ENRICO TOMASELLI
Trump es el partero de una [Norte]América renovada, que redescubre su voluntad de poder y afronta los retos del presente en la perspectiva de un nuevo siglo [norte]americano
En estos días posteriores a la votación presidencial en EEUU, he reiterado en varias ocasiones que los posibles aspectos positivos de una administración Trump estaban decididamente sobrevalorados, en los círculos, digamos, de la disidencia, o en todo caso a favor de la multipolaridad.
También he subrayado la conveniencia de esperar a los primeros nombramientos, porque desde la formación del equipo se habría podido comprender mucho mejor cuál sería la orientación de los próximos cuatro años.
Ahora empezamos a tener realmente una imagen, aunque todavía falten algunas casillas. Lo que surge parece sustancialmente una confirmación de lo que cabía razonablemente esperar, con algunas observaciones.
En primer lugar, aunque algunos de los viejos neoconservadores que habían acompañado a la primera presidencia hayan sido eliminados (Pompeo, Bannon, Haley...), algunos de los puestos clave que acaban de definirse siguen remitiendo al área neoconservadora de los republicanos y, aunque más o menos todos estén de acuerdo en la retirada del frente ucraniano, esto no significa que puedan definirse como moderados o pacifistas.
Al contrario, surge un equipo de ultras más bien belicistas. Sólo que el centro de atención se desplaza de Europa del Este a Oriente Medio y, sobre todo, a China.
Se trata sólo de una contradicción aparente, pues si bien es cierto que los neoconservadores fueron los protagonistas absolutos del desencadenamiento de la guerra de la OTAN en Ucrania, y partidarios acérrimos de la oposición estratégica a Rusia, también lo es que el completo (y desastroso) fracaso de sus estrategias exigió una revisión de los designios geopolíticos.
La operación llevada a cabo por Trump, por tanto, con la colaboración activa de numerosos neoconservadores, consistió esencialmente en descargar a los elementos más comprometidos por el fracaso ucraniano, como parte del proceso de limpieza de la imagen de una gran potencia: los culpables del fracaso son ellos y los demócratas. Pasemos página.
Por tanto, lo que podemos esperar de la nueva administración estadounidense no es un periodo de cuatro años de moderación, ni de apertura a los cambios que se están produciendo en el mundo. Además, el eslogan de Trump es -desde este punto de vista- muy claro: 'Make America Great Again' significa precisamente reconstruir el papel hegemónico de EEUU, amenazado por los errores estratégicos de los últimos años.
Concretamente, la administración Trump actuará en dos direcciones, una interna y otra internacional, pero con el mismo objetivo.
En el plano interno, pretende reconstruir la capacidad productiva e industrial del país, gravemente comprometida durante las décadas de globalización. Y para ello, utilizará en gran medida una política de aranceles y otras medidas proteccionistas, destinadas a reequilibrar la balanza de pagos con Europa y China, e incentivos para relocalizar la producción industrial estratégica a EEUU (aprovechando también la buena situación en materia energética).
El objetivo es claramente quitar poder comercial a los competidores (todavía Europa y China), reconstruir una base productiva capaz de reactivar las exportaciones y dar un respiro a las clases medias-bajas empobrecidas por la financiarización de la economía.
En política internacional, por tanto, podemos esperar medidas destinadas a arrinconar a los países mencionados que -desde su punto de vista- han explotado a EEUU durante demasiado tiempo (como mercado de salida y como paraguas militar).
En cuanto a los países europeos, lo más probable es que asistamos a una creciente presión para aumentar el gasto militar (notoriamente improductivo), tanto incrementando su contribución a la OTAN como asumiendo el pleno apoyo a Ucrania.
En referencia a lo cual es bastante evidente que esta administración también está a años luz de cualquier idea viable como base para iniciar una negociación de paz. La cual, además, no se considera en realidad indispensable.
De hecho, no se trata de llegar a un acuerdo estable (lo que implicaría concesiones a Rusia que Washington no está dispuesto a hacer), sino de librarse de las cargas (políticas, económicas y militares) del conflicto.
Al fin y al cabo, en esto los estadounidenses tienen una excelente experiencia de abandono precipitado de aliados -véanse Vietnam y Afganistán-. Los europeos se encargarán de mantener vivo el fuego el tiempo suficiente - muy apropiadamente bien cobrado en esto por Biden.
En cuanto a China, podemos esperar una escalada de la guerra comercial, y sobre todo la intensificación de los esfuerzos dirigidos a construir un cinturón ofensivo alrededor de la República Popular, con el objetivo de crear una OTAN del Pacífico, y/o extender la OTAN hasta la costa china.
Todo ello aderezado con continuos intentos de desestabilizar Asia Central, para hacer lo más precario posible el desarrollo de una unidad geopolítica euroasiática plena y efectiva.
Es muy poco probable que todo esto tenga como objetivo desencadenar un conflicto cinético con Pekín, dentro del mandato presidencial, pero no hay que descartar por completo que se produzcan algunos incidentes aquí y allá, para mantener altas las tensiones y poner a prueba la reacción china. Eso sí, siempre estrictamente por delegación.
El área en la que más se dejará sentir la influencia negativa del equipo de Trump es sin duda Oriente Próximo, ya que todos ellos son esencialmente prosionistas acérrimos. No menos que los demócratas, ciertamente, pero más de lo que algunos quizá esperaban.
