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14 noviembre 2018

Política de identidades y feminismo liberal como armas de propaganda



Ana Cristina Bracho


El efecto de las redes sociales, los libros de autoayuda y el marketing en la política se ha convertido en objeto de nuestro interés desde hace un par de años. Nos interesa fundamentalmente los cambios que han sufrido los sujetos que son presentados al electorado y la manera como buscan despertar reacciones diferentes en éste.

Así, hay quienes dicen que el triunfo de Trump en su campaña a la Presidencia de los Estados Unidos se debe al público que veía su reality show, muchas de las cuales jamás habían votado y que, en la elección de Bolsonaro, no se dio una campaña política con características ordinarias sino un proceso más relacionado con el conservatismo religioso que se hizo de un enorme capital político de la mano de pastores que, instalados en cárceles y favelas, lograron consolidar el convencimiento en las personas de que la política es un asunto corrupto y que la desigualdad es un hecho natural.

Si estas lecturas las hemos encontrado en buena parte de la literatura política y en las notas de prensa de estos dos hechos históricos, también existen otros aspectos. Por ejemplo, la utilización de sujetos que se presentan como historias de éxito individual, producto de la constancia que es capaz de desafiar todo el sistema de la opresión y que usted, si se esfuerza mucho, podría emular.

Así se propone el discurso que Estados Unidos no sólo podía cambiar, sino que había cambiado y, por eso, pudo ser presidente Barack Obama, afroamericano y de familia extranjera, y, era posible que pronto lo fuera Hillary Clinton, quien pese a su historia, es mujer y por ello se presenta como una excluida.

Por su parte, las apariencias y aún algunas realidades de victoria o de fracaso sirven para escamotear verdades. Por ejemplo, la terrible imagen de los niños enjaulados en Estados Unidos sirvió para distraer a la opinión pública mundial de otros miles de niños que desde hace años mueren en el Mediterráneo, son detenidos en las costas de España o detenidos en las puertas de las escuelas de Francia para ser deportados; el hecho de que Barack Obama fuese afroamericano y de ascendencia extranjera sirvió para disimular que su gobierno rompió el récord de George Bush en la deportación de inmigrantes y, finalmente, la elección de Lenin Moreno en Ecuador, primer presidente de aquel país con discapacidad física, está lejos de significar una época de avance para las minorías desprotegidas y discriminadas.

Por eso, en el día de hoy, queremos hacer un pequeño paseo por esos juegos. Acercanos a la pregunta sobre si la elección de un sujeto en apariencia distinto reconfigura algo, o si su identidad no es suficiente para generar procesos nuevos sino que, para ello, es necesario la convicción de un cambio.
¿Cómo vota la gente?

Pocos temas son más apasionantes que saber porqué la gente decide en algún sentido en una contienda electoral. Ciertamente, ni todos los países, ni en todas las oportunidades, los comportamientos de los votantes son los mismos. Por eso, en los estudios comiciales, una de las cosas que comúnmente se hace es determinar cuál es la relación entre los partidos políticos y los niveles socioeconómicos, identificando así cómo se comportan los mensajes, a cuál target se dirigen, qué problemas abordan y las soluciones que proponen. Sin embargo, para cada contienda también habrá que estimar otros factores como la personalidad del candidato, sus valores, su posicionamiento en relación a los otros candidatos y finalmente cómo conquistará la confianza del público.

Entonces todos los mensajes que se lanzan a una campaña entran en relación con el cerebro y con el corazón del público que puede escoger. También, con lo consciente y lo inconsciente, a veces privando lo segundo y dominando la frustración, el cansancio, la soledad o el hastío. Trabajando un proceso para que la gente sienta que del otro lado de la tarima hay alguien que se les parece y les comprende; que se comunica con su idioma e incluso a través de sus propios medios, como las redes sociales, y no la exclusiva y excluyente televisión.

