The New York Times
La campaña de Donald Trump algunas veces ha parecido una gira de apariciones breves en pueblos industriales que pasan por momentos difíciles.
Ahora se considera que lugares como Monessen, Pensilvania, y Hickory, Carolina del Norte, desempeñaron un papel esencial en su ascenso (al igual que el de Bernie Sanders, antes de su salida de la carrera presidencial) y se han convertido en el símbolo de una preocupación muy extendida en esta época electoral: las desventajas de la globalización. Este mismo año, una investigación que dio origen a un artículo académico de varios economistas titulado “The China Shock” reveló que entre 1999 y 2011 el alza en las importaciones de China acabó con unos 2,4 millones de empleos en Estados Unidos, aproximadamente un millón de los cuales eran del sector manufacturero. Se trata de un impacto mucho más significativo de lo que habían propuesto la mayoría de los economistas, y esta cifra de 2,4 millones se ha escuchado mucho en debates sobre el comercio global.
Sin embargo, la otra columna de la partida doble es mucho menos específica. A pesar de lo mucho que se habla de ganadores y perdedores en el juego del comercio global, es sorprendente cuán esquivo ha sido el conteo real de lo que sucede del lado ganador en el extranjero. Aunque los economistas destacan los bienes de consumo más baratos y los nuevos empleos que el comercio trae a Estados Unidos, no son capaces de decir cuántos empleos se crearon, por ejemplo, en Asia. Tanto en mis círculos de amigos como en las noticias que veo, la tendencia es suponer, sin más, que los grandes ganadores del juego son las mismas élites que aquí y en todas partes parecen beneficiarse de todo. Pero el hecho es que no se sabe bien qué ganancias experimentan en otros países. ¿Cuántos empleos se están creando y de qué tipo son? ¿En qué medida cambia la vida de las personas y los países?
Por muchas razones, las desventajas han recibido más atención que las ganancias. Después de todo, es lógico que las conversaciones políticas estadounidenses giren en torno a lo que se pierde en el país y no a los beneficios que se viven en el extranjero. Además, el comercio es un clásico ejemplo del fenómeno de costos concentrados contra beneficios difusos, que consiste en que los precios más bajos y el mayor número de empleos que puede producir el comercio por lo regular tiene efectos tenues que afectan a muchos beneficiarios, mientras que la pérdida de empleos golpea con fuerza a pocas personas. Pero también hay una razón menos evidente: los economistas no han logrado identificar las virtudes del comercio. En el artículo “The China Shock”, los autores David Autor, David Dorn y Gordon Hanson reclaman a su disciplina el relativo silencio en este tema: “Es esencial que la literatura calcule de manera más convincente los beneficios derivados del comercio”.
No obstante, me topé con un artículo que ofrece un buen punto de partida para analizar qué significa el comercio para las personas extranjeras. Un joven economista canadiense de la Universidad Wilfrid Laurier, Brian McCaig, estudió lo que ocurrió en Vietnam inmediatamente después de que Estados Unidos cortó de tajo los aranceles a ese país en 2001, un tratado bilateral de comercio similar a muchos suscritos antes y después de este, que han abierto las puertas de Estados Unidos a bienes fabricados en Asia. Descubrió que durante los siguientes tres años, el valor de la ropa y los accesorios enviados de Vietnam a Estados Unidos aumentó en un 277 por ciento, y el nivel de pobreza en Vietnam se redujo del 28,9 por ciento al 19,5 por ciento, dos veces más rápido de lo que había caído en los cuatro años anteriores. Lo suficiente para sacar a unos siete millones de personas de la pobreza. Estos vietnamitas no escaparon de la pobreza estadounidense, que significa tener que usar cupones para alimentos, sino de una situación de desnutrición e ingresos de un dólar por día.
McCaig no afirma que estos cambios fueran resultado únicamente del aumento en las exportaciones a Estados Unidos. Según sus cálculos, solo se crearon unos 250.000 empleos en el sector manufacturero dedicado a la exportación en Vietnam durante esos dos años. Pero esos empleos, que recibían un mejor sueldo que casi cualquier otro trabajo disponible con anterioridad, tuvo un enorme efecto dominó: por cada nuevo empleo en una fábrica, se crearon muchos otros empleos en las cercanías. En general, mientras más se especializaba una región en la producción para exportar, la pobreza se reducía con mayor rapidez. En los distritos más expuestos a la manufactura, como Tien Giang, cerca de Ho Chi Minh, el principal polo económico del país, la tasa de pobreza cayó entre 2002 y 2004 casi al doble de ritmo que en áreas más rurales como Ha Tinh, en el norte. Incluso en las áreas rurales, el estándar de vida se elevó a medida que los trabajadores que estaban en las ciudades comenzaron a enviar dinero a casa. Según McCaig, llegó a representar el 15 por ciento del ingreso total en esas regiones. La productividad en las granjas también mejoró conforme los propietarios se adaptaron a un menor número de trabajadores.
McCaig enfatiza que es difícil aplicar el mismo tipo de análisis que realizó sobre Vietnam a otro país, pues muy pocos países en desarrollo cuentan con datos detallados confiables de empleo y pobreza. También subraya que los economistas de América y Europa tienden a interesarse más en estudiar sus propias economías. Sin embargo, McCaig me comentó que la transformación de Vietnam se asemeja a la experiencia de otros países asiáticos después de tener acceso a los mercados occidentales en décadas recientes. Supone que otros países podrían haber experimentado beneficios similares.
