La columna de Carlos Peña en El Mercurio del domingo 4 de septiembre (*) resume bien el diagnóstico que hace un sector de intelectuales orgánicos de la clase dominante. Peña se diferencia de los otros al atribuir la situación política y la derrota del proyecto de la Nueva Mayoría a motivaciones psicológicas de la Presidenta Bachelet. Pero esto es secundario. El objetivo político del rector de la UDP es otro.
Es así como se recompone el discurso de la casta con la ayuda del dispositivo mediático. Un enjambre de analistas y políticos de la clase dominante quieren sustituir el escenario actual de movilizaciones sociales y de lucha política contra el poder neoliberal por uno electoral e institucional con el fin de darse tiempo para con las riendas firmes del Estado profundizar el proyecto neoliberal.
La técnica empleada por Carlos Peña para denigrar un programa de cambios es prestarle intenciones políticas, o un proyecto que no es tal, a un actor (Bachelet+ asesores NM) para después decir que éste no funcionó ni funcionará puesto que el proyecto es irrealizable porque el diagnóstico fue y es errado. El objetivo entre líneas de Peña es sabotear y denigrar toda alternativa de proyecto real de cambio a la institucionalidad política y al modelo económico en crisis por fuerzas sociales y políticas emergentes. Ernesto Ottone, asesor íntimo de Lagos, ya designó a las fuerzas de transformación social de “ultraizquierdistas”.
Según el rector de la UDP Carlos Peña, es la “modernización capitalista” (y no la gestión del neoliberalismo implantado por la dictadura y los Chicago boys) la clave que constituye el proyecto “exitoso” de la Concertación y que cabe conservar.
Bachelet y sus asesores de la Nueva Mayoría habrían renunciado continuar con la primera ya que, según Peña, diagnosticaron la “decrepitud del proyecto modernizador que la Concertación impulsó”. Según el opinólogo vedette de El Mercurio, fue un sentimiento de “vergüenza” que los habría llevado a “maldecir” un pasado radiante para iniciar en su segundo mandato un gobierno que “principiaría una reforma radical que pasaría a la historia como el umbral de un nuevo ciclo”. Esto fue lo que fracasó y que tiene a maltraer al gobierno de Bachelet según Peña.
En efecto, el mecanismo retórico de Peña es sencillo: atribuirle a alguien un proyecto que nunca tuvo para enseguida poder denostar y vilipendiar todo proyecto real de cambio estructural en el presente y futuro. Una manera de conjurar un proyecto de transformación social y de conservar los pilares del modelo neoliberal y de su institucionalidad en crisis. Peña lo hace apoyándose en un saber que él como analista experto posee puesto que las masas “alienadas” (término que ya ha empleado en otras columnas) no saben lo que hacen. Por eso se expresan en la calle.
Peña sostiene que ha sido “el cambio en las condiciones materiales de existencia de los chilenos y chilenas que la modernización capitalista hizo posible —en una palabra su éxito— lo que provocó el cambio de expectativas que alimentan las demandas de hoy”. Y aquí le adjudica a Bachelet un deseo de “ruptura” con la visión concertacionista tradicional. Por supuesto que esto es falso. Aquí es evidente que el ataque del rector va hacia un proyecto que saque al pueblo de Chile del neoliberalismo en el cual se encuentra entrampado y que pasa por darle una unidad programática a las demandas populares, pero que para Peña no son tales sino otras (las de los individuos que quieren gozar de la modernidad capitalista).
Según Peña “esas demandas (no son las sociales e incumplidas por las cuales se moviliza el pueblo) no exigirían el abandono de la modernización capitalista” sino, algo tan vago y poco tangible como lo que él llama el “abrigo frente al infortunio” y “los ideales de igualdad y de mérito que esgrime para legitimarse”. Aquí vemos que la de Peña es una retórica conservadora, pues la política que debe hacer la casta política-empresarial, según él, debe consistir en retoques técnicos para proceder a ajustes.
