Por The Structural Lens | 23/01/2025 | Economía
Fuentes: Sin permiso
El mito de la independencia de los bancos centrales
El concepto de independencia de los bancos centrales, celebrado durante mucho tiempo como piedra angular de la gobernanza económica moderna, representa una de las transferencias de poder democrático a la autoridad tecnocrática más exitosas pero cuestionables de la historia moderna. Este acuerdo, por el que las decisiones cruciales sobre la creación de dinero y la política económica se aíslan deliberadamente de la supervisión democrática, plantea cuestiones fundamentales sobre la naturaleza de la democracia en una época de creciente desigualdad económica.
El argumento tradicional a favor de la independencia de los bancos centrales se basa en lo que podría denominarse la falacia de los conocimientos técnicos: la idea de que la política monetaria es demasiado compleja para la deliberación democrática y, por tanto, debe dejarse en manos de expertos. Este razonamiento refleja los argumentos históricos contra la propia gobernanza democrática, cuando los opositores a la democracia afirmaban que no se podía confiar las decisiones políticas a los ciudadanos de a pie. Sin embargo, al igual que la democracia política ha demostrado ser más estable y eficaz que la autocracia, cada vez hay más pruebas de que una política monetaria democráticamente responsable podría ser más eficaz que nuestro actual modelo tecnocrático.
Consideremos la paradoja fundamental de nuestro sistema actual: aceptamos el control democrático sobre la política fiscal, los impuestos y el gasto público -asuntos de complejidad comparable a la política monetaria- mientras insistimos en que la política monetaria debe permanecer bajo control tecnocrático. Esta incoherencia resulta aún más sorprendente si tenemos en cuenta que la política monetaria suele tener efectos más profundos sobre la distribución de la riqueza y las oportunidades económicas que muchas políticas fiscales.
Las consecuencias de este déficit democrático en la política monetaria son cada vez más evidentes. Las políticas de los bancos centrales, especialmente desde la crisis financiera de 2008, han favorecido sistemáticamente a los poseedores de activos financieros en detrimento de los asalariados, contribuyendo a niveles históricos de desigualdad de la riqueza. La flexibilización cuantitativa, aunque se presenta como una respuesta técnica a la crisis económica, ha constituido en la práctica una de las mayores redistribuciones al alza de la riqueza de la historia moderna, y sin embargo se aplicó con un debate o supervisión democráticos mínimos.
El déficit democrático del sistema actual se vuelve aún más problemático cuando consideramos la relación entre la política monetaria y la sostenibilidad medioambiental. Los bancos centrales, operando bajo sus mandatos actuales, subvencionan de hecho a las industrias intensivas en carbono a través de sus programas de compra de activos, al tiempo que carecen de responsabilidad democrática sobre las consecuencias medioambientales de estas decisiones. Esto pone de relieve cómo la justificación de la independencia de los bancos centrales basada en los conocimientos técnicos oculta a menudo decisiones profundamente políticas sobre nuestro futuro colectivo.
Tal vez lo más fundamental sea que el concepto de independencia de los bancos centrales se basa en un supuesto cuestionable sobre la naturaleza del dinero en sí. El dinero no es un mero instrumento técnico, sino una institución social, un sistema de relaciones y obligaciones que configura todos los aspectos de la vida social. El sistema actual, por el que la creación y distribución de dinero está en gran medida privatizada a través del sistema bancario comercial y supervisada por bancos centrales que no rinden cuentas, representa una opción política particular más que una necesidad técnica.
Este sistema monetario privatizado crea una paradoja democrática: aunque consideramos que vivimos en una sociedad democrática, uno de los aspectos más fundamentales de la organización social, la creación y distribución del dinero, permanece en gran medida fuera del control democrático. Esta disposición tiene paralelismos históricos con los sistemas políticos predemocráticos, en los que aspectos cruciales de la gobernanza estaban reservados a élites privilegiadas o autoridades religiosas y se consideraban demasiado sagrados para la participación popular.
