Por Xulio Ríos | 14/03/2025 | Mundo

Fuentes: Rebelión
Las que siguen son algunas claves que van definiendo este segundo mandato de Donald Trump al frente de los Estados Unidos. Sus declaraciones y órdenes ejecutivas han provocado una singular agitación tanto en su país como en el mundo y sigue siendo una incógnita el nivel de impacto a largo plazo. Un aspecto determinante afecta a las relaciones con China, su principal competidor.
Liderazgo
Situando a “Estados Unidos primero”, lo que Trump viene a sugerir es que ya no es interés de EEUU el liderar el mundo en la forma en que lo ha estado haciendo hasta ahora, no que vaya a renunciar a la hegemonía. Su prioridad es poner orden en casa y capitalizar la economía a través de aranceles, captación de inversiones y reindustrialización. Ello se acompaña de un profundo desprecio por otros países, desbaratando la trascendencia del apoyo a las organizaciones internacionales, la ayuda exterior, etc., todo aquello en lo que no identifica valor de retorno suficiente.
La narrativa sugerida por el trumpismo es que ese modelo es demasiado costoso, insostenible e incluso debilitante pues socava la economía y merma la capacidad para competir con China. Por tanto, esto se traduce en que, preferentemente, los objetivos de su Administración no se van a lograr a través de la cooperación con terceros sino a través de la imposición pura y dura de la política que más le convenga. Paradójicamente, esto supone que el interés de terceros por cooperar con EEUU también se desinflará y el recurso alternativo a China emergerá por su propio peso.
¿Dónde encontrará EEUU los fondos para revitalizar la economía o la infraestructura? No lo tiene fácil. Por ejemplo, en 2023, China produce cerca del 50% de los barcos del mundo. Estados Unidos ya no tiene una industria de construcción naval; sólo produce alrededor del 0,5%. En las tres últimas décadas, China se ha convertido en la potencia mundial dominante en la producción de buques. Revertir esto no es tarea fácil: necesita una industria siderúrgica fuerte, que en Estados Unidos lleva entre 25 y 30 años languideciendo.
Declive
Pese a los alardes de poder desde el Despacho Oval, lo cierto es que el declive de EEUU es un hecho y sus manifestaciones, como la citada, son elocuentes. Más allá del empeño de Trump, Estados Unidos lo tiene muy difícil para remontar la desindustrialización. No se reactiva la industria solo con dinero. Hacen falta especialistas, con los que ya no cuenta. China produce el 65 por ciento de los graduados en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas del mundo. Y la deuda nacional es de más de 36 billones de dólares, muy superior a su PIB y acumulada gracias a la condición del dólar como moneda de reserva mundial. El problema de la deuda de Estados Unidos es peor que el de China, que sigue creciendo al doble de velocidad que Estados Unidos. Aquí, la deuda federal está devorando la economía. Los intereses representan aproximadamente dos tercios del presupuesto federal estadounidense.
China representa el 35 por ciento de la industria manufacturera global, pero en 2030 alcanzará el 45 por ciento, la misma proporción que ostentaba Estados Unidos al final de la segunda guerra mundial. Ninguno de los puertos más avanzados del mundo se encuentra en Estados Unidos. El puerto estadounidense más eficiente, el de Charleston, ocupa el puesto 53 en el ranking mundial de eficiencia portuaria.
Como cuenta Raúl Zibechi, en 1980, China solo era el principal socio comercial de Yemen. Hasta 2001, cuando se unió a la Organización Mundial del Comercio, el 80 por ciento de los países del mundo comerciaban más con Estados Unidos que con China. En 2024, dos tercios de los países (128 de 190) comercian más con China que con Estados Unidos. Y 90, casi la mitad de los que integran las Naciones Unidas, comercian con China el doble que con Estados Unidos. Las exportaciones a Estados Unidos ahora representan solo el 15 por ciento de los envíos totales de China, frente al 20 en 2018. La participación de China en las exportaciones mundiales fue del 14 por ciento en 2023, frente al 8,5 de Estados Unidos…..
Este declive manifiesto es la fuente de ese resentimiento con el mundo exterior. La hegemonía en los términos conocidos no es sostenible y eso obligaría a la Casa Blanca a diagramar una estrategia internacional acorde a sus capacidades renegociando los acuerdos, ya sean comerciales o financieros, que sustentan el orden de posguerra. Lejos de eso, el rechazo de las relaciones establecidas con sus propios aliados y las instituciones internacionales minan la confianza de todos.
Por tanto, esa negativa a renegociar manteniendo el apoyo al sistema establecido se traduce no solo en el desconcierto reinante sino en la falta de voluntad de hacer espacio a China y otros actores relevantes para redefinir este orden. Simplemente se está retirando por completo, no solo de la financiación sino incluso de la participación como se aprecia en la actitud ante la OMS o la OMC y otros. Es más, la Casa Blanca impone a la Unión Europea la dependencia absoluta o la humillación, una actitud que contrasta con la posición china de proponer y negociar acuerdos que aseguren cierta estabilidad global. Quien más socava hoy día el orden internacional es EEUU.
