Ciudad del Vaticano, 13 oct (PL) La canonización del beato salvadoreño Oscar Arnulfo Romero entra hoy en su recta final, y muchos esperan que abra un nuevo capítulo en la dilatada búsqueda de justicia para el obispo mártir.
Al respecto, el cardenal salvadoreño Gregoria Rosa Chávez habló sin paños tibios de la urgencia de esclarecer el magnicidio que desató una guerra civil de 12 años, y catapultó a Romero hasta los altares donde su pueblo ya lo tenía.
Rosa Chávez, colaborador de Romero y consagrado en 2017 como primer cardenal salvadoreño, evocó la alegría que generó en ciertos sectores de la oligarquía el asesinato del entonces arzobispo de San Salvador, el 24 de marzo de 1980.
Apenas tres años antes los militares habían asesinado al padre Rutilio Grande, un crimen que radicalizó a Romero y lo distanció de una Conferencia Episcopal más afin a la cúpula oligárquica y castrense que a la doctrina católica.
Eran tiempos en que proliferaron las pegatinas que rezaban 'Haga Patria, mate a un cura', algo que nadie le contó a Rosa Chávez: el vio la propaganda anticlerical y los fuegos artificiales con que familias pudientes celebraron la muerte de Romero.
La Comisión de la Verdad de Naciones Unidas señaló al mayor Roberto D'Aubuisson, fundador del derechista partido Arena, como autor del asesinato de Romero mientras celebraba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia.
'Hay algo de lo que casi no se habla: a partir de 1989 tuvimos embajadores de El Salvador que representaban a Arena, cuyo fundador ordenó el asesinato de monseñor Romero. Durante 20 años no se habló bien de Romero aquí', aseguró Rosa Chávez.
Encima, el entonces papa Juan Pablo II nunca comulgó con la pastoral de Romero, e incluso lo humilló durante un encuentro de ambos aquí, y fue Benedicto XVI quien destrabó la causa del religioso salvadoreño en la Santa Sede.
Según el obispo salvadoreño Rafael Urrutia, postulador junto al italiano Vincenzo Paglia de esta causa, los cardenales colombianos Alfonso López y Darío Castrillón sabotearon el proceso por considerar a Romero un religioso de izquierdas.
'Las heridas siguen sangrando. Cerrarlas supone un proceso de verdad y de justicia, por eso esperamos que se abra el caso', enfatizó Rosa Chávez, consciente de los intentos por pasar página y pretender que nada pasó.
Por lo pronto, Arena todavía honra a D'Aubuisson y se empeña en negar su papel en aquel crimen o en la formación de escuadrones de la muerte, pese a las pruebas de la Comisión de la Verdad y la confesión de tres personas involucrados en el asesinato.
agp/cmv/cvl
Rosa Chávez, colaborador de Romero y consagrado en 2017 como primer cardenal salvadoreño, evocó la alegría que generó en ciertos sectores de la oligarquía el asesinato del entonces arzobispo de San Salvador, el 24 de marzo de 1980.
Apenas tres años antes los militares habían asesinado al padre Rutilio Grande, un crimen que radicalizó a Romero y lo distanció de una Conferencia Episcopal más afin a la cúpula oligárquica y castrense que a la doctrina católica.
Eran tiempos en que proliferaron las pegatinas que rezaban 'Haga Patria, mate a un cura', algo que nadie le contó a Rosa Chávez: el vio la propaganda anticlerical y los fuegos artificiales con que familias pudientes celebraron la muerte de Romero.
La Comisión de la Verdad de Naciones Unidas señaló al mayor Roberto D'Aubuisson, fundador del derechista partido Arena, como autor del asesinato de Romero mientras celebraba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia.
'Hay algo de lo que casi no se habla: a partir de 1989 tuvimos embajadores de El Salvador que representaban a Arena, cuyo fundador ordenó el asesinato de monseñor Romero. Durante 20 años no se habló bien de Romero aquí', aseguró Rosa Chávez.
Encima, el entonces papa Juan Pablo II nunca comulgó con la pastoral de Romero, e incluso lo humilló durante un encuentro de ambos aquí, y fue Benedicto XVI quien destrabó la causa del religioso salvadoreño en la Santa Sede.
Según el obispo salvadoreño Rafael Urrutia, postulador junto al italiano Vincenzo Paglia de esta causa, los cardenales colombianos Alfonso López y Darío Castrillón sabotearon el proceso por considerar a Romero un religioso de izquierdas.
'Las heridas siguen sangrando. Cerrarlas supone un proceso de verdad y de justicia, por eso esperamos que se abra el caso', enfatizó Rosa Chávez, consciente de los intentos por pasar página y pretender que nada pasó.
Por lo pronto, Arena todavía honra a D'Aubuisson y se empeña en negar su papel en aquel crimen o en la formación de escuadrones de la muerte, pese a las pruebas de la Comisión de la Verdad y la confesión de tres personas involucrados en el asesinato.
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