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La activista adolescente sueca Greta Thunberg delante de una manifestación en Helsinki, en la mayor manifestación contra el cambio climático ocurrida en Finlandia. Crédito: Svante Thunberg/Twitter
Después de buscar en los medios de comunicación, los medios sociales y los sitios web, esta campaña se puede dividir en cuatro grupos diferentes.
El primero podría llamarse el estúpido. Una escritora reporta fotos de Greta comiendo un plátano, afirmando que esto prueba que tiene un doble estándar. Quiere reducir las emisiones de gases y luego come plátanos que vienen de lejos. ¿Por qué no come una manzana, que se produce localmente en Suecia?
Otro escritor observa que Greta tiene dos hermosos perros grandes, pero esos perros deben estar comiendo carne y las vacas son la mayor fuente de emisión de metano (mucho más dañina que el C02) y una vaca usa hasta 15.000 litros de agua antes de alcanzar la edad de sacrificio.
Luego, un tercero observa que Greta puede no tomar aviones, pero que con el uso de trenes está utilizando claramente la energía eléctrica, que sigue siendo generada básicamente por el carbón.
También hay otra lectora que protesta fuertemente porque ha comprado un sándwich en el tren, que viene con una envoltura de plástico, y así está contribuyendo al daño causado por el plástico a los mares.
Estamos claramente en el reino de la estupidez, porque es imposible que alguien haga algo en este mundo sin contribuir a su degradación. Esto solo cambiará cuando el sistema político corrija nuestro estilo de vida (¡Tomemos nota que, por lo que parece, esto es improbable!).
Si Greta pidiera a sus padres que regalaran los dos perros, no viajara nunca a Estocolmo y comieran solo manzanas locales, ¿haría esto una contribución tan importante a un clima mejor? ¿O es más constructivo hacer campaña y movilizar a cientos de miles de personas?
Al segundo grupo se le puede llamar celoso. Estos son los científicos del clima que han escrito en todas partes que comenzaron a luchar contra el cambio climático incluso antes de que naciera Greta (que ahora tiene 16 años).
¿Cómo es posible que hayan sido ignorados y que ahora una niña sin preparación sea capaz de movilizar a la gente de todo el mundo? No hay autocrítica del hecho de que no han sido capaces de inspirar y comunicarse con los estudiantes.
Además, Greta no hizo campaña como experta. Su mensaje en Davos, en Bruselas, en todas partes, fue, por favor, escuchen a los científicos. Un viejo proverbio chino dice: nunca pelees con tus aliados.
El tercer grupo son los puristas. Han estado redistribuyendo informes de periodistas suecos por todas partes que profundizan en los antecedentes de Greta, descubriendo que sus padres son ecologistas activos, que su padre siempre la ha apoyado y que ha sido influenciada por una famosa activista que ha estado detrás de ella a cada paso.
Afirman que para creer a Greta habría sido necesario que sus padres se hubieran mostrado indiferentes a los temas climáticos y que ella debería haber sido totalmente ajena a los círculos ecológicos. Y esta campaña continúa, aunque todos los periodistas suecos declararan unánimemente que Greta no ha sido un instrumento de nadie y que sólo está cumpliendo sus compromisos.
También porque, por gracia de los dioses, tiene una condición mental llamada síndrome de Asperger, lo que la convierte en una persona indiferente a los reconocimientos, cumplidos y compromisos.
Así, en una carta al diario francés Le Figaro, uno de los puristas pregunta si es lógico poner a cientos de miles de estudiantes de todo el mundo “bajo la guía de un zombi”.
Esta categoría también incluye a muchos que se quejan de que Greta no está denunciando el hecho de que Suecia está ganando dinero con la venta de armas. Greta no ha denunciado a nadie, así que los responsables están contentos. Greta no ha iniciado ninguna campaña contra las finanzas porque no entiende que solo sometiendo las finanzas se puede cambiar el clima.
Así sucesivamente, de acuerdo con las lentes a través de las cuales sus críticos la miran.
Y por supuesto está el grupo más legítimo, los paternalistas. Se trata de un grupo fisiológico que incluye a aquellos que piensan que los jóvenes no tienen ni idea de la vida real y que nada serio saldrá del movimiento de los estudiantes, a menos que escuchen a sus mayores.
Su lugar es en la escuela, no en la calle, no tienen la madurez para entender temas que requieren una preparación científica. Un ejemplo es una carta publicada en el diario italiano Corriere della Sera, en la que alguien observa que los jóvenes ya casi no leen libros, usan teléfonos inteligentes todo el día e ignoran la música clásica o el teatro: carecen de la seriedad necesaria para un cambio real.
Un ejemplo extremo de cómo el paternalismo es el gemelo del patriarcalismo fue un comentario hecho por un adulto bien vestido en un grupo que observaba a los estudiantes marchando por el cambio climático: “Me pregunto cuántas de esas chicas son todavía vírgenes”. Cuando se le preguntó sobre la relación entre la virginidad y el cambio climático, la respuesta fue: “Bueno, mientras una chica sea virgen puede tener ilusiones, pero no después”.
