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09 septiembre 2016

Valle-Inclán y la España del esperpento


El autor de “Viva mi dueño” retrató con mirada grotesca la sociedad de su época



El pasado 6 de septiembre José Manuel Soria renunció a su candidatura a director ejecutivo del Banco Mundial, después que fuera propuesto por el Gobierno de Mariano Rajoy; en abril dimitió como ministro de Industria al revelarse –en los llamados “papeles de Panamá”- que el exministro canario y su familia poseían sociedades en paraísos fiscales. En junio el diario Público difundió unas conversaciones entre el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y el director de la Oficina Antifraude en Cataluña, en las que se buscaban casos de corrupción que incriminaran al independentismo catalán. Un mes antes el citado ministro nombró al director del diario La Razón, Francisco Marhuenda, Comisario Honorario de la Policía Nacional. Y en abril de 2014, segúneldiario.es, otorgó la Medalla de Oro al Mérito Policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor. En el libro “Juan Carlos, un rey con antecedentes” (Akal), el periodista Iñaki Errazkin recuerda algunas de las cacerías del monarca “emérito”. En un viaje a Polonia, tras disparar contra una banda de faisanes liquidó a un bisonte anciano en una reserva natural; unos meses después terminó con nueve osos en Covasna (Rumanía). Según los datos del INE (mayo de 2016), el 28,6% de la población española vive en riesgo de pobreza o exclusión social.

El escritor y dramaturgo Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) proyectó un conjunto de novelas con el título de “El Ruedo Ibérico”, de la que finalmente publicó una parte. El autor ofrecía una visión esperpéntica de la Historia de España. “La Corte de los milagros” (1927), “Viva mi dueño” (1928) y “Baza de espadas” (1932) componen esta trilogía, agrupada bajo el título “Los amenes de un reinado” (el proyecto incluía otras dos series de novelas: “Aleluyas de la gloriosa” y “La restauración borbónica”). La editorial Espasa-Calpe publicó en 1961 “Viva mi dueño”, texto que vio la luz en 1928 y posteriormente, entre enero y marzo de 1932, por folletines en el diario El Sol. La trama de la novela, al igual que el conjunto de “El Ruedo Ibérico”, se despliega en unos pocos meses del reinado de Isabel II: entre febrero y agosto de 1868. Se aparecen en el trasfondo de la monarquía isabelina los militares, que sobre todo en el siglo XIX hacían y deshacían gobiernos; los religiosos al servicio del Vaticano y los diferentes partidos que se turnaban en el gobierno, fueran moderados, progresistas o de la Unión Liberal. A todos los personajes que buscaban el favor de la reina, se les superpuso el malestar carlista y, en posiciones socialmente avanzadas, los demócratas y los republicanos.

El especialista en la obra de Valle-Inclán, José Manuel García de la Torre, destaca la inclusión de personajes históricos en “Viva mi dueño”: la familia real, religiosos como el padre Claret (“el frailuco”) o sor Patrocinio, políticos como Olózaga, los ministros Coronado, Belda o Marfori y también cortesanos-militares, por ejemplo Miraflores, Novaliches y Cheste. Se pasean por el texto militares que contribuyeron al derrocamiento de la reina en la revolución de septiembre: Serrano, Córdova, Dulce o Topete. Y, sobre todo, el general Prim, del quien la obra recuerda cómo al frente de la Capitanía General de Puerto Rico sojuzgó a los esclavos negros. Sin embargo, más allá de la consideración individual de los personajes, predomina en Valle-Inclán “la concepción del pueblo o de la historia española considerados colectivamente”, destaca García de la Torre en el prólogo a la edición de Espasa-Calpe. Valle-Inclán reserva un lugar también para las minorías marginadas y oprimidas como el “errate” o “caloré”, el pueblo gitano. Uno de los personajes, González Bravo, quien ejerció de primer ministro y titular de Gobernación durante la monarquía de Isabel II, era según Valle “un viejo zorro en el corral político”. Se sentaba en el Real Despacho con “siete fantoches de cortas luces, como por tradición suelen serlo los Consejeros de la Corona de España”.

García de la Torre señala que el político isabelino González Bravo se quiso imponer a los militares (“espero demostrar que puede un hombre civil ejercer la dictadura en España”). Estos desempeñaron un rol relevante en la tramoya de asonadas y conspiraciones que explican “Viva mi dueño”. Forman parte del escenario los ascensos del Marqués de Novaliches y del general de la Concha, o la desaparición –un año antes de la revolución “gloriosa”- de otro general, O’Donnell, uno de los más leales a Isabel II. El agrandamiento de la oposición a la reina queda reflejado en la aproximación de moderados, progresistas y generales “unionistas” (a estos se les envió al destierro, al igual que se expulsó de España a los duques de Montpensier). García de la Torre pone el acento en dos factores: las alas que imprime al movimiento revolucionario el Duque de Montpensier, pues pensaba que le beneficiaría; y el rechazo a Isabel II que desde el extranjero propalaron los exiliados. Pero la historia que dramatiza Valle-Inclán no es una exaltación de personajes egregios ni eminentes “espadones”. El autor gallego recurre a romances, coplas y maliciosos ecos. Lo expresa en los siguientes términos: “La epopeya de los amenes isabelinos hay que buscarla en las coplas que se cantaron entonces por el Ruedo Ibérico”.