La corte de Trump: entre tiburones y halcones
Como buen patrón, ya en su primer mandato, Donald Trump mostró muy poca consideración del entorno funcionarial como también de la red política y militar que sustenta la Casa Blanca o el Pentágono. En este segundo mandato, es diáfano que a quien más respeta es a los empresarios de éxito, ya sea en Wall Street, en el sector inmobiliario de Nueva York o en el sector tecnológico de California… y Elon Musk es una de esas personas. Este cuenta con autoridad ilimitada para despedir a la gente a voluntad sin consultar aparentemente ni al presidente, ni a los miembros del Congreso ni del Senado. Se trata de alguien que no ha sido elegido, ni confirmado por el Senado, sino solo un amigo financieramente generoso con su campaña. Serán estos “tiburones” quienes llevarán la batuta en buena parte de las políticas diseñadas por su administración con preferencia por la negociación dura. En contraste, los “halcones”, más alineados con los posicionamientos más tradicionales, seguirán bregando por la estrategia de “paz a través de la fuerza” sin descartar el desempeño de posturas más abiertamente agresivas.
Tecnología, economía, seguridad
No es que la seguridad vaya a ser descuidada, pero tanto en el caso de EEUU como de China, la prioridad se centra a corto plazo en las cuestiones tecnológicas y económicas. Para las autoridades chinas, lo más importante es que su economía siga creciendo y desarrollándose. Para Xi Jinping, la clave reside en la estabilidad a través de la preservación del liderazgo del PCCh y una economía al alza, de ahí los gestos recientes para implicar más al sector privado y al empresariado.
Cabe pensar que a pesar de sus tensiones, la economía china seguirá creciendo más rápido que la estadounidense. Esa es la tendencia para los próximos diez a veinte años, con altas probabilidades de consumar el sorpasso. Mientras, la brecha de poder entre Estados Unidos y China seguirá reduciéndose. El ejército chino crecerá más rápido que el estadounidense. Todo ello aumentará el riesgo de conflicto aunque no necesariamente tiene que desembocar en hostilidades abiertas.
En Europa, por el contrario, su dirigencia parece invertir las prioridades y apuesta por fortalecer la seguridad instando un rearme de destino incierto. A la postre, lo más probable es que serán las fuerzas de extrema derecha en auge las que gestionarán esas nuevas capacidades realineando de nuevo las políticas continentales con las del otro lado del Atlántico. Es erróneo pensar Estados Unidos se desentiende de buscar el control de Europa y jugará a convertirse en el principal beneficiario de sus decisiones.
Aliados
El actuar de Trump indica que su atención se va a centrar en los únicos países que respeta, aquellos que considera importantes porque pueden influir en Estados Unidos. Sobre todo China, aunque también Rusia, a otro nivel. Pero, paradójicamente, quema puentes con países que podrían ser valiosos para competir con China. En esta línea, la OTAN sería importante. La UE también lo es para la cooperación en materia de comercio y tecnología. Pero está tan centrado en pasar factura que la estrategia global se agrieta ostensiblemente.
Asegura Robert Ross, profesor de ciencias políticas en el Boston College y asociado del Centro Fairbank de Estudios Chinos de la Universidad de Harvard, que si Donald Trump continúa con su política hacia Europa, los europeos no tendrán otra opción que cooperar con China para estabilizar el sistema. No se trataría necesariamente de crear un nuevo sistema, un nuevo orden que refleje los valores o intereses chinos, sino de una reforma del sistema actual para abrir espacio a China, reflejando mejor su nuevo status manteniendo el compromiso con la estabilidad global.
Ahora mismo, si las cosas no se tuercen, el mundo dependerá más de China que de Estados Unidos quizá más pronto de lo previsto. En lugar de contenerla, lo que puede lograr es acelerar su auge. Si la política estadounidense hacia Europa y los demás países industriales avanzados continúa, estos países estarán menos inclinados a resistirse a la cooperación comercial con China. Es previsible una mayor cooperación entre China y Europa, con el Sudeste Asiático o Corea del Sur, y eso afianzaría el orden comercial internacional y las instituciones multilaterales en contra de los intereses de Trump.
China está lógicamente preocupada por la posibilidad de que Estados Unidos pueda usar su poder para influir en la actitud de los países europeos y otros. Con la guerra tecnológica, los Países Bajos están restringiendo la cooperación con China. Lo mismo hace Corea del Sur y Japón. Y China está intentando compensar la diplomacia estadounidense en Europa y otras partes. Pero las posibilidades de crear una coalición comercial y tecnológica compuesta por Europa, Corea del Sur, Japón y otros países, que sería muy perjudicial para la economía china, se debilitan con Trump.
Está dinámica está mermando el poder blando estadounidense a gran velocidad. EEUU es visto hoy como un país que no quiere contribuir al bienestar del mundo. También es poco lo que puede ofrecerle. Y eso socava seriamente la capacidad para lograr sus objetivos a través de la cooperación.