Peña, el ideólogo, escribe para evitar nombrar las demandas concretas que fueron utilizadas por el gobierno de Bachelet para hacerse elegir, pero puestas al día y visibilizadas con luchas y conflictos por los movimientos sociales en educación, pensiones, salud, vivienda, y de vida en un medio ambiente sano con reconocimiento de los derechos de las mujeres y de las identidades sexuales. Así, el rector de la UDP (universidad privada), predica por su parroquia y busca, 1) conjurar la necesidad de cambio estructural y, 2) diluir el ascenso de la crítica social y política contra las políticas neoliberales y su institucionalidad que tanto la Concertación y la Nueva Mayoría como las ultraderechas de Piñera han impulsado.
Por eso es que el columnista alega por las políticas públicas neoliberales como el asistencialismo puntual de ayuda a los más desfavorecidos impulsada por Velasco (a quien cita como personaje clave durante Bachelet I) que no combaten la desigualdad social.
Y el error de diagnóstico, responsable del marasmo político y de las encuestas que hablan mal del gobierno, es asunto de la psicología de Bachelet en “deuda” con su pasado. Como vemos, el análisis político de Peña se reduce por momentos a triviales motivaciones individuales.
Empero, todos los recursos retóricos utilizados por éste van en el sentido de ignorar la crisis de legitimidad del sistema de representación política e institucional, la corrupción de los representantes o parlamentarios y la captura de la política por el dinero empresarial así como de las tentativas del Fiscal Nacional Abbot por encubrir la corrupción.
Este marco de interpretación ficcional es la manera más sofisticada inventada para dar cuenta de las intenciones de la casta política y del poder neoliberal. Nótese el uso por Peña de términos cargados de afectos negativos para dar cuenta de la realidad política y no el uso de categorías más afinadas salidas de las ciencias sociales o de la filosofía política.
Es en el medio de su columna que Peña emite su pronóstico y ardiente deseo al decir que “el sueño de traspasar el umbral de la puerta hacia un nuevo futuro” se “apagará definitivamente con la llegada de Lagos (y Piñera) a la competencia presidencial”. Por supuesto que el rector de la UDP no va a detenerse a caracterizar las reformas del gobierno actual que han sido solo tentativas de corregir los excesos del modelo. La primacía del debate electoral entre los ex, Peña lo hace para enseguida enunciar la tesis de la cual se hecho el defensor más recalcitrante, pero poniéndola en la cabeza y la boca de los dos representantes más conspicuos del poder neoliberal: “Y es que tanto Lagos como Piñera piensan que las demandas de la ciudadanía no son un signo de una ruptura sino la constatación de un éxito”.
Así, en la retórica del columnista mercurial vedette las multitudinarias manifestaciones del movimiento estudiantil por una educación pública y gratuita y contra el CAE y la política de endeudamiento estudiantil de Lagos; las rebeliones de territorios como Aysén y Chiloé, agredidos por la voracidad capitalista en los mares del sur del país y de pueblos amenazados por el extractivismo minero y las represas de Luksic, así como el clamor popular en marchas multitudinarias contra las AFP y por un sistema de reparto, no son según Peña una expresión de demandas y contenidos de un programa de lucha política por cambiar un orden estructural injusto que favorece una minoría política social y económica. Según Peña éstas movilizaciones tendrían que mutarse en un carnaval de aplausos al modelo neoliberal defendido por Piñera y Lagos; Chile Vamos y la Concertación.
Y cabe resaltar que Andrónico Luksic (La Tercera del sábado 3), quien agradece a Peña por haberlo designado “hombre público”— dice exactamente lo mismo que el rector, pero en clave empresarial. Los empresarios, dice el “poderoso” (así se autodefinió él mismo en su vídeo) opinarían poco: además de controlar los medios deben dar entrevistas que ocupen las primeras planas y los telediarios.
Es así como se recompone el discurso de la casta con la ayuda del dispositivo mediático. Un enjambre de analistas y políticos de la clase dominante quieren cambiar el escenario de movilizaciones sociales y de lucha política contra el poder neoliberal por uno electoral e institucional (terreno en el cual están seguros de ganar todas las batallas políticas) con el fin de darse tiempo para con las riendas firmes del Estado profundizar el proyecto neoliberal.
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