Escrito por Serge Halimi
Adriana Gómez
El intercambio de cumplidos sorprendió. El 17 de diciembre pasado, el presidente ruso Vladimir Putin marcó su preferencia por uno de los candidatos de las primarias republicanas estadounidenses, el multimillonario neoyorquino Donald Trump. Al calificarlo como "un hombre brillante y lleno de talento", lo convirtió en "el gran favorito de la carrera presidencial". Lejos de rechazar semejante homenaje, que podría jugarle en contra en un partido en el que los neoconservadores, numerosos, se preguntan si detestan más a Rusia o a Irán, Trump reaccionó cálidamente: Putin "dirige a su país en serio, es un líder enérgico, lo que lo diferencia mucho de lo que nosotros tenemos". Trump también prometió que si llegara a Presidente de Estados Unidos, "se llevaría bien con él". La simpatía que se tienen estos dos hombres de mano dura se ve reforzada por el desprecio compartido hacia el actual locatario de la Casa Blanca. "A Putin no le gusta nada Obama –se alegra Trump–; no lo respeta."
Por lo general, los intereses de los Estados prevalecen por sobre las afinidades que puedan existir entre sus dirigentes. Pero cuando la economía mundial descarrila, cuando la cotización del petróleo se desploma, cuando los atentados mortíferos se multiplican, no resulta ni sorprendente ni indiferente que los valores de orden, de autoridad, y los hombres fuertes, cínicos y brutales, dominen cada vez más la escena. Partidarios de una restauración patriótica y moral, nostálgicos de una novela nacional, alzan la voz, sacan músculo, despliegan las tropas.
Un fracaso peligroso
Desplegar una valla con alambre de púas a lo largo de las fronteras de su país con Serbia y Croacia, políticamente le rindió beneficios al primer ministro húngaro, Viktor Orban, así como la anexión de Crimea consolidó el poder de Putin y la sangrienta represión de los kurdos fortaleció al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Y cuando Trump recomienda el restablecimiento de la tortura en Estados Unidos o cuando su competidor republicano exige que Estados Unidos sustituya sus "ataques" contra la organización del Estado Islámico (EI) por un "tapiz de bombas" sobre las zonas (y los civiles) que controla, uno y otro también ganan popularidad en su campo. El desprecio hacia los intelectuales y los académicos, por su "corrección política", les serviría incluso de argumento suplementario. Tal vez sea incluso porque tomaron nota de este tipo de fenómenos que los dirigentes franceses decidieron alegremente adornar sus discursos con "respuestas firmes" y "pedidos de autoridad", que aumentan las prerrogativas de la policía en detrimento de las de la justicia y acogen con una notable calma decenas de decapitaciones de los opositores en Arabia Saudita.
Las promesas de paz y de prosperidad de la modernidad capitalista ya habían tambaleado antes de la debacle financiera de 2008. Ahora es el turno de su cultura, de su espíritu, de sus dirigentes y sus modales aduladores y engañosos. La "feliz globalización" se pretendía racional, tranquila, fluida, global, conectada. Su fracaso despeja el camino a los "hombres encolerizados" y a los jefes de guerra.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Aldo Giacometti
http://www.desdeabajo.info/mundo/item/28231-hombres-de-mano-dura.html
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