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01 mayo 2016

Me matan si no trabajo… y si trabajo me matan



Escrito por  Begoña Zabala

Llegado el 1 de mayo, la reivindicación del trabajo digno, en condiciones, contra la situación de precarización recorre nuestro imaginario. Y también las manifestaciones. Las mujeres, las feministas, introducimos la perspectiva nuestra y queremos insistir en las especificidades. No es que las condiciones de trabajo de las mujeres sean peores; es que, en muchos casos sí son peores, pero siempre son específicas. Siempre la explotación capitalista en el trabajo ha estado atravesada por la condición de ser mujer, por la dominación patriarcal, por el mando masculino.

Pero también desde siempre, quiero decir que desde que en los años 70 empezamos en esto de la lucha feminista, la reivindicación del trabajo para las mujeres, ha sido un clásico: “lanpostuak emakumeontzat” (puestos de trabajo para las mujeres) ha recorrido nuestras movilizaciones, y no solo el 1º de mayo, sino en nuestras propias manifestaciones y en los debates y en las jornadas.

Siempre destacamos dos elementos importantes del trabajo asalariado: el menor nivel de acceso al mismo por parte de las mujeres en comparación con el de los hombres que, en general, son los datos de población activa. Y una vez conseguido el acceso a los puestos de trabajo con salario, la enorme brecha salarial que existe entre las retribuciones que reciben las mujeres y las de los hombres. Dato éste que finalmente se estudia también con las condiciones temporales del trabajo –jornadas parciales y contratos temporales-. Así también observamos que la temporalidad y sobre todo las jornadas reducidas, son mayoritariamente ocupadas por las mujeres, lo que obviamente, incide, a la larga, en una disminución salarial, a lo largo de toda su vida.

Estos datos se analizan en términos comparativos con los de los hombres trabajadores. Y en buena consecuencia de demanda de justicia distributiva, se exige la igualdad. ¿Por qué una mujer tiene que ganar menos que un hombre? ¿Por qué los peores contratos son para las mujeres?

Las explicaciones iban mucho por la consideración del salario ayuda de las mujeres, por la falta de profesionalización de ellas, por la dedicación a las atenciones familiares, por la consideración de la mano de obra femenina como fuerza de trabajo de reserva para períodos de guerra o situaciones demográficas especiales.

Casi todas estas cuestiones con puestas en solfa por el movimiento feministas. Ya no se reivindica trabajo y más trabajo en condiciones de igualdad. El análisis es más profundo y la reivindicación más radical.
Y el trabajo, ¿para qué?

Las corrientes feministas socialistas, en general, hicieron un mito del trabajo asalariado. A él se le atribuían toda suerte de virtudes. Y este fue el primer empeño de nuestro emergente movimiento feminista radical en los años 70.

Es verdad que esta reivindicación estaba anclada en una situación muy especial que vivíamos de forma muy cruda en este Estado en los tiempos de la dictadura y en años posteriores. Así que ante una realidad que prohibía el acceso de las mujeres al trabajo remunerado, permitiendo sólo de forma excepcional su acceso y en condiciones precarias y absolutamente desiguales. Incluso al principio, los propios sindicatos veían como un obstáculo la “competencia desleal” por parte de las mujeres para acceder a los puestos de trabajo.

Era por tanto una reivindicación de primera línea terminar con las prohibiciones, por el mero hecho de ser mujer. Y así se empezó a uniformar, con criterios de paradigma, la consigna de la igualdad, que posteriormente ha sido la base principal del relato del feminismo hegemónico institucional, para todos los campos y reivindicaciones.

Además, y esto no puede olvidarse de ninguna forma, la única forma de acceder a los medios para sobrevivir y satisfacer las necesidades, para la gente pobre, es el trabajo remunerado. No es suficiente siempre y en cualquier lugar, pero sí necesaria. Las otras formas de satisfacer las necesidades crean dependencias injustas y muchas veces esclavizadotas para las mujeres: el matrimonio, el ingreso en una orden religiosa, el trabajo de empleada de hogar, de prestación de servicios sexuales, trabajo familiar agrícola... En esta sociedad tan monetarizada como la nuestra, y con tanta escasez de servicios sociales, sanitarios y educativos, con derechos universales, el salario es la forma universal de conseguir dinero. Por ello hay que conseguirlo para todas las personas y en las mejores condiciones.

Lo que ha pasado en nuestra historia es que de la necesidad hemos hecho virtud, y lo que en el inicio de los tiempos de dios empezó como una maldición divina, lo hemos convertido en el pilar fundamental de la construcción del sujeto histórico de la liberación de la humanidad.

