La nueva Constitución socialista de Cuba encarna un compromiso de lealtad al pueblo que contra desafíos, agresiones y carencias continúa defendiendo el proyecto que triunfó en 1959 y busca perfeccionarse. Cuando, luego del referendo del pasado 24 de febrero, la ley de leyes sea proclamada este 10 de abril, se vivirá un hecho trascendental y se rendirá homenaje a otros sucesos fundacionales ocurridos en igual fecha de pasadas etapas.
Uno de ellos, la Asamblea de Guáimaro, reunida en plena guerra por la independencia, creó en 1869 la República en Armas y la dotó de Constitución. Aquellos pasos sufrieron los efectos de darse en medio de contradicciones y con la inexperiencia de lo naciente, pero trazaron el camino hacia la civilidad y la ética de la nación.
José Martí sufrió el hecho de que –bajo el peso de escollos como el poderío colonialista y la desunión de las fuerzas revolucionarias– la insurrección iniciada el 10 de octubre de 1868 terminara un decenio más tarde en el atasco del Zanjón, a pesar del ímpetu de la Protesta de Baraguá. Pero quien en plena adolescencia pagó con presidio y trabajo forzado su fidelidad al independentismo radical, apoyó aquella gesta y la estudió en busca de aprendizaje para la que se libraría luego.
No fue casual que en 1892 escogiera el 10 de abril para proclamar creado el Partido Revolucionario Cubano (PRC). Mostraba con ello la voluntad de honrar esa fecha por lo que expresaba de grandeza, y también por lo que aportaba de lecciones derivadas de las debilidades sufridas por los afanes en que estaba inscrita.
Aunque fuese porque no había entonces nada más digno que hacer por la patria, Martí desempeñó altas responsabilidades al servicio de la Guerra Chiquita (1879-1880), que no rebasó los obstáculos heredados de la contienda anterior. Mientras tanto, pensaba en cauces y métodos nuevos requeridos para la lucha. El 24 de enero de 1880, aún en pie la Guerra Chiquita, hizo público en Nueva York, y pronto lo dio a la imprenta, el discurso conocido como Lectura en Steck Hall, texto donde esbozó un resumen de lo ocurrido hasta la fecha en Cuba, y señaló caminos para lo que estaba por hacerse.
Cuando llamó al PRC “fruto visible de la prudencia y justicia de la labor de doce años”, podía considerar como punto de partida en su gestación la reunión de compatriotas en que presentó aquella Lectura. En ella se expresó contrario a “la urbana y financiera manera de pensar” de los opulentos, y llamó a conjurar las debilidades que había sufrido el movimiento patriótico. Desde esa posición sostuvo: “Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”.
No habló de población, término más propio de ciencias como la demografía, y más frío, sino de pueblo, con la afectividad que distingue a este concepto en la tradición revolucionaria. Y en quien cada palabra tenía peso de realidad, el adjetivo verdadero debe leerse en la cita como indicio de algo cierto pero no reconocido: no, al menos, en el grado y el modo en que él lo asumía.
Procuraba que al nuevo movimiento revolucionario que debería darse no lo minara la desunión provocada por los intereses en pugna, y por tendencias como el militarismo y el civilismo. Desde la Guerra de los Diez Años la causa independentista era abandonada, en bloque, por los más adinerados, aunque siguiera habiendo ricos que apoyaban los preparativos de la nueva gesta.
Él, radicado en Nueva York, y con amplio respaldo en la comunidad cubana y puertorriqueña con que allí compartía su vida de exiliado, para la creación del PRC quiso dar pasos decisivos en Tampa y en Cayo Hueso, donde sobresalían sus compatriotas obreros. Humilde por origen familiar y forma de vida, reaccionaba del lado de los menesterosos. Vale decir que escogió ser pobre, porque talento le sobraba para un desempeño exitoso en réditos personales.
Sobre los países latinoamericanos que habían logrado la independencia, señaló el incumplimiento de un ideal que para él era brújula: “Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”. Lo sostuvo en “Nuestra América” (enero de 1891), ensayo escrito en los Estados Unidos, donde había visto que el monopolio lo controlaba todo, y afirmó: “La tiranía acorralada en lo político, reaparece en lo comercial. Este país industrial tiene un tirano industrial”.
