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09 octubre 2015

Borrador sobre tendencias del capitalismo



Iñaki Gil de San Vicente

El estancamiento del cerebro del imperialismo, Estados Unidos, es un dato aplastante que muestra la dinámica mundial del capitalismo

Apuntes para una posible estrategia (II)

Ningún texto es «definitivo» porque la realidad evoluciona por delante de lo escrito, debido a esto se mantiene el calificativo de «borrador».
Además, ya está siendo sometido a crítica en su primera versión, y es de esperar que aun sea más «estrujado».

Presentación

Tendencias de fondo

Cambios políticos

Triple D

Rusia y China Popular

Estados Unidos

Unión Europea

África

Resumen

1. Tendencias de fondo

El caos mundial que azota a la humanidad trabajadora tiene su origen en la concatenación de procesos que chocan mutuamente en medio de una crisis «nueva» en la historia del capitalismo. El pensamiento social burgués ha fracasado, ha mostrado su impotencia para comprender qué está sucediendo desde finales del siglo XX, en los treinta últimos años; peor todavía, es manifiesta su incapacidad para ofertar una salida que no sea la multiplicación de los ataques capitalistas a las malas condiciones de vida y trabajo de la humanidad explotada, especialmente a las mujeres y a la naturaleza.

Uno de los más estrepitosos fracasos del pensamiento burgués es su impotencia para comprender la dialéctica entre los diversos componentes de la totalidad social: economía, política, cultura… Cada uno de ellos posee una autonomía relativa que le permite evolucionar con ritmos particulares en períodos de calma. Mientras la totalidad social capitalista, que gira alrededor de la producción de plusvalía, no entra en crisis internas duras, sus diversos componentes aparentan estar aislados en una sociedad sin cohesión ni estructura interna.

La incapacidad burguesa para entender la realidad capitalista surge de la simbiosis entre su deseo fervoroso de ocultarla para no descubrir la realidad objetiva de la explotación social, y los límites cognitivos de la ideología como falsa conciencia, del fetichismo de la mercancía y de la alienación, del pensamiento reificado. Cuando las crisis que bullen en el subsuelo empiezan a interactuar sinérgicamente emergiendo a la superficie como unidad y lucha de contrarios, la burguesía endurece sus controles, vigilancias y represiones.

Conviene recordar cómo a finales del siglo XVIII la burguesía británica intervino contra los economistas seguidores de Smith y Ricardo para impedir que profundizasen en sus descubrimientos de las contradicciones del capital, para impedir que se conociesen y divulgasen entre las clases explotadas, para dejar espacio libre en universidades, escuelas y prensa a las mentiras sobre las excelencias de la propiedad privada de las fuerzas productivas. En la cognición burguesa, represión, ideología e interpretación forman un proceso en el que el Estado interviene activamente. Solo la praxis revolucionaria, científico-crítica, puede romper esta supremacía demostrando que el caos mundial es producto de la evolución actual de las contradicciones del modo de producción capitalista.

Vamos a ordenar nuestra ponencia en varios capítulos. En el primero estudiamos la evolución interna del capitalismo, lo que algunos definen como «leyes endógenas». En el segundo, su evolución política internacional, lo que algunos definen como «leyes exógenas». En el tercero, se parte de la dialéctica de ambas para dar cuenta de la «triple D»: depresión, deflación, deuda. En el cuarto, se parte de la dialéctica de ambas para dar cuenta de la «triple D»: depresión, deflación, deuda. En el quinto, Rusia y China. En el sexto, Estados Unidos. En el séptimo, Unión Europea. En el octavo, África y, finalmente, en el noveno un resumen.

2. Tendencias de fondo

La tasa de beneficio del capitalismo más desarrollado -Estados Unidos, Europa y Japón- tuvo una tendencia descendente con repuntes puntuales bajando del 3,0 en 1960 al 1,2 en 1984, para comenzar a recuperarse gracias al neoliberalismo desde 1984 hasta casi 4,0 en 2007, volviendo a desplomarse de nuevo al 3,0 en 2014. Debemos insistir en que esta evolución tendencial en forma de sierra ascendente y descendente responde a la lucha de las clases y de los pueblos explotados, de las mujeres y de los colectivos y grupos oprimidos y dominados.

El estancamiento del cerebro del imperialismo, Estados Unidos, es un dato aplastante que muestra la dinámica mundial del capitalismo. Las ganancias de las grandes corporaciones yanquis descendieron sin muchas brusquedades de un 30,0 en 2002 hasta un -30,0 en 2008, año en el que responden con una ofensiva hacia el exterior para compensar su tremendo retroceso interior, además de ataques sociales internos, como veremos.
La ofensiva le permite recuperar sus beneficios hasta un estratosférico 55,0 en solo un año, para 2009, momento de gloria que dura un suspiro porque inmediatamente se reinicia el descenso a los infiernos del beneficio 0,0 en 2014.

Una peligrosa consecuencia de esto es que la vital tasa de inversión en nuevos negocios permanece inalterable entre 1998 y 2013: tras un desplome entre 2007 y 2009 la recuperación posterior no puede superar la inversión alcanzada en 1998, quince años antes. Comparativamente, esta recuperación es más lenta y débil que la habida tras la crisis de 1929 pese al dinero barato que se inyecta desde 2008 con un irrisorio 0,25% de interés.

Simultáneamente la productividad del trabajo en estos países centrales del imperialismo, Estados Unidos, Europa y Japón, va descendiendo del 3,5 en 1960-1964 hasta caer a un 1,9 entre 1985-1990. A partir de aquí se recupera un poco, hasta el 2,1 en 1995-2000 muy alejada del 3,5 inicial, para hundirse nada menos que al 1,0 en 2010. Estas cifras no contradicen los informes recientes de la OIT sobre el distanciamiento entre la productividad del trabajo al alza y los salarios reales a la baja. Aunque la tasa media desciende a medio y largo plazo, entre 1999-2011 la productividad del trabajo real por hora ha aumentado más de dos veces al salario medio en los capitalismos desarrollados, lo que significa que aumenta la tasa de explotación, siendo Estados Unidos y Alemania ejemplos destacados.

O sea, gracias a la ferocidad del neoliberalismo y a la autoderrota de buena parte de la izquierda occidental, la tasa media de beneficio en el núcleo del imperialismo ha conseguido llegar en 2010 a lo logrado en 1960, alrededor del 3,0, pero en este medio siglo la productividad media del trabajo ha caído del 3,4 a la fosa abisal del 1,0, aunque todavía han bajado más los salarios. ¿Qué supone esto? Pues que a pesar de todo el imperialismo occidental tiene que redoblar sus ataques internos y externos para, al menos, mantener esa tasa de beneficios, para no descender más y para recuperar la productividad del trabajo, exigencias objetivas para vencer a los BRICS en creciente competencia que luego analizaremos.

Los economistas burgueses siempre han separado la productividad del trabajo de la lucha de clases, y siempre han sostenido que lo fundamental no es la explotación social para el enriquecimiento capitalista sino la innovación tecnológica abstractamente considerada, lo que les lleva a decir que una mejor tecnología terminará creando más y mejor empleo y reactivando la economía sin explotación alguna. Pero no ocurre así.
Desde su irrupción a finales del siglo XVIII la máquina siempre ha tenido tres funciones básicas simultáneas: aumentar la productividad del trabajo, derrotar las luchas obreras y populares, y vencer a la competencia intercapitalista.

Por dos razones fundamentales, como son los avances tecnocientíficos y la caída de los beneficios industriales, las máquinas actuales apenas crean nuevos empleos «de calidad» y sí empleo descualificado, de servicios, que no producen plusvalor y por tanto no incrementarán la tasa de ganancia y de acumulación sino que solo sirven para que circule el capital. A mitad de la década de 1970 se necesitaban siete años para recuperar la tasa de empleo anterior a la crisis de 1968, ahora, y a pesar del gigantesco salto tecnocientífico, se necesitarán alrededor de catorce años para recuperar el empleo de 2007, y eso con suerte.

Otras fuentes que analizan datos mundiales fiables desde 1869 muestran la tendencia a la baja del beneficio capitalista mundial, no solo del occidental. Desde el máximo del 44% en 1869-1870 hasta el mínimo del 18% en 2007-2013, con una tasa media que baja del 40% a poco más de 20% en las mismas fechas. Por fases la tendencia decreciente ha sido así: durante la larga depresión de 1869-1900 la tasa decreció del 44% citado al 29% como pico más bajo, con una media del 40% a poco más del 35%, lo que nos indica las grandes oscilaciones a corto plazo durante este período.

Vino luego un corto estancamiento entre 1900 y 1910, para darse una súbita recuperación desde 1911 y durante la Primera Guerra Mundial que se mantuvo hasta 1923, en este período el pico más alto fue del 42% en 1913 y la media de algo más del 32%. Inmediatamente se inició el desplome que se hundirá en la gran depresión de 1929 con el pico más bajo en 1933-1934 de algo más del 22% para empezar una recuperación hasta el 28% poco antes de la Segunda Guerra Mundial con una media de algo menos del 31%.

Pasamos ahora a la fase de 1939-1946, la Segunda Guerra Mundial, en la que el pico más alto de beneficio llega al 37% hasta 1944-1945 para pulverizarse rápidamente en pocos meses en 1946, lo que explica que la tasa media descienda tan abruptamente al 29% a pesar de todas las ganancias, cuando antes de la Segunda Guerra Mundial esa tasa media había sido algo menos del 31%: un mal indicio de lo que sucederá desde entonces hasta ahora a pesar del keynesianismo, del neoliberalismo y del socioliberalismo. En efecto, se ha dicho que 1946 y 1966 fue la Edad de Oro, pero la verdad es que el pico de beneficio más alto obtenido en 1965-1966 llegó justo al 32% comparado con el 44% de 1869 y el 37% de 1945, mientras que la tasa media fue claramente inferior a todas las anteriores, algo más del 26% mientras que la de la fase de la Segunda Guerra Mundial había sido del 29%.

La crisis comenzada en 1966-1967 se deslizó desde el 32% de pico más alto de beneficio de 1965-1966 hasta un 19% en 1980, con una tasa media de beneficio que no llega al 25%. Desde 1973 el imperialismo había aplicado la solución neoliberal, endurecida desde 1989-1991 con el Consenso de Washington, pero ninguna de estas brutalidades han logrado impedir que la tasa media siga descendiendo, sí ha conseguido ralentizar su caída prolongando la agonía, pero entre 1982-1983 ha bajado de ese poco menos del 25% al poco más del 20%.

Debemos hacernos una idea del durísimo ataque del capital contra el trabajo a nivel mundial incrementado desde los años 80, partiendo del ataque general desde 1973, para ver cómo el capital intentó revertir la ley tendencial de caída de la tasa media de beneficio mediante una ofensiva múltiple que seguía las seis medidas que contrarrestan esa tendencia pero en las condiciones de finales del siglo XX. Según la OIT los ingresos del trabajo en el PIB mundial descendieron de casi el 63 en 1980 a poco más del 54 en 2011, y siguen cayendo. Los retrocesos en cada país en concreto dependen de sus especiales luchas de clases y de sus resistencias particulares, pero la tendencia mundial es incuestionable, mostrando el contenido de clase de los Estados formalmente independientes que no dudan en aplicar los mismos métodos antiobreros y antipopulares.

3. Cambios políticos

Pese a esta realidad de fondo, en la década de 1980 el imperialismo iniciaba un eufórico canto de victoria aplastante sobre la URSS y su bloque. Los servicios de inteligencia capitalistas aportaban cada vez más datos sobre el agravamiento de sus debilidades estructurales en especial bajo la presión de los sobregastos de la guerra de Afganistán iniciada en 1979. La perestroika confirmó esos pronósticos de un «bloque socialista» que veía inerte cómo el capital invadía Irak y pulverizaba Yugoslavia poco ante de desintegrarse la URSS.

El panorama mundial era esperanzador para el imperialismo bajo la era Clinton: China Popular comenzaba su giro al «socialismo de mercado»; todo parecía indicar que pronto pasaría la crisis iniciada en Japón en 1990; Nuestra América no presentaba serios focos antiimperialistas; África se dejaba saquear; los BRIC no existían aún; el neoliberalismo, la especulación y la «segunda guerra fría» dominaban por el mundo; se había restaurado el orden en Estados importantes como Portugal, Grecia, Italia, Estado español…, y las modas ideológicas del posmodernismo, posmarxismo, etc., estaban acabando con la memoria de la oleada prerrevolucionaria de 1968-1984.

El capital se frotaba las manos pensando que las ganancias que ya obtenía con la salvaje explotación neoliberal y con las medidas del Consenso de Washington de 1989 iban a ser muy superadas con el saqueo del inagotable mercado formado por China Popular, Rusia y Europa del Este, y al poco por Vietnam y Laos, que también se derrumbarían o se abrirían al capitalismo mediante el «socialismo de mercado», y Cuba… El «tercio socialista» del planeta volvería a la civilización del capital para ser saqueado y explotado con brutalidad. El imperialismo esperaba superar así para siempre sus crisis recurrentes como ese sorprendente y tenebroso «lunes negro» de 19 de octubre de 1987 en el que se desplomó Wall Street con pérdidas incalculables.

Simultáneamente Estados Unidos actuaba en otros frentes también decisivos: uno de ellos buscaba balcanizar la región de Irak e Irán para apropiarse de sus recursos energéticos. Aprovechando la guerra de Afganistán, Estados Unidos creó Al Qaeda y propagó la tesis de la supuesta Guerra de Civilizaciones mientras que en la segunda mitad de los años 90 planificaba una estrategia militar múltiple que puso inmediatamente en acción tras el 11-S de 2001, desatando además de la segunda guerra de Irak también la guerra contra el «terrorismo».

Pero en diciembre de 2012 el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos reconocía que en 2030 Estados Unidos no sería la potencia dominante a nivel mundial. El conocido como Tendencias Globales 2030 no aportaba nada nuevo, excepto que por fin la más alta instancia de Inteligencia admitía públicamente el declive imparable de Estados Unidos. Su impacto fue demoledor en la burguesía, pero se ocultó lo más posible. Desde entonces Estados Unidos ha multiplicado exponencialmente los esfuerzos para reinstaurar su poder. Así, en mayo de 2014, Obama aseguraba a lo más granado de los ejércitos yanquis que Estados Unidos eran y seguirían siendo por siempre «la única nación indispensable» en el mundo.

¿Qué había sucedido en tan pocos años para que de la euforia delirante se cayese en el abismo de la decepción y casi al instante se hiciese una desesperada reafirmación fanática de la doctrina reaccionaria y racista del Destino Manifiesto nada menos que ante la cúpula militar y en plena gran depresión? Pues que las contradicciones capitalistas pudrían el triunfalismo yanqui. El Caracazo de 1989 y el Alzamiento de Chávez en 1992; la heroica resistencia de Cuba durante el «período especial»; los motines por hambre en ciudades de Estados Unidos en 1992; el zapatismo en 1994; las duras huelgas de 1995 en Francia, Bélgica y Alemania, y en Corea de Sur en 1997; la revuelta social de Seattle y la victoria de Chávez en 1999; el corralito argentino de 2001 y triunfo de Lula en 2002…, unos pocos ejemplos de un malestar social generado por la mezcla explosiva entre neoliberalismo, crisis económico-financiera, crisis socioecológica y tendencia al agotamiento de los recursos.

En efecto, aumentaban las alarma que indicaban que el capitalismo estaba al borde una gran depresión: la crisis del tequila de 1994 en México adelantaba muchas de las características de las crisis financieras posteriores, como la de los «tigres asiáticos» en 1997. la rusa de 1998 y la ecuatoriana de 1999, la extrema fragilidad del sistema financiero descubierta a raíz del 11-S de 2001, el desplome en picado del Nasdap o «puntocom» en 2000-2003 y el fracaso del mito propagandístico de la Nueva Economía, de la Economía de la Inteligencia, etc., hasta llegar al inicio en los Estados Unidos de finales de 2006 de la actual «crisis pavorosa», cuyos altibajos no analizamos. Y en la Unión Europea, la Inteligencia militar alemana advertía en 2010 que para 2030 estaría en peligro la «independencia energética» de Alemania, confirmando así otros estudios que auguraban los mismo para toda la Unión Europea.

Pero las crecientes crisis financieras son como las olas y los vientos cada vez más bravíos que anuncian que los huracanes se están haciendo incontrolables. Debajo de esos ventosos oleajes actúa la tendencia a la caída de la tasa media de beneficio, la concentración y centralización de capitales, la exacerbada competencia inter imperialista por el mercado y los recursos energéticos, la búsqueda desesperada de sobreganancias especulativas de alto riesgo, el aumento del «capitalismo criminal», etc.

También presionan contra la tasa media de beneficio la lucha de clases mundial, las políticas de los pueblos rebeldes y los Estados que por diversas circunstancias se niegan a ser engullidos por el imperialismo occidental. El capital subestimó la capacidad de resistencia de Rusia, de China Popular, de Vietnam, de Cuba…, subvaloró las fuerzas históricas profundas que, al margen ahora de otros análisis, se reorganizaron en estos y otros países para vencer a su ofensiva.

Todo esto explica que conforme se endurecía la gran depresión el imperialismo empezase a encontrar mayores resistencias en zonas geoestratégicas mundiales, como el cinturón montañoso que circunvala el sur de Eurasia y la espina dorsal andina de Nuestra América. El ataque a Libia en enero de 2010 fue la ampliación al norte de África de la política de balcanización iniciada más de una década antes en el este de Oriente Medio. Pero ahora no respondía a la única razón energética, que también, sino a otros dos problemas más que estaban apareciendo: uno, mostrar que el imperialismo occidental no toleraría proyectos de «desconexión» como los que se intentan en Nuestra América -Libia, como Irak en su tiempo, había anunciado que iba a salir del petrodólar-, que podrían extenderse a África; y otra, advertir a China Popular y a Rusia en concreto.

Efectivamente, en 2008 Rusia condonó a Siria el 75% de su deuda y desde entonces la marina militar rusa afianza su presencia en puertos sirios, lo que era inaceptable para Estados Unidos e Israel, política que se ha acrecentado desde verano de 2013. Más inaceptable es el que las marinas china y rusa realizaran maniobras conjuntas en el Mediterráneo, y ya le resulta insoportable a Estados Unidos que ambas potencias muestren abiertamente su apoyo a Venezuela. Pero la presencia militar va unida a una política económica muy astuta, a largo plazo, orientada a minar las bases del imperialismo occidental evitando en lo posible conflictos armados. Solo así se entiende el préstamo chino de 44.000 millones de euros a Brasil, y la condonación por Rusia el 90% la deuda cubana -35.000 millones de euros- y le otorga grandes facilidades mutuas para pagar el 10% restante.

4. Triple D

Sin embargo, este objetivo a largo plazo podía ser plenamente realista hace cinco años, cuando la crisis solo golpeaba al centro imperialista; pero ahora la Gran Depresión zarandea al mundo entero y todos los datos e informes fiables sugieren que la llamada «triple D» -depresión, deflación y deuda- van a dominar por mucho tiempo. Más aún, los efectos negativos de la triple D vienen redoblados en determinados casos por el especial cerco imperialista, como es el caso de Rusia, Cuba, Venezuela, etc. Tenemos que detenernos por tanto un instante en la «triple D». Existe un amplio consenso sobre que el capitalismo se encuentra atrapado en una triple D, depresión, deflación y deuda, que se agrava por la baja «rentabilidad» industrial y a la vez, rebotando, la triple D dificulta la recuperación de los beneficios. Sobre la depresión no vamos a decir nada porque es suficientemente conocida.

La deflación consiste en que los precios tienden a la baja porque no se vende lo suficiente por la crisis. Los precios del petróleo y crudo, del oro, y de los materiales necesarios en tiempos normales está bajando desde 2011 en un 40%, llegando a niveles de 2002. Los precios de las materias primas fundamentales han caído a los niveles de 1999 y el del cobre, tenido como el medidor por excelencia de la evolución mundial, ha bajado a los de 2009. En la segunda mitad de agosto de 2015 los precios del crudo se han pulverizado hasta los de hace 29 años, hasta los de 1986. Según otros datos, desde 2013 el oro se ha depreciado un 30%, la plata un 51%, el cobre un 31%, el trigo y el maíz más del 40%.

Desde 2008 las economías se han lanzado a la exportación, inundado el mercado mundial. Incluso la capacidad de consumo de Estados Unidos está al borde del precipicio porque las familias están cada vez más endeudadas y su tasa de ahorro está bajo mínimos históricos, el 5%. Aunque China Popular e India aumentan su consumo un 10% y un 15% respectivamente, son cantidades muy reducidas a escala mundial. Como las clases y pueblos empobrecidos reducen su consumo, el imperialismo se lanza al consumo de lujo: Alemania fabrica coches de altísima gama en Estados Unidos para venderlos en China Popular.

La competencia, la urgencia de obtener siquiera una pequeña ganancia y mantener su cuota de mercado, presionan a los empresarios para bajar precios. En medio de una crisis de sobreproducción y a la vez de retroceso de los salarios durante años, se consume poco de lo mucho que hay sin vender y encima se compra a bajo precio, cayendo los beneficios.
Al bajar estos la burguesía reduce más los salarios, cierra empresas y aumenta el desempleo, acelerándose una espiral destructiva: más pobreza, menos ventas con precios bajos y más pérdidas capitalistas. La pregunta que recientemente se hacía un economista es elocuente ¿quién va a consumir en el mundo? Y si no se consume no hay crecimiento, porque el proceso es: producción, distribución, compra y consumo.

El FMI afirma que el enriquecimiento de la minoría a costa del empobrecimiento de la mayoría lastra el desarrollo económico porque la mayoría no puede comprar, ni puede formarse culturalmente, no puede cuidar su salud, etc., lo que ralentiza la economía, el informe añade que esta tendencia empeora porque aumenta la pobreza en las «economías desarrolladas». Quiere esto decir que la deflación se afianza frenando las posibilidades de recuperación. Las tensiones sociales creadas por todo ello aumentan las dudas de las empresas en el momento de invertir, de comprar otras empresas o de vender las suyas: por ejemplo, en el Estado español y Portugal han descendido un 36,21% las operaciones corporativas con respecto a 2013.

En cuanto a la deuda, el panorama es terrorífico. Vamos a ir a lo esencial dejando en el tintero multitud de datos sobre las muchas formas de deuda, deudores y acreedores, etc.: se calcula que existen no menos de 1,5 cuatrillones de dólares en derivados volátiles creando una gigantesca «bomba de capital ficticio» que puede estallar en cualquier momento teniendo en cuenta las grandes dificultades de las instituciones imperialistas para controlar el inestable equilibrio financiero.

En la historia capitalista nunca se ha podido prolongar indefinidamente la contradicción creada por la incontrolable burbuja especulativa con respecto al capital financiero-industrial respaldado por escasas reservas reales; y en la actualidad todo indica que la burbuja especulativa se está transformando rápidamente en un agujero negro superior ya en un 20% al que estalló en 2008, deflagración cósmica de la que el capitalismo mundial no puede recuperarse.

Otros informes sostienen que la burbuja de la deuda mundial se ha hinchado a más de 76 billones de dólares (76.000.000.000.000), mientras que las tasas de interés no han sido nunca tan bajas por un período tan prolongado de tiempo. La pregunta que cada vez más se plantea es sobre cuándo terminará el mercado de los bonos que lleva al alza desde comienzos de los años ochenta. Comentaristas especializados hablan de que la «ingente liquidez» de dinero con tipos de interés próximos a cero está recalentado un mercado de valores que parece una «piscina desbordante». La OIT cita informes según los cuales la deuda pública de los capitalismos desarrollados ha aumentado alrededor de un 40% desde 2007, y a escala mundial la de las empresas no financieras ha aumentado un 30%.

Dejando de lado los diferentes sistemas de contabilidad de la deuda, lo cierto es que esta crece y crece según la teoría del nenúfar, lo que plantea otra interrogante peor: ¿habrá «dinero público» para llenar los agujeros negros que serán mayores que el creado en 2008? Para quitarse la responsabilidad de encima, la propaganda burguesa echa la culpa de la deuda a los pueblos saqueados y expoliados que, en realidad, la están pagando con creces: entre 1985 y 2000 África y Oriente Medio reembolsaron 61.000 millones de dólares más de lo que habían recibido, y los montos reales de sus deudas externas se multiplicaron por 73 entre 1970 y 2012, mientras pagaron 145 veces la cantidad que debían en 1970.
En síntesis y solo hablando de la deuda de un continente: África entrega el 50% más de lo que recibe.

El verdadero problema de la deuda, lo que hace de ella una bomba de relojería, es que se incuba, nace y crece en las entrañas del imperialismo. Los pueblos empobrecidos en los que malvive el 85% de la población mundial «tienen» alrededor del 5% del total de la deuda del planeta, deuda contraída por burguesías corruptas, clientelares y sumisas al imperialismo; y si observamos la deuda pública, los pueblos empobrecidos solo «tienen» el 1% del total mundial. El 15% de la población del mundo, la que vive en el imperialismo, tiene el 95% de la deuda, y el 99% de la deuda en su forma pública externa.

La deuda es una bomba de relojería sita en la máquina enroñada del imperialismo. Para que no estalle, la burguesía tiene solo tres métodos: condonarla parcialmente y suavizar las condiciones de pago del resto; multiplicar hasta lo insoportable el ataque a las clases y pueblos explotados, y destruir masivamente «riqueza muerta», improductiva, para reiniciar la producción como después de las dos guerras mundiales. No hace falta decir que seremos las naciones oprimidas en el interior del corazón imperialista las que, junto a los pueblos empobrecidos, más sufriremos las medidas capitalistas para salir indemne de la crisis de la deuda que la burguesía ha provocado. Recordemos que uno de sus trucos es el de derivar el cobro de las deudas a los «fondos buitre», compañías de piratas que al amparo de la lex mercatoria pueden anular de facto la independencia de un Estado hasta que no pague su deuda, como ha estado a punto de suceder en Argentina, Ecuador, etc.

Tras 2008, muchos grandes financieros y hasta políticos imperialistas como Sarkozy, Presidente del Estado francés, hablaron de la necesidad de «refundar el capitalismo», de volverlo «honesto» para recuperar parte de la legitimidad perdida. La llegada de Obama a Washington también dio pábulo a los buenos deseos: la Unión Europea redactó más de 60.000 páginas con regulaciones financieras para evitar próximas burbujas especulativas, y Estados Unidos más de 30.000. El G20 dijo en septiembre de 2014 que iba a combatir el fraude fiscal, la evasión de capitales y otras prácticas que frenan la economía.

No han servido para casi nada por la simple razón de que el capital está aplicando de nuevo, tras 2008, una de las medidas que contrarrestan la ley tendencial de la caída de la cuota de beneficios: ampliar el capital-acciones en la terminología de la década de 1860-1870, que ahora tiene infinidad de nombres para ocultar una constante en el capitalismo ya teorizada críticamente en 1834: negocio y especulación van tan unidos que resulta casi imposible saber qué les distingue.

China Popular contuvo en un primer instante el pánico en su Bolsa de hace pocas semanas cuando detuvo a varios capitalistas que especulaban y que incumplían las órdenes del Ministerio de Economía. Pero la crisis china, que puede desencadenar otra más grande primero en Estados Unidos y luego general, siguió creciendo y tuvo que devaluar el yuan. Devaluación que agravará los problemas, entre ellos el de la competencia internacional porque el comercio mundial está a la baja, por lo que es posible que otros países devalúen sus monedas con el riesgo de que se entre en otra «guerra de divisas», en un momento en el que la inseguridad financiera es la más alta desde 2010-2011; además el precio de crudo se mantendrá bajo con lo que descenderán los petrodólares que ayudan a Estados Unidos a mantenerse a flote, además de otros instrumentos.

Aunque unos precios bajos en el crudo benefician a unas economías también reduce las entradas fiscales de los Estados, y junto con la caída de los precios de las materias primas indican que no se prevé recuperación económica a medio plazo y menos aún recuperación industrial mundial, lo que es peor. La crisis que debilita a los BRICS empeora la situación porque frena la posible recuperación de su productividad del trabajo y a la vez rebota sobre los capitalismos más desarrollados ya que estos no reciben pedidos de bienes de producción especializados, muy caros y muy rentables pero necesarios para sostener las economías extractivas de los BRICS.

Algunos analistas sostienen que los BRICS necesitan estabilizar un crecimiento superior al 7% para salir del estancamiento actual, y aun así este no empezaría a producirse antes de 2017, con suerte. Lo cierto es que, visto el parón de los «países emergentes» y no solo de los BRICS y menos aún de Nuestra América en la que luego nos centraremos, lo cierto es que el retroceso socioeconómico que están sufriendo está colocando sus economías a los niveles de 1998.

Depresión, deflación y deuda forman parte de una larga decadencia de la tasa media de beneficio mundial, punteada por recuperaciones parciales. La deuda de los llamados «países emergentes» se ha disparado desde la crisis ya que poco antes de 2007 la deuda llegaba al 73% de su PIB, pero ha subido al 106% del PIB a finales de 2014, lo que significa tres cosas negativas para la marcha del capitalismo mundial: una, que le será más difícil al imperialismo cobrar la deuda, sacar más beneficio, etc., de estos países, lo que le exigirá aumentar sus presiones y ataques; otra, que las burguesías de esos países deberán a su vez aumentar la explotación de sus pueblos y que las dos cosas anteriores pueden provocar una recuperación de la lucha de clases.

Hasta 2014 los BRICS se habían mantenido relativamente al margen de esta tendencia, pero la tempestad se anunció así misma al conocerse los datos de enero de 2014 sobre la gran reducción de pedidos de enormes barcos de carga de materias primas, mercancías y otros servicios, lo que indicaba que se estaba agravando la depresión: el índice de construcción naval era en 2009 de 4.650 puntos y se ha hundido a 1.000 puntos en abril de 2014.

En 2014 el barril de petróleo costaba 110 dólares y ha caído a 45 en la actualidad. Dieciocho de las veintidós materias primas fundamentales han reducido su precio en un 20% en menos de dos años. El extractivismo de los BRICS no puede aguantar la severa reducción de divisas y encima sus mercados internos se contraen. En el importante «mercado» de Nuestra América en la primavera de 2014 el peso argentino se hundió 15,1%, el real brasilero 2,3%, el peso chileno el 2%, el mexicano 1,6% el colombiano 1,5%… Junto a otros factores, así se explica que la situación haya retrocedido a la de 2001-2002 porque, ahora, las ventas de las 500 mayores empresas han bajado en un 4,5% con respecto a 2013, y lo que es peor la tasa media de beneficio ha retrocedido en un 41%.

En lo que va de 2015 con respecto al dólar, el real brasileño se ha depreciado un 31,7%; el peso colombiano un 30,6%; el peso uruguayo un 18,9%; el peso mexicano un 15,2%; el peso chileno un 15,0%; el sol peruano un 9,7%, y el peso argentino un 9,4%. La depreciación de las divisas latinoamericanas con respecto al dólar entre 2013 y 2014 es de un 36% en Colombia, un 35% en Brasil, un 19% en México, un 17% en Uruguay, un 12% en Perú y un 10% en Argentina.

La sinergia entre depresión, deflación y deuda explica que, a raíz del desplome bursátil de China Popular en la mitad de agosto de 2015, las bolsas europeas hayan caído en pocas horas a los niveles de 2011, perdiendo el Ibex no menos de 29.000 millones de euros en un instante, de los cuales un tercio pertenece a la banca. Pero las cosas empeoran, desciende el flujo de capital exterior que llega a los BRICS: si en 2007 suponía el 8% del PIB conjunto de los BRICS ahora supone el 2% del total. Lo peor es que las razones no son externas, sino que surgen de las dudas serias del imperialismo sobre la capacidad interna de los BRICS. Además, aumenta sin parar la salida al exterior de capital interno que ronda en 1,09 billones de dólares.

En 2008, Estados Unidos dictó la Regla 48 que faculta que se manipule la información bursátil poco antes de abrir la bolsa de Walt Street para evitar fuertes caídas en las primeras horas del parqué. Se trata de un intervencionismo estatal puro y duro que niega incluso derechos elementales a la información, un estatalismo directo que contradice toda dogmática neoliberal impuesta a los Estados medianos y débiles; pues bien, ahora ha recurrido de nuevo a la Regla 48 para apuntalar la bolsa en la medida de lo posible. Otras intervenciones de China Popular y diversos Estados han parado por ahora la sangría de las bolsas aunque no han logrado recuperar lo perdido.

¿Estamos en el «capitalismo lento»? ¿O «capitalismo estancado»? ¿O de «decadencia sistémica»? ¿O de un «semi-estancamiento a largo plazo»? ¿O un «capitalismo senil»? Hemos citado solo algunos de los nombres con los que se intenta explicar el presente y el futuro del sistema burgués.
Para disponer de una visión más amplia y profunda tendríamos que incluir en nuestro análisis las tres problemáticas que hemos dejado deliberadamente al margen: agotamiento de los recursos, calentamiento global y militarización porque son consustanciales al capitalismo contemporáneo e inciden negativamente en las luchas de liberación nacional de clase de los pueblos oprimidos, como el nuestro, porque explican las graves crisis geopolíticas con fulminantes repercusiones en la economía; pero entonces triplicaríamos esta exposición, así es que confiamos en la capacidad teórica y política de la militancia para suplir esta deficiencia.

Las tesis sobre si puede iniciarse o no otra fase u onda expansiva, o si por contra estas tesis no son viables porque la teoría de las ondas o fases largas no corresponde con la naturaleza del capitalismo, son muy debatidas en la actualidad. Lo cierto es que, por ahora, hay cuatro grandes dudas: ¿Puede iniciarse una recuperación sostenida? ¿Cómo superar la depresión, la deflación y la deuda? ¿Qué disciplina y regulación podría sustituir a la toyotista y Taylor-fordista, y al Estado «interventor» teniendo en cuenta todo lo visto? Y ¿qué potencia o potencias sustituirían al declinante imperialismo occidental si no detiene su caída?

5. Rusia y China Popular

La economía rusa es débil excepto en alta tecnociencia militar, y su dependencia de los precios de la energía exportada hace que si esta baja se reduzca la entrada de divisas, suba la inflación y el rublo se deprecie frente al dólar y al euro. La productividad de la industria rusa estaba disminuyendo antes del castigo imperialista por la decisión rusa de defender sus intereses en Crimea y Ucrania frente a la injerencia de la OTAN y del neofascismo. El pueblo empieza a apretarse el cinturón pero todo indica que el sentimiento dominante es el de no ceder a las amenazas imperialistas, como se ha demostrado en la conmemoración de la derrota del nazismo.

Una de las pocas alternativas de Rusia es, por tanto, profundizar en la línea estratégica actual de estrechar lazos con China Popular sin romper los que existen con la Unión Europea y con las finanzas mundiales. Pero las tensiones históricas entre Rusia y China son muy profundas y pueden reproducirse: los grandes recursos de Siberia están al alcance de China Popular. El cerco imperialista a la economía rusa debilita a ésta en el momento de negociar con las empresas chinas, que saben lo presionada que está Rusia; y la alta tecnología que Rusia necesita para mantener su potencial apenas puede encontrarla por ahora en China. Que fracase el plan de alianzas euroasiáticas ruso-china depende también de la evolución de la Unión Europea y de las presiones de Estados Unidos y Japón, y de la evolución de la Gran Depresión, pero, hasta ahora, hay suficientes datos que indican que esa alianza puede afianzarse para mayor ira y desespero de Estados Unidos.

China Popular es una de las más interesadas en que fructifique: el plan chino de debilitar al dólar mediante la incorporación del yuan a los derechos especiales de giro (DEG), ideado en 2009 ha sido impulsado en 2015 pero bajo las presiones de la triple D porque para el capitalismo chino acceder a los derechos especiales de giro en las mismas condiciones que el dólar sería una victoria casi estratégica sobre Estados Unidos a medio y largo plazo. China Popular tiene grandes carencias y retrasos si la comparamos con Estados Unidos y más aún con el imperialismo en sí mismo que muestra algunos signos de tensión interna cuando se trata de las relaciones de la Unión Europea con Eurasia.

Estados Unidos se ha enfurecido cuando el hábil plan chino de Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (AIIB), en el que no habrá derecho a veto, ha sido aceptado por Gran Bretaña «por intereses nacionales»: hasta ahora esos «intereses nacionales» británicos pedían permiso a Estados Unidos para todo, pero con el AIIB los ingleses apenas les han consultado. También Alemania y el Estado francés están interesados en el proyecto chino. Muy peligroso para Estados Unidos es que el AIIB vaya acompañado y reforzado por otros proyectos más, entre los que destacan una reserva de divisas y un Banco de Desarrollo que superan el marco asiático para integrar a un BRIC ampliado. Pero más inquietante le resulta los acuerdos entre China Popular y Alemania para el desarrollo de tecnologías complejas, y definitivamente la alianza militar entre Pekín y Moscú.

Entre 1978 y 2010 China Popular multiplicór trece veces su PIB, pero ahora la crisis le golpea con mucha fuerza: el PIB de 2007 justo ha subido 7 puntos, cuando hasta el 2011 superaba los 11 puntos. Los capitales internacionales que antes acudían en masa para enriquecerse con la sobreexplotación de su clase trabajadora, ahora se escapan también en masa: en el último trimestre de 2014 se han ido 91.200 millones de dólares, la cifra más alta desde finales de los años 90 cuando se instauró esta contabilidad. Pero es tal el capital acumulado que el gobierno chino no se ha inquietado por esa salida, hasta ahora. Una de las bazas chinas al respeto es que, en alianza con Rusia, su propuesta de desbancar al dólar como moneda mundial de referencia está siendo aceptada en la práctica por potencias como Japón, la tercera del mundo según que indicativos utilicemos, además de por otras más, como la turca, la argentina, la australiana, la brasileña, la coreana del sur, etc…

Sin embargo el capitalismo chino tiene serias dificultades internas agravadas por la gran depresión mundial: desde la mitad de los años 90 decrece su productividad y se acelera la tendencia a la baja de la tasa media de beneficios de las empresas obsoletas y vetustas, a pesar de las medidas de modernización tomadas por el gobierno fundamentalmente con las privatizaciones de empresas públicas y estatales; sobrecapacidad productivas en muchas empresas que llega al 50% lo que aumenta las pérdidas en medio de la crisis mundial; crece peligrosamente la burbuja inmobiliaria y la financiera, existiendo una «banca paralela» de difícil control legal; la corrupción es impune a pesar de las recientes medidas tomadas por el partido; el destrozo socioecológico y ambiental exige gastos considerables que merman las arcas; el atraso y la pobreza en el campo y en las barriadas populares apenas disminuye aunque aumentan los grandes potentados, algunos de los cuales pertenecen al partido y tienen estrechas relaciones con el ejército y la policía. Las resistencias campesinas, obreras y populares aumentan y empiezan a coordinarse a la vez que grupos marxistas se organizan dentro y fuera del partido. La censura plomiza no puede silenciar estos y otros problemas cada vez más comentados en calles, fábricas y escuelas.

Aun así, China Popular tiene el recurso de una bimilenaria cultura administrativo-burocrática bastante eficiente -más que la rusa-, que bajo el control del partido está potenciando el mercado interior de consumo aumentado el salario mínimo en un 40% desde 2009; endureciendo la lucha contra la corrupción e intentando controlar las burbujas; desarrollando la tecnología para aumentar la productividad y la eficiencia energética; acaparando reservas estratégicas y oro, y fortaleciendo el ejército; aumentando el control y la represión a la vez que habla de divulgar el «marxismo»; reforzando el nacionalismo gran chino del Imperio Medio y del Centro del Mundo; comprando tierras e invirtiendo todo lo que puede para ampliar la transferencia de valor en beneficio suyo, es decir, desarrollando un subimperialismo «blando» comparado con el imperialismo occidental.

Por ejemplo, el comercio de Nuestra América con China se ha multiplicado por veinte en los últimos catorce años, superando los 100.000 millones de dólares, a los que van a sumarse otros 250.000. Pero a pesar de todo lo que invierta en el mundo, por un lado el 60% de su producción está atrapada por la Gran Depresión que azota al imperialismo occidental y a los BRICS, y, por otro lado, China no puede colocar internacionalmente sus casi cuatro trillones de dólares acumulados porque los mercados financieros están saturados de capital sobrante y porque las economías productivas están debilitadas. La triple D es la responsable de la angustia china sobre su futuro. Pero la triple D es una expresión más de la Gran Crisis actual que tiene contenidos «nuevos» comparados con las anteriores, según veremos.

La alianza euroasiática choca cada vez más con Japón a pesar de que sí participe en algunos proyectos chinos destinados a minar el poder del dólar. Lo fundamental radica en que el imperialismo japonés necesita vitalmente la protección global de Estados Unidos para no ser desplazado por el auge chino. Ambas potencias han chocado durante toda la historia pero en el contexto largo de Gran Depresión y de agotamiento de los recursos, Japón necesita a Estados Unidos más que nunca. Desde 1990 su economía sufre un estancamiento punteado por breves y débiles recuperaciones a pesar de que se le han aplicado todas las soluciones imaginables, de hecho su PIB ha caído entre 2013 y 2014 su PIB ha retrocedido nada menos que un 1,6%.

El nuevo gobierno ha endurecido el más estricto neoliberalismo acompañado del «keynesianismo-militar» y de la vuelta del nacionalismo expansionista que, entre otras cosas, busca unir a una población cada vez más desencantada con el «juego parlamentario». Como siempre, el neoliberalismo es aplicado contra la clase trabajadora porque el gobierno ha dedicado 23.800 millones de euros del erario público a la activación de los negocios privados de la burguesía. El intenso rearme nipón, alentado por Estados Unidos, es visto como una verdadera amenaza por el resto de países de la región, que no olvidan su cruel atrocidad entre 1931-1945.

6. Estados Unidos

El imperialismo occidental integra a Estados Unidos, la Unión Europea y Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, básicamente; sus tensiones internas pueden llegar a ser grandes pero nunca antagónicas.
Recordemos que el famoso G5 está compuesto por Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña y Francia. Lo que unifica al imperialismo occidental es el desesperado esfuerzo de contener su caída en la economía mundial: si en 1991 representaba el 26,53% de fuerza productiva mundial, en 2012 ha bajado al 14,97%, y por mucha superioridad tecnológico-productiva que tenga más temprano que tarde la producción de valor se concentrará en ese 85,03% de fuerza productiva del resto del mundo 2012. Si en 2004 Estados Unidos producía el 20,1% del PIB mundial en 2014 ha bajado al 16,2% frente al 16,4% de China. Según el FMI para 2015 China, Rusia, Brasil, Sudáfrica e India generarán el 30,6% del PIB mundial y el G-5 el 28,4%, y aunque la gran depresión ralentice esta tendencia su continuidad parece clara.

Desde 2008 la burguesía yanqui se lanzó a una internacionalización masiva de sus propiedades, diversificándolas por el mundo, para superar los riesgos de otra debacle financiera norteamericana, lo que ha aumentado la propiedad de capital mundial en manos de su burguesía: el 42% de los millonarios del mundo son yanquis; son de titularidad norteamericana más del 85% de las acciones y participaciones de las cien mayores transnacionales del mundo; Estados Unidos se lleva el 84% de los beneficios en la industria del hardware y software, el 89% y 53% en salud y farmacia respectivamente, siendo en los servicios financieros en donde más se ha mundializado su supremacía que ha pasado del 47% en 2007 al 66% en 2013. La titularidad yanqui es mayoritaria en 18 de los 25 sectores fundamentales de la economía mundial en los que operan las 200 empresas más grandes, dominando abrumadoramente en 13 de ellas.

No hace falta decir que esta titularización de las propiedades y beneficios se ha realizado entre otras cosas gracias al incondicional apoyo de los gobiernos de G. W. Bush y B. Obama que han dedicado no menos de 1.487.000.000 de dólares del erario público a sanear la catástrofe económica de 2007 a la actualidad, además de otras medidas en las que no podemos extendernos como el efecto multiplicador que le supone a Estados Unidos el que el 85% de las transacciones mundiales se realicen todavía en dólares, moneda que nomina al 62% de las reservas.
Tampoco debemos olvidar la decisiva importancia económica de las más de 865 bases militares en el mundo, de las presiones de sus Embajadas y servicios secretos, del papel de Estados Unidos en el narcocapitalismo y venta de armas, y del apoyo mercenario de burguesías títeres que son simples peones yanquis.

Estos datos indican dos cosas: que Estados Unidos depende todavía más de su saqueo externo, lo que reforzará la dureza de su imperialismo de explotación y desposesión, y que al volcarse al exterior en buena medida se ha desentendido de sus problemas internos, a pesar de las inversiones en infraestructura del gobierno de Obama. Más grave que su impagable deuda pública de 60 billones de dólares y que supera el 100% de su PIB, es que solo invierte el economía productiva el 12,6% del PIB, cifra irrisoria que no puede detener la pérdida de productividad de su industria y que obliga a un mayor endeudamiento para obtener fuera los productos que no se producen dentro.

La deuda pública no compensa la insolvencia del empobrecimiento social de 16 millones de niñas y niños que malviven muy por debajo de los estándares oficiales de pobreza mientras que más de la mitad de las y los estudiantes de escuelas públicas reúnen los requisitos de ayuda de alimentación pública; o esos más de 11 millones de personas que viven en la pobreza según otros indicadores; o ese aproximado 14,42% de la población que justo se alimenta gracias a los comedores públicos aunque la mitad de ella sea asalariada… Es casi imposible activar la economía productiva de un país en el que la riqueza media se ha desplomado en un 40% entre 2007 y 2013, y en el que el 1% posee el 90% de la riqueza… a no ser que se impongan medidas socialistas.

La militarización de su economía va mucho más allá que ese dato del 3,8% del PIB para el 2013 ofrecido por el BM, y que suponía el 41% del gasto militar mundial en 2014, sino que, en la realidad, hay que sumarle una infinidad de otros gastos e inversiones camuflados entre la maraña de los presupuestos federales, estatales, públicos y privados. Por ejemplo, a comienzos de 2013 solo el Pentágono daba empleo a 800.000 personas que aparentemente no tienen nada que ver con el gasto militar directo.
Aunque en 2011 Obama ha restringido algo el gasto militar convencional, no lo ha hecho en alta tecnología: desde 2001 a comienzos de 2013 lo dedicado a «defensa» subió un 250%.

Por ejemplo, la base aérea de Buckley en el estado de Colorado, da empleo directo e indirecto a más de 21.200 empleados, o sea el 17,5% de los puestos de trabajo y una entrada anual de 1.000 millones de dólares para el municipio de Aurora con algo más de 330.000 habitantes. En todo el estado de Colorado hay 70.000 empleos en la industria militar, y en Texas veinticinco bases dan empleo a 200.000 personas. Estos empleos son especialmente seguros porque sus trabajadores manejan mucha información confidencial y de importancia para la seguridad estadounidense. Además, las grandes firmas han deslocalizado sus empresas por muchos estados de la Unión para presionar a Washington: Lockheed Martin tiene esparcido su negocio en cuarenta y cinco de los cincuenta estados de la Unión.

Los recortes de 2011, forzados por la crisis, están siendo compensados por la venta de armas al exterior con el apoyo de la administración Obama.
Uno de los casos paradigmáticos es el de Oriente Medio en donde se gastaron alrededor de 200.000 millones de dólares en armas en 2014. Pero el rearme intensivo de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos no responde solo a los negocios oscuros y corruptos con empresas militares yanquis sino también y sobre todo al aumento de las tensiones en el área. Es así como se comprende que Obama se comprometiera a armar a las petro-dinastías de la zona por un valor de 64.000 millones de dólares.
Lo decisivo es que la venta de armas al exterior ha sido una política estratégica desde la llegada de Obama: ahora Estados Unidos vende más medios de destrucción que en la época más dura de la primera guerra fría, cuando Nixon se lanzó a rearmar a los regímenes títeres para contrarrestar los efectos de la derrota yanqui en Vietnam.

Pero el militarismo apenas es rentable en el corto plazo, excepto para una fracción de la burguesía, siendo un pozo sin fondo a largo plazo.
Recordemos cómo dos economistas famosos, uno de ellos premio Nobel, demostraron que la guerra de Irak de 2003 le había costado al imperialismo yanqui, echando por lo bajo, tres billones de dólares más otros tres billones al resto del mundo controlado por él: seis billones dilapidados que, sin dudarlo, fueron uno de los detonantes de la gran depresión desde 2007 hasta ahora. Un despilfarro irracional que solo benefició a las grandes corporaciones energéticas, constructoras, especuladores e industria militar privada.

Grosso modo expuesto, el militarismo detrae de la industria civil a los mejores técnicos, pospone nuevas investigaciones civiles y condiciona la libertad de investigación en universidades y entidades públicas y privadas; manipula la opinión con la promesa de más puestos de trabajo condicionando la vida política; refuerza el poder de los lobbys corruptos y de los militares en la vida civil, y sobre todo impide que los fondos públicos y estatales activen la economía productiva al desviarlos a la producción de bienes de destrucción que apenas se rentabilizan si no se provocan guerras y conflictos que los compren y empleen.

En 2014, en un viaje por Europa, Obama presionó para que la Unión Europea aumentara sus gastos militares, exigencia que está siendo obedecida por Alemania y otros países. La injerencia de Estados Unidos en la política de la Unión Europea se reforzó con su apoyo descarado a los neofascistas de Ucrania, reforzando así su estrategia provocadora de las «revoluciones naranja» desde 2004. Ocurrían dos cosas: una, que la provocación en Ucrania es parte de la larga presión militarista yanqui que dio un salto en Yugoslavia para extenderse a Afganistán, Irak, Libia y Siria, Yemen y zonas de África, por ahora; y que además estaba cada vez más preocupado por el acercamiento de euroalemania a Rusia, enfado que se sumaba a la relativamente poca ayuda de la Unión Europea a la invasión de Irak de 2003 y del débil apoyo al descuartizamiento del norte africano iniciado en 2011. Pero hay otra razón más profunda que incluye a las dos: el contexto mundial actual no tiene nada que ver con el anterior a 1991, y con el existente entre 1991 y 2007.

7. Union Europea

La gran depresión, la triple D, el caos sistémico, la multipolaridad, o como lo califiquemos sin mayores rigores, explica el endurecimiento de la injerencia de Estados Unidos en la Unión Europea, buscando fortalecer a sus aliados y debilitar cualquier supuesta «independencia» de la Unión Europea frente a Washington. Hemos visto cómo el capital yanqui ha extendido sus tentáculos desde 2008, también en Europa. Hemos visto como el G5 pierde terreno frente a los BRICS y cómo la fuerza productiva del imperialismo occidental se reduce frente a la del resto del mundo.
Hemos visto cómo, pese a todo, avanza la «partida de ajedrez» entre Eurasia y Occidente.

La crisis socioecológica y ambiental, y la reducción de los recursos naturales agudizan todos los problemas. En este contexto largo Estados Unidos ni quiere ni puede tolerar que la Unión Europea gire hacia el Este sin su permiso vigilante para asegurarse recursos energéticos, mercados y esclavos explotables más dócilmente que en el Oeste europeo.
Washington tiene que asegurar sus intereses mundiales y también los de sus empresas en la Unión Europea, intereses que aun siendo los mismos en esencia se presentan bajo formas diferentes porque no es igual «negociar» con la burguesía hondureña que negociar con la alemana, por ejemplo.

De entre los múltiples instrumentos que tiene Estados Unidos para controlar la Unión Europea ahora solo analizamos cinco: uno, la propia unidad de clase del imperialismo occidental, que si bien tiene lógicas diferencias nunca llegará al antagonismo; otro, la especial simbiosis entre fracciones del capital trasatlántico como se demuestra en el TTIP que analizaremos; además, la supremacía yanqui en el mercado financiero a pesar del euro; también su supremacía en tecnociencia; y la OTAN. Los cinco, además de otros menores, son activados en este contexto para vigilar que la autonomía de la Unión Europea no se convierta en «independencia», cosa por otra parte imposible dada la mundialización de la ley del valor.

Disponemos de un dramático ejemplo: las férreas exigencias del Banco Central Europeo (BCE) a Grecia para que pague la mal llamada «deuda» no se entienden si no tenemos en cuenta la subterránea presión del FMI, Banco Mundial (BM) y Wall Street como albaceas de las ingentes masas de capital especulativo y buitre inseparables de los fondos que depredan a Grecia y a la Unión Europea, porque no debemos olvidarnos de los déficit y deudas alemanas, francesas, británicas, italianas, etc.
Cuantitativamente, Grecia apenas es un riesgo para el capital financiero porque solo supone el 2% del PIB de la Unión Europea y va bajando, pero cualitativamente es un peligro que debe ser aplastado porque su digna resistencia ilumina y guía el malestar social creciente.

Grecia cumple ahora el papel concienciador en la Unión Europea que tuvo Haití a finales del siglo XVIII, la Comuna de París de 1871, la revolución bolchevique de 1917, la China de 1949, la Cuba de 1959, el Vietnam de 1975, la Venezuela de 1999, etc. Grecia es un peligro político más que económico para el imperialismo occidental, y por eso la OTAN es un actor decisivo en el futuro de este asunto que la inconsciencia del reformismo reduce solo a «deuda» económica. Como sucede, es en las crisis cuando la esencia política de la explotación capitalista se muestra en su desnudez inhumana.

Hay que partir del criterio leninista de que la política es la quintaesencia de la economía para comprender las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Europea, y las del interior de Europa. Ucrania y Crimea, las «revoluciones naranjas», los intentos de la OTAN por avanzar hacia el Este acogotando a Rusia, esta política yanqui en la Unión Europea es inseparable de sus intereses globales: apretar la dependencia energética europea de la «protección» de la OTAN, llegar rápidamente al Cáucaso, ampliar los frentes de presión militar sobre Rusia e Irán, etc.

Grecia sería un faro si Syriza se lanzase a movilizar a su pueblo contra la Unión Europea intensificando la larga experiencia de luchas sociales, como la ejemplar autogestión de las y los trabajadores de la cerrada TV oficial que la mantuvieron activa en otro edificio hasta su reapertura, pero el reformismo de Syriza está frenando esta necesidad. Pero en contra del masivo NO popular del referéndum, Syriza ha claudicado En toda la Unión Europea existen condiciones objetivas para el aumento de la lucha de clases pero además de otros impedimentos que la frenan ya conocidos, desde hace un tiempo un populismo reactivado también es el responsable del bajón de las movilizaciones de masas en el Estado español: el reformismo electoralista de Podemos tiene la virtud de haber «pacificado las calles» desde comienzos de 2014, junto a la intensa represión.

El populismo es una «nueva» forma de reformismo adecuada a las condiciones sociales impuestas por la gran depresión. No es casualidad que la fama de uno de sus fundadores, Laclau, se potenciara a partir del corralito argentino de 2001, cuando todavía la izquierda revolucionaria arrastraba los terribles efectos de los 30.000 desaparecidos bajo la dictadura fascista que duró hasta 1983. La hueca demagogia reformista-radical de Laclau apenas encontraba contraargumentos en una izquierda que empezaba a reorganizarse sobre sus miles de asesinados.

En el Estado español, el reformismo del PCE-IU y el colaboracionismo de los sindicatos CCOO y UGT barrieron toda capacidad teórico-crítica, pobreza intelectual agravada por la burbuja económica de 1997-2007. Los efectos reales de la gran depresión empezaron a sentirse seriamente a partir de 2009 y las famosa «mareas ciudadanas» surgieron entonces, pero a comienzos de 2014 todavía era débil la izquierda revolucionaria estatal, oportunidad aprovechada por el marketing político-televisivo descarado para aupar al reformismo de Podemos. La ambigüedad interclasista y polivalente de su demagogia basada en la tesis de los significantes vacíos, permitía cualquier juego de palabras.

El fenómeno Podemos contó con el apoyo mediático e financiero de sectores de la oligarquía para amortiguar y disciplinar la lucha de masas por la vía electoral y frenar el avance de las luchas de liberación nacional de los pueblos oprimidos por el imperialismo español, con destaque para el proceso independentista catalán. Podemos es uno de los mejores y más eficaces instrumentos del régimen posfranquista para mantener la unidad del Estado español, mediante una actualización aparentemente más integradora del reaccionario discurso españolista. Más allá de la retórica vacía, Podemos, sin lugar a dudas, es una fuerza política sistémica que solo pretende ocupar el espacio socialdemócrata para regenerar el capitalismo español e imposibilitar la independencia de Catalunya, Galiza y el País Vasco.

Si bien las huelgas en 2014 en el Estado español descendieron en un 21,9% con respecto a las de 2013, hay que tener en cuenta un montón de variables y en especial que las huelgas se producen generalmente en formas de oleadas. Aun así, la lucha de MWC en Barcelona, filial de Telefónica, la victoria de los trabajadores de Coca-Cola, la huelga desesperada de Movistar, o la victoria de los trabajadores y trabajadoras de Burger King en Gijón, etc., son ejemplos recientes de que cuando se unen las condiciones objetivas y subjetivas se recupera espectacularmente la lucha de clases. Lo mismos sucedió a finales de 2014 con la masiva marcha en Londres contra los recortes sociales, o la sostenida lucha de la Peugeot-Citroën en el Estado francés, o la actual oleada de huelgas en Alemania con una intensidad desconocida desde 2006, al igual que en Estados Unidos en donde hay que retroceder mucho hasta encontrar una oleada similar.

El Acuerdo Trasatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) negociado en secreto entre Bruselas y Washington además de obvios objetivos económicos al más puro estilo neoliberal de liquidación de todas las restricciones legales, jurídicas y sociales que deben refrenar la voracidad omnívora del capital incluso según los mismos criterios abstractos de los derechos humanos burgueses, también es un medio de uniformización política e ideológica de la Unión Europea bajo los intereses de Estados Unidos. La privatización absoluta que exige el TTIP destruirá conquistas sociales básicas sobre la salud, el trabajo, la cultura y la lengua, la democracia, la intimidad, la política, la información, la sexualidad.

Si bien las primeras aproximaciones sobre el TTIP se realizaron a finales de 1990, esperando hasta 1998 y 2007 para dar más pasos, fue a partir de 2011-2013, en plena gran depresión, que el proyecto se concreta amenazadoramente. En mayo de 2015 el Senado de Estados Unidos aprobó acelerar el TTIP, anulando trámites burocráticos que se tenían como necesarios hasta ese momento. La gran depresión, los acuerdos entre otras potencias, el agravamiento de la crisis ambiental, la lucha de clases…, son factores que explican estas urgencias. Nos hacemos una idea del contenido reaccionario del TTIP viendo que un grupo de senadores del partido Demócrata votaron en contra argumentando que el TTIP favorece a las transnacionales y perjudica a la clase trabajadora.

Hay que saber que, además de los datos ya vistos sobre el lento declive occidental, haciendo simples extrapolaciones económicas y sociopolíticas resultaría que, de existir en 1990 la unidad de comercio que hoy tendría el TTIP, su poder productivo en ese año significaría el 46,1% del PIB mundial, bajando al 44,2% en el 2000 pero desplomándose al 33,8% en 2013, un poquito superior al de los BRICS ese mismo año, el 29,3%: una caída del 12,3% en dos décadas.

Los porcentajes nos explican por sí mismos la necesidad imperiosa del TTIP para el capitalismo occidental: disciplinar la fuerza de trabajo que ahora reactiva sus luchas; ampliar el sistema de control, vigilancia y represión; concentrar y centralizar negocios e industrias obsoletas alrededor de las poderosas; potenciar nuevas ramas productivas como la industria turística, cultural, informática, etc.; extender el fetichismo consumista; acelerar la implantación del dinero virtual y electrónico; fortalecer el nacionalismo imperialista pan-occidental dando una nueva cohesión a viejos Estados cuarteados por las reivindicaciones nacionales en su seno; penetrar más fácilmente en Nuestra América, África y Asia; y en síntesis, aumentar la productividad, los beneficios y el poder occidental para domeñar a Eurasia. La reciente victoria conservadora en Gran Bretaña es un ejemplo anticipado de las ventajas del TTIP.

El TTIP es parte de una estrategia que se extiende geográficamente con tratados de libre comercio en Asia y a escala reducida en África. En Nuestra América la Alianza del Pacífico es la extensión del Tratado de Libre Comercio con México, por ejemplo. En lo que concierne al euroimperialismo en Nuestra América, hay que decir que el TTIP lo facilita sobre manera por razones fáciles de entender. De todas ellas, aquí vamos a ceñirnos a dos ramas industriales cada vez más rentables en lo económico y político: la industria turística o «peste blanca», y la cultural. Sobre la primera hay que decir que en 1950 hubo 22 millones de turistas pero en 2013 han llegado a 1.138 millones de una población de 7.200 millones.

Aunque la triple D ralentice este vertiginoso ascenso son muchos los intereses económicos que presionarán para que se recupere. Ahora el turismo genera el 9% del PIB mundial y más del 30% del comercio y los servicios: uno de cada once empleos en el mundo lo genera la industria turística, y ese puesto de trabajo genera a su vez un 1,4 trabajos adicionales, o sea, un hotel con cien trabajadores general 240 puestos de trabajo directos e indirectos. El TTIP permitirá que muchos capitales excedentarios o con baja rentabilidad en otras ramas se vuelquen en el turismo en Nuestra América, como sueñan hacerlo sobre Cuba.

La industria cultural está muy unida a la industria turística, y ambas tienen demoledores impactos sobre la identidad de los pueblos a los que atacan. Dejando de lado la industria sexual, las drogas y la corrupción, inseparables del turismo descontrolado, hay que decir que la aculturación y desnacionalización se aceleran si el tándem turismo-cultura no está reglamentado por el pueblo receptor. El subimperialismo español sabe que sus ganancias giran en buena medida alrededor de los beneficios económicos que obtiene con la industrialización de la lengua española: nada menos que el 16% del PIB español, siendo el del turismo el 10,9%. Son conocidos los directos lazos personales entre el magnate mexicano Slim y el expresidente español Felipe González, como representantes de fuerzas político-económicas muy poderosas y reaccionarias.

El euroimperialismo tiene en la lengua española y portuguesa un muy efectivo instrumento de poder en Nuestra América, y basta ver su feroz beligerancia contra Cuba y Venezuela para comprenderlo. La industria político-mediática, educativa y religiosa de las sectas cristianas, unida a la industria turística, todas ellas en manos de capitales europeos y yanquis, es una terrorífica arma de alienación masiva.

Analizada esta problemática desde una visión ampliada nos encontramos con que el imperialismo occidental puede activar una industria turístico-cultural impresionante no solo por sus fábricas de idiotez en Hollywood y en otros estudios, empresas e imprentas, agencias de desinformación, etc., sino porque activa un mercado de más de 1.815 millones de personas solamente sumando las cinco lenguas más habladas de Occidente: inglés, español, portugués, francés y alemán, sin contar las demás. Todavía falta mucho tiempo para que el proyecto euroasiático llegue a tener la larga historia de estrecho contacto económico, político, cultural, religioso e ideológico de más de quinientos durante los que se ha formado la civilización del capital que domina el mundo.

Aunque forzásemos todo rigor lógico e histórico y sumásemos sin método algunos los hablantes estimados del chino, ruso. hindi y bengalí solo alcanzaríamos los 1.990 millones de personas, cifra algo mayor en cantidad pero sin vertebración interna alguna. El cierto que la ley del desarrollo desigual y combinado explica cómo y por qué procesos sociales «atrasados» pueden acercarse y superar en poco tiempo a los más «adelantados», saltándose etapas o fases y ahorrándose sus sufrimientos, aun así estas cuatro culturas tienen tan profundas diferencias históricas y presentes que resulta casi imposible esperar una rápida y sustancial confluencia entre ellas.

8. África

Como mínimo, África guarda el 40% de las materias primas minerales del mundo lo que nos da una idea exacta de su importancia. La política imperialista de «caos controlado» oficializada en 2006 dio paso en 2008 al AFRICON, brazo de la OTAN en África, que tiene la misma función que tuvo la Escuela de las Américas: formar y armar a los ejércitos autóctonos para que aseguren el orden del capital sin que tengan que intervenir los ejércitos imperialistas en todo momento y lugar. Pero hasta ahora no ha detenido la penetración de los BRICS y menos aún de China que mantiene relaciones valoradas en alrededor de 210.000 millones de dólares mientras que las de Estados Unidos solo 90.000. Tampoco ha detenido la ola al alza de resistencias populares, y menos aún el crecimiento de organizaciones armadas algunas de las cuales cumplen funciones objetivamente coincidentes con el «caos controlado», como Boko Haram.

La política de «caos controlado», o de balcanización, es tan vieja como el primer imperialismo, pero ahora sufre unos límites que nacen de las propias contradicciones capitalistas: la larga opresión y explotación está concienciando a sectores populares; las burguesías son débiles y tan corruptas como las occidentales; crecen las diferencias culturales y etno-nacionales que cuartean a los débiles Estados; la competencia de los BRICS agudiza las tensiones; la crisis ambiental y energética presiona como nunca antes; el desprestigio lógico de Occidente refuerza la recuperación de ideologías autóctonas; los servicios secretos imperialistas manipulan, corrompen y provocan, etc.

Así, en muchos sitios se está pasando del «caos controlado» al caos incontrolable que sería una «solución desesperada» para el imperialismo occidental porque, al menos, impediría que China Popular accediera a recursos vitales para ella. La superioridad global que todavía tiene Occidente le permitiría aguantar mejor que China esas carencias. Por ejemplo, la balcanización de Oriente Medio no impide a las grandes petroleras seguir accediendo al crudo antes controlado por Estados destruidos por el imperialismo. Además, el caos incontrolable afianza al militarismo estatal y privado, a sectores de la industria cultural aunque no a la turística, en este caso. La interacción entre control e incontrol facilita que el imperialismo recurra a los métodos del siglo XV: plazas fuertes militarmente protegidas en las que se saquean los recursos mediante el estractivismo arrasador, fortines controlados en su interior pero rodeados por un exterior enemigo, empobrecido e ingobernable. Desde el siglo XV el estractivismo de esclavas y esclavos de África se centralizaba en amurallados fortines dotados de la mejor tecnología de su época: desde el siglo XXI e tiende a lo mismo.

Los Estados imperialistas planifican su estrategia en base a la rentabilidad que rinde a las fracciones dominantes de la burguesía, y en la actualidad el complejo industrial-militar, la tecnociencia y el saqueo intelectual, la expoliación de la vida y la naturaleza, el capital buitre y especulativo, las energéticas y sanitario-alimentarias, el narcocapitalismo y la «economía criminal» (¿?), etc., forman un paquete de intereses que explican que en determinados contextos Occidente prefiera el caos descontrolado que el supuestamente «controlado». El ejemplo más salvaje pero real de esta lógica de largo plazo es la práctica militar de «tierra quemada» para impedir que el enemigo que avanza se beneficie de lo que el otro bando pierde al retroceder: al menos así no se fortalecerá el enemigo.

La dialéctica marxista es imprescindible para entender de la unidad y lucha de contrarios a comienzos del siglo XXI. Oriente Medio y África están bajo creciente presión omnilateral y pluridimensional en la que chocan diferencias, oposiciones y contradicciones. Nigeria. Chad, Camerún, Níger. etc., en las que chocan China y el imperialismo occidental, se relacionan vez más con los «frentes caóticos» controlados e incontrolados que bullen en Sudán y Somalia y conectan con Yemen, Arabia, Siria, Irak, Irán… y el rico e inmenso Congo va siendo absorbido por ese torbellino. Las tecnologías modernas acortan al máximo el espacio-tiempo que incomunicaba estas regiones hace solo treinta años.
Occidente concede la «libertad condicional» a Marruecos, Argelia y Túnez comparadas con la destruida Libia, y sostiene la dictadura egipcia como el puntal de Israel, pieza decisiva de Estados Unidos sobre todo viendo el panorama en Grecia, Turquía, Caucasia…, y los riesgos de que el Estado Islámico termine siendo un «caos descontrolado» para sus oscuros creadores de Wall Street.

