Fuentes: Rebelión - Imagen: Militares realizan controles en las calles de Quito tras el inicio de apagones en Quito (Ecuador). Foto: EFE/José Jácome
La historia de Ecuador parece tener un ciclo que se repite, un eterno retorno de la ineficiencia administrativa y de políticas que, en lugar de resolver problemas estructurales, los profundizan. Hace más de 170 años, Diego Noboa asumió la presidencia de Ecuador, un país joven, pero ya cargado de retos económicos, sociales y territoriales. Su mandato, lejos de traer soluciones, se sumergió en conflictos internos y externos que dejaron huellas profundas. Hoy, con Daniel Noboa en la presidencia, los fantasmas de aquella administración parecen cobrar vida, mientras el país enfrenta una crisis que evoca ese periodo de tensión y frustración. La pregunta es inevitable: ¿es esta una coincidencia desafortunada o una lección no aprendida?
Diego Noboa fue presidente en 1851 y arrastró a Ecuador a un conflicto con Colombia, que culminó en la firma del Tratado de Bogotá, el cual definió límites territoriales desfavorables para el país y significó una humillación diplomática. En su mandato, la inestabilidad política se convirtió en la norma, y su administración fue incapaz de resolver los problemas económicos y sociales que asfixiaban a Ecuador. Aumentó la deuda externa sin presentar soluciones claras, dejando al país en una crisis profunda que persistió incluso después de su salida del poder. El legado de Diego Noboa es el de un presidente que, en lugar de fortalecer las instituciones, contribuyó a desmoronarlas, sumergiendo a Ecuador en años de incertidumbre y caos político.
El contexto actual no podría ser más irónico: Daniel Noboa, el presidente en funciones, parece repetir el patrón de inestabilidad y decisiones controvertidas. En lugar de encaminar al país hacia una salida de la crisis, su gestión ha sumido a Ecuador en una espiral de inseguridad y problemas económicos que han superado todas las expectativas. Un evento que sacudió la escena internacional fue la incursión en la embajada de México en Quito para capturar a Jorge Glas, quien había solicitado asilo. Este incidente no solo dañó la imagen diplomática de Ecuador, sino que evocó las decisiones apresuradas y de alto costo de Diego Noboa, que también llevaron a conflictos internacionales innecesarios. Además, el Ecuador de hoy enfrenta una de las peores crisis eléctricas de su historia, sumada a un nivel de inseguridad que lo ha colocado como uno de los países más peligrosos de América Latina y, en algunas estadísticas, del mundo. La falta de insumos médicos y medicamentos en hospitales, el creciente desempleo y la falta de oportunidades se han convertido en la nueva realidad para millones de ecuatorianos. Esta situación recuerda el fracaso administrativo de Diego Noboa, quien tampoco logró enfrentar de manera efectiva los problemas estructurales de su época.
Los abuelos dirían que “Ecuador se golpea de nuevo con la misma piedra”, una piedra de promesas incumplidas y de políticas que favorecen a la burguesía insensible e indolente. Ambos mandatarios, separados por más de un siglo, comparten un apellido y una falta de sensibilidad hacia las necesidades de un país que, en lugar de progresar, parece retroceder en las manos de líderes que no comprenden la urgencia de sus problemas. La lección es dolorosa: cuando una nación no aprende de sus errores, corre el riesgo de repetirlos, una y otra vez, con rostros diferentes y las mismas consecuencias. La historia de los Noboa en el poder parece ser un recordatorio constante de que, sin cambios profundos en el enfoque político, Ecuador seguirá enfrentando las mismas dificultades, atrapado en un ciclo de crisis que se perpetúa década tras década.
Mucho Ashe para todos
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