Luis Armando González
Desde hace un tiempo para acá, los medios de comunicación vienen siendo objeto de atención por parte de los estudiosos de las ciencias sociales. En concreto, son tema de debate las grandes empresas mediáticas, cuya capacidad de influir en el imaginario colectivo (e incluso de configurarlo) ha alcanzado niveles extraordinarios en las últimas décadas.
Pocos ponen en duda la capacidad de los grandes medios para crear realidades simbólicas (realidades imaginarias), contrapuestas a la realidad efectiva que tiene sus dinámicas y ritmos propios. Es decir, hay una realidad social construida mediáticamente, en la cual son ubicados determinados actores sociales, hechos y acontecimientos según la lógica de la propia construcción mediática.
Sobre estos actores, hechos y acontecimientos, desde los medios, se emiten juicios, interpretaciones y juicios que son la “verdad” elaborada por ellos y difundida masivamente a través de los recursos tecnológicos y publicitarios de los que se dispone en la actualidad.
En el caso de la violencia criminal, los medios crean una “realidad simbólica” en torno a ella. Construyen una realidad imaginaria en la cual ubican a determinados actores, hechos y situaciones sobre los que se emiten juicios, interpretaciones y valoraciones.
Obviamente, los medios no causan la violencia criminal real; pero sí son creadores de una visión imaginaria de la violencia, en la cual integran a actores, hechos y situaciones extraídas de la violencia criminal real, según criterios que derivan de intereses propios de las empresas mediáticas o de las alianzas suyas con determinados grupos de poder. Dicho de forma gráfica, los grandes medios de comunicación arman, a partir de la violencia criminal real, su propio mapa de la violencia criminal, un mapa que las más de las veces se aleja de aquélla, en sus distintas aristas, componentes, complejidad e historia.
Las creaciones simbólicas (imaginarias) de la realidad social que hacen los medios suelen ser una enorme distorsión de la realidad social efectiva. Las causalidades reales, las dinámicas reales, las interconexiones reales, la trayectoria real de los fenómenos (su historia), etc., suelen ser obviadas en las creaciones mediáticas de la realidad social. En éstas, no es extraño que se pierda de vista la interconexión de los fenómenos, o su historia, o las causalidades que están detrás de ellos.
Lo normal, en el ejercicio mediático de creación de realidades, es la descontextualización de hechos, acontecimientos y actores; lo normal es la ponderación exagerada de uno de ellos, sobre cualquier otro. Todo depende de la agenda mediática y de los intereses que la configuran.
Ahora puede ser la corrupción, pero no en una visión histórica, sino asociada a una persona o un gobierno a los que se quiere hundir o salvar; mañana pueden ser las drogas, pasado el financiamiento de los partidos… seguido de la transparencia, la moral de los políticos, etc. Y según el tema privilegiado, se arma un rompecabezas mediático sobre la realidad, del cual la clave interpretativa está en manos de los mismos medios.
Esa interpretación es la “verdad” mediática que no se dialoga con la población, sino que se le impone por todas las vías posibles. Permanentemente, esa verdad mediática revela sus contradicciones con la verdad real. También revela sus contradicciones con la verdad jurídica, es decir, la que emana de pesquisas judiciales que llevan a conclusiones, sobre determinados hechos, situaciones y actores, desde criterios jurídicos, procesales y penales.
No importa. La verdad mediática tiene una enorme ventaja sobre la verdad real y sobre la verdad jurídica. Tiene la ventaja de los recursos mediáticos y del poder que los sostiene. Tiene tanto poder que puede fabricar causas y responsabilidades inexistentes sobre fenómenos importantes para la vida social (en nuestro país, en los años noventa aviesamente los grandes medios fabricaron la versión de las maras con principales responsables de la violencia criminal, cuando las estadísticas de la violencia real indicaban que no era así), como para condenar públicamente a alguien como delincuente, antes de que el condenado (mediáticamente) sea vencido en un juicio y la verdad jurídica imponga sus fueros.
En fin, la “verdad” mediática debe ser sometida a una vigilancia crítica. Primero que todo, hay que reivindicar, ante los medios, la verdad real. Y en segundo lugar hay que reivindicar la verdad jurídica. Que los grandes medios de comunicación impongan sus “verdades”, reafirma su poder manipulador de la opinión pública.
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