Por esto desde el movimiento feminista se están haciendo lecturas más complejizadas de lo que significa el trabajo y dónde debemos situar las peleas en relación al mismo, una vez superada la fase de la prohibición de trabajar a las mujeres. Y sobre todo, se ha puesto sobre la mesa, que la condición de las mujeres trabajadoras no sólo viene definida por el eje de explotación capitalista, sino por el eje fundamental de la dominación patriarcal. Lo mismo que segmenta a la clase obrera el ser persona inmigrante, o el ser de una etnia o raza interiorizada.
Derechos para todas y para cada una

Uno de los fallos importante del análisis y de la reivindicación, a mi modo de ver, para superar lo que se ha llamado la doble jornada y la doble presencia de las mujeres, que además trabajan de forma asalariada, ha sido contemplarlas únicamente a ellas en el ámbito familiar, casi de forma exclusiva a ellas, como si los hombres no vivieran en familias, y a todas las mujeres, como si el patrón familiar fuese universal.

Así cuando se denuncia la doble jornada de las mujeres que han accedido al trabajo asalariado, porque tienen que realizar trabajos de cuidados o tareas domésticas y la falta abrumadora de servicios sociales gratuitos para atender las necesidades más elementales, desde las instancias oficiales, y a modo de copia del modelo europeo, se acuña el relato hegemónico de “conciliación de la vida familiar y la vida laboral”.

Todos los maravillosos esfuerzos y contundentes estudios de las economistas y juristas feministas y las movilizaciones y reivindicaciones del movimiento feminista radical, se viene a reducir a que las mujeres, por si no nos habíamos dado cuenta, deben atender las necesidades familiares, lo que en unos horarios muy rígidos, que caracterizan las jornadas laborales, no pueden ser atendidas.

Se hace así una lectura muy mecánica de los horarios de atención a las necesidades familiares, y se asigna en el apartado “mujer” o en los planes de igualdad de las empresas, los temas de conciliación.

Evidentemente, la fuerza de la lucha, hace que también se extienda el término de necesidades familiares a necesidades personales, y los temas de igualdad tratan de hablar de una igualdad tanto entre mujeres y hombres, como entre hombres y mujeres.

Lo que es el pilar de la dominación patriarcal, como es la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su reclusión en las familias, vía matrimonio, con asignación exclusiva de las tareas de cuidados, se ha convertido en un mero trámite de horarios de trabajo o de jornadas no compatibles con las consultas de los centros de atención sanitarias. Lo que fundamenta la alianza permanente e inquebrantable del capitalismo y el patricarcado, y sienta las bases más firmes de la opresión y explotación de las mujeres, como es la definición y configuración jurídica del trabajo, asignando derechos o estigmatizando actividades, resulta que se resuelve señalando la obligación de todas y todos de cuidar, dedicando menos tiempo al trabajo asalariado, y por tanto cobrando menos, y por tanto en el caso de las mujeres, siendo todavía más dependientes de sus parejas o de otras familiares.

Mientras tanto no se ha movido ni un ápice la regularización de que todas las personas –incluidas las menores de edad- tengan de forma individual el disfrute del derecho universal a la salud, a la educación y a los derechos sociales que ahora se derivan del trabajo reglamentado.

Ni medio metro, más bien ha ido hacia atrás, se ha movido la consideración de las actividades “típicamente” femeninas, -como por ejemplo servicios sexuales y trabajos de cuidados pagados-, como actividades laborales, y por ende, con todos los derechos. En algún caso, incluso, se está presionando en el ámbito de la criminalización y penalización.

Lo que llaman los recortes sociales, ha supuesto que los servicios sociales han disminuido, y lo que es peor, muchos de ellos, que son prestados por las Administraciones mediante precio, se han encarecido, como es el caso de escuelas infantiles. No se considera problema, las mujeres inmigrantes se harán cargo de ellos, con módicas tarifas y desprotección absoluta, o esas estupendas abuelas y abuelos, que ya no están en activo.

Así que, este 1º de mayo yo no voy a reivindicar esta consigna de puestos de trabajo para las mujeres. Ni tampoco la conocida de a trabajo igual salario igual. Nuestra consigna es “Trabajo nos sobra, queremos empleo digno”, Los dineros de Panamá, para gasto social.”



30/04/2016

http://www.desdeabajo.info/colombia/item/28704-me-matan-si-no-trabajo-y-si-trabajo-me-matan.html

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