Multilateralismo
En el plano multilateral, la administración Trump es un regalo para China porque el neoaislacionismo estadounidense le está ayudando. La reducción del papel de Estados Unidos en las organizaciones internacionales proyecta y realza a China. Los conflictos comerciales y de seguridad con los aliados, favorecen a China. De modo que, multilateralmente, Estados Unidos se está disparando en su propio pie. Por el contrario, la posición de China representa una muestra inequívoca de su ascendente poder blando aun entre aquellos que mantienen una distante reserva.
Asia es la clave
El ascenso de China en la distribución del poder en Asia representa una preocupación para Estados Unidos que podría desembocar en un conflicto entre grandes potencias. Washington trata de mantener ese dominio, pero la hipótesis de un inminente liderazgo compartido se antoja inexorable; es más, se diría que la transición de poder es una realidad que evoca conflictos de intereses que podrían manifestarse en un aumento de las hostilidades.
Importa destacar que a diferencia de la Guerra Fría en la que los dos bloques enfrentados apenas cooperaban, en esta Asia no es así. La Unión Soviética no tenía una economía abierta, pero China sí la tiene. En esta región, la preocupación por el estallido de una guerra a instancias de China es más bien remota por más que se aticen las tensiones en el Mar de China Meridional o en el Estrecho de Taiwán. La cooperación económica aporta una gran fluidez y dinamismo a la región con China en el epicentro.
Los países de Asia que viven cerca de China y dependen de su economía, se están volviendo cada vez más cooperativos con China porque Estados Unidos es menos confiable. No se van a alinear con China, no van a convertirse en parte de su hipotética esfera de influencia, pero se están alejando de alinearse con Estados Unidos. Si nos fijamos en los gobiernos del este de Asia, sólo cuatro de ellos no están cooperando con China hoy día: Corea del Sur, Taiwán, Japón y Filipinas. Y sin embargo, de esos cuatro, tres de ellos tienen gobiernos inestables, con cambios constantes en sus políticas. A EEUU solo le queda en Asia oriental un aliado fiable: Japón. Pero para el crecimiento de Asia, es China la más importante.
Y si la competencia entre Estados Unidos y China se dilucida en esta región, la pregunta clave es si habrá acuerdo o enfrentamiento con China. En este sentido, pueden interpretarse los movimientos de Trump como un intento de resolver primero las diferencias con países vecinos y aliados como un ejercicio de preparación del terreno para posteriormente enfrentar o contener a China. No obstante, sería fundamental que la confianza de EEUU y sus aliados no se viera socavada por las actuales tensiones, lo cual aseguraría la implicación en esta estrategia. Pero el riesgo de que Europa y otros consideren el mercado chino más imprescindible afectará a la capacidad estadounidense de enfrentarse a China.
En el mundo, China es bien recibida como contribuyente al desarrollo económico y a la construcción de infraestructuras. Ese reconocido papel la instituye cada vez más como principal potencia económica y la más constructiva. A diferencia de Estados Unidos, como potencia en declive, China se ve impulsada por el actual sistema por lo que, más allá de ajustes, no está necesariamente interesada en cambiarlo de forma radical. Y esa es, en gran medida, la razón por la que EEUU quiere desprenderse de él pues contribuye al ascenso de China y eso significa el declive de Estados Unidos.
Estados Unidos no admitirá sin más que China se vuelva demasiado poderosa, hasta el punto de representar una amenaza para su hegemonía. El reto es estabilizar su relación como dos grandes potencias y ganar tiempo. Estados Unidos no va a desaparecer y China seguirá creciendo. Trump quiere un nuevo acuerdo comercial con China que evite un agravamiento de la guerra comercial pues también sería muy perjudicial para la economía estadounidense. China también quiere encontrar formas de estabilizar esta relación. Esperan un acuerdo comercial que en absoluto será fácil de lograr. En junio, si se confirma la cumbre Trump-Xi, sabremos cuál tendencia prima.
Taiwán
La primera administración de Trump adoptó una postura más pro-Taiwán respecto de las relaciones entre ambos lados del Estrecho. Y esto es parte del esfuerzo de Estados Unidos por contener a China. Esa cooperación con Taiwán complica los esfuerzos del continente por disuadir a los líderes taiwaneses de avanzar hacia la independencia de jure. China podría ser ahora menos condescendiente en este aspecto.
A muchos en Taiwán les preocupa que un acuerdo entre Estados Unidos y China pueda “vender” a Taiwán. Pero sin una mayor contención en la cooperación con Taiwán, China no se lo pondrá fácil a Trump. Y esa tendencia dejaría en claro que la política al uso en este tema no es viable, que tiene los días contados y que la reunificación, bajo la fórmula que sea, es imparable. Taiwán está a 90 millas del continente y no pocas voces claman que debe encontrar una manera de llevarse bien con el continente. Es Musk contra Rubio, los tiburones contra los halcones. Cualquier cesión sería una muestra de debilidad de Trump que complicaría la fortaleza de su activo principal en toda la región, su credibilidad en materia de seguridad.
En el recién publicado Informe sobre la Labor del Gobierno de 2025 en las “dos sesiones” chinas, se hace hincapié en «promover firmemente la causa de la reunificación de China» sin mencionar la «reunificación pacífica». Más que un cambio en la postura de la parte continental quiere enviar un mensaje de contundencia a EEUU .
Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China
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