El Telégrafo
Una condición esencial para que las sociedades evolucionen en sus relaciones políticas y económicas ha sido la paz. Casi siempre la paz… pero luego de una o varias guerras, pues la humanidad conoce mejor el estallido del conflicto en situaciones de iniquidad que la sumisión y sus variantes de conformidad e indiferencia.
En ese contexto, llama la atención que un sector político de la derecha colombiana y otro cenáculo de abogados, tutelados por y desde Estados Unidos, en este último trecho de las conversaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC, expresen sus reparos –con enorme vitrina mediática internacional- sobre el tipo de justicia que se aplicará una vez firmado el acuerdo final.
Y llama la atención porque al parecer 50 años de violencia política y social no han sido suficientes para entender que la subversión no es un fenómeno espontáneo que surge por razones de capricho individual; ni la coerción institucionalizada de la rama militar de todo Estado existe sólo para controlar a los ciudadanos mínimamente sometidos. Cada una, en su ámbito (sin mencionar otros apéndices armados), se organiza para enfrentar el hondo malestar que produce la injusticia social; o para resguardar, por la fuerza de la dominación y la contención, el statu quo vigente.
Además se hace hincapié en la ruina general que trae la violencia; sin contemplar los grados de violencia que cada sociedad alimenta a través del orden y la disciplina que varias de sus instituciones atizan a pesar de su rol -en teoría- liberador, tales como la educación o la ley.
Conjugar violencia y orden y/o represión y concordia, a lo largo de la historia, ha traído para los conglomerados humanos una paz relativa, que se despedaza cuando los sectores vulnerables toman conciencia de su exclusión y exigen modificar las reglas o destruir el sistema que los devora. Esa es la historia del mundo. Que hoy nos parezca absurdo o insensato es otra cosa, pero si miramos un poquito más lejos veremos que la guerra sigue siendo una de las palancas que activan, sin tregua, los viejos artificios humanos: negocios, recursos naturales, geografías, armas, religiones, etc. Y, aunque parezca mentira, también dignidad. Un cúmulo de razones y necesidades articulan un escenario de guerra o conflicto, y la humanidad ha sabido, con desgarramientos terribles, asumir esos períodos.
Ergo, lograr la paz es más difícil que propiciar la guerra. Ya lo notamos nosotros al observar la oposición que tienen que lidiar el Presidente Santos y la guerrilla de las FARC cuando se acercan las decisiones finales de La Habana. Y es sintomático que las dudas e infamias políticas y jurídicas vengan de parcelas que han usufructuado de la guerra en sus diversas presentaciones locales y transnacionales.
La paz en Colombia no durará lo que decida Santos o las FARC, o el nivel de penetración de las leguleyadas que la ultra derecha difunde. La paz durará lo que el pueblo colombiano disponga después de saber que la violencia viene de muchos lados, y que únicamente dos de esas partes han sacudido hoy la razón y la pasividad de una gran mayoría.
Carol Murillo Ruiz, Socióloga.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207293
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