Entrevista al pensador marxista Richard Seymour sobre cómo la extrema derecha explota la crisis medioambiental
Por Maya Goodfellow | 21/11/2024 | Ecología social
Fuentes: Viento sur
En su último libro, «Disaster Nationalism» [Nacionalismo Desastre], el pensador marxista Richard Seymour explora cómo los movimientos extremistas de todo el mundo tratan de echar la culpa de catástrofes reales a enemigos ficticios.
Al igual que muchas otras personas, Richard Seymour, 47 años, trataba de dejar de lado tácitamente la crisis climática y salir adelante en la vida. Siendo un prolífico pensador marxista, esto significaba escribir afanosamente sobre una serie de cuestiones: la guerra de Iraq, el neoliberalismo, la lucha de clases. La crisis climática podía esperar hasta después de la revolución. Aparte de esto, carecía de conocimientos suficientes o de la capacidad emocional necesaria.
Esto cambió en 2015. El día de Navidad, paseando por un parque, no pudo dejar de advertir el calor que hacía. Se puso a pensar no solo en todo lo que ya se había perdido, sino también en lo que supone el calentamiento global para las pérdidas futuras. “Se me derrumbó una especie de defensa”, dice, “y experimenté un primer resabio de aflicción climática.”
Seymour se crio en una pequeña ciudad del Irlanda del Norte rodeada de campos de cultivo, ríos y bosques, pero durante años estuvo haciendo gala de lo que llama una actitud hiperurbana: el movimiento obrero floreció históricamente en Nueva York y París, de manera que él y su posición política encajaban mejor en este tipo de entornos. Pero aquel día de invierno recordó que se había “criado en plena naturaleza y mantenía un vínculo emocional con ella”, desde los Montes de Mourne hasta la Calzada del Gigante. “Me dolió que a pesar de que las cosas sigan su curso de alguna manera, nada parecido volverá a existir alguna vez, se acabó… Y las cosas de que disfruto ahora, sabes, esas cosas también van a desaparecer”.
Seymour se puso a leer todo lo que pudo, desde oceanografía hasta la teoría de la evolución. Sin duda, ahora es uno de los pensadores más destacados del Reino Unido sobre el colapso climático y la pérdida de la naturaleza. En su sitio web (Patreon) habitual y en sus podcast, Seymour –que es todo un experto en materias científicas y humanistas– ata los cabos entre el colapso ambiental, el ascenso de la extrema derecha y el papel que desempeñan nuestros deseos en un mundo que se desmorona apenas sin esfuerzo, al tiempo que no se desdice de sus raíces marxistas. Como dice el profesor sueco Andread Malm en la cubierta del nuevo libro de Seymour, Disaster Nationalism: The Downfall of Liberal Civilization, “¿A qué pensador traerías a una Tierra en llamas? No querrías dejar a Richard Seymour en casa”.
Una de las cosas que más interesan a Seymour son nuestras respuestas emocionales al mundo que nos rodea. Cuando nos reunimos en la Biblioteca Británica para hablar de su último libro, es un tema al que volvíamos una y otra vez.
Comparando los éxitos de la extrema derecha en India, Brasil y EE UU (entre otros), Seymour afirma que la mayoría de explicaciones de su ascenso son insuficientes. Lo que estamos viendo es “demasiado coherente en el tiempo y demasiado global para explicarse por factores locales como la réplica de la menguante supremacía blanca o las granjas de trollsrusas, o la gente malvada que propaga desinformación”, escribe.
Estos movimientos tampoco muestran los rasgos propios del fascismo histórico. “Su objetivo inmediato no es el derrocamiento de la democracia electoral”, observa Seymour, sino “una ruptura constitucional para romper con todos los imperativos humanos y woke en el ejercicio del poder”. Mientras se descompone el viejo establishment, la extrema derecha conjura imágenes apocalípticas –el gran reemplazo, la islamización, el comunismo a la china– para animar a los potenciales seguidores. Todavía no se trata de una forma particular de fascismo, sino más bien de lo que Seymour califica de “nacionalismo desastre”.