Esas diversas reacciones contra una joven que simplemente pide crecer en un mundo sostenible son claramente representativas de cuánto ha cambiado la sociedad en la última década.
Hemos recorrido un largo camino. El período posterior a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por la necesidad de reconstruir, de hacer sacrificios, de hacer de Europa una isla de paz, de creer que la política era una herramienta participativa para cambiar la sociedad para mejor.
La certeza de los jóvenes de que serían mejores que sus padres, era la creencia de todos. Los mítines políticos vieron a millones de personas en las calles, con esperanzas y compromisos.
Todos sabemos cómo se derrumbó ese mundo de idealismo. Con la destrucción del Muro de Berlín, las ideologías fueron las primeras en desaparecer. La palabra clave era pragmatismo. Pero era un pragmatismo prisionero de la filosofía neoliberal que era intocable. Como dijo la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher, no hay alternativa. Los costes sociales eran improductivos y las finanzas cobraron vida por sí solas, sin estar ya vinculadas a la palabra producción.
El Estado fue reducido al mínimo. Deberíamos recordar que el presidente estadounidense Ronald Reagan propuso la abolición de la Secretaría (ministerio) de Educación y la privatización total de la Sanidad.
Las Naciones Unidas se consideraban obsoletas: el comercio, no la ayuda.
Durante tres décadas, desde Reagan (1981) hasta la gran crisis financiera de 2008, el lema fue: competir, hacerse rico, a nivel nacional e individual. La política se convierte en una mera actividad administrativa, desprovista de visión a largo plazo.
La llegada de internet cambió la sociedad de un hilo interactivo y conectado de relaciones basadas en plataformas para compartir, a una red de mundos virtuales paralelos en los que buscar refugio y evitar la acción pública.
Los medios de comunicación, seguidos de una degradación de la complejidad de la información, concentrándose en los eventos e ignorando los procesos. La televisión pasó básicamente al campo del entretenimiento con programas que daban forma a la cultura popular, como el Gran Hermano o La isla de los famosos. La codicia se consideraba buena para la sociedad y Hollywood la elogiaba.
Todos vivíamos en una burbuja financiera que estalló en 2008.
Estaba claro entonces que la política ya no controlaba las finanzas, sino viceversa. Según Bloomberg, para salvar el sistema bancario, Estados Unidos tuvo que gastar 12,8 billones (millones de millones) de dólares, Europa cinco billones de dólares, 1,6 billones solo para estabilizar el euro. China gastó 156.000 millones y Japón más de 110.000 millones.
Nadie sabe con seguridad cuánto le costó al mundo salvar su sistema bancario, que era (y es), sin ningún control ni organismo regulador. Si la cantidad pagada para rescatar a los bancos se hubiera distribuido a los 7.500 millones de personas del mundo, cada uno de ellos habría recibido 2.571 dólares.
Suficiente para iniciar un frenesí de adquisiciones, especialmente en el Sur del mundo, con un enorme salto en la producción. Habría resuelto prácticamente todos los problemas sociales del mundo señalados como Objetivos del Milenio por las Naciones Unidas en un acuerdo suscrito por todos los países.
Pero entonces los bancos eran más importantes que las personas… y por sus actividades ilícitas, los bancos ingratos han pagado multas por un total de más de 800.000 millones de dólares desde su rescate.
Recordemos que la codicia ya estaba siendo elogiada en Hollywood en 1987 por Gordon Gekko en la famosa película Wall Street. Gekko dice: “La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena”.
No es una coincidencia que, en el momento de la crisis financiera de 2008, el primer ministro australiano Kevin Rudd, dijera: “Tal vez sea hora de admitir que no aprendimos toda la lección de la ideología de que la codicia es buena”.
Y al año siguiente, en un discurso ante el Senado italiano, el cardenal Tarcisio Bertone dijo: Hemos pasado del libre mercado a la codicia libre”. Y muchas manifestaciones de la sociedad civil mundial, como el Foro Social Mundial, han estado denunciando la sumisión de la política a la financiación, y cómo se han recibido los resultados.
Pero después de los 30 años de “codicia-es-buena” vino la gran crisis financiera de 2008, debido a la irresponsabilidad del sistema financiero.
Esa crisis trajo un impacto social negativo adicional que era el miedo: miedo al desempleo, miedo al futuro, miedo al terrorismo. Quedó claro que el ascensor social que había funcionado desde el final de la Segunda Guerra Mundial se había detenido, con millones de jóvenes de todo el mundo atrapados en él.
El propio sueño americano estaba en crisis. Y llegó una nueva década, una de miedo. Como es habitual en los casos de miedo, surge una nueva narrativa. Después de treinta años de codicia, tenemos ahora una década de miedo.
El neoliberalismo, TINA, ha perdido credibilidad. Todos los partidos políticos han traicionado las esperanzas de sus votantes. La gente ha sido dejada fuera por las élites, por los del sistema.
Así, desde 2008, los partidos populistas nacionalistas que pretendían defender al pueblo florecieron en toda Europa, donde antes de la crisis eran prácticamente inexistentes (excepto Le Pen en Francia).
