Descolonizar la educación
Los timbales callados
Se la debo a las historietas de Bombolo, Tremebunda y otras que publicaba Diario El Universo. Son de factura argentina y adquirí con ellas la deuda de la bibliofilia. El periódico llegaba por avión y alrededor de las once de la mañana ya estaba en las calles de Esmeraldas; era el periódico referencial. Veía los dibujos e inventaba los diálogos hasta que pude leer las anotaciones en las burbujas y entender el chiste. El efecto mágico de ponerle sonidos y significaciones a los caracteres, terminó por convencerme que estaba obligado angustias inexplicables a saberlo todo o casi. Alguna vez de visita al cementerio de la ciudad me perdí, en el laberinto de cruces y lápidas, leyendo las frases de adioses póstumos, el espanto fue de cuatro dedos cuando tropecé con un ataúd medio destapado, se veía una calavera amarillenta y desdentada. Grito, estampida y la santa burla de los parientes. No debo ser el único que aprendió la veneración medio religiosa a bibliotecas y bibliotecarios; a librerías y libreros.
Aprendí a leer con relativa facilidad y el sencillo gusto de matar el rato libro en mano nunca más lo perdí. No sé cuándo empecé a buscar héroes o heroínas negros en la literatura que consumía, protagonistas del color de mi vecindario o de la amplia parentela que se incrementaba con las rememoraciones de familiares que hacían padre o madre en interminables conversaciones con recién llegados del campo o del otro lado de la raya. Esos personajes referentes de mis fantasías infantiles no existían. Tampoco asomaban en las películas que de tarde en tarde miraba en los cinemas esmeraldeños. Era un raro mundo sin negros o como si hubieran sido expulsados del territorio común y habitual de la imaginación libresca. La búsqueda continuó en libros conseguidos en préstamos, empezando por los de aventuras y otra vez la inexistencia de personajes negros. No los había en las novelas de Julio Verne, no recuerdo si Emilio Salgari incorporó alguno en sus múltiples aventuras literarias, algún personaje ínfimo y “media lengua” [1] en algunas de las novelas de Karl May. Y ninguna referencia en las aulas escolares. De ese ayer a este hoy los cambios en las escuelas no son como para que bramen los timbales.
Esa desgracia del hombre
Muchacho de horas sentado en una banca con otros diez lectores, cada uno embebido en su revista de cómics, al dueño del puesto le molestaban los que leían por encima del hombro. El alquiler de la revista costaba veinte centavos de sucre, pero las novelas del far west de Marcial Lafuente Estefanía o de otros escritores españoles con seudónimos gringos costaban algo más y se podían llevar a casa. Alternaba las revistas de historietas con libros de aventura. Entre tanto combatiente del mal estaba Mandrake el Mago y su ayudante Lothar o Lotario (“media lengua” y bastante músculo, por supuesto), era evidente la superioridad racial del uno sobre el otro, o de Tarzán de los monos y su reinado inapelable en el centro de una selva que se suponía africana. Leía Santo el enmascarado de plata, Batman, El hombre araña o Superman, Kalimán o Chanoc.
La pedagogía de la inutilidad heroica de la gente negra molestaba y me molestaba por las preguntas sin destinatario, no sabía cómo plantearlas sin menoscabar la aún inexistente corrección política. ¿Por qué no existían héroes (o heroínas) negros en las historietas? Alguna vez en Chanoc aparecía entre las estrellas mexicanas de fútbol Ítalo Estupiñán, pero fue una rara excepción, los negros dibujados en las historias eran salvajes o caníbales. La fórmula se repetía sin variar o con pocas variaciones, por eso no es raro que se nieguen las referencias históricas.
El día que leí Memín Pingüín sentí, ahora estoy seguro que no debí ser el único, esa insoportable carga gravitacional de la incomodidad cultural o vergüenza a secas, pero disimulada por la amargura de identificarme con los perdedores de todas las epopeyas. El personaje da para este análisis de Frantz Fanon en aquellos años de oprobio: “En el Negro hay una exacerbación afectiva, una rabia a toda comunión humana que lo confina en una insularidad intolerable” [2] . La familia de Memín es de una caricaturesca fatalidad, se pretende humorística, pero es un descarado chiste racista. Mientras los otros personajes blancos cuidadosamente dibujados, son buenísimos (¿”civilizados?”), los personajes negros son deformados exageradamente para acentuar la diferencia racial del menosprecio. “Se recrea en la identidad (morfológica) toda codificación que pervive en nuestro inconsciente colectivo sobre lo bonito y lo feo, que nace de un concepto de belleza occidental (europeo), el perfil griego. Todo pueblo o grupo étnico que no se identifique cultural y físicamente con la realidad étnica europea es considerado feo…” [3] .
A los héroes literarios negros los encontré muy tarde y de vez en cuando, algo parecido me ocurrió en el cine. En ese mundo de gente que somos africanos y afrodescendientes, no había líderes favorables. De las revistas de historietas mexicanas o de otra nacionalidad pasé a las revistas ecuatorianas, como Vistazo y otras similares era (o aún es) el mismo panorama. Mediante el buscador Google se puede encontrar el artículo del investigador y catedrático universitario Jean Muteba Rahier, titulado: “ Mami, ¿qué será lo que quiere el negro? Representaciones racistas en la revista Vistazo, 1957-1991” , en la página 30, describe: “ Representaciones de negros que no sean de afro-ecuatorianos, de africanos o de negros norteamericanos son relativamente raras a lo largo de la historia de Vistazo. Las pocas que he podido encontrar en el periodo indicado apuntan principalmente a poblaciones afro-caribeñas y a Brasil” (página 30, en pdf).
Esa desazón de nuestra niñez transitando un mundo racial y culturalmente diferenciador, justificando la humillación de millones de personas y manteniendo estrictos e invariables patrones culturales, a pesar de la festiva explosión de la diversidad. Ese universo pasa frente o involucra la niñez de las Américas. “La desgracia del hombre, decía Nietzsche, proviene de haber tenido infancia” [4] .
“Descolonizar la historia”
Herodoto, historiador griego de la antigüedad, no tuvo problemas raciales para escribir sobre la influencia africana y asiática en la cultura griega y aun sus lectores para leer sus obras. En las últimas décadas del siglo XV, la acumulación capitalista se aceleró con el comercio de inteligencia y tenacidad física africanas y comenzó este medio milenio de tinieblas en todos los rumbos que marca la rosa náutica del saber. También la intelectualidad progresista ecuatoriana y afroecuatoriana debe comprometerse con “descolonización del pensamiento”. O la “descolonización de la historia”. Pero también el sistema de educación ecuatoriano ya debería ser emancipador de pueblos y nacionalidades. No da el salto cuántico, porque parece engarrotado en la posición de brinco de pantera negra. Así parece que se alarga como pesada sombra triste la visión de Tarzán con respecto a África o de Memín Pingüín en relación a los afroamericanos.
En el 2014, se cumplirán cincuenta años del inicio de aquel proyecto cultural reivindicatorio de la UNESCO titulado: Historia General de África. Fue una pedrada de sol en las profundas tinieblas de la ignorancia universal, muy bien apadrinada por las potencias coloniales y sus medios de comunicación, incluyendo literatura, cine e historia. Quedarán en el frontispicio de las casas ceremoniales, en donde se ubican las ánimas más buenas, los nombres de Cheikh Anta Diop, Hampaté Ba, Joseph Ki-Zerbo, Alí Mazrui y Théophile Obenga. Ellos cumplieron con la odisea grandiosa del diálogo con todos aquellos que quisieron aportar sus saberes para la elaboración de la obra mencionada.
En la revista Correo de la UNESCO nº 8, del 2 009, en la página 10, se descuelga del altar de los prejuicios de la supuesta agrafía de las Culturas africanas. El artículo explica la adopción del alfabeto árabe por idiomas africanos (cierta insolencia eurocéntrica suele llamarlos ‘dialectos’ y a naciones de millones de personas las denomina impropiamente ‘tribus’) como el bambara, el fula, el malinké, el swahili o el wolof. En el alfabeto prestado, los documentos hacen referencia a la vida social, cultural y política de las naciones africanas y se los califica de ajamy o sea ‘no árabe’. Es más si se requiere abundar en explicaciones se devuelven a grafemas africanos. “Los ajamy se descubrieron en Tombuctú (República de Malí) y datan del siglo XIV”, se explica en el artículo y se informa que son decenas de miles de estos documentos testimoniales del desarrollo africano.
Notas:
[1] Suele utilizarse en Esmeraldas, para describir el habla defectuosa del castellano. Es una burla a gente campesina afroecuatoriana, que por la razón que sea pronuncia mal alguna palabra.
[2] Piel negra, máscaras blancas , Frantz Fanon, pág. 51, Schapire Editor S. R. L.
[3] El Negro en el Contexto Social , Eusebio Camacho Hurtado, pág. 90. Editores del Pacífico Ltda., 1 990.
[4] Óp. Cit., pág. 16.
https://www.rebelion.org/noticia.php?id=228424
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