(Leído en algún lugar de Venezuela durante las pasadas elecciones parlamentarias.)
Ya ordenados los libros comprados en los puestos de viejo en las calles de Caracas, lavada la ropa y depositado en la ducha y en la cama todo el cansancio de horas de agotadora espera en el aeropuerto Simón Bolívar, y de las nueve horas interminables de vuelo a Madrid, más dos y media de regreso a este archipiélago; ordeno mis emociones y mis ideas con el ánimo de dejar aquí constancia de mi breve estancia en el país de Rómulo Gallegos, de Miguel Otero Silva y Hugo Chávez.
Lo cierto es que acudimos allí esperanzados en el triunfo de la revolución. Pero una serie de circunstancias (entre ellas cierta precariedad para conseguir alimentos) nos devuelven a Canarias con cierto sabor agridulce en la boca. Acudí allí con el convencimiento de que me traería un hermoso artículo que sirviera de apoyo a aquella causa, así como un fresco comentario para todos aquellos que desde aquí siguen con vivo interés los logros y vicisitudes de la Revolución Bolivariana de Venezuela.
Los comentarios en la calle van desde el “aquí no hay democracia” hasta el que da título a este comentario, y que deja bien claro una conciencia de clase consolidada.
Sentado con unos veteranos en la plaza Simón Bolívar éstos me comentan, al día siguiente de ganar las elecciones la oposición, por aquellos que les votaron: “Son unos desagradecidos”. Es evidente que se refieren a aquellos que le dieron el voto a la Mesa de Unidad Democrática, ignorando, olvidando los logros de la revolución para la gente más humilde: construcción de viviendas populares, apoyo a la sanidad pública y a la enseñanza, haber contribuido a estabilizar la violencia latente desatada por la oposición, en un intento de desestabilizar el país, apoyar la cultura, editando libros y poniéndolos al servicio del pueblo por debajo del coste real: 000,7 euros llenar un depósito de 70 litros de gasolina…
Abandonamos este hermoso país con el convencimiento de que, los mismos que abortaron el intento revolucionario de Chile con Salvador Allende, están ahora tras el petróleo venezolano, tras los bancos y la industria nacionalizada. Los mismos depredadores que quieren a toda Latinoamérica de rodillas ante el Pentágono y Wall Street. Los mismos que quieren una Europa al servicio de los señores de la guerra y del TTIP, los que quieren privatizar la energía solar, el Planeta todo; los que devastan los grandes bosques y hacen de este mundo un desmesurado laboratorio, un campo de pruebas donde se someten y exterminan pueblos; un laboratorio donde los seres humanos no somos más que cobayas al servicio de organizaciones espurias.
La derrota fue dura (ocho millones de votos a favor de la oposición contra seis millones a favor de la revolución), pero no es menos cierto que lo que importan son las actitudes. Y el pueblo venezolano ha respondido con dignidad al órdago lanzado por los imperialistas, así como de los mismos que pretenden bloquear cualquier intento de civilización que no sea el voraz capitalismo.
Esperamos con ansiedad un nuevo despertar de los pueblos, en bien de la Humanidad; una actitud que devuelva a los pueblos la soberanía robada por la banca. Esa mafia instalada en los grandes órganos de poder que ha desplazado a la decencia y la voluntad popular, arrinconando los valores más elementales.
Esperamos un despertar de los pueblos que erradique la miseria, la explotación, la marginación, el militarismo; la homofobia, que no de otra cosa se trata: el exterminio del Hombre y del Planeta.
Si en 1914 hubo hombres y mujeres que se opusieron a aquella mortandad al grito de “ésta no es la guerra de los trabajadores”, si en 1936 hombres y mujeres de medio mundo alzaron sus voces contra el fascismo y se abrazaron a las banderas del Frente Popular, si entre 1964 y 1973 miles de gargantas se unieron en un potente grito contra la guerra de Vietnam, no es menos cierto que en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia; en rincones del Planeta que pasan casi desapercibidos, se le ha declarado la guerra a los “halcones” que no conocen otra doctrina que el provecho personal.
Diez días no dan para mucho, a la hora de conocer a un país, pero nos agarramos con firmeza a esos seis millones de hombres y de mujeres que han aceptado echarse un pulso con los dueños del Planeta, esos millares de jóvenes desfilando por las avenidas de Caracas, en apoyo de las ideas chavistas, horas antes de las elecciones; nos quedamos con esas mujeres de la plaza Simón Bolívar, asegurándole a la nueva Cámara que no están dispuestas a renunciar ni a una sola de las conquistas logradas con esta revolución, y ponemos toda nuestra fe en ellos, como la pusimos hace cincuentaiseis años en aquellos esforzados y hermosos barbudos que desafiaban al capitalismo desde la altura de su arrogancia revolucionaria, victoriosos, recién abandonada Sierra Maestra. Depositamos toda nuestra solidaria confianza en esas miríadas de gentes que cada día, desde los poblados de viviendas miserables que pueblan los cerros próximos al Monte Ávila y a Caracas, abandonan sus humildes viviendas para buscarse la vida en la ciudad. Porque más tarde o más temprano, un día alguien de nuevo, con capacidad para organizarles, les unirá en poderosa multitud y caminarán todos hacia la capital en demanda de la justicia y de aquello que hoy aún se les regatea: la justicia social.
Desde el corazón de la República Española al corazón de la Revolución Bolivariana de Venezuela.
Ángel Escarpa Sanz
http://kaosenlared.net/venezuela-a-mi-no-me-compran-el-voto-por-un-kilo-de-arroz/
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