La Universitat de València publica “Desde la capital de la República. Nuevas perspectivas y estudios sobre la Guerra Civil española”
Mayo de 1937 en Barcelona y otras ciudades de Cataluña, entre los días 3 y 8. La pugna por el control de la central de la Telefónica desencadena el enfrentamiento entre los anarquistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) –el bando “revolucionario”- y por otro lado el sector “contrarrevolucionario”: los Gobiernos de la República y la Generalitat de Catalunya, el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Tras los “sucesos” de mayo, la política en la retaguardia catalana se ha explicado tradicionalmente con tres ideas: el final del impulso revolucionario de julio de 1936, la supeditación de la II República al PSUC y a Stalin; y ya el final, casi un trámite militar para los golpistas.
Esta explicación “es uno de los ‘lugares comunes’ más extendidos en la historia de la guerra civil”, afirma el catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona, José Luis Martín Ramos. Sin embargo, el historiador sostiene que la complejidad política en la retaguardia no puede reducirse a dos etapas: una de afirmación (los diez meses anteriores a mayo de 1937) y otra de negación (tras los “sucesos” de mayo). Por ejemplo tras la derrota del ejército republicano en la batalla de Teruel (febrero de 1938) y la extensión del pesimismo, el autor de “Guerra y Revolución en Cataluña. 1936-1939” subraya que en ERC “cundió la idea de que no sólo no se podía ganar la guerra, sino de que era imposible la resistencia”. En febrero de 1938 Josep Tarradellas fue elegido secretario general de ERC y “se dispuso a impulsar una conspiración republicana contra el gobierno de Negrín”, subraya José Luis Martín Ramos; “el desenlace de la guerra mediante la apelación a una intervención internacional había de ser el nudo central”.
Otra polémica importante entre los historiadores es la suscitada por la participación de la URSS en la guerra de España, sobre la que ha investigado Daniel Kowalsky, profesor en la Queen’s University de Belfast y autor de “La Unión Soviética y la guerra civil española. Una revisión crítica”. Kowalsky sitúa el punto culminante de la ayuda soviética entre octubre de 1936 y julio de 1937; durante este periodo la URSS remitió asesores, tripulación de tanques y aviones, oficiales, ingenieros y -para batallar en el frente- el Komintern -III Internacional- financió las Brigadas Internacionales (más de 35.000 voluntarios de 50 países); “con el nombre en código de Operación X (…), la armada soviética envió cerca de 600.000 toneladas de material bélico a una distancia de más de 4.500 kilómetros”, resalta el investigador; “si la pericia aérea soviética dio a la República más que un beneficio táctico, igualmente decisivo fue el impulso dado a la moral de los civiles”, añade.
La campaña de solidaridad (envío de ropa, medicinas y juguetes a España) y los actos públicos de apoyo se iniciaron en agosto de 1936 (desde los 10.000 obreros de Tbilisi hasta los 120.000 de Moscú). Pero desde mediados de 1937 y hasta el final del conflicto, los suministros y el apoyo militar de la URSS entraron en declive. Daniel Kowalsky apunta además otros factores, como “la decisión de Stalin de ligar la ayuda militar soviética a las reservas de oro del Banco de España” y el traslado “relativamente insignificante” de efectivos: 2.082 personas procedentes de la URSS en una guerra en la que cerca de un millón tomaron las armas.
Los textos de José Luis Martín Ramos y Daniel Kowalsky se incluyen en el libro colectivo de 20 artículos y 414 páginas “Desde la capital de la República. Nuevas perspectivas y estudios sobre la Guerra Civil española”, publicado por la Universitat de València. Coordinado por los investigadores Sergio Valero Gómez y Marta García Carrión, el texto se acerca a contenidos de la España en guerra abordados por los historiadores en las últimas cuatro décadas, como la política, las identidades nacionales, la cultura y el ocio, las memorias y las retaguardias.
Algunos de los artículos cuestionan planteamientos historiográficos anteriores. Por ejemplo, Antonio Calzado Aldaria rebate la idea de que el desabastecimiento y el hambre durante la guerra en la zona republicana puedan explicarse –de manera simplista- por las divisiones políticas y las “carencias en la gestión”. El historiador introduce factores como la distribución de recursos: el territorio de la República contaba en julio de 1936 con el 30% del producto agrario, mientras que el bando golpista controlaba dos tercios de la cosecha de trigo, la mitad del maíz y el 75% del vacuno; el autor del artículo sobre los abastecimientos como eje de la “moral de guerra” señala también la afluencia creciente de refugiados en la España leal -y la consiguiente presión demográfica sobre los recursos- que creció durante 1938 y alcanzó los máximos entre enero y abril de 1939.