Las consecuencias de este déficit democrático van mucho más allá de los resultados económicos técnicos. El sistema actual crea lo que los críticos han denominado una “monocultura monetaria”, en la que una única forma de dinero, creada a través de préstamos bancarios privados y gestionada por autoridades centrales que no rinden cuentas, domina la vida económica. Esta monocultura reduce la resistencia, limita la innovación y restringe la capacidad de las comunidades democráticas para desarrollar herramientas monetarias adecuadas a sus necesidades.
La afirmación de que la independencia del banco central es necesaria para evitar las presiones inflacionistas de las demandas democráticas ignora tanto la evidencia histórica como la realidad contemporánea. Muchos episodios de alta inflación se han producido bajo bancos centrales independientes, mientras que algunos sistemas con un control monetario más democrático han mantenido la estabilidad de precios. Además, el sesgo del sistema actual hacia la inflación de los precios de los activos, al tiempo que suprime el crecimiento de los salarios, sugiere que la verdadera cuestión no es prevenir la inflación per se, sino determinar quién se beneficia de la política monetaria.
Alternativas democráticas y banca pública
La democratización del dinero requiere algo más que la simple reforma de las instituciones existentes; exige una reimaginación fundamental de cómo se crea, distribuye y controla el dinero. Esta reimaginación comienza con el reconocimiento de que el dinero es fundamentalmente un servicio público –como el agua o la electricidad– y debe gestionarse para el bien público y no para el beneficio privado.
La banca pública representa uno de los caminos más prometedores hacia la democratización monetaria. A diferencia de los bancos privados, que crean dinero prestando principalmente para obtener beneficios privados, los bancos públicos pueden crear dinero en respuesta a necesidades genuinas de la comunidad y a prioridades democráticas. No se trata de una innovación radical, sino más bien de una vuelta a principios que han demostrado su eficacia en diversos contextos, desde el siglo de funcionamiento del Banco de Dakota del Norte hasta el papel crucial de la Corporación Financiera para la Reconstrucción en la financiación del New Deal.
El alcance potencial de la banca pública va mucho más allá de ofrecer simplemente una alternativa a los bancos comerciales. Una red de bancos públicos, que operen a nivel municipal, estatal y federal, podría transformar fundamentalmente la arquitectura del sistema monetario. Estas instituciones podrían crear dinero a través de préstamos para fines públicos –financiación de infraestructuras, apoyo a las pequeñas empresas, financiación de transiciones energéticas ecológicas– al tiempo que devolverían los beneficios de la creación de dinero al público en lugar de a los accionistas privados.
Además, los bancos públicos podrían servir como instrumentos de política monetaria democrática a múltiples escalas. Los bancos públicos municipales podrían crear dinero para financiar infraestructuras y desarrollo locales, mientras que los bancos estatales podrían apoyar el desarrollo económico regional y la protección del medio ambiente. A nivel federal, una red de bancos públicos podría trabajar en coordinación con un banco central democratizado para aplicar una política monetaria al servicio de los intereses públicos y no de los privados.
La democratización de la política monetaria también exige replantearse la relación entre la creación de dinero y la sostenibilidad medioambiental. Un sistema monetario democrático podría incorporar explícitamente criterios medioambientales en las decisiones de préstamo, creando dinero principalmente para actividades que apoyen la restauración ecológica y la estabilidad climática en lugar de la destrucción medioambiental. Esto supondría un cambio fundamental respecto al sistema actual, en el que la creación de dinero a través de la banca privada suele acelerar la degradación medioambiental.
La tecnología digital abre nuevas posibilidades para la innovación monetaria democrática. Las monedas digitales públicas, emitidas y gestionadas a través de instituciones democráticas, podrían combinar la eficiencia de los pagos digitales con la finalidad pública y la responsabilidad democrática. A diferencia de las criptomonedas privadas o las monedas digitales de los bancos centrales diseñadas para mejorar la vigilancia y el control, las monedas digitales democráticas podrían mejorar la privacidad al tiempo que atienden a las necesidades de la comunidad.
