Que, por momentos, parece cercano. Imponen ritmo de la política día a día con muertes, lo presionan como en una caída que se acelera y tiene una fecha clave: el 30 de julio.
Lo han declarado y escrito, no reconocen al Gobierno, se han amparado en el artículo 350 de la Constitución, intentarán impedir la elección de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Traducido al ejercicio de su táctica significa que agudizarán la violencia en todas las formas que les sean posibles, elevarán el enfrentamiento institucional con ensayos de institucionalidad paralela, y buscarán, como lo han hecho desde el inicio, el apoyo internacional más directo.
Es su plan. ¿El nuestro? El 30 de julio es central. Un porcentaje alto de participación en la elección será imprescindible para legitimar la ANC -el debate no es la legalidad sino la legitimidad- que se iniciará contra la violencia política y simbólica que buscará ejercer la derecha. Es necesario construir ese resultado, es decir desplegar política desde ayer hasta esa fecha. No cualquiera política, en particular no aquella que piensa en términos de campaña electoral que comenzará el 9 de julio, que ve un ejercicio clásico donde un candidato será presentado, hará actos, entregas, recolección de aplausos y formalidades en nombre del chavismo.
Una campaña de esas características se basa sobre una lectura desacertada acerca de la situación que se ha acumulado en lo política y en llo económico. En lo primero: no es un secreto que existe en muchos la necesidad de tener a una dirigencia cercana, alejada de torres, carros, tarimas, que se acerca a cuentagotas para decir qué hacer/qué desear/cómo hacerlo. Se pide dirigentes que se sienten a escuchar las críticas, asuman responsabilidades, creen escenarios de igualdad, de escucha, pregunten qué hace falta/qué se desea/cómo se debe hacer. Es un pedido que lleva tiempo, que pone en cuestión las lógicas de distanciamiento que se han acentuado en estos años.
En cuanto a lo económico, el peso de la guerra/crisis marca el ritmo de los hogares populares. Tanto por la subida de precios ilegales y legales, la dificultad para acceder a los medicamentos, como por problemas coyunturales como el del abastecimiento de gas que lleva varios días afectando en varios puntos del país. ¿Cuánta gente está envuelta en la resolución diaria de sus problemas sin tiempo ni deseo para debatir sobre la ANC?
Ese cuadro político/económico, al que se agrega el pedido de seguridad y castigo, se combina con la presión marcada por el intento de Golpe de Estado de la derecha. Una campaña en términos clásicos del término es de una insuficiencia violenta. ¿La gente necesita largas explicaciones asimétricas desde una tarima, o generar un movimiento asambleario participativo donde se encuentren bases, dirigentes, alejados y descontentos?
No es un culto a la asamblea, ni al imposible horizontalismo que permea algunas culturas políticas. Poner en marcha el ejercicio de reencuentro directo en los territorios parece ser hoy una de las maneras centrales de recomponer fuerzas. Tanto de cara al 30 de julio como más allá de esa fecha. Se necesita dirigentes que escuchen, procesen el pulso de la gente, el acumulado de cuestionamientos, que asuman, aporten al reencuentro desde los lugares de vida en el cuadro de una sociedad atravesada por el desencuentro impuesto por la derecha que busca desencadenar el enfrentamiento civil. Debe ser, como lo planteó Nicolás Maduro, un proceso Constituyente, y no un despliegue ostentoso de color rojo que aleja más de lo que acerca.
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Hemos realizado varias asambleas en las comunidades para debatir la ANC. En la calle, abiertas a quien quiera acercarse. En algunas la oposición no quiso venir, en otras sí. En el segundo caso el espacio se transformó en una oportunidad para contrarrestar ante la gente los argumentos de la derecha -por ejemplo, que no es necesario una nueva Constitución sino aplicar la ya existente, o que con eso Nicolás Maduro tendrá todo el poder-. Es necesario tener razones, capacidad de desarrollarlas, de aceptar puntos donde puedan estar en lo cierto, encontrar las formas de conducir y desembocar en la necesidad de la ANC ante la cerrazón de todas las otras puertas.
Este ejercicio político no solamente permite el debate, sino que es en sí mismo la posibilidad de reconocimiento del otro en un escenario donde la derecha busca negar al chavismo como sujeto con el cual se puede/debe dialogar. No estar de acuerdo no significa, como se instala peligrosamente, que es necesario llegar al enfrentamiento violento. Está en juego la convivencia, el tejido social, las subjetividades.
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No existe una llave que solucione los problemas. Hay, sí, una posibilidad de construir una tendencia dentro de un escenario donde está sobre la mesa el poder político en Venezuela, la posibilidad de una revancha de masas para la cual la derecha ha preparado a una parte de la sociedad y de los ejecutores. Es necesario recomponer fuerzas para enfrentar las diferentes posibilidades, y esas fuerzas están en gran parte en los territorios. Ahí existe un chavismo heroico -que esta semana, por ejemplo, iniciaron el rescate de las tierras del terrateniente que prestó el retroexcavador para atacar Socopó-, que tiene límites, voluntad, que ha resistido años de economía en guerra, que puede aportar claves para volver a acercar a quienes se han alejado. Para eso es necesario, entre otras cosas, un cambio en las formas de la política de algunos dirigentes. Estas semanas de cara a la ANC son una oportunidad y una necesidad para eso.
Estamos enfrentados a la decisión del imperio norteamericano de terminar con el chavismo en el gobierno, su intención de borrar un país para construir uno a su medida. Borrar, de manera literal. Estas semanas son claves, lo dice la lectura de los movimientos de sus dirigentes, los discursos, los apoyos, sus fuerzas en territorios. Están en el desarrollo de su plan, en escalada de violencia, con sus mismas limitaciones que no logran superar -la falta de apoyo activo de las barriadas populares y la lealtad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana- pero que no quita la capacidad de daño de sus acciones.
La hipótesis es que existe capacidad para reagrupar fuerzas ante el asedio, y que uno de los espacios con mayor posibilidad de lograr ese objetivo son los territorios. Así lo indican las experiencias desarrolladas en estas semanas y con anterioridad. Demanda, para eso, corregir prácticas de la política chavista que alejan, ensayar, acercar herramientas para ayudar a desplegar la potencia que existe en un sujeto formado por años de un proceso que le enseñó a protagonizar, organizarse, no dejarse pisar. Ahí, al parecer, puede estar una de las respuestas estratégicas para esta etapa y las que podrían venir. El tiempo para hacerlo, se ha dicho, es hoy.
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