Como análisis de la extrema derecha mundial, Disaster Nationalism no trata estrictamente la crisis climática, pero ambos fenómenos están interconectados. Mientras las fantasías cargadas de catástrofes capturan las imaginaciones, la crisis ambiental está al acecho.
Seymour quiere responder a la pregunta: ¿por qué resulta tan atractivo, tan excitante imaginar el colapso, cuando vivimos en un mundo de catástrofes reales ya existentes? Si la gente es pobre y se siente insegura y humillada, la extrema derecha ofrece un remedio concreto en el nacionalismo desastre, opina Seymour. “Ofrece el bálsamo, no solo de la venganza, sino también de una especie de reset violento que recupera los consuelos tradicionales de la familia, la raza, la religión y la nacionalidad, incluida la posibilidad a humillar a otros.”
Aplicando una lente psicoanalítica, como también hace el autor estadounidense Tad DeLay, Seymour evita los tópicos y las caracterizaciones a menudo subjetivas de la extrema derecha como un grito de la clase obrera (la gente “desahuciada”). La economía tiene alguna importancia –dice que una trayectoria de declive alimenta la radicalización a la derecha de mucha gente de clase media–, pero las raíces de estos movimientos son a menudo ajenas al proletariado. “Todas estas formaciones arrancan con una base de votantes que son claramente de clase media”, me explica. “Este es sin duda el caso de Bolsonaro, Duterte y Modi, y después de un primer mandato han empezado a construir una coalición realmente interclasista, lo cual es increíble”.
Quienquiera esté familiarizado con el pensamiento de Seymour sabrá que este se toma en serio el racismo, el machismo y la transfobia. En nuestra conversación habla de estas formas de intolerancia con la misma sofisticación con la que escribe, y lo hace privándose de referirse a una de las explicaciones al uso del ascenso de la extrema derecha, que descalifican a los y las votantes tachándoles de idiotas que necesitan que les muestren el error de sus posiciones y de sus fuentes de información.
“Si acepto fantasear sobre situaciones repugnantes con una fuerte carga erótica de cuya realidad no me han dado ninguna prueba fehaciente, entonces no solo carezco de capacidad crítica o educación mediática: la fantasía hace algo por mí. Está poniendo en escena algo que deseo, aunque no deseo desearlo. Y si esta fantasía la hacen suya muchas otras personas, por aguna razón en concreto, entonces el deseo no se puede atribuir, evidentemente, a una psicopatología personal, sino que se basa en una condición social común”, escribe en Disaster Nationalism.
Y esta condición social común se ve afectada decisivamente y modelada por el colapso climático. Los incendios de 2020 en Oregón son ilustrativos: barriendo este Estado occidental de EE UU tras una serie de catástrofes crónicas, provocó una contracción del crédito, el rápido aumento de la pobreza rural, un incremento del número de suicidios por encima de lo habitual y la desaparición de la prensa local, quedando Facebook y Nextdoor para llenar el vacío. Pero cuando quienes ven los incendios son sobre todo personas cristianas, blancas, conservadoras y del medio rural, no culpan al cambio climático ni al capitalismo.
Espontáneamente –sin que ninguna persona o político les haya inducido– recurren a las conspiraciones de que han oído hablar para explicar un fenómeno tan amplio y destructivo: la culpa la tienen los de Antifa, incitados por los Demócratas, cuyo propósito es abrir paso al comunismo y acabar con gente como ellas para rehacer América. Ideas como estas se propagan como la peste y el umbral de aceptación de las mismas no es muy alto. A medida que se extiende el fuego, la gente se niega a escapar, señala Seymour, porque piensan que puedan proteger físicamente su hogar frente a los pirómanos que creen que están detrás de todo esto.
La catástrofe ecológica se convierte en una catástrofe creada por la maldad humana; la crisis climática pasa a ser una crisis de rivalidad entre personas, de agresión y victimismo. La destrucción del planeta crea las condiciones estructurales de estas ideas, pero esto no sería posible si no estuvieran circulando ya, piensa Seymour.
Y deja claro por qué resultan tan efectivas. “No puedes pegarle un tiro al cambio climático, no puedes llevarlo a los tribunales, y lo mismo ocurre con el capitalismo. Son grandes fuerzas abstractas y te sientes desesperado frente a ellas”, dice. Es mucho más atractivo, incluso fascinante, “atacar a un enemigo personalizado”. Todo el mundo puede caer en esta tentación, sostiene Seymour; “es avasallador”, me recuerda al final de nuestra entrevista, aunque no en la misma medida.
