Entre su visita a Canadá para la Cumbre del G7, que abandonó abruptamente para regresar a Washington y la reunión en la Sala de Crisis de la Casa Blanca con su Consejo de Seguridad Nacional, Trump ha dedicado la mayor parte del tiempo a decidir cuáles serán los próximos pasos: ¿se involucrará directamente en una guerra?
El mandatario dio dos semanas para poner en orden sus planes (ya listos) en espera de que se logre una salida diplomática. Irán dice que no negocia bajo presión y que cualquier negociación será a partir del cese total de los bombardeos de Israel.
Así que fue un tanto desconcertante el miércoles cuando el presidente salió del Pórtico Sur, no para ofrecer información actualizada sobre sus consultas sobre lo que mantiene en alerta al mundo en Medio Oriente, sino para supervisar la instalación de dos astas de bandera de casi 30 metros.
«Estas son las mejores astas del país, o del mundo, de hecho. Son cónicas. Tienen una bonita punta», dijo el presidente a un grupo de periodistas y obreros. «Es un proyecto muy emocionante para mí», reseñó CNN.
Un día después, Trump le dictó un comunicado a su secretaria de prensa, Karoline Leavitt, en el que anunció lo de aplazar la orden de un ataque militar contra Irán hasta dos semanas antes de empezar a lanzar bombas sobre las instalaciones nucleares de Irán.
La semana transcurrió con un incremento de la retórica agresiva y amenazante hacia la nación musulmana, en especial la emprendió contra el líder supremo, ayatola Ali Jamenei, de quien dijo que era un “blanco fácil”, que sabía dónde se esconde con su familia, pero que no lo eliminaría, por ahora.
También instó en una advertencia urgente evacuar a los casi 10 millones de residentes de Teherán, la capital iraní.
Las alarmas de que Trump pudiera arrastrar a Estados Unidos a una guerra prolongada comienzan a escucharse incluso hay medios como el diario The New York Times que recordó cómo hace 22 años con otro presidente republicano el tema de las armas de destrucción masiva -que nunca aparecieron- sirvió para desatar la invasión a Iraq.
En la Sala de Crisis, Trump cuenta principalmente con el director de la CIA, John Ratcliffe, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Dan Caine, con quienes discute sus opciones, comentan personas familiarizadas con el tema.
Mientras su enviado especial, Steve Witkoff, se comunicó con el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi, en busca del filón de la diplomacia, estacada antes del inicio de la campaña de Israel el pasado 13 de junio.
Incluso, hay observadores que consideran interesante cómo el ataque de Israel a Irán ocurrió casi seguido a una declaración de Trump acerca de que a Teherán se le había terminado el plazo de 60 días -que ya estaban en aquel momento en el 61- para negociar el programa nuclear.
Por cierto, por lo que se aprecia, Trump marginó públicamente las evaluaciones de su directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, sobre el estado del programa iraní para desarrollar un arma nuclear.
La alta funcionario testificó en marzo ante el Congreso que la comunidad de inteligencia estadounidense había evaluado que Irán no estaba construyendo tal arma, pero Trump desacreditó a Gabbard.
“Pues bien, mi comunidad de inteligencia se equivoca”, declaró Trump a los periodistas en Nueva Jersey, preguntándoles quién en la comunidad de inteligencia había dicho eso. Al ser informado de que era Gabbard, Trump repitió: “Se equivoca”.
Cuando se le pidió que comparara las afirmaciones actuales sobre el programa nuclear iraní con las que se hicieron sobre la posesión de armas de destrucción masiva por parte de Iraq en el periodo previo a la invasión estadounidense de 2003, Trump respondió que la diferencia es que Iraq no tenía tales armas y añadió que, para empezar, nunca creyó que Iraq las poseyera.
Y volvió sobre sus apreciaciones de que Irán posee una “enorme cantidad” de material nuclear, que, a juicio suyo, le permitiría fabricar un arma operativa “en cuestión de semanas, o desde luego en cuestión de meses”.
De momento, si su instinto no le sugiere otra cosa, Trump no dará la orden de ataque. Su instinto -al parecer- tampoco lo dejó firmar una declaración conjunta preparada en la Cumbre del G7 que exhortaba a que “la resolución de la crisis iraní conduzca a una desescalada más amplia de las hostilidades”.
jcm/dfm
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