Le pregunté si había alguna manera de aplicar un cálculo matemático sencillo para darnos por lo menos una idea de cómo se benefició China del comercio global que ocasionó la pérdida de 2,4 millones de trabajos en Estados Unidos. No es un cálculo directo, ya que la creciente apertura estadounidense al comercio no ha sido en absoluto el único catalizador detrás del crecimiento económico de China; entre otros factores, su gobierno también ha cambiado sus políticas económicas y ha realizado enormes inversiones internas. Con esa salvedad, no obstante, McCaig recalcó que si las exportaciones chinas en realidad ocasionaron la eliminación de un millón de empleos estadounidenses en el sector manufacturero, según calcula el artículo de David Autor, China habría tenido que remplazarlos en proporción a la productividad de los trabajadores chinos comparada con la de los estadounidenses. Dado que se requirieron aproximadamente 10 trabajadores chinos para cubrir la producción de un trabajador estadounidense en las últimas dos décadas, McCaig dijo que supone que China habría necesitado cerca de 10 millones de empleos nuevos para remplazar el millón de empleos en el sector manufacturero de Estados Unidos. (Para las empresas de China era lógico expandirse a esa escala porque los trabajadores chinos ganaban menos de una décima parte de lo que ganaban los estadounidenses). Eso explica un poco menos de la mitad de los nuevos trabajos del sector manufacturero que aumentó enChinaentre 2003 y 2011, tras el ingreso de ese país en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, lo cual dio a los exportadores del país acceso preferencial a los consumidores estadounidenses.
Economistas de la Universidad de Groningen, en los Países Bajos, señalaron el año pasado que, de acuerdo con cálculos muy generales, la demanda total en el extranjero de bienes chinos podría haber causado la creación de hasta 70 millones de empleos en China en los cinco años siguientes al ingreso de China a la OMC. Los economistas han descrito este “shock en las exportaciones” como el factor más importante en el desarrollo económico de China en la década del 2000; los consumidores extranjeros pudieron cubrir salarios más altos que aquellos que podrían haber cubierto los consumidores chinos. El crecimiento total durante el periodo que describe el artículo “The China Shock” ayudó a que 350 millones de chinos superaran la línea de pobreza del país, de 1,90 dólares al día.
Por supuesto, la liberalización comercial no siempre es una bendición para los países más pobres. En una era anterior de tratados de comercio de Estados Unidos, en especial con América Latina, los países convinieron en muchos casos aplicar aranceles más bajos sobre sus propias industrias protegidas, como la fabricación textil en Brasil y en la India. Muchas veces, a fin de cuentas esos cambios afectaron a los trabajadores pobres de esas industrias. Pero para el año 2000, según comentaron McCaig y otros economistas, la mayoría de los países habían bajado sus aranceles, y el crecimiento del comercio global en general se traducía en un mejor acceso de los países en desarrollo a consumidores de mayores recursos en Estados Unidos y Europa.
Sin embargo, han surgido otros costos. En China, las zonas urbanas se están ahogando en contaminación y sufren una creciente desigualdad en los ingresos. En Estados Unidos, han desaparecido empleos y existe malestar entre la sociedad. Nuestra exposición a los mercados extranjeros es responsable en parte, pero los economistas atribuyen muchas de las pérdidas de empleos a cambios en tecnología y productividad. (La producción del sector manufacturero en Estados Unidos ha crecido a pesar de que se ha reducido el número de trabajadores en el sector).
Por otro lado, como señala un artículo de la revista Quarterly Journal of Economics, la entrada de productos más baratos a Estados Unidos ha beneficiado en particular a los más pobres del país, quienes gastan un mayor porcentaje de sus ingresos en bienes importados, y por lo tanto ahorran más cuando el mercado abarata los bienes. Pero cuando entrevisté a David Autor, su opinión fue que sin importar las virtudes o costos que se tienen en Estados Unidos, son mínimos en comparación con los beneficios humanitarios básicos que han experimentado personas de lugares como China y Vietnam como consecuencia del comercio con Estados Unidos. “Las ganancias de quienes han recibido beneficios son enormes: eran indigentes y ahora se ubican en la clase media global”, declaró Autor. “Debería considerarse con seriedad el hecho de que haya consecuencias adversas en Estados Unidos, pero no es razón suficiente para inclinar la balanza”.
Autor expresó que no espera que los políticos estadounidenses hablen de este tipo de cálculo en el debate electoral. Pero si el resto deseamos considerar el comercio en términos morales y humanitarios, y no solo como un asunto político y económico, parece importante pensar un poco en cómo asignar y comparar el valor de un empleo nuevo para alguien que de otra forma quedaría estancado en la pobreza extrema, con la pérdida del empleo para alguien que cuenta por lo menos con algún tipo de red de seguridad, que los estadounidenses han comparado con muchos de los pobres del mundo en desarrollo. Sin duda, es posible aliviar los sufrimientos en ambos lados, y deberíamos intentar pensar en algunas opciones. Pero en el comercio, es inevitable renunciar a algo. Si nuestro objetivo es determinar si esas renuncias valen la pena, no podemos observar un solo lado de la transacción.
Nathaniel Popper es reportero de The New York Times y autor de Digital Gold: Bitcoin and the Inside Story of the Misfits and Millionaires Trying to Reinvent Money.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216959
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