer ministro en 2011, Kan, visitó Fukushima tras el accidente y fue muy criticado. Los japoneses no lo han olvidado. El emperador fue cauto y visitó a los afectados mucho más adelante.
Una representante del gobierno valenciano ha afirmado que el mejor sitio donde pueden esperar información las familias de las personas desaparecidas es en sus casas. ¿Qué opinas?
En Japón, declaraciones como esas conllevarían una dimisión. Hay un gran respeto a los fallecidos. Te pondré otro ejemplo. A los desaparecidos por el tsunami de 2011 se les ha estado buscando durante años. Incluso ha sido noticia cuando se ha logrado recuperar e identificar prendas de ropa de una persona fallecida. En todas las culturas, para los familiares, la palabra desaparecido es un horror. Es necesario un cierre en condiciones. Tengo la impresión de que en España la muerte se esconde. En la pandemia también lo vi: funerales y entierros veloces, casi en solitario. No podemos permitir que las víctimas de la dana pasen en silencio.
A tu parecer, ¿por qué cuesta que el conocimiento experto llegue a las personas con responsabilidad en una crisis como esta?
Necesitamos planificar más a medio y a largo plazo las crisis. No esperar a que ocurran y nos pillen desprevenidos. Naciones Unidas trabaja desde hace décadas en prevención y gestión de desastres. Se trata de trasladarlo y aplicarlo a nuestro territorio nacional, regional y local. Tejer una red de expertos para prepararse y actuar cuando llegue el momento.
¿Habéis estudiado la desinformación en los desastres?
Sí, lamentablemente siempre se da y puede tener graves consecuencias. Por eso hay que reforzar la transparencia, para no dar pie a mayores especulaciones. En momentos de crisis, las personas sentimos una gran necesidad de saber e informarnos para buscar una explicación y hacernos una idea de hacia dónde tirar. Aunque no lo creamos, somos altamente vulnerables. Un bulo desafortunado puede prender la mecha. Atacar a comunidades inmigrantes, culparlas de hechos delictivos es muy común en la historia global de desastres. Ahora, por redes, es más fácil extender rumores. Otro ejemplo: el hecho de desconocer la cifra de desaparecidos aumenta las especulaciones.
A parte de los gobiernos, ¿qué sectores o estructuras son clave en la respuesta a las crisis?
Las oenegés son fundamentales por su expertise y base local ciudadana, muy conectada a las necesidades de la población objetivo. Canalizan fondos y actúan rápido. Luego están los voluntarios: sin ellos, todo costaría mucho más. Alivian la carga en tareas de cuidado, limpieza o alimentos y, no menos importante, dan consuelo y hacen compañía a las víctimas. Se tejen nuevas redes de apoyo comunitario.
¿Deberíamos integrar la prevención de desastres en las escuelas? ¿Cómo se hace en Japón?
Sin dudarlo. Desde mi experiencia, es sumamente importante y está demostrado que salva vidas. Desde los tres años los niños japoneses aprenden a actuar, protegerse y evacuar en cualquier tipo de desastre, también inundaciones o incendios. Estos aprendizajes se integran en el aula a través del profesorado, de forma didáctica, con simulacros, cuentos o juegos. Me encantaría ponerlo en marcha en una aula en España, ¡y ojalá que sea en mi tierra!
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