Sin embargo, no está claro hasta dónde estaría dispuesto a llegar este apoyo. Desde este punto de vista, las señales que están llegando son contradictorias; por un lado, por ejemplo, hay un apoyo total y claro a las decisiones tomadas por el régimen de Netanyahu, que por su parte muestra una gran confianza en el apoyo de la nueva administración, mientras que por otro lado se están enviando mensajes para que la guerra concluya en la fecha de la toma de posesión, o se está aireando la posibilidad de una retirada de Siria...
La dirección de la política internacional, en lo que se refiere a Oriente Medio, se situará probablemente en una línea media. Esto significa que su apoyo al régimen israelí no cesará, es más, probablemente irá más allá, a nivel político, pero tendrá límites a nivel sustancial.
Significa también que, por ejemplo, Israel seguirá teniendo plena cobertura en la ONU, que probablemente incluso se apoyará la idea de Smotrich de la anexión total de Cisjordania, y que la diplomacia estadounidense seguirá comprometida a actuar como 'longa manus' de los intereses israelíes.
Pero el precio de este apoyo será la llegada de algunos límites a la acción de Tel Aviv. Por toda una serie de razones, en resumen, el apoyo se mantendrá dentro de un ámbito que no ponga en peligro los intereses estadounidenses en la zona (y más allá), lo que significa esencialmente no empujar (aún más) a los países del Golfo hacia Irán y Rusia, y no inflamar aún más la región.
Incluso si la retirada del frente ucraniano liberara recursos (económicos y militares) para desviarlos a Israel, es poco probable que Washington esté dispuesto a apoyar una guerra prolongada; también porque las FDI ya están empezando a tener graves problemas de personal, e incluso han empezado a alistar mercenarios, y por tanto en caso de un conflicto cinético activo, que se extendiera en el tiempo y en el espacio, tarde o temprano necesitarían sobre el terreno botas de apoyo de EEUU.
Esto es algo absolutamente impensable.
Resumiendo, en broma, se podría decir que la política de Trump hacia Israel será probablemente rica en demostraciones muy visibles (como predice la composición del equipo), pero mucho más tacaña con los hechos verdaderamente sustanciales.
En términos más generales, examinando el significado profundo de este segundo mandato trumpiano, mi opinión personal es que nos enfrentamos a una fase de transición, absolutamente interna al sistema de poder hegemónico estadounidense.
Las últimas décadas han estado dominadas por una ideología (y una estrategia) imperialista muy agresiva, que sin embargo ha acabado acelerando el proceso de declive de la hegemonía estadounidense.
Ante esto, la mayor parte del sistema político-económico-militar de EEUU ha propuesto -como solución- una intensificación de la agresión (que culminó con el desencadenamiento del conflicto en Ucrania); para este considerable bloque de poder, en gran parte bipartidista, es un poco como si, habiendo tomado ya una larga ventaja, fuera incapaz de frenar, y no supiera hacer otra cosa que continuar por el mismo camino.
Luego hay una parte de este sistema que, en cambio, siente la urgencia de un cambio de rumbo, pero -al ser una fuerte minoría- ha tenido que recurrir a una táctica bastante inusual para EEUU, a saber, el populismo político.
Desde este punto de vista, Donald Trump, con su particular carácter, tenía y tiene las características para presentarse como un 'outsider' (aunque no lo sea en absoluto), y para movilizar a una buena parte del pueblo estadounidense contra las élites -aunque en realidad esté actuando en nombre de una fracción de ellas.
La función de Trump, dentro de este plan, ha sido y es, por tanto, la de un ariete, necesario para romper ciertas resistencias y derribar el equilibrio de poder, pero absolutamente temporal.
Es importante tener en cuenta que Trump tiene 78 años, al final de su mandato tendrá 82 años. Y en cualquier caso no podrá ser elegido una tercera vez.
Estos cuatro años, por tanto, servirán para conducir el imperio estadounidense hacia una nueva ruta, para iniciar un realineamiento de las grandes líneas estratégicas geopolíticas, y para preparar el terreno para un nuevo grupo de poder, destinado a dirigir el país en las próximas décadas.
No es en absoluto una coincidencia que el equipo trumpiano esté compuesto en gran parte por gente (relativamente) joven, como tampoco lo es que el vicepresidente no sea una figura casi ornamental (como lo fue Harris, por ejemplo) sino que, por el contrario, represente la mente políticamente más fina de todo el equipo. Está claro que es el heredero destinado a suceder a Trump dentro de cuatro años. Siempre que, por supuesto, las cosas vayan según lo previsto.
En definitiva, Trump no está destinado a conducir a EEUU hacia una coexistencia pacífica en un mundo multipolar, renunciando al tradicional papel hegemónico ejercido en el siglo pasado, sino que es -al menos en intenciones- el partero de una [Norte]América renovada, que redescubre su voluntad de poder y afronta los retos del presente en la perspectiva de un nuevo siglo [norte]americano.
En resumen, para hacer que EEUU vuelva a ser grande.
https://enricotomaselli.substack.com / observatoriodetrabajadores.wordpress.com
https://www.lahaine.org/mundo.php/sobre-el-significado-de-la
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