Le pregunto por los intentos de la izquierda de probar una táctica similar, personificando el capitalismo, como por ejemplo la cruzada de Bernie Sanders contra los megamillonarios. Dice que han cosechado algunos éxitos, pero no es tan fácil imitar a la extrema derecha en su propio juego. Los ultrarricos viven en otro planeta: podrás ver a Jeff Bezos en la televisión, pero nunca te cruzarás en su camino. Mientras que la gente siente que conoce a inmigrantes o musulmanes y si uno lee las noticias, cada día te presentarán a estas personas como gente pervertida, señala Seymour.
La izquierda también se ha equivocado al pensar que el interés personal explica plenamente el comportamiento de las personas. “No digo que la política del pan y mantequilla sea superflua. Ayudará”, escribe. “Necesitamos el pan y la mantequilla. Incluso nos agrada. Pero no los amamos. Y las cosas que amamos a menudo no nos proporciona ninguna ventaja material. Puedes amar a tus hijos, por ejemplo, pero no es porque aumentarán tus ingresos y tu tiempo libre”.
Los fustigadores de la esperanza, como los llama, se equivocan cuando advierten de que los ecologistas que describen el estado del mundo con tintes catastrofistas desmotivan a la gente; cuando se reconoce que el fin puede ser inminente puede tener el efecto contrario, piensa. “La gente puede verse afectada por una catástrofe climática y extraer conclusiones muy diversas. Pero si encuentran a otras personas que tienen la misma respuesta y que desean hacer algo al respecto, pueden convencerse”, explica.
“Demasiado a menudo, el discurso de la izquierda sobre organización es abstracto, de manera que suena como una de las ideas y procedimientos correctos”, dice. En vez de ello, debería significar la creación de una forma de vida en que las personas se necesitan unas a otras. Esto ya lo vemos en sindicatos, a los que la gente puede afiliarse para mejorar sus salarios, pero termina haciendo huelga en defensa de sus compañeras y compañeros, aunque esto suponga sacrificar la paga.
Seymour experimenta esta solidaridad cuando colabora como voluntario con su parroquia local en el apoyo a las personas sin techo, muchas de las cuales son refugiadas. “Estoy rodeado de personas que lo hacen todo el rato… traen cosas hechas por ellas, cosas que han comprado, sacrifican su tiempo libre para ayudar a otra gente, no preguntan. La norma es… un amor incondicional por toda persona que entre por la puerta”, sin importar quién es y qué ha hecho.
Todo esto puede sonar a “paz y hermandad universales”, reconoce, conservando su lado sarcástico. Pero “si imaginas que vives en un planeta en que todo lo que te rodea tiene un propósito y una relación intencional contigo y con el resto del mundo… creo que esto motiva un comportamiento mejor”. Para Seymour, por tanto, el compañerismo no solo lo es entre personas, sino también entre especies y el mundo vivo. Este es sin duda el fundamento no solo del socialismo, sino también del ecosocialismo.
Para entender mejor todo esto y lo que estamos perdiendo, tiene más sentido hablar de la extinción masiva y no solo del cambio climático, me dice. “Forma parte de la destrucción, la decadencia y la etiolación de la vida en general y todo indica que estamos en lo que hay quien denomina el fin: la extinción masiva del holoceno”. Y las extinciones revelan todas nuestras dependencias no reconocidas; necesitamos las plantas y a los demás animales. Nosotras, nosotros, seres humanos, no ocupamos la cúspide de una gran jerarquía. Seguir como siempre, explotando a los animales y al resto de la naturaleza, es insostenible.
“Si quieres una manera menos sofisticada de decirlo: amor”, dice Seymour. Esta no es necesariamente la posible conclusión de todos y todas las marxistas, pero añade: “Si hablamos de socialismo, ¿de qué otra cosa estamos hablando?”
Texto original: The Guardian
Traducción: viento sur
https://rebelion.org/no-puedes-pegar-un-tiro-al-cambio-climatico/
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