Los discursos antagónicos de la época encarnan en los diferentes personajes de “Viva mi dueño”. Las voces democráticas reivindican el cumplimiento de la voluntad nacional. “Pues yo me declaro enemigo de la revolución de fajines sin masas. ¡Eso nunca será una revolución, será una cuartelada!”. También, “Aquí hace falta una revolución que fusile a cuantos lleven fajines y bandas. ¡Y el resto, a la guillotina!”. Los partidarios de la reacción se apuntan a los argumentos ultramontanos: “El ejército no puede ponerse el gorro frigio” o “El ejército no es, no puede ser, una demagogia contagiada de las utopías modernas”. Los militares son la representación del orden. Sobre los emigrados progresistas y sus manifiestos revolucionarios, Valle-Inclán aplica la parodia grotesca. Los describe como ilusos patriotas, que formaban “un bolo de famélicos iluminados” y, por las noches, quienes disponían de algunas monedas, jugaban al tute en la botillería de Madame Collette (entre los ronquidos de la vieja, los emigrados leían el “inflamado” programa de ‘La Discusión’). Don Juan Prim -soldado de África, Conde de Reus y Vizconde del Bruch- es otro de los héroes deformados en un espejo cóncavo: enfermo del hígado y amarillo de bilis regicidas, “ninguno daba tantos humazos en aquella colilla miliciana”. A Prim, las “ratas palaciegas” se lo imaginaban siempre a caballo.

La óptica deformadora de Valle-Inclán se extiende al docto señor Coronado, ministro de Gracia y Justicia, a quien retrata como a un puro esperpento con unos ricillos de maniquí. Se trata de un “vejete atrabiliario, sabihondo y tontaina, muy escrupuloso en las devociones de oír misa diaria y comulgar los viernes”. Tenía una voz fatua de ético catedrático. La parodia se aprecia asimismo en las actitudes, como la del Señor González Bravo en el Consejo de Ministros: hacía pajaritas de papel y las colocaba en las carteras de sus compañeros. En “Viva mi dueño” dice el Zurdo Montoya: “¡Las autoridades no son tales autoridades! Por ahorrarse mandamientos de papel sellado, todo lo atropellan, con malos tratos y sinrazones…”. Isabel II, “pomposa y mandona”, y el rey consorte residían en una corte que Valle-Inclán imagina con sus frailes, togados, validos, héroes bufos y payasos trágicos. Sin embargo, la plebe madrileña tampoco se libra de la animalización tras una corrida taurina: un “ilusionado populacho de aguardiente y buñuelo”. Cuando Isabel II, su Católica Majestad, hizo entrar en la Cámara de la Reina a la “seráfica” Madre Patrocinio, le espetó: “¡Qué vía crucis es el gobierno de los españoles!” Fue una de las noches en que la “rancia azafata” no hizo entrar al pecado en las habitaciones regias.

Valle-Inclán defendía una irrestricta independencia de criterio, no fue un intelectual de carné. El profesor de Lengua y Literatura española, Antonio Espejo, autor de “El Eco de las Palabras. Claves literarias e intelectuales de Ramón del Valle-Inclán en algunas páginas olvidadas” (Araña), resalta la manera en que este autor combinó expresiones grandilocuentes y latinismos con la jerga coloquial. Por la manera de trabajar lo popular y lo grotesco en los esperpentos, convirtió el lenguaje de la calle en “obra de arte”. Durante los años 20, Valle se opuso a la dictadura de Primo de Rivera en su obra literaria, actos públicos y declaraciones a los periódicos. No resulta extraña, por tanto, la publicación de “El Ruedo Ibérico” durante la II República en los folletines de El Sol. Es más, “el ambiente de exaltación republicana auspiciaba una recepción muy favorable de la crítica antimonárquica valleinclaniana”, destaca la investigadora de la Universidade de Santiago, Amparo de Juan Bolufer (“Génesis e historia intelectual de El Ruedo Ibérico”, en el Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo). Los lectores relacionaron con facilidad “La Corte de los Milagros” de Valle y las resistencias al cambio que traía la República. Además, subraya de Juan, la publicación de los textos en El Sol contribuyó a atenuar la apurada situación económica del escritor.

¿Qué vigencia tienen hoy obras como “El Ruedo Ibérico”? Se ha intentado recuperar la obra de Valle de múltiples modos, pero cuando mejor ha funcionado, explicaba el periodista y crítico teatral Eduardo Haro Tecglen, es cuando se le ha representado “tal como era, recurriendo a su propio texto y las explicaciones que dio abundantemente de sus obras”. El fallecido periodista consideraba en el artículo “El teatro de Valle-Inclán. Algunos equívocos” que los tiempos están contenidos en el texto de Valle. Y remataba de este modo la argumentación: “De la misma forma que su lenguaje pasa por encima de las modas o las evoluciones, el pensamiento no pierde validez; virtudes de clásico”. En “Luces de Bohemia”, Max Estrella caracterizaba el esperpento: la deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta; se trata, así pues, de transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas. El cardenal y arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, criticó en mayo de 2016 supuestas embestidas contra la familia por parte de algunos políticos, el “imperio gay” y “ciertas ideologías feministas”. Unos meses antes se preguntó si la “invasión” de emigrantes y refugiados era toda “trigo limpio”. En enero de 2014 el expresidente del Gobierno, Felipe González, anunció su intención de dejar el cargo de consejero en Gas Natural Fenosa “porque es muy aburrido” (percibía una remuneración de 126.500 euros anuales). En la campaña electoral previa a las elecciones de junio, el dirigente de Ciudadanos, Albert Rivera, declaró la apuesta de su partido por la innovación, la educación y un crecimiento económico vinculado al conocimiento. Su modelo era Israel…







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