La realidad de la nación donde los dos partidos dominantes coincidían en su esencia, nutriría su voluntad –hecha norma en las Bases del PRC, que él redactó– de “fundar […] un pueblo nuevo y de sincera democracia”. Ese ideal trazaría un deslinde entre quienes lo defenderían y quienes obedecerían a intereses mezquinos, pero él no era un unificador iluso. En el discurso conocido como Con todos, y para el bien de todos, del 26 de noviembre de 1891, en campaña de pensamiento hacia la creación del PRC, refutó a quienes se autoexcluían del afán indispensable para emancipar a la patria y sanearla de la herencia colonial.
En el periódico Patria sostuvo que entre los más humildes se hallaba “el arca de nuestra alianza”, y el artículo donde expresó que la república por la cual se luchaba podía ser ingrata con los humildes –a quienes desde su personal resolución les aseguró que no trabajaban “para traidores”– lo tituló “Los pobres de la tierra”. Ratificaba la decisión que había expresado en Versos sencillos: echar su suerte “con los pobres de la tierra”, no solo de su patria.
Con esos elementos en su pensamiento y en su conducta, se dio no únicamente a crear el PRC, sino a modelarlo y orientarlo. En ello puso su incesante labor suasoria, ejercida por todos los medios a su alcance: sobre todo, con su ejemplo personal cotidiano, y con su palabra, en su oratoria y su epistolario, y su producción periodística.
A partir de entonces esta última la encauzó principalmente en Patria, que puso a circular antes de proclamarse el PRC, por lo que el periódico no tendría que atarse a esa organización como órgano oficial: le serviría con mayor soltura como “un soldado” en la prensa patriótica. Tuvo el apoyo de varios colaboradores eficientes; pero él era el alma del periódico, y lo fue mientras vivió. Lo nutrió de páginas medulares, y desde cualquier sitio donde se hallase en su peregrinar de conspirador le trasmitía instrucciones precisas.
El texto en que habló del “arca de nuestra alianza” y el titulado “Los pobres de la tierra”, son dos de las muchas joyas que publicó en ese periódico. Entre ellas brillaron desde las conmovedoras notas de “En casa” hasta artículos de fondo como “Nuestras ideas” y “El tercer año del Partido Revolucionario”, o “La verdad sobre los Estados Unidos”, con el cual anunció el nacimiento de una sección de “Apuntes” sobre esa nación: se proponía contribuir a su conocimiento y a que nadie se desorientara con la edulcorada propaganda que ella, auxiliada por cómplices y deslumbrados, difundía sobre sí misma, lo que no ha dejado de hacer, junto con campañas para denigrar a los pueblos que considera inferiores.
De la orientación de Patria y del PRC habla claramente una de sus convocatorias a la unidad publicadas en el periódico, la que publicó en la entrega del 3 de abril de 1892, antes de proclamarse el PRC, organización que define en estos términos: “Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano”.
Así, asumiendo la política, sin traicionarse, como un arte que reclama “sacrificio propio” ante “los factores diversos u opuestos de un país” –como escribió en “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano–, definió el propósito mayor que le infundía a esa organización patriótica; más que representar a su pueblo, serlo.
Tal sigue siendo la gran responsabilidad de la Revolución que por boca de su máximo líder declaró que en el PRC ella tiene “el precedente más honroso y más legítimo” del Partido que la dirige. Ese fue el líder que, en el juicio al que se le sometió después de los hechos del 26 de julio de 1953, blandió un criterio que recuerda el de Martí sobre el pueblo como jefe de las revoluciones: “Nosotros decimos pueblo, si de lucha se trata”, expresó Fidel Castro para referirse a los humildes que merecían y necesitaban justicia.
Esa brújula condujo a la defensa, ya con los ideales socialistas y en lucha contra el imperialismo estadounidense, una “revolución hecha por los humildes, con los humildes y para los humildes”. Esos términos abonaron el concepto de pueblo heredado de Martí y que, sembrado en la patria, sería un pilar en el pulso con que Fidel, al frente de la obra revolucionaria, le dio continuidad a esa historia.
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