Siguen floreciendo. En las últimas elecciones holandesas un nuevo partido populista, el Foro para la Democracia, obtuvo 16 escaños en el Senado. Su líder, Thierry Baudet, ha descartado la invención embrujada del cambio climático, la idolatría del adoctrinamiento sostenible de la izquierda.
Esta es una posición común a todos los partidos populistas. Su éxito ha sido dirigir el miedo contra los diferentes: diferentes religiones, diferentes costumbres, diferentes culturas… en otras palabras, inmigrantes. La xenofobia se ha unido al nacionalismo y al populismo.
Cada año ha habido una disminución de los ingresos reales, de los puestos de trabajo dignos. Los partidos políticos tradicionales han perdido credibilidad y los electores se han decantado por nuevos políticos, que no forman parte de la élite, que hablan en nombre del pueblo y consideran el glorioso pasado como la base del futuro, haciendo caso omiso de cualquier desarrollo tecnológico.
La división social, tomada como base por la nueva cultura política, entró en plena velocidad destructiva: en sólo diez años, 28 personas concentraron en sus manos la misma riqueza que 2.300 millones de personas. Esto es dinero que se le quita a la economía general; significa que por cada millonario hay miles de personas empobrecidas.
Solo en el último año, los 42,2 millones de personas en el mundo con más de un millón de dólares en activos financieros, crecieron en 2,3 millones, es por eso que el papa Francisco dice que detrás de cada gran propiedad hay una hipoteca social.
Ha sido necesario un largo camino para abandonar el mundo que salió de la Segunda Guerra Mundial y llegar al actual: un mundo en el que los fenómenos anormales, como la guerra y la pobreza, son ahora considerados normales por la mayoría de los jóvenes.
La corrupción, que por supuesto siempre ha existido, se ha convertido en otro hecho natural. La democracia, que se consideraba el fundamento central de la sociedad, se considera ahora una posibilidad discutible, con el húngaro Viktor Orbán o el italiano Matteo Salvini y la empresa que promueve la democracia antiliberal.
El miedo y la codicia han cambiado nuestra sociedad. Estamos en medio de una transición y nadie sabe hacia dónde. Lo que está claro es que el sistema actual ya no funciona y requiere correcciones muy serias.
La marea del nacionalismo, el populismo y la xenofobia nos está llevando hacia atrás a miserias que habíamos olvidado, en lugar de hacia delante. Las campañas electorales no se basan en programas, sino en desacreditar a los opositores. Cuando el primer ministro canadiense Justin Trudeau no estuvo de acuerdo con el presidente Donald Trump, el secretario de Comercio de este último dijo que debe haber un lugar especial en el infierno para el primer ministro canadiense.
Los debates televisivos se han convertido en una escuela de incivilidad. La pregunta es: ¿estamos entrando en una nueva era basada en la incivilidad? Por primera vez en la historia del Parlamento británico, los distintos opositores son incapaces de encontrar una salida a un referéndum basado en hechos de los que todo es mentira.
Debemos reconocer que vivimos en un mundo en el que las cosas positivas son pocas y están separadas. Un clima político, cultural y social donde nada es aceptado como legítimo, ocultando la verdad y manipulado por el enemigo. Una era de transición, que debería llamarse “la era del mal pensamiento”.
La reacción en contra de Greta Thunberg y su movilización es un buen ejemplo de “mal pensamiento”. En lugar de despertar simpatía y apoyo, esta joven está siendo sometida a esta nueva cultura del “mal pensamiento”.
Y, sin embargo, Greta está haciendo campaña por la supervivencia del planeta, el único que tenemos, y donde todos debemos vivir juntos, independientemente de nuestros mitos, religiones, partidos y nacionalidades.
Dice: no pidas a mi generación que resuelva el problema del cambio climático, porque cuando hayamos crecido ya será demasiado tarde. Cuando cumpla los 50 años habrá 10.000 millones de personas, todas ellas viviendo en ciudades. Pero en solo 10 años, cuando cumpla 26 años, la humanidad necesitará 50 por ciento más de energía y alimentos, y 30 por ciento más de agua, un elemento que ya es escaso en gran parte del mundo y que es una fuente de ingresos para las empresas privadas.
¡No es de extrañar ella esté tratando de motivar hacia la acción!
Salvar al mundo AHORA es un mensaje que ha sido capaz de movilizar a estudiantes de todo el mundo. En la era del “pensamiento maligno”, en lugar de apoyarla, hay quienes miran lo que come, lo que comen sus perros y lo que hay detrás de ella y la manipulan.
En otras palabras, estamos en una era en la que no somos capaces de pensar positivamente: una era marcada por la codicia y el miedo y con lo que la cultura actual nos ha dado: el mal pensamiento.
Es más que seguro que si Greta hubiera vendido ropa deportiva habría sido aceptada como un fenómeno normal y nadie se fijaría en si estaba comiendo plátanos o manzanas. Este es un buen índice de cómo hemos perdido la capacidad de soñar y seguir adelante.
Periodista italo-argentino, Roberto Savio fue cofundador y director general de Inter Press Service (IPS), de la que ahora es presidente emérito. En los últimos años también fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.
RV:EG
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2019/04/la-campana-greta-indice-la-perdida-valores/
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