Resumen Latinoamericano / 12 de octubre de 2018 / Iroel Sánchez, Misión Verdad
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se condena si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.
Bertolt Brecht: “Las cinco dificultades para decir la verdad”
La amplia ventaja obtenida por el candidato ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas, aunque insuficiente para la victoria, que deberá esperar a segunda vuelta, ha desatado las alarmas entre analistas políticos del mundo entero. El claro comportamiento xenófobo, racista, misógino, pro dictaduras militares y neoliberal extremo del candidato delantero parecen justificarlo.
Y lamentablemente la Internet está repleta de frases del casi próximo presidente brasileño que prueban la exactitud de esos calificativos que han sido profusamente citados en estos días, comenzando por sus elogios a Pinochet y a la tortura.
Una alianza de banqueros, militares, jueces y medios de comunicación le ha abierto a Bolsonaro el camino a la presidencia del país más poblado y con la economía más potente de Latinoamérica.
Si se mira con atención, son los mismos sectores que los gobiernos del Partido de los Trabajadores se esmeraron en no molestar, especialmente durante el segundo mandato de Lula, cuando contó con altísima popularidad que sin embargo no utilizó para realizar una reforma a fondo del sistema político, mediático y económico brasileño que emergió intacto a pasarle las cuentas a él y a Dilma Rouseff, tras derrocar con un golpe parlamentario a esta última, cuando los precios del petróleo y otras materias primas impidieron mantener la amplitud de los programas sociales inaugurados por el petismo sin entrar en contradicción con los intereses de la minoría que nunca entregó el verdadero poder.
¿Qué pasará ahora? Si miramos la historia reciente, las elecciones tras el golpe militar de 2009 en Honduras no han permitido regresar al gobierno a las fuerzas progresistas, tampoco ha sucedido en Paraguay tras el golpe parlamentario a Fernando Lugo.
Pero vayamos más atrás. La “transición a la democracia” en Chile o en España, muchos años después de que las dictaduras hicieran el exterminio físico y espiritual suficiente, no han permitido nunca que regresen al gobierno las “izquierdas”, y si se han llamado “de izquierda” quienes han gobernado, ha sido para ejecutar políticas de derecha.
En Suramérica, de todos los proyectos postneoliberales que emergieron desde fines del siglo XX, sólo los dos que se han atrevido a modificar en algo el alcance de los poderes fácticos que están tras Bolsonaro han podido sobrevivir, no sin costos y enormes desafíos, la actual embestida dirigida desde Washington y que comenzara Barack Obama: Bolivia y Venezuela.
Las estructuras militares, jurídicas, económicas y mediáticas de ambos países han sido impactadas por transformaciones que, sin ser totales, sí les han permitido resistir y sostener en el poder un proyecto de liberación nacional y popular.
Desde el inicio del proceso fraudulento que sacó del gobierno a Dilma, asombra ver cómo hasta último momento se creyó por los propios petistas que un Congreso compuesto en su mayoría por oligarcas o empleados de oligarcas iba a proceder contra sus intereses de clase.
Como confiaron en que un sistema judicial en buena parte procedente de los mismos sectores que odian a Lula iba a darle la oportunidad de presentarse a unas elecciones que muy probablemente ganaría, mucho más cuando buena parte de esos jueces recibió formación en lo que se ha llamado “nueva Escuela de las Américas” en Estados Unidos para jueces y fiscales, que están a cargo de la judicialización de la política en marcha contra líderes de izquierda en varios países del Cono Sur.
Lula, desde la cárcel, ha dicho que “la esperanza vencerá al odio”, pero 12 años de mandato petista que sirvieron para sacar a millones de brasileños de la pobreza, para crear decenas de universidades donde estudiaran quienes antes no podían hacerlo y dar salud con el programa Mais Médicos a aquellos que antes morían sin saber de qué, no han impedido que casi 50 millones de brasileños vea su esperanza en un hombre que actúa y habla como un fascista.
O Globo -el oligopolio mediático que viene de la época de los militares- y Récord -la segunda empresa televisiva de Brasil, controlada por la Iglesia Universal del Reino de Dios que ha convertido a Bolsonaro en “Mesías”- son la fábrica de sentido común que ha acuñado a todos los petistas como corruptos y culpables de tolerancia con los delincuentes y la violencia.
Entre ambas parecieran no dejar espacio para otra cosa que no sea rezar, pero tal vez haya una segunda oportunidad para los condenados a cien años de soledad si se logra movilizar en tres semanas a buena parte del 20% de los brasileños que no votó, junto a aquellos que sufragaron por alguna de las opciones diferentes a la del que ya muchos llaman el Trump latino, y ojalá sea por su discurso extremista y no por su capacidad para imponerlo contra todo pronóstico.
http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/10/12/brasil-cuando-la-esperanza-no-basta/
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