Los principios del presupuesto participativo podrían extenderse a la política monetaria a través de la política monetaria participativa. Esto implicaría la creación de mecanismos institucionales para la deliberación democrática y la toma de decisiones sobre la creación y asignación de dinero. Aunque los críticos podrían tacharlo de poco práctico, ya disponemos de modelos para la toma de decisiones democráticas complejas sobre cuestiones técnicas, desde jurados ciudadanos hasta experimentos de presupuestación participativa.
La democratización del dinero también exige abordar la cuestión de la escala. Mientras que algunas funciones monetarias podrían gestionarse mejor a nivel nacional o internacional, otras podrían descentralizarse a instituciones regionales o locales. Este enfoque multiescalar podría crear lo que los teóricos monetarios denominan diversidad monetaria: una variedad de herramientas e instituciones monetarias complementarias que operan a diferentes escalas para atender diferentes necesidades.
Un aspecto crucial de la reforma monetaria democrática consiste en cambiar la forma en que el nuevo dinero entra en la economía. En lugar de depender principalmente de los préstamos bancarios privados, que tienden a inflar los precios de los activos y a exacerbar la desigualdad, el dinero nuevo podría crearse a través de la inversión pública en actividades productivas, programas de renta básica o la restauración del medio ambiente. De este modo, la creación de dinero pasaría de ser una fuente de desigualdad a una herramienta para alcanzar objetivos sociales democráticos.
La democratización de la política monetaria también requeriría repensar la regulación financiera. En lugar del enfoque actual, que trata de regular la creación privada de dinero a posteriori, un sistema democrático incorporaría el objetivo público y la responsabilidad en la propia estructura de las instituciones monetarias. Esto implicaría no sólo nuevas normas, sino nuevas formas institucionales que alineen la creación monetaria con los valores y objetivos democráticos.
Aplicación, resistencia y camino a seguir
La transición hacia unas instituciones monetarias democráticas se enfrenta a importantes retos, sobre todo por parte de quienes se benefician del sistema actual. Los intereses arraigados del sector financiero, combinados con ideas erróneas generalizadas sobre la creación de dinero, crean obstáculos sustanciales a la reforma. Sin embargo, varios factores hacen que este momento sea especialmente oportuno para la democratización monetaria.
La actual coyuntura de crisis –medioambiental, económica y social– ha puesto de manifiesto las limitaciones de nuestro actual sistema monetario. La frecuencia cada vez mayor de las crisis financieras, la creciente brecha de riqueza y la incapacidad del sistema para financiar adecuadamente las respuestas al cambio climático han creado crisis de legitimidad para las instituciones monetarias tradicionales. Esta crisis crea aperturas para una reforma fundamental que podría haber parecido imposible en tiempos más estables.
Es probable que la democratización monetaria deba llevarse a cabo por varias vías paralelas. A nivel local, podrían crearse bancos públicos municipales para demostrar la viabilidad de la banca pública y conseguir apoyo popular para reformas más amplias. A continuación podrían crearse bancos públicos estatales, creando redes regionales de instituciones financieras públicas. En un principio, estas instituciones podrían operar dentro del marco monetario existente, a la vez que crearían capacidad y apoyo para reformas más fundamentales.
La resistencia a la democratización monetaria probablemente adoptaría varias formas. La más obvia sería la oposición directa de los intereses financieros que se benefician del sistema actual. Sin embargo, potencialmente más importante sería la resistencia ideológica: la creencia profundamente arraigada de que la creación de dinero debe seguir siendo una función privada y técnica en lugar de pública y democrática. Para superar esta barrera ideológica es necesaria la alfabetización monetaria, es decir, la educación del público sobre la naturaleza del dinero y las posibilidades de alternativas democráticas.
Una estrategia crucial para llevar a cabo la reforma monetaria consiste en crear instituciones prefigurativas, es decir, ejemplos prácticos de instituciones monetarias democráticas que demuestren su viabilidad y sus ventajas. Esto podría incluir no sólo bancos públicos, sino también sistemas monetarios complementarios, fondos de inversión democráticos e iniciativas presupuestarias participativas. Estas instituciones pueden servir tanto de experimentos prácticos como de herramientas organizativas para una reforma más amplia.
