Francisco I criticó a los nazis y al estalinismo, pero se olvidó cuidadosamente de mencionar a los nacionalistas lituanos
El papa llegó a Lituania desde dónde viajará también a Letonia y Estonia (22-25/9/18) –informaba la prensa hace unas semanas. “Una visita que coincide con los 100 años de la liberación de la Rusia de los zares (1918) por los países bálticos –reanexados por la URSS en 1940 tras el acuerdo secreto Hitler-Stalin, ocupados por los nazis (1941-1944) y luego otra vez incorporados a la URSS hasta 1990– con Lituania como su epicentro, se limitará a conmemorar los ecos de la Segunda Guerra Mundial: Francisco I visitará el Museo de la Ocupación –tanto nazi como soviética– y el antiguo gueto de Vilna donde rezará en el 75 aniversario de su destrucción por los nazis (23/9/41), día en el que se conmemora el ‘Genocidio lituano’ en el que prácticamente todo los judíos fueron asesinados” (El País, 22/9/18).
Y la información seguía: “después de visitar a Vilna a 75 años del desalojo de su gueto por las fuerzas ocupantes alemanas, en Kaunas, la segunda ciudad lituana, durante una misa el papa habló de ‘las cicatrices de la [doble] ocupación’ añadiendo que ‘el país aún se estremece a la mención de Siberia –el destino de las [supuestamente] masivas deportaciones estalinistas– o de los guetos en Vilna o Kaunas’. Tras el acto el papa se trasladó a los dos restantes países bálticos para concluir su gira” (Página/12, 24/9/18).
Hasta aquí el recuento periodístico, bastante parecido en todos lados, salvo algunas notables excepciones.
¿Qué es lo que falta en él? Un par de detalles que completan –sino cambian por completo– el panorama. Veamos:
(I) el enorme éxito y la escala del holocausto en Lituania –la exterminación de unos 195 mil de 210 mil judíos lituanos– en pogromos y fusilamientos masivos (el holocausto por balas) se debe al involucramiento y colaboración masiva de la población local gentil. En la mayoría de los casos los responsables eran los lituanos y los nazis sólo llevaban el registro. Todo estaba bien organizado –cuenta Ruta Vanagaite, una de las pocas investigadoras que se atrevió a tocar esta historia. Las autoridades locales eran responsables de cavar fosas, la policía reunía y transportaba a los judíos; unos disparaban, otros enterraban los cuerpos; después se organizaban las subastas de bienes de los exterminados. Los lituanos eran tan eficientes y ansiosos que los nazis deportaron a Lituania a unos 6 mil judíos de Alemania, Austria y Bohemia para su exterminación; los destacamentos lituanos seguían con el trabajo también en Bielorrusia (véase: R. Vanagaite, E. Zuroff, Our people, 2016, 385pp.);
(II) la liquidación del gueto en Vilna/Wilno, donde la mayoría de las víctimas eran judíos polacos, ya que hasta 1939 la ciudad era parte de Polonia, era una operación conjunta de Einsatzkommandos nazis y nacionalistas lituanos (véase: H. Kruk, The last days of the Jerusalem of Lithuania: chronicles from the Vilna ghetto and the camps 1939-44, 2002, 732pp.);
(III) también en la liquidación del gueto en Kaunas –el centro del nacionalismo lituano y la capital del país en el periodo entreguerras– los más ardientes perpetradores eran los lituanos: en uno de los episodios más nefastos (la masacre en los garajes Lietūkis) un grupo de víctimas fue ejecutado públicamente con bates y varillas de acero, mientras los nazis miraban y sacaban fotos; tras apalear a una docena de hombres uno de los verdugos se sentó en la pila de cuerpos, agarró el acordeón y empezó a tocar el himno nacional;
Nacionalistas lituanos apaleando hasta la muerte a judíos lituanos. Kovno (Kaunas), Lituania, 27 de junio de 1941.
(IV) si los nombres de guetos en Vilna y Kaunas siguen causando estremecimiento, no es (solo) por lo que los nazis hicieron allí –el aparente sentido del comentario papal–, sino por la corresponsabilidad lituana, un capítulo negro que sigue siendo vedado en la consciencia nacional como demuestran los ataques a R. Vanagaite;
(V) el término Genocidio lituano –de modo controvertido– se usa en Lituania en primer lugar para hablar de los estragos de la ocupación soviética (¡sic!), no de la exterminación de los judíos: el museo que visitó Francisco I solía llamarse el Museo del Genocidio –soviético y sólo después nazi–, hasta que las protestas internacionales forzaron el cambio;
(VI) el mismo tipo de negación ocurre en Letonia y Estonia donde el generalizado colaboracionismo y la coparticipación en el holocausto siguen siendo justificados con la necesidad de oponerse a la amenaza soviética y al masivo involucramiento de judíos en el comunismo (sic), una narrativa detrás del renacimiento del ultranacionalismo en los países bálticos.
Benedetto Croce, el gran filósofo e historiador, solía decir que toda historia es historia contemporánea enfatizando que ésta siempre y necesariamente está escrita desde el punto de vista del presente. Su observación –aunque aquí de modo lamentable– nunca ha sido tan cierta como en el caso del revisionismo histórico, una corriente reaccionaria de la historiografía (véase: History and revolution: refuting revisionism, ed. M. Haynes y J. Wolfreys, Verso 2007, 266 pp.). Está detrás, entre otros, de un masivo blanqueamiento de los expedientes de las fuerzas nacionalistas en Europa Central y Oriental. Una operación al parecer tan exitosa como para hacerlas desaparecer por completo de las páginas de la prensa.
La Jornada
Y la información seguía: “después de visitar a Vilna a 75 años del desalojo de su gueto por las fuerzas ocupantes alemanas, en Kaunas, la segunda ciudad lituana, durante una misa el papa habló de ‘las cicatrices de la [doble] ocupación’ añadiendo que ‘el país aún se estremece a la mención de Siberia –el destino de las [supuestamente] masivas deportaciones estalinistas– o de los guetos en Vilna o Kaunas’. Tras el acto el papa se trasladó a los dos restantes países bálticos para concluir su gira” (Página/12, 24/9/18).
Hasta aquí el recuento periodístico, bastante parecido en todos lados, salvo algunas notables excepciones.
¿Qué es lo que falta en él? Un par de detalles que completan –sino cambian por completo– el panorama. Veamos:
(I) el enorme éxito y la escala del holocausto en Lituania –la exterminación de unos 195 mil de 210 mil judíos lituanos– en pogromos y fusilamientos masivos (el holocausto por balas) se debe al involucramiento y colaboración masiva de la población local gentil. En la mayoría de los casos los responsables eran los lituanos y los nazis sólo llevaban el registro. Todo estaba bien organizado –cuenta Ruta Vanagaite, una de las pocas investigadoras que se atrevió a tocar esta historia. Las autoridades locales eran responsables de cavar fosas, la policía reunía y transportaba a los judíos; unos disparaban, otros enterraban los cuerpos; después se organizaban las subastas de bienes de los exterminados. Los lituanos eran tan eficientes y ansiosos que los nazis deportaron a Lituania a unos 6 mil judíos de Alemania, Austria y Bohemia para su exterminación; los destacamentos lituanos seguían con el trabajo también en Bielorrusia (véase: R. Vanagaite, E. Zuroff, Our people, 2016, 385pp.);
(II) la liquidación del gueto en Vilna/Wilno, donde la mayoría de las víctimas eran judíos polacos, ya que hasta 1939 la ciudad era parte de Polonia, era una operación conjunta de Einsatzkommandos nazis y nacionalistas lituanos (véase: H. Kruk, The last days of the Jerusalem of Lithuania: chronicles from the Vilna ghetto and the camps 1939-44, 2002, 732pp.);
(III) también en la liquidación del gueto en Kaunas –el centro del nacionalismo lituano y la capital del país en el periodo entreguerras– los más ardientes perpetradores eran los lituanos: en uno de los episodios más nefastos (la masacre en los garajes Lietūkis) un grupo de víctimas fue ejecutado públicamente con bates y varillas de acero, mientras los nazis miraban y sacaban fotos; tras apalear a una docena de hombres uno de los verdugos se sentó en la pila de cuerpos, agarró el acordeón y empezó a tocar el himno nacional;
Nacionalistas lituanos apaleando hasta la muerte a judíos lituanos. Kovno (Kaunas), Lituania, 27 de junio de 1941.
(IV) si los nombres de guetos en Vilna y Kaunas siguen causando estremecimiento, no es (solo) por lo que los nazis hicieron allí –el aparente sentido del comentario papal–, sino por la corresponsabilidad lituana, un capítulo negro que sigue siendo vedado en la consciencia nacional como demuestran los ataques a R. Vanagaite;
(V) el término Genocidio lituano –de modo controvertido– se usa en Lituania en primer lugar para hablar de los estragos de la ocupación soviética (¡sic!), no de la exterminación de los judíos: el museo que visitó Francisco I solía llamarse el Museo del Genocidio –soviético y sólo después nazi–, hasta que las protestas internacionales forzaron el cambio;
(VI) el mismo tipo de negación ocurre en Letonia y Estonia donde el generalizado colaboracionismo y la coparticipación en el holocausto siguen siendo justificados con la necesidad de oponerse a la amenaza soviética y al masivo involucramiento de judíos en el comunismo (sic), una narrativa detrás del renacimiento del ultranacionalismo en los países bálticos.
Benedetto Croce, el gran filósofo e historiador, solía decir que toda historia es historia contemporánea enfatizando que ésta siempre y necesariamente está escrita desde el punto de vista del presente. Su observación –aunque aquí de modo lamentable– nunca ha sido tan cierta como en el caso del revisionismo histórico, una corriente reaccionaria de la historiografía (véase: History and revolution: refuting revisionism, ed. M. Haynes y J. Wolfreys, Verso 2007, 266 pp.). Está detrás, entre otros, de un masivo blanqueamiento de los expedientes de las fuerzas nacionalistas en Europa Central y Oriental. Una operación al parecer tan exitosa como para hacerlas desaparecer por completo de las páginas de la prensa.
La Jornada
https://www.lahaine.org/mundo.php/el-papa-en-los-paises
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