Por Joanna Castro
Ambas campañas, la del Sí y la del No, están enfocando todas sus energías en las FARC como el demonio contra el cual hay que seguir guerreando y acabar en lo militar
Una campaña del SÍ que resista a la política de amnesia que se plantea desde el Estado, que exponga la responsabilidad del Estado y la señale, que defienda el SÍ como una manera de darle una oportunidad al Estado y sus élites de verdaderamente demostrar que pueden convivir con gente que piensa diferente es una campaña que educaría en la reconciliación, en la transformación de nuestra relación con el alzado en armas y nuestra redefinición como sociedad civil frente al Estado que durante muchos años le ha negado derechos humanos, sociales y políticos a su población.
Ambas campañas, la del Sí y la del No, están enfocando todas sus energías en las FARC como el demonio contra el cual hay que seguir guerreando y acabar en lo militar (la del NO, aunque ahora expliquen la campaña como un intento de “renegociar”) o acabar desarmándolos a través de los acuerdos (la del Sí).
No me voy a detener en la campaña del NO y sus fervientes promotores y defensores. Su lógica de odio y guerra es la que bien hemos conocido y sufrido toda la vida.
Me voy a detener, por el contrario en la campaña del SÍ, porque este periodo de argumentos y convencimiento ante el plebiscito es la primera prueba de fuego en una pedagogía de paz post-acuerdo. Uno de los argumentos más repetitivos de la campaña del SÍ, y que se ha hecho muy popular entre twitteros, analistas y columnistas, es que votando SÍ nos deshacemos de las FARC. La visión que ha defendido el Estado durante largo tiempo es que el problema de Colombia es la guerrilla, los culpables de la guerra es la guerrilla, el enemigo de toda la nación es la guerrilla y son ellos los que tienen que mostrar voluntad de paz. El Estado y sus élites, en esta visión, cumplen un papel de defensores de la sociedad y brillan por su ausencia en las causas que originaron la guerra. Si solo se escucha para ese lado, fácilmente asumiríamos que quienes nos estaban representando en la mesa de negociaciones a la sociedad civil era el Estado. Quienes representaban y negociaban por las víctimas era el Estado. Y que la responsabilidad total de la guerra es de las Farc, que antes de las Farc esto era un remanso de paz.
Dado que, en efecto, durante los 52 años de conflicto y aún durante las conversaciones de paz el Estado insistió y educó a la población en esta visión de la guerra mientras los medios de comunicación azuzaban el odio hacia la insurgencia, hoy se ven a gatas para contarle a la gente por qué hay que hacer la paz con el demonio. Por qué habría que “perdonarles” sus crímenes y por qué es importante que puedan participar de la vida política del país. Toca volver al demonio, no en un ángel, pero al menos dejarlo sin cola y sin tenedor. A gatas, ese Estado hoy le pide a la población que educó en el odio hacia el contrincante, que perdone y vote Sí. Que se trague los sapos. Y algunos analistas argumentan que toca darles algunas cositas para ellos y algunas para el campo, y con eso tendremos paz, como lo quiso explicar Juan Esteban Lewin en un trino (Tweet Juan Esteban Lewin: “Expliquemos el Acuerdo en un trino: las Farc dejan de tener armas y ser guerrilla a cambio de unas cosas para ellos y otras para el campo”).
Que el gobierno de Juan Manuel Santos y sus ministros hagan campaña presentando esta como la oportunidad dorada de desarmar a las Farc sin disparar un tiro, solo votando SÍ, no es sorprendente, es consecuente con su postura y sus intereses. Ese SÍ y esa pedagogía del gobierno no va a llevar a una paz estable y duradera. Va por el contrario a llevar a una amnesia colectiva sobre las causas del conflicto, a una distinción en blanco y negro sobre la dicotomía víctima-perpetrador, y a colocar la culpa en uno de los lados armados en este largo y sangriento conflicto.
Pero sí sorprende que diversos sectores de la política, del periodismo crítico o alternativo y analistas, de repente parecieran que en sus ganas de que gane el SÍ, tomar este discurso simplista de la paz: vote SÍ y no habrá más guerrilla, nos deshacemos de nuestro problema.
Mi argumento por el contrario es que los sectores críticos, que han abogado por la solución negociada aún durante la guerra impulsen una campaña por el Sí a partir de la construcción de una memoria del conflicto sobre la que podamos basar una reconciliación con sentido. Una pedagogía de paz en este momento se esforzaría por alcanzar un Sí, no como un “perdonar al demonio” y tragarnos sapos, situación que no nos deja muy bien parados como sociedad para una reconciliación futura, sino en una transformación del etos conflictivo. Debemos aprender a ver las razones del “otro”, sus motivaciones para haber hecho lo que hizo (alzarse en armas contra el Estado). Este sería el momento para iniciar una transformación de nuestra relación hacia el “otro” y hacia el pasado, de tal forma que entendiendo las razones del otro en el pasado hagamos espacio para las transformaciones que son necesarias para coexistir en el futuro.
Como sociedad civil y víctimas, esto querría decir exponer las responsabilidades de ambos lados en este proceso de paz (Farc y gobierno) y haciendo una pedagogía de memoria que le informe a la gente que antes de que se formaran las guerrillas no había tampoco paz. Que de hecho las guerrillas se formaron en un periodo nefasto de violencia y exclusión, donde las familias que se repartieron el poder, todavía lo detentan y hoy nos tratan de explicar que toda la culpa de nuestros males es de la insurgencia, de los que se rebelaron contra esa exclusión.
Una campaña del SÍ que resista a la política de amnesia que se plantea desde el Estado, que exponga la responsabilidad del Estado y la señale, que defienda el SÍ como una manera de darle una oportunidad al Estado y sus élites de verdaderamente demostrar que pueden convivir con gente que piensa diferente es una campaña que educaría en la reconciliación, en la transformación de nuestra relación con el alzado en armas y nuestra redefinición como sociedad civil frente al Estado que durante muchos años le ha negado derechos humanos, sociales y políticos a su población. El SÍ es porque tenemos memoria, el SÍ es por el respeto a la diferencia, el SÍ es porque entre los perpetradores de la guerrilla hubo y siguen habiendo víctimas y sobrevivientes de genocidios políticos. Como bien lo diceClara Nieto Ponce de León, poco se habla de la impunidad que se viene frente a las familias de bien de este país y los presidentes que hemos tenido. Ese es el sapo que nos estamos tragando pero del cual nadie habla en la campaña del Sí. Un SÍ con memoria pondría el énfasis en que aquí no estamos sólo brindándole una oportunidad a las FARC, sino sobre todo, al Estado.
Joanna CastroAntropóloga Social y Máster en Antropología y en Estudios de Paz y Conflicto
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