Si esto pasa ahora es porque los esquemas de la democracia en la que vivimos comienzan a ser muy cuestionados. Sus fórmulas se diseñaron para sociedades menos dinámicas y exigen niveles de sumisión que no siempre se mantienen. Por ello, el sistema político y sus actores inmersos en la crisis financiera, frente a la posibilidad de diversos estallidos sociales, se vieron en la necesidad de reiventarse.

¿Cuándo empezó esto? Algunos creen que el nacimiento de esta nueva forma de campaña, de estos nuevos medios, arrancó con fuerza en 2008 cuando Barack Obama aspiraba ser el primer presidente afroamericano y se presentó diciendo "Yes We Can" y con su familia vistiendo ropa de tienda de rebajas.

Es tan interesante el tema que debemos ver que poco a poco las tarimas han ido despareciendo, al tiempo que el discurso y la fotografía política se han ido modificando. Presentándonos candidatos que quieren mostrarse cada vez más parecidos a su público y menos a los políticos tradicionales. Se retratan en mangas de camisa, jugando en el parque, paseando un perro o cuidando a sus niños. Por eso, aquellas construcciones del político que se entiende como un sabio o bonachón en una línea vertical se ha ido diluyendo, dejando en el pasado el besar niños ajenos y saltar charcos.

Cuando estas elecciones de estos nuevos personajes se dan, los mismos llegan al gobierno con un nuevo manto de legitimidad. En algunos casos uno muy difícil de penetrar porque los cuestionamientos pueden presentarse automáticamente como retrógrados e incluso como políticamente incorrectos.

¿Puede un presentador de televisión blanco atacar duramente al primer presidente afroamericano sin levantar toda la sensibilidad de la comunidad negra o traspasar las líneas que prohíbe la no discriminación? ¿Puede hacerse una lectura de Lenin Moreno que se aparte totalmente de considerar que ese modelo de superación de una discapacidad es el ideal? ¿Podemos pensar que por muy renovado que se vea el Congreso de los Estados Unidos no se ha dado en lo material ningún cambio? Por allí vienen los juegos.
El estado actual

En un análisis publicado en febrero de este año, sobre lo que viene sucediendo políticamente en Colombia y cuáles son los mecanismos que se han utilizado, Carlos Arias, docente de la maestría en Comunicación Política de la Universidad del Externado, considera que la comunicación digital es la nueva ágora pública. Sobre cómo usarla, precisa:

"La mejor estrategia para llegarle al votante es WhatsApp. Luego está Facebook, en donde están todos y se pueden generar estrategias de pauta segmentada, no solo de los líderes de opinión que habitan Twitter. Instagram se está usando para humanizar a los políticos. Las campañas están orientadas, la mayoría, por una dinámica emocional. Las cuentas voluntarias o prepagadas (usadas para trollear, atacar, defender) son los jefes de debate y también recordarán el pasado de los candidatos. Es algo positivo, porque facilita el debate y da rienda suelta a la creatividad en la comunicación política, pero también es un espacio de mentira y manipulación".

En la reciente elección de Jair Bolsonaro como presidente del Brasil, la utilización del WhatsApp ha sido objeto de muchos análisis. Viendo en ésta una de sus herramientas definitivas y planteando que el envío sistemático y segmentado de fake news creó el clima propicio para que el electorado brasilero rechazara la candidatura del Partido de los Trabajadores.

Es interesante ver que antes de decidir que la candidatura se basara con tanta fuerza en este instrumento, quienes hicieron la campaña tenían algunos datos en su haber como que el 46% de las personas habilitadas para votar utilizaban WhatsApp para leer noticias políticas o que tuvieran que ver sobre las elecciones presidenciales, así como recordar que esta plataforma es propiedad de Facebook, compañía que ha sido denunciada de haber utilizado sus algoritmos para influir en los resultados electorales en otros procesos, como las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Son estos nuevos hechos, desde el uso de las herramientas inéditas que son las redes sociales para las elecciones como una nueva cultura que caracteriza a una generación que vive con un pie en una realidad globalizada y virtual, los que hacen que algunos hablen de una era de la política 2.0, donde se priorizan encuentros de denuncias y campañas de rechazo a través de muros de Facebook y tuitazos, que conmueven y que algunos consideran el sustituto de las antiguas movilizaciones populares.

Ahora bien, en el caso latinoamericano, al menos en la opinión de Jaime Vigna Gómez en 2015, había que considerar que, pese a que ya se veía la utilización de estas herramientas en la política, "las redes sociales y su efervescencia política siguen siendo un fenómeno minoritario de clase media". Lo que requeriría que nosotros valoremos, por ejemplo, si en los procesos que han dado la victoria a este nuevo momento neoliberal, ha sido decisiva la clase media, con sus pretensiones de negar su origen popular o de marcar claramente una distancia en los intereses y preocupaciones de las clases subalternas.
Volviendo a los Estados Unidos

Siguiendo las líneas hasta ahora planteadas, vemos que la génesis de esta política 2.0 se encuentra en el marco de la cosmovisión de los estadounidenses que tiene códigos distintos a los nuestros. En especial, en lo moral, y cuya noción de la vida individual llega hasta sentir que su seguridad debe ser asumida por ellos mismos y no en comunidad, ni a expensas del Estado.

Es una sociedad centrada en el mito de una particularidad que los hace superiores y garantes de principios que deben ser universales. Sobre los cuales generó mucho interés la construcción de Barack Obama como candidato a la presidencia que capitalizó la esperanza así como las causas de las luchas de las minorías políticas de Estados Unidos, sin que en el gobierno mantuviera en pie ninguna de sus promesas, centrando siempre la atención en cuidar con esmero la marca que constituyó la familia Obama y que terminó generando más guerras y menos "rayas" que su antecesor y su sucesor.

Actualmente, Trump es un entusiasta de la política 2.0 y es el presidente que utiliza personalmente y de manera más agresiva las redes, al punto de ganar un récord Guiness al convertirse en la persona que alcanzó con más rapidez un millón de seguidores en Twitter, con su cuenta @POTUS, que ha sido declarada en Estados Unidos como una fuente de información oficial, en la que su dueño no puede bloquear a nadie porque con ello le niega su derecho a informarse, constitucionalmente establecido.

El cuadro se va a completar con la satisfacción con la que la prensa ha recibido los resultados electorales del proceso de votaciones de las midterm, donde en grandes rasgos podemos observar algunos inéditos como la llegada de 100 mujeres al Congreso. Entre ellas, 6 sientan precedentes: por primera vez, 2 mujeres indígenas. Una de ellas, lesbiana sin armario. Dos negras en estados WASP que jamás habían tenido congresista negra (Connecticut y Massachussets). Una musulmana en uno de los Estados más xenófobos de Estados Unidos: Michigan. Y una mujer menor de 30 años, que además es latina.

Un primer dato a considerar está en relación de pensar qué son estas votaciones de las elecciones intermedias que se celebran en Estados Unidos. Al respecto, tenemos que considerar que son elecciones generales que se celebran cada cuatro años en el mes de noviembre, en el punto medio del mandato de un presidente. En ellas, los votantes eligen los 435 miembros de la Cámara de Representantes, 33 ó 34 escaños al Senado y 34 gobernadores. Generalmente en este proceso la abstención es mayor que en las elecciones en las que se elige al Presidente o la Presidenta de los Estados Unidos.

Con ello en cuenta, observamos que estas elecciones no ofrecen a los y las votantes la posibilidad de cambiar toda la configuración política de su país, puesto que existen roles parlamentarios que se exceptúan y estos son un ancla de estabilidad para dicha nación. De igual forma, hemos de ver que las relaciones entre las cámaras no son simétricas y que los sujetos que en ella han entrado siguen representando a los partidos tradicionales en aquel Estado.
Mujeres, indígenas, musulmanas: ¿en el Congreso cómo se representa?

Desde la teoría del Derecho Parlamentario, inspirada principalmente en los trabajos de Thomas Jefferson, se observa la representación como un trabajo complejo, pues un congresista o una congresista no actúa en sentido estricto como una individualidad sino como la voz de un grupo que puede determinarse siendo de la fuerza política que ganó el escaño, del territorio que representa o de los intereses que, en el caso concreto, lo respaldan.

Si esto interesa en todos los países que tienen un Congreso dibujado sobre la base de la Asamblea que se generó en Inglaterra en los tiempos del reinado de Juan Sin Tierra, en un país donde los lobbies son estructuras legales sumamente poderosas, es un aspecto fundamental.

Unas consideraciones mínimas nos ayudarán a entender el Congreso de los Estados Unidos como la fachada visible de un complejo sistema de interacciones que, sobre la base de comprar iniciativas, frenarlas o modificarlas, mantiene a los sectores del aquel país en la relación que su poder de influencia y riquezas puedan garantizar.

La palabra lobby apareció por primera vez publicada en Estados Unidos en 1830, y con el paso del tiempo fue adentrándose en el imaginario colectivo del país y sobre todo en su engranaje político. La arquitectura del sistema político norteamericano promueve la iniciativa individual de cada senador o congresista, que puede impulsar por su cuenta un proyecto de ley y que sabe que, para garantizarse la reelección, necesita satisfacer las demandas concretas de los votantes de su circunscripción, lo que diluye intensamente la disciplina de partido.

Así, en cada decisión confluyen muchos intereses de por medio y, como siempre, nadie quiere perder. Esto ha atraído históricamente a la capital federal a numerosos grupos de presión de toda índole, para defender desde causas sociales o políticas hasta otras de calado internacional. En los últimos años, sin embargo, esta tendencia se ha disparado con creces. Desde 1990, pero especialmente a partir del año 2000, los lobbies han multiplicado enormemente su presencia y su presupuesto en Washington, engrasando una poderosa maquinaria aparentemente invisible a la sombra de la clase política pero que en realidad ejerce una influencia mayúscula y bien palpable.

Entre 1999 y 2010, la inversión de estos grupos más que se duplicó, pasando de 1 mil 400 millones de dólares a 3 mil 500 millones de dólares, según las estadísticas del Senado recopiladas por el Center for Responsive Politics (CRP). Entretanto, el número de lobbies registrados en la ciudad llegó en 2007 a su máximo histórico (14 mil 837), muy por encima de las 10 mil 406 firmas que había en 1998 y el doble que en 1981. En los últimos dos años, estas cifras se han reducido ligeramente pero, según los expertos, se debe a factores coyunturales y a cambios normativos.

Siendo esto así, cabe preguntarnos si las novedosas representantes en el Congreso podrán desafiar las normas de todo el sistema de uno de los países que con mayor dificultad se hace a la idea del cambio, o son tan sólo el producto de una operación de seducción del electorado por parte del bloque demócrata experto en suavizar las apariencias y gobernar, sobre las minorías y el extranjero, con mano de hierro.
El feminismo 2.0, ¿motor de esta victoria?

Un hecho que nadie cuestiona es que Trump es un misógino. De hecho, es un personaje bastante bárbaro, con sus escándalos de abuso y su historial que roza el mundo de la prostitución así como sus cuestionadas maneras de hacerse de una riqueza excepcional y de caer usualmente en conflictos donde se demuestra como un hombre de precarios modales.

Ahora, la pregunta no está sobre él sino sobre quién es la contraoferta. Recordaremos que para la elección en la que él se hizo de la Presidencia, los demócratas quisieron jugarse la carta de la pareja Clinton. Esta vez, para de nuevo demostrar que Estados Unidos es un país de oportunidades y códigos renovados, se presentaron con la candidatura de Hillary, quien podía resultar la primera presidenta.

Desde aquel momento hasta este, la actitud de Trump hacia las mujeres ha sido uno de los temas que más se le ha cuestionado y generó, en primer lugar, algún movimiento político, de asambleas y concentraciones, que denunciaban su actitud y se declaraban indispuestas para aceptar alguna desmejora.

Sin embargo, esta contestación feminista ha sido contenida de modo que de esa faceta callejera se transforme -y se promueva- desde una lectura individual, de clase media y alta, generalmente relacionada con la exigencia de la igualdad salarial entre géneros, en la que sobretodo se evite el cuestionamiento de las condiciones estructurales que caracterizan esa sociedad.

En este tema, la estadounidense Jessa Crispin es una referencia obligatoria pues ha conmocionado a la opinión pública norteamericana y europea con un texto publicado en 2017, con el título en español de "¿Por qué no soy feminista?: un manifiesto feminista", y ha manifestado no creer en el feminismo de Hillary Clinton y Beyoncé, a la vez que considera que el feminismo está secuestrado precisamente por algunos de sus enemigos que le han privado de su potencial de cambio, pues de ser una herramienta para cuestionar las relaciones de poder, ha pasado a convertirse "en algo que se puede expresar en tu camiseta o en tu biografía de Twitter".

La traducción del feminismo a una campaña de redes tiene en Estados Unidos su máximo apogeo en el movimiento #MeToo o "Yo También", que nació en Estados Unidos a raíz de las denuncias contra el productor cinematográfico Harvey Weinstein por sus reiterados abusos sexuales. Es decir, como el posicionamiento en las redes sociales de los conflictos de poder de Hollywood que es la meca cultural del imperialismo norteamericano.

Si pensamos el #MeToo como un fenómeno de las redes, veremos que está dirigido a activar los instintos por emulación. A hacer sentir a las víctimas que se encuentran en la sombra que pueden transitar el camino de la denuncia porque lo que viven le ha pasado a otras y no a cualesquiera, sino a parte de las mujeres más empoderadas que conocen.

Este movimiento fue viral de las dos formas que algo puede hacerse viral en Twitter. Puesto que hay dos maneras diferentes de medir la viralidad en esta plataforma. La primera es el volumen: cuántas publicaciones se hicieron al respecto. El segundo es el alcance: cuántas personas vieron esos mensajes. Cuando la comparas con otras conversaciones de acoso sexual en Twitter desde el 2010, #MeToo se destaca como viral por ambas mediciones.

Pero esta viralidad no nació en lo horrible de los hechos, ni en verdaderas redes de solidaridad o movimientos orgánicos, sino en el impulso de mujeres conocidas, que tienen esa situación de privilegio dentro del universo femenino estadounidense. Dado que el #MeToo fue importante sólo cuando Alyssa Milano y Ashley Judd compartieron sus propias historias en las redes sociales.

Habíamos empezado por decir que en la construcción del voto existían prácticas dirigidas hacia conquistar el ser racional, mientras otras miran al ser emocional. A construir una noción de empoderamiento que no pasa por el cuestionamiento de la sociedad sino en la idea del selfmade man. Es decir, que estos movimientos sirven para usar las redes para enfriar las calles y dejar las nociones de avances o retrocesos, en casos individuales que no cuestionan la inequidad o la injusticia como clave de una sociedad.

Es importante considerar que el antónimo del pensamiento feminista no es el hombre sino la construcción patriarcal de nuestra sociedad que es sufrida por hombres y mujeres; que así como castra la libertad de las niñas, prohíbe la sensibilidad de los varones y omite que la humanidad no tiene un esquema binario de identidad de género o preferencias sexuales.



Lo que nos lleva a mirar los resultados de las elecciones intermedias mas como el aprovechamiento del cansancio que genera la postura misógina de Trump que como la posibilidad real de que los estamentos sociales se hayan renovado o sean capaces de producir un cambio.


http://misionverdad.com/opinion/politica-de-identidades-y-feminismo-liberal-como-armas-de-propaganda

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