Por Roberto Molina Hernández
Belgrado, 25 nov (PL) El barril de pólvora que de manera gráfica identifica a los Balcanes parece hoy listo para estallar si llega a prenderlo una de las muchas chispas que surcan el ambiente de las (no) relaciones entre Belgrado y Pristina.
Belgrado, 25 nov (PL) El barril de pólvora que de manera gráfica identifica a los Balcanes parece hoy listo para estallar si llega a prenderlo una de las muchas chispas que surcan el ambiente de las (no) relaciones entre Belgrado y Pristina.
Kosovo, ese nombre acuñado con fuego en la historia de un pequeño territorio de esta región (10 mil 908 kilómetros cuadrados) vuelve a disparar las alarmas como consecuencia de una política que pretende por la vía económica 'castigar' a Serbia para lavar la honra tras un fracaso en sus aspiraciones independentistas.
Las autoridades de Pristina bebieron de su propio veneno cuando insistieron en una votación en la Asamblea General de Interpol en Dubai, el día 20, en un intento por ser miembro que fue rechazado en dos ocasiones al no obtener la mayoría de dos tercios.
No conformes con el incremento- el 6 de noviembre- en un 10 por ciento de los aranceles aduanales a las mercancías procedentes de Serbia como medida de presión, tras ese revés de su diplomacia- se rumora que invirtieron millones de dólares en ello- subieron el listón y decretaron una tarifa del ciento por ciento el día 22.
La acción, netamente política, fue denunciada por Belgrado, cuyas máximas autoridades, empezando por el presidente, Aleksandar Vucic, la calificaron de incivilizada, bárbara e ilegal, porque sanciona a los serbios de Kosovo y viola dos acuerdos regionales, el del libre comercio y el de Estabilización y Asociación.
Pero Pristina no se detuvo en eso y el día 23 protagonizó una demostración de músculos mediante una incursión de fuerzas especiales de policía en el norte de Kosovska Mitrovica, habitada por nacionales serbios.
El pretexto para provocar pánico y temor allí fue la detención de cuatro personas, alegando que tres de ellas están implicadas de alguna manera en un asesinato político, el de Oliver Ivanovic, un exintegrante de Lista Serbia, la coalición de partidos de connacionales, sin que las investigaciones hayan dado resultado alguno aún.
Acompañaron estas acciones con una temeraria declaración del primer ministro albanokosovar, Ramus Haradinaj, que explicitan las motivaciones de esas movidas políticas.
El arancel del ciento por ciento a mercancías serbias, dijo, regirá hasta que Belgrado reconozca la independencia de Kosovo (proclamada de manera unilateral en 2008), y sí no, en un mes los poderes en Serbia serán derrocados en las calles de su capital.
Hasta ahora, sin ocultar su disgusto y alertar sobre las consecuencias desestabilizadoras de esas posturas, Serbia se limitó a aseverar que no adoptará contramedidas de ningún tipo, no dejará desprotegidos a sus connacionales en Kosovo y recurrirá a todas las vías legales y diplomáticas para revertir esta situación.
Los pedidos del presidente Vucic y la primera ministra, Ana Brnabic, de una reacción más firme y consecuente de las principales potencias occidentales, la misión de ONU en Kosovo (Unmik) y los órganos rectores de la Unión Europea (UE) no tuvieron hasta el momento la contundencia que la gravedad de la situación requeriría.
En torno al barril de pólvora retumban los tambores de la guerra invocados por algunos analistas políticos de la región y el continente, pero sobre todo por los medios de difusión de tonalidad amarillista que siempre, en todas las épocas, hicieron y hacen de las confrontaciones entre pueblos su principal fuente de ingresos.
Quien lea sus reportes, con lo que se ha dado en llamar lenguaje políticamente correcto, sacará como conclusión que los poderes albanokosovares fueron provocados por las acciones de Belgrado en Dubai, ignorando por completo la historia de incumplimientos por Pristina de compromisos asumidos ante la UE y el mundo.
En cuanto a la prensa de ese corte en Serbia, abundante por cierto, sus titulares solo tienden a incrementar la crispación entre sus nacionales, la sensación de que un nuevo choque en Kosovo es casi inevitable y cierto pesimismo en los intentos de sus autoridades de buscar un arreglo de compromiso al prolongado conflicto.
mem/rmh
Las autoridades de Pristina bebieron de su propio veneno cuando insistieron en una votación en la Asamblea General de Interpol en Dubai, el día 20, en un intento por ser miembro que fue rechazado en dos ocasiones al no obtener la mayoría de dos tercios.
No conformes con el incremento- el 6 de noviembre- en un 10 por ciento de los aranceles aduanales a las mercancías procedentes de Serbia como medida de presión, tras ese revés de su diplomacia- se rumora que invirtieron millones de dólares en ello- subieron el listón y decretaron una tarifa del ciento por ciento el día 22.
La acción, netamente política, fue denunciada por Belgrado, cuyas máximas autoridades, empezando por el presidente, Aleksandar Vucic, la calificaron de incivilizada, bárbara e ilegal, porque sanciona a los serbios de Kosovo y viola dos acuerdos regionales, el del libre comercio y el de Estabilización y Asociación.
Pero Pristina no se detuvo en eso y el día 23 protagonizó una demostración de músculos mediante una incursión de fuerzas especiales de policía en el norte de Kosovska Mitrovica, habitada por nacionales serbios.
El pretexto para provocar pánico y temor allí fue la detención de cuatro personas, alegando que tres de ellas están implicadas de alguna manera en un asesinato político, el de Oliver Ivanovic, un exintegrante de Lista Serbia, la coalición de partidos de connacionales, sin que las investigaciones hayan dado resultado alguno aún.
Acompañaron estas acciones con una temeraria declaración del primer ministro albanokosovar, Ramus Haradinaj, que explicitan las motivaciones de esas movidas políticas.
El arancel del ciento por ciento a mercancías serbias, dijo, regirá hasta que Belgrado reconozca la independencia de Kosovo (proclamada de manera unilateral en 2008), y sí no, en un mes los poderes en Serbia serán derrocados en las calles de su capital.
Hasta ahora, sin ocultar su disgusto y alertar sobre las consecuencias desestabilizadoras de esas posturas, Serbia se limitó a aseverar que no adoptará contramedidas de ningún tipo, no dejará desprotegidos a sus connacionales en Kosovo y recurrirá a todas las vías legales y diplomáticas para revertir esta situación.
Los pedidos del presidente Vucic y la primera ministra, Ana Brnabic, de una reacción más firme y consecuente de las principales potencias occidentales, la misión de ONU en Kosovo (Unmik) y los órganos rectores de la Unión Europea (UE) no tuvieron hasta el momento la contundencia que la gravedad de la situación requeriría.
En torno al barril de pólvora retumban los tambores de la guerra invocados por algunos analistas políticos de la región y el continente, pero sobre todo por los medios de difusión de tonalidad amarillista que siempre, en todas las épocas, hicieron y hacen de las confrontaciones entre pueblos su principal fuente de ingresos.
Quien lea sus reportes, con lo que se ha dado en llamar lenguaje políticamente correcto, sacará como conclusión que los poderes albanokosovares fueron provocados por las acciones de Belgrado en Dubai, ignorando por completo la historia de incumplimientos por Pristina de compromisos asumidos ante la UE y el mundo.
En cuanto a la prensa de ese corte en Serbia, abundante por cierto, sus titulares solo tienden a incrementar la crispación entre sus nacionales, la sensación de que un nuevo choque en Kosovo es casi inevitable y cierto pesimismo en los intentos de sus autoridades de buscar un arreglo de compromiso al prolongado conflicto.
mem/rmh
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