En comparación con la dictadura de posguerra, “la República intentó combatir el mercado negro”, destaca Antonio Calzado. En un contexto de desempleo e inflación, la CNT del municipio de Ontinyent, en la provincia de Valencia, se expresaba del siguiente modo: “El pueblo (…) pasa hambre (…) porque hoy, como antaño, como siempre, tiene que soportar el formidable peso del repugnante acaparador y el ladrón comerciante”. Protestas y paros obreros “puntuales” –“en algunos casos dirigidos por la ‘quinta columna’”- fueron una de las respuestas al desabastecimiento. A partir de 1938 se acentúa la penuria, añadida a episodios de corrupción y las derrotas militares, “lo que tuvo su influencia en la desmoralización de la retaguardia (republicana)”, concluye Antonio Calzado Aldaria.
La tasa de analfabetismo en el estado español representaba en 1930 el 32% de la población (un 64%, mujeres). “Leed. Combatiendo la ignorancia derrotaréis al fascismo”, fue un cartel de 1937 en el que se anunciaba que el Ministerio de Instrucción Pública abría las bibliotecas para las clases populares. La historiadora Vicenta Verdugo Martí subraya en el libro de la Universitat de València la labor de los ministros Jesús Hernández, del PCE (septiembre de 1936-abril de 1938) y Segundo Blanco, de la CNT (abril de 1938-febrero de 1939). El artículo se centra en la educación de las mujeres en un contexto de guerra. Así, muchas mujeres participaron, como bibliotecarias en hospitales o lectoras voluntarias, en la organización Cultura Popular, próxima al PCE y constituida en abril de 1936 para coordinar la actividad cultural del Frente Popular.
El origen de la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) data de 1933, y durante la guerra llegó a contar con 60.000 afiliadas; creada por el PCE, era la sección en el estado español del Comité Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo. Vicenta Verdugo detalla que las activistas de AMA hacían acopio de víveres para el frente, visitaban a los heridos y publicaban la revista “Pasionaria”; dentro del trabajo en la retaguardia, también organizaron cursos de alfabetización para adultas; filial juvenil de AMA, la Unión de Muchachas se sumó a la organización del trabajo femenino (talleres “Pasionaria” y “Lenin”) e impartió formación en Hogares, Clubs y Casas de Muchachas. Otra cuestión era la lentitud de los avances: “Existían múltiples resistencias entre los jóvenes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) para considerar a las muchachas como sus iguales”, apunta Vicenta Verdugo Martí. En octubre de 1937, Valencia acogió la Segunda Conferencia Nacional de Mujeres Antifascistas.
La segunda organización que analiza Vicenta Verdugo es de ideología anarquista, Mujeres Libres. Fundada en abril de 1936, desarrolló su actividad durante la guerra y llegó a contar con 170 agrupaciones locales y cerca de 20.000 afiliadas (en agosto de 1937 tuvo lugar su primera Conferencia nacional, de la que surgió la Federación Nacional de Mujeres Libres). En la organización anarcofeminista, que publicó 13 revistas con el título de “Mujeres Libres”, militaron Amparo Poch y Gascón, Lucía Sánchez Saornil o Mercedes Comaposada Guillén. “Planteaban que la liberación de las mujeres sólo se lograría mediante una lucha femenina autónoma, libre de tutela masculina y sin obedecer a los intereses de otras organizaciones o causas”, explica la historiadora. Así, Lucía Sánchez Saornil criticó contradicciones en el campo libertario como que se mantuviera a las mujeres en un rol de subordinación (ésta era, de hecho, la posición que defendían muchos militantes).
Por esta razón, Mujeres Libres consideraba que la función de las mujeres en la retaguardia no tenía que limitarse a una mera sustitución de los hombres en combate. Enseñanza de cultura general, la alfabetización y capacitación profesional o campañas contra el analfabetismo y para la creación de guarderías (las crearon en Barcelona y Valencia) fueron empeños de Mujeres Libres. Además, en el libro “Desde la capital de la República” se incluyen textos sobre la Guerra Civil española en el cine (Sonia García López), las contradicciones del teatro de la guerra (Évelyne Ricci), el conflicto tal como lo percibió –en escritos y dibujos- la infancia (Verónica Sierra Blas); la vida cotidiana de los católicos en la retaguardia republicana (José Miguel Santacreu Soler), las memorias de Gernika (Chiara Bianchini) o los dilemas del nacionalismo vasco durante la guerra (Leyre Arrieta Alberdi), entre otras aportaciones.
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