Los tontos ven sólo a los gobiernos y los resultados electorales mientras los sabios estudian principalmente el contexto y los cambios sociales, en las subjetividades, la visión de sí mismas y las relaciones de fuerza entre las clases y sectores de clase en lucha en escala mundial.
La crisis de civilización, las guerras y las radicales modificaciones climáticas provocan, en efecto, desarraigo masivo, migraciones permanentes de una magnitud sin precedentes, angustias y terrores irracionales y la profunda crisis económica que estalló en 2008 pesa también sobre la conciencia de todos y hace temer una brusca y aún más profunda recaída La zarabanda infernal dirigida por el demente Trump nos obliga hoy a todos a bailar a un ritmo insostenible.
Ahora bien, en las crisis profundas las sociedades “votan” con sus movilizaciones y en la calle, sin depender de las urnas.
Los feminicidios crecientes, la brutal violencia que invade la vida cotidiana y el lenguaje, la ruptura de los lazos comunitarios y solidarios tejidos durante milenios de vida campesina y de entrecruzamientos de etnias, muestran el malestar profundo que aqueja a un mundo globalizado y dominado por un puñado de plutócratas que en su sacrificio al Becerro de Oro despilfarran sin piedad los recursos naturales y miles de millones de vidas humanas.
Los gobiernos capitalistas carecen de poder real y de consenso y, como en Francia, recurren a una creciente represión para intentar anular las conquistas que desde fines del siglo XIX les arrancó el miedo a las luchas obreras y a la revolución social.
Los oprimidos y explotados, por su parte- desde Argelia y Sudán hasta las calles de Europa y desde la India, con la huelga de decenas de millones de mujeres hasta las incesantes huelgas y manifestaciones en Argentina o los obreros de Tamaulipas en México- luchan por conquistar espacios democráticos. Pero lo hacen creyendo aún que es posible unirse sobre la base del nacionalismo, del origen étnico territorial que, por definición, excluye a los otros y divide a los dominados. Ese enfoque identitario es racista, derechista y reaccionario y tan peligroso como el que llevó a Hitler al poder.
A esa amenaza se añaden los preparativos bélicos y la restauración de un clima de guerra fría. Las elecciones parlamentarias europeas coincidirán, en efecto, con la guerra comercial y las amenazas bélicas de Estados Unidos a China y se harán en medio de una dura competencia en todos los campos y escenarios entre las potencias imperialistas. Porque en el voto europeo pesa también la activa participación de Vladimir Putin que retomó la política de los zares y Stalin e instauró una dictadura burocrático-militar mafiosa que tiene poderosos intereses en Europa occidental y que apoya a la derecha semifascista francesa de Le Pen o la italiana y al dictador turco Erdogan para dividir y chantajear a sus competidores neoliberales de la Unión Europea.
Dado que la izquierda reformista europea socialdemocrática, comunista o liberaldemocrática ha perdido la mayor parte de su base social y su credibilidad, los partidos nacionalistas-fascistizantes canalizarán mejor que ella los votos de la minoría que vaya a sufragar.
La abstención electoral será enorme sobre todo entre los jóvenes, porque la mayoría rechaza –por la derecha o por la izquierda- el sistema capitalista y la Unión Europea neoliberal del gran capital financiero y no ve todavía cómo construir una Europa alternativa, más democrática, fraterna y justa. Empeñados en esconder la realidad social, en esta disputa por el control de un Parlamento europeo sin poder real y que, como la misma Unión Europea, es sólo la expresión de un mundo que todos quieren superar, los medios de comunicación-intoxicación presentarán como vencedores a los partidos derechistas que también defienden al sistema capitalista que los electores repudiaron. Pero no engañarán a nadie.
Por eso las elecciones no podrán dar legitimidad a las instituciones ni a los nacionalistas polacos, húngaros e italianos ya en los gobiernos ni a los Le Pen y similares alemanes y holandeses que no tienen ningún proyecto ni futuro común.
Después de las elecciones y más legitimados que nunca por el previsible fracaso de Macron, los Chalecos Amarillos franceses seguirán en las calles al igual que todos los problemas que exigen soluciones, movilizan y llevan a la lucha y el poder que los pueblos quieren disputar a sus dominadores nacionales y extranjeros rueda por las plazas y así seguirá porque no hay margen para nuevas componendas o para una alternancia entre distintