El sí de cada no
Convenía Gonzalo Torné en un artículo que en los clubs de debates triunfa quien es capaz de ganar la discusión atacando y defendiendo, alternativamente, el mismo tema, pues, decía, tal vez el mejor modo de saber qué pensamos sobre algo sea “recorrer de manera deportiva los argumentos de las distintas facciones hasta persuadirse a uno mismo de qué lado está”. La explicación parece sensata; sé, sin embargo, de un muy buen profesor que recela de este método, al pensar que hay algo deshonesto en defender aquello en lo que no se cree.
Ambas posiciones tienen su razón de ser y podríamos, en un nuevo bucle, recorrer de manera deportiva las ventajas y los inconvenientes de cada una. Pero voy a quedarme sólo con la del profesor. Probemos a pensar qué pasaría si en los clubs de debate hubiera, cuando menos, una señal, un banderín levantado para indicar si el equipo en cuestión está defendiendo o no aquello en lo que cree. De este modo podría ejercitarse el arte de la retórica sin que ninguna persona se viera obligada a impostar ni convicción ni optimismo de la voluntad, excepto cuando fuesen ciertos. ¿Y para qué? ¿Buscando qué? Buscando, supongo, recordar el poder de la costumbre, otros lo han llamado praxis. No son tan largas las vidas y aquello que se hizo dos, tres veces, se repite con mayor facilidad; hay sinapsis que apenas oponen resistencia porque la práctica les allanó el camino. Acostumbrarse a decir lo que no se piensa podría provocar una especie de flojera intelectual, vale decir, platónica. Pues la convicción pasa por imaginar que en verdad haríamos lo que estamos diciendo, y cuando esta necesidad de imaginar desaparece, el intelecto flaquea en perjuicio de quien debate y su entorno.
Son, en todo caso, las declaraciones políticas, antes que los clubs, las que motivan esta reflexión. Pidamos a la nueva política no ya que diga siempre lo que conoce y piensa, lo cual parece imposible con las actuales leyes de la batalla electoral, pero sí, al menos, tramos de silencio a mitad de una entrevista o de una discusión. En los tiempos del autocompletado de Google, espacios vacíos. Cuando la pregunta no puede ser respondida sin incurrir en filigranas dialécticas que no se corresponden con ninguna clase de conocimiento y convicción reales, callar crearía un hueco tan útil para quien habla como para quien escucha.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=206236
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