El papel de la tecnología en la democratización monetaria merece especial atención. Aunque la tecnología digital se asocia a menudo con las criptomonedas privadas o el control centralizado, también podría permitir nuevas formas de gobernanza monetaria democrática. La tecnología blockchain, por ejemplo, podría reutilizarse para crear sistemas transparentes y responsables de creación y asignación de dinero público. Las plataformas digitales podrían facilitar la elaboración participativa de políticas monetarias, garantizando al mismo tiempo la privacidad y el control democrático.
La dimensión internacional de la democratización monetaria presenta tanto retos como oportunidades. Aunque los mercados financieros mundiales podrían resistirse a las reformas monetarias democráticas, la cooperación internacional entre instituciones monetarias democráticas podría crear alternativas al actual sistema financiero mundial. La cooperación monetaria regional, tal vez comenzando con redes de bancos públicos y monedas complementarias, podría avanzar gradualmente hacia acuerdos monetarios internacionales alternativos.
El cambio climático y la crisis medioambiental hacen especialmente urgente la democratización monetaria. La incapacidad del sistema actual para financiar adecuadamente la protección del medio ambiente y la transición a una energía sostenible hace que la reforma monetaria democrática no sólo sea deseable, sino necesaria para la supervivencia. Las redes bancarias públicas podrían dar prioridad a la financiación de las energías renovables, la conservación y la restauración ecológica de un modo que los bancos privados, centrados en los beneficios a corto plazo, no pueden hacer.
Los movimientos obreros y los sindicatos podrían desempeñar un papel crucial en el avance de la democratización monetaria. El sesgo del sistema actual contra el crecimiento salarial y el pleno empleo hace que la reforma monetaria democrática sea una causa natural para los sindicatos. Los sindicatos podrían abogar por una banca pública y una política monetaria democrática como parte de un programa más amplio en favor de la democracia económica y el poder de los trabajadores.
El éxito de la democratización monetaria requeriría probablemente reformas no reformistas, es decir, cambios que funcionen dentro de los sistemas existentes al tiempo que crean capacidad y apoyo para una transformación más fundamental. Esto podría implicar centrarse inicialmente en objetivos alcanzables como los bancos públicos municipales, manteniendo al mismo tiempo una visión a más largo plazo de la democracia monetaria global.
El camino a seguir requiere construir un poder monetario democrático, la capacidad organizada de las comunidades democráticas para crear y controlar el dinero con fines públicos. Esto implica no sólo crear nuevas instituciones, sino también nuevas formas de conocimiento y capacidad democráticos. Requiere desarrollar la ciudadanía monetaria, es decir, la capacidad de los ciudadanos para participar de forma significativa en las decisiones sobre la creación y asignación del dinero.
El objetivo último de la democratización monetaria no es sólo crear instituciones financieras más equitativas o eficientes, sino transformar el dinero de una herramienta de acumulación privada en un instrumento de autogobierno democrático. Esta transformación es esencial no sólo para la justicia económica, sino para abordar los retos existenciales a los que nos enfrentamos, desde el cambio climático hasta la desigualdad social. La cuestión no es si el dinero será político -siempre lo ha sido-, sino si servirá a fines democráticos u oligárquicos.
The Structural Lens es un blog de Substack que pretende examina el poder, la sociedad y el cambio sistémico.
Texto original: https://harmoniousdiscourse.substack.com/p/democratizing-money-reimagining-monetary
Traducción: Antoni Soy Casals
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/democratizar-el-dinero-reimaginar-la-politica-monetaria-para-el-pueblo
https://rebelion.org/democratizar-el-dinero-reimaginar-la-politica-monetaria-para-el-pueblo/
Periódico Alternativo publicó esta noticia siguiendo la regla de creative commons. Si usted no desea que su artículo aparezca en este blog escríbame para retirarlo de Inmediato
Sigue @periodico_Alter
No hay comentarios.:
Publicar un comentario