Modernidad cínica
La política contemporánea es un ajedrez de casino en que el eje del juego es el dinero, mientras que la ética pasa a ser una palabra más del diccionario demagógico. Lo que algunos han dado en llamar: “crisis secular del sistema financiero” o “crisis civilizatoria”. Aludimos a sistemas de pensamiento, doctrinas económicas o aparatos políticos, para no enredarnos en debates maniqueos, sobre culpables y malos de la historia, pues el poder involucra a quien lo ejerce y a quien lo concede; por ende, todos somos responsables. Es mucho más útil cambiar la estructura del poder que meter a uno o dos chivos expiatorios a la cárcel.
Sin embargo las estructuras de poder descansan sobre instituciones humanas, esto es: sobre las organizaciones de la sociedad que funcionan bajo la lógica de esas estructuras. Cuando deviene la caída de estas estructuras (comúnmente ocasionada por el movimiento de la base social), las cúpulas favorecidas por el ejercicio del poder, suman esfuerzos para mantener su lugar de privilegio, creando una estructura bipolar entre gobernantes y gobernados. El uso del poder militar o la implementación de un estado policíaco, suelen acompañar y reforzar “reformas del estado” destinadas a garantizar la continuidad de un modelo caduco y, por lo mismo, insostenible. Las fuerzas en pugna y las políticas represivas van produciendo la degeneración de las relaciones entre dominados y dominantes, hasta caer en extremos como el fascismo, donde las vías de negociación, cambio y transformación de la sociedad, son la brutalidad y la violencia.
Desde cualquier punto de vista, la nuestra es una época de cambios estrepitosos; de finales y comienzos históricos; de sacudidas a los sistemas y sus cúpulas. Vivimos un momento privilegiado, porque estamos siendo testigos del momento de quiebre de nuestra propia estructura: el momento en que las bases sociales (las masas de clase media y baja), han dejado de creer en el aparato y en sus representantes, y lo manifiestan a todo pulmón clamando por un cambio. Somos testigos, también, de como esas clases privilegiadas orquestan la estrategia para mantener su impunidad.
Tal vez hoy, como nunca antes, la realeza está prevenida de estos cambios y se ha preparado para sobrevivir a ellos (eso aún está por verse). Del mismo modo en que la historia la escriben los vencedores, la conjura es difundida como destino ineludible, a través los medios de comunicación, por medio de complejos métodos de manipulación y propaganda; métodos que se modernizan y toman desprevenido al usuario, por medio de tecnologías que invaden la privacidad de las redes sociales, y capitalizan los datos personales en producción de utopías electoreras. Utopías que forman percepciones y modulan mentes, haciéndolas a la idea de lo que es posible y lo que le conviene a cada uno, de acuerdo con la estructura vigente: la imposible de derrumbar.
Para lograr sus objetivos, los viejos monopolios, así como los criminales de guerra; los corruptos saqueadores del erario público, acompañados por los torturadores de la comandancia policíaca; los responsables de la contaminación industrial, los especuladores inmobiliarios y los curas pederastas; todos, en franca huida, nos señalan en otra dirección para distraernos. Nos hacen creer que existen dos caras separadas sobre una misma moneda; nos pintan una representación dónde hay políticos buenos y malos. Es el típico engaño del policía bueno y el policía malo: ¿Prefieres el peor o el menos peor? Lo único que no puedes elegir es la caída del sistema que te oprime.
La constante descalificación entre electores, propiciada por las redes sociales y las campañas de odio, crean el ambiente de polarización, propicio para que el público olvide y se confunda, pensando que una u otra masa derrota a su adversario, en lugar de voltear a ver a sus verdaderos enemigos. Ante esta cortina de humo, no es fácil distinguir quienes están golpeando y quienes son golpeados, mientras que sólo hay un grupo de ganadores: los plurinominales.
Los plurinominales son el caballo de troya, construido para salvar la vida de los poderosos. Gracias a la legalidad, a las reformas y al estado de derecho, los plurinominales gozan de unos derechos y una impunidad que sólo posee la realeza. Y no importan tus inclinaciones políticas ni cual sea el partido de tu preferencia; los plurinominales están en cada uno de ellos, se visten de todos los colores, les quedan todas las camisetas, adoptan todas las ideologías. Se yerguen, cínicos, con todo su fuero, frente a nuestra derrota. Como los dictadores y los militares, abrazándose tras haber aplastado a sus oponentes.
Tienen que permanecer ahí, en las posiciones clave del gobierno y la procuración de justicia, para salvaguardar los intereses de sus socios comerciales, de sus socios políticos, policiales, monopólicos, mineros, industriales, narcos. Los mismos que los apoyaron para escalar al lugar donde hoy se encuentran enquistados.
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