Patria, patriotas y patriotismo
Revista Zoom
A lo largo de mi vida conocí diversas formas de patriotismo transmitidas por la escuela, por los medios de comunicación, en ámbitos políticos o circuitos “paraestatales” de formación, ya sea de izquierda, de derecha o nacionalista —o combinaciones—. Se trata de formas de patriotismo que operan en la realidad actual, no históricas, y aunque algunas se presenten como “originarias”, todas representan formas en las que se disputa el concepto de “patria” y de “nación” en el presente —o en mí presente, que ya cuenta cincuenta años—.
Una de las ideas más fuertes de Patria que conocí, y observo muchas veces vigente, el “patriotismo oligárquico”. Surgido del liberalismo posrosista, asociado a la posesión de la tierra por parte de una elite como base material. Se asienta en una concepción geográfica, de fronteras claras, de instituciones liberales completas y penetrantes en toda la sociedad con un fuerte discurso simbólico unificador y legitimante del presente de la clase dominante: la oligarquía terrateniente capitalista y exportadora. Posee un folklore de respaldo que incorpora a “todos”, desarmados, subordinados y “extinguidos”[1] bajo el manto de una Argentina homogénea, productora primaria y felizmente asociada al capital inglés. Se trata de un patriotismo más bien escolar pero de gran eficacia y exitoso en la construcción del Estado y de sus instituciones modernas en lo relativo al contexto histórico. Su máxima expresión es Julio A. Roca, eficiente y moderno, que eliminó las fronteras internas, consolidó las externas y confirió a las instituciones de un carácter nacional.
También conocí al “patriotismo peronista” originado en concepciones militares de defensa nacional enmarcadas en la corriente nacionalista de las primeras décadas del siglo XX, en cuyo legado se inscriben obras como YPF, la mas grande y “famosa” (pero existen muchas más)[2]. Todas estas obras se hallan alineadas en la idea de “hacer Patria”, de que abrevan varios generales famosos como Savio, Mosconi, Baldrich, y que constituye una corriente de importante penetración en las FFAA. Esta noción no sólo poseé un origen “militar” sino que se combina con ideas circulantes de enorme fuerza, como las de sectores de la izquierda nacionalista —cuyo paradigma representó FORJA, aunque no sólo ella— y con una fuerte penetración en el movimiento obrero que acentuó el sentido social de su formulación final: el origen de las ideas de Patria del peronismo en el gobierno.
Este patriotismo se define en el orden de un Estado fuerte, controlador de las riquezas y poseedor de las grandes empresas estratégicas para el desarrollo industrial. Representa una concepción de Patria de mayor densidad, generalizando, “la patria existe libre si hay un Estado que controle las palancas básicas de la economía y garantice la integración justa de los trabajadores a la nación —Estado unificador e integrador de las masas—”. Se trata de la ideología oficial del peronismo original y, sin dudas, constituye un proyecto con enorme fuerza en la historia al transformarse en ideología de la clase obrera. Simboliza un patriotismo social que piensa en una Argentina “grande con que San Martín soñó”, a la cabeza de países hermanos para independizar a America Latina de las formas de “neocolonialismo”.
Del patriotismo peronista devinieron versiones de izquierda o derecha, pero todas arraigadas en ese mismo origen. Algunas arraigadas en él de modo explícito. Otras solo porque la génesis del peronismo está asociada a una transición histórica de nuestra sociedad que cambió profundamente y dio lugar a nuevos sujetos y a nuevas ideologías: a una nueva estructura económico-social. Por ello nacieron nuevas visiones de la Patria en las corrientes de izquierda y derecha que ya no tenían como referencia la Argentina oligárquica agro-pastoril. El patriotismo de izquierda rescata fundamentalmente las razones sociales, el origen clasista de la dependencia del extranjero. Y fundamenta las causas nacionales de la industrialización e independencia, en el antiimperialismo. Mientras que el de derecha, más conservador, tradicionalista y refractario al conflicto social, pone su énfasis en cuestiones ideológicas y culturales, adjudicando a la presencia de “ideologías exóticas” originadas en nuestra estructura colonial (económica y mental) los problemas de formación de nuestra nacionalidad y relegando a un segundo plano las cuestiones sociales y económicas.
Existe también un “patriotismo malvinero” que surge de la guerra de 1982 y se consolida con su derrota. Esa derrota desnudó una geopolítica de “amigos y enemigos” estratégicos en la que Argentina se encontraba inmersa y que para muchos no resultaba tan evidente hasta ese momento. Nada es más claro que el sonido de las armas para develar de qué lado está cada uno. Este patriotismo aparece difuso en algunos planos, pero establece a las claras que Inglaterra y la OTAN son los enemigos de la Patria. Que la Patria se constituye frente a esos enemigos. Y, con un poquito de inteligencia, visualiza que los organismos financieros y el orden que se asocia a la OTAN es contradictorio con la “cuestión Malvinas”. Del mismo modo, con un mínimo de agudeza, identifica el saqueo económico que ejerce el imperialismo sobre los recursos del sur y el modo en que, sin demasiado esfuerzo, puede proyectar al saqueo del continente. Tiene mucho de geopolítico y militar ya que se referencia y realimenta de la ocupación militar de las Islas Malvinas y el Atlántico Sur, como de la posible pérdida de soberanía sobre la Antártida.
Hasta existe un “patriotismo futbolero” que para muchos intelectuales antipatriotas representa el posible antídoto y la canalización inofensiva de los sentimientos patrióticos de las masas, imposibles de eliminar. Una alternativa a todos los anteriores, como bien expresaba Luís Alberto Romero en un artículo de La Nación publicado durante la era menemista.
Indudablemente hubo otras formas de patriotismo que no operan en el presente: el “yrigoyenista”, abandonado hasta declarativamente por los mismos radicales; el anterior a la mal llamada “organización nacional” (1852-1880), histórico y digno de estudio pero que sólo opera a través de las interpretaciones que se hacen de él en todos los patriotismos anteriores.
Sin embargo nunca vi formas de patriotismo como las que aparecen como relámpagos en los medios masivos y entre algunos funcionarios a raíz del “conflicto mapuche” (adrede entre comillas)[3]. Un llamado explícito desde el gobierno y los medios de comunicación a defender la Nación contra un pequeño grupo de personas que supuestamente querría crear una nación independiente de una parte del territorio argentino.
Sobraría decir que eso sería imposible, que no representa el planteo de la amplísima mayoría de los aborígenes, al menos de los de hoy. Pero quizás haya que aclararlo.
Primero deberían sumar a la rebelión a una parte de los indígenas, o mapuches, de una determinada región; después, conseguir que esa base humana fuera de una magnitud tal como para constituirse en alguna forma jurídica con hipotético dominio territorial; y finalmente, conseguir apoyo internacional —algo así como los kurdos de Irak o los kosovares contra Serbia (apelamos a ejemplos cuya comparación con nuestro caso es ridículos, además de ser reaccionarios)—. Se trata de mera fantasía puesto que, según se ve con claridad, las formas jurídicas que sustraen parte de la soberanía en esas mismas regiones y en otras —mucho más amplias, que deberíamos atender— son obra de grupos empresarios y propietarios poderosos: “aborígenes” noratlánticos.
O sea, volviendo al punto, el patriotismo siempre se define frente a un “otro”. Este patriotismo que emana en los medios se construye frente a “los mapuches” rebeldes que quieren arrebatarle soberanía al Estado y a los argentinos, resulta sorprendente por varias razones: ¿Por qué los indígenas no serían argentinos? De hecho lo son, y ¿por qué no cuestionar, o aunque sea enunciar, la extranjerización brutal de esas mismas tierras en otras manos más pálidas?
Por otro lado, ni siquiera Roca y su generación crearon un indígena enemigo de la nación para la identificación del sentimiento de “patria” frente a ellos. Sino que las tribus indígenas, se consideraran ellas mismas argentinas o no, fueron atacadas o subordinadas en función de la ocupación territorial y la puesta en producción de la tierra bajo parámetros terratenientes y la apertura al capital. El discurso macro que la englobaba era “frente a Chile”. En realidad se trató de una carrera para ver quién consolidaba el dominio territorial, hasta ese momento más o menos efectivo, que se adjudicaba hacia el sur.
El patriotismo oficial y de los medios es nuevo. Nos dice que “los mapuches son un riesgo de seguridad nacional” apelando al “patriotismo” para suprimir ese riesgo. Resulta que los voceros de este mensaje son los mismos —con nombre y apellido: Lanata, etc.— que consideran que ¡hay que defender el derecho de los kelpers! —ese ínfimo grupo humano que se sostiene gracias a los intereses geopolíticos de la potencia ocupante—.
Si todos los patriotismos que mencioné expresan algún tipo de proyecto nacional —ya sea oligárquico, popular, elitista o de los oprimidos—, entonces el patriotismo impulsado por los mensajes que emanaron del gobierno respecto a los grupos mapuches del sur no conduce a resultados eficaces para la consolidación de la “nación argentina” en un sentido estratégico.
El problema de todos los pueblos aborígenes se relaciona con la falta de igualdad, con la discriminación y la cuestión de la tierra. Y el de la tierra es uno de los principales problemas de la nación a lo largo de nuestra historia. No es una cuestión aborigen. Sin pretender hacer de él una referencia exclusiva, desde el planteo de las tesis del peruano Mariátegui —que escribió para una sociedad en la que los indígenas poseén un peso demográfico y social infinitamente superior respecto de la nuestra— asumimos los nacionalistas, los revolucionarios, los progresistas, que la cuestión de los pueblos aborígenes tiene, para quienes luchan por la liberación de sus patrias, un principio de respuesta en las reformas sociales y en la incorporación de los indígenas a la construcción de la nación hacia el futuro.
Mentiría si dijera que es la primera vez que veo este patriotismo conformado contra los débiles. Lo vi por desgracia en otros países de Latinoamérica y lo vi relacionado con cuestiones de inmigración. No respaldo al indigenismo —ese anacronismo divisionista y ahistórico, en muchos casos emanados de usinas noratlánticas y sus ONG— ni creo que las oleadas de inmigrantes que vemos en el presente sean un consecuencia feliz del progreso humano. Debemos tener políticas al respecto y no dejar esa cuestión a la “libre” regulación del mercado. Es claro que las raíces —y mucho más que estas— de los problemas que se pretenden instalar hoy con relación a los indígenas, son de carácter económico y en segunda instancia, cultural; y para nada se trata de una rebelión nacional que afecte a nuestra patria.
Una nación que margina, desplaza de la tierra, expulsa del trabajo, arrebata el futuro a las comunidades, sólo genera desintegración, rebelión, rechazo y diversas formas de resistencia. Algunas sanas, otras no, pero todas como consecuencia de la exclusión y de la falta de proyectos para la vida de los pueblos. O sea, la falta de proyecto nacional.
La dirigencia actual que encabeza un antiproyecto de ese tipo sólo puede sostenerse con consenso a través de recursos ideológicos que la legitimen, inventando un patriotismo antiindígenas que sin lugar a dudas encontrara en los agredidos una respuesta de mayor aislamiento o quizás resentimiento, y que genere identidades nacionales alternativas.
Quizás el gobierno que motoriza esta operación crea que es inofensiva, dado el reducido número de los sindicados como rebeldes, o quizás no le importe ayudar a la desintegración de nuestro país y tal desintegración sea una parte de su antiproyecto. No lo sabemos.
Pero la patria se construye, como dijo Artigas hace ya 200 años, con reformas que le otorguen bienestar al pueblo que es su sustancia, dando tierra y trabajo “primero a los más necesitados”.
Notas:
[1] La idea de “extinguidos”, se refiere a la presentación de los indígenas como pueblos del pasado, o folklore, tomándolos en cuenta como parte de la historia, pero pasada, sin presencia ni biológica en la población ni histórica en la conformación de la nación.
[2] No es cuestión de hacer un detallado recuento de las áreas industriales impulsadas desde la perspectiva de defensa nacional (la Fábrica Militar de Aviones, los Altos Hornos Zapla, SOMISA, el complejo de Fabricaciones Militares, etc.). Lo que es importante es señalar que fueron parte de un impulso patriótico y fundamentales en la ruptura con el modelo agroexportador y en sentar las bases de un proceso de industrialización integral.
[3] Entre comillas por varias razones. Una, muy sencilla, porque el conflicto se origina en un problema de apropiación de tierras por terratenientes extranjeros. Segundo porque “mapuches” es una construcción étnica histórica. Abarca a comunidades instaladas en la tierra desde muchas generaciones, otras que se “asumen mapuches” y reclaman un territorio para si. Muy difícil es demostrar en muchos casos su pertenencia a alguna etnia mapuche (categoría del siglo XX) existente antes de 1880 ya que en el amplio territorio del sur existían diversas etnias independientes entre si, la mayoría usaba el mapudungún como lengua. Pero ésta había sido apropiada o impuesta durante el proceso de “araucanización” (proceso que tuvo como causa motora y determínate en toda su extensión, a la presencia españolea primero y criolla después).
Este proceso duró más de un siglo, y en las regiones de Los Andes neuquinos por lo menos un siglo más, dando lugar a una formación social nueva y diversa, muy dependiente del espacio criollo y profundamente interrelacionada con él
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