El rapidísimo repaso de África estaría incompleto de no detenernos un segundo en esa gran derrota estratégica para la revolución socialista mundial que ha sido la recuperación del poder del capitalismo blanco en Sudáfrica. No debemos minusvalorar la importante victoria táctica de su independencia burguesa de 1994 con sus prometedores avances sociales, culturales, democráticos, etc. Pero el Congreso Nacional Africano (CNA) ha abandonado toda referencia no solo al socialismo sino a los fundamentales derechos obreros y populares, entre ellos la permanente lucha contra el racismo latente y la defensa de los migrantes. Sin embargo, el pueblo no cede: entre 2009 y 2013 hubo más de 3.000 protestas sociales. Recordemos que en noviembre de 2014 los combativos mineros fueron expulsados del COSATU, sindicato oficial burocratizado, por no ceder a la represión patronal y gubernativa.

En febrero de 2015 hubo peleas a golpes en el Parlamento entre las castas políticas que defienden un capitalismo cada vez más feroz. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad social, era de 0,64 en 1994, subiendo a comienzos de 2015 al 0,77, una de las más altas del mundo. En 1995 la tasa de desempleo era del 31% elevándose al 34% en 2013, y otras cifras de comienzos de 2015 hablan de alrededor del 25% adulto y del 60% juvenil. Transnacionales extranjeras poseen las minas de hierro, manganeso, cromo, platino y oro. Solo alrededor del 14% de las tierras pertenecen a campesinos negros. El 49% de las trabajadoras y el 43% de los trabajadores no tienen seguro de desempleo, y el 50% de la clase obrera no tiene seguro de pensiones o de jubilaciones. En las escuelas blancas aprueban el 97% y en las negras el 43%.

Salvando todas las distancias, la derrota del «mito Mandela» en Sudáfrica nos recuerda al trágico hundimiento del «mito Lula» en Brasil. La izquierda debe estudiar los mecanismos del poder capitalista para contraatacar y vencer a los pueblos que en 1994 en Sudáfrica y 2002 en Brasil saborearon la victoria por citar dos importantes casos recientes. Esta es otra de las adaptables constantes que no hemos podido analizar en este texto: durante la gran depresión el imperialismo occidental ha sabido superar peligrosas amenazas aun dentro del retroceso relativo de su poder en el mundo, recuperando para sus intereses dos Estados importantes, uno de los cuales, Brasil, tiene diferencias secundarias con Estados Unidos, que ni siquiera intereses opuestos y menos aún contradictorios. Sudáfrica es un fiel alfil del imperialismo occidental en su continente.

9. Resumen

El capital llevaba atacando duramente al trabajo mucho antes que estallase la crisis de finales de 2006 comienzo de 2007 en Estados Unidos, pero los ha multiplicado ese momento. La desigualdad social dentro de los dieciocho países de la OCDE es la más alta de los últimos treinta años pasando la proporción de riqueza de 7 a 1 en los años 80 a 9,6 a 1 en la actualidad. En 2012 el 40% de los hogares más empobrecidos de la OCDE disponía solo del 3% de la riqueza, mientras que el 10% de los hogares más ricos poseían en 50%. Hablamos de lo que ha logrado la burguesía en los dieciocho países más importantes. Preferimos ahora los datos de empobrecimiento de la OCDE, que no los más conocidos sobre el empeoramiento en los pueblos aplastados, porque los datos sobre la OCDE nos muestran más crudamente la dinámica objetiva del capitalismo.

Fue esta dinámica la que, antes de 2007, llevaba la financiarización al máximo tolerado por el desenvolvimiento de la ley del valor: en 2008 la masa financiera total representaba aproximadamente el 20 del PIB mundial, y la masa de productos financieros derivados llegaba a doce veces el PIB mundial. Pero el propio límite interno del capital, el límite de que lo financiero depende necesariamente de la productividad industrial, determina tarde o temprano que incluso retroceda la soberbia engreída de los buitres financieros: a comienzos de 2015 los productos financieros derivados representan diez veces el PIB mundial, o sea, un retroceso significativo con respecta 2008. Quiere esto decir que el capitalismo está también en una crisis financiera que impone una inestabilidad creciente que fortalece la tendencia objetiva al caos ordenado y/o desordenado, como hemos explicado arriba.

La teoría marxista de la crisis se enriquece conforme el capitalismo evoluciona y agrava sus contradicciones. Es una verdad aceptada que estamos en los umbrales de la sexta extinción de la vida en el planeta, casi en el punto de no retorno: es el capitalismo el que la está provocando. Su ciega necesidad de acumulación ha hecho que este año se adelantase casi una semana la llegada del «día del exceso» o «día del déficit» que fue el 12 de septiembre con respecto a 2014 que fue seis días más tarde: a partir de esa fecha el capital se «come» los recursos naturales que debiéramos empezar a consumir el 1 de enero de 2016. La civilización burguesa vive de prestado, devorando el futuro con más rapidez que antes.

El «día del exceso» designa el momento a partir del cual el sistema desborda la capacidad de carga anual de la Tierra, su capacidad de absorción y recuperación, de modo que se acelera la sinergia destructiva. Según estudios bastante suaves, el sistema consume los recursos equivalentes a 1,6 Tierras y de seguir así para 2030 los recursos de 2 Tierras al año. Lo malo es que ya se han talado el 50% de los árboles del planeta, el nivel del mar ha subido 8 centímetros desde 1992 y la primera mitad de 2015 ha sido la más calurosa desde que se registran las temperaturas.

Pero estas frías estadísticas ocultan un drama humano que lo padecen fundamentalmente las clases y pueblos oprimidos. Aunque el 90% de la población del Estado español respira aire que pone en peligro su salud, y aunque a finales de 2014 la polución ambiental en la Unión Europea generaba gastos equivalentes al PIB de Finlandia, son las clases empobrecidas las más afectadas al sufrir peor calidad de vida. La salud humana es un problema socioecológico y la gran crisis afecta fundamentalmente a la salud de la humanidad trabajadora, empezando por las mujeres, infancia y tercera edad de los pueblos saqueados y expoliados.

A raíz de descubrirse la trampa técnica de la transnacional Volkswagen con la que ocultaba que sus motores producen treinta veces más CO2 que el cupo legal, otras investigaciones más rigurosas muestran que el promedio de emisión de CO2 de los motores en general es cuarenta veces mayor que el permitido. El CO2 es el primer causante del calentamiento mundial, pero la burguesía respira mejor aire, sufre menos calor y menos contaminación acústica, se alimenta mejor y vive más que el proletariado.

A partir de 2007 el grueso de los estudios marxistas advirtieron sobre la gravedad «nueva» de la crisis al decir que en las últimas décadas se habían desarrollado de manera irreversible contradicciones internas que estaban latentes desde finales del siglo XIX: destrucción de la naturaleza, militarización, e irracionalismo hiperconsumista de recursos. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX estas «nuevas» contradicciones antes latentes en germen se hicieron objetivas e innegables, dificultando aún más la hipotética efectividad «natural» de las medidas burguesas para salir del atolladero.

Lo malo para el capital es que las «soluciones definitivas» como «los tigres asiáticos», «nueva economía», «puntocom», «economía de la inteligencia», «capitalismo cognitivo», «ingeniería financiera», «economía del hidrógeno», «milagro chino», etc., fracasan una tras otra acelerando el agotamiento de dos de las tres históricas salidas del capital: la vuelta al Estado en cualquiera de sus formas, bonapartismo, fascismo, New Deal, keynesianismos varios, por un lado, y por el otro la libertad del mercado: librecambismo, maltusianismo, marginalismo, neoliberalismo, e incluso, para más inri, ha fracasado también ese híbrido mestizo del social-liberalismo o «tercera vía».

Queda por tanto la tercera solución histórica: las escaladas político-militares que con altibajos y diversidad de conflictos locales y guerras irregulares pueden ir confluyendo en una gran guerra. En la actualidad están activadas todos los factores que impulsan que la posibilidad se transforme en probabilidad y ésta en necesidad: tendencia a la caída de la tasa media de beneficio, agotamiento del ciclo financiero, agotamiento de los recursos, incremento de la lucha de clases en su doble sentido revolucionario y reaccionario, incremento de las contradicciones interimperialistas, etc., todo ello dentro de una gran depresión que se irá enrareciendo en una inestabilidad e ingobernabilidad general que dé el salto a la crisis general del capitalismo.

La crisis general no tiene por qué ser la antesala automática del socialismo, al contrario, puede ser el inicio de otro capitalismo más inhumano si es derrotado el movimiento revolucionario. El desenlace depende de la lucha de clases. Tras muchos años de determinismo mecanicista vuelve la visión dialéctica de que es la praxis la que guía la historia, la que decide entre socialismo o barbarie, entre comunismo o caos para decirlo con más exactitud. A comienzos del XX se libró un premonitor debate entre los bernsteinianos que creían que el socialismo llegaría gradual y pacíficamente; los kautskyanos que soñaban que estaban desapareciendo las contradicciones interimperialistas por la formación de un hiperimperialismo mundial avanzada del socialismo economicista; y los marxistas, que sabían que se estaban agudizando las luchas interimperialistas.

Esta tercera tesis entonces muy minoritaria pese a tener la razón, sostuvo en 1915 que la humanidad se enfrentaba al dilema de optar por el socialismo o por la barbarie. Cuatro brutales años de guerras hicieron que en 1919 se concretase más el dilema: se trataba de optar por el comunismo o el caos capitalista en el que el militarismo y el capital financiero tendrían un poder omnímodo. El fascismo de 1923, la Gran Depresión de 1929, el nazismo de 1933, la guerra de 1940-45, las guerras imperialistas contra los pueblos desde entonces hasta ahora, la Gran Crisis de 1968-73, el neoliberalismo, el inicio de la Gran Depresión desde 2007 y la tendencia a la Crisis General…, demuestran que debemos elegir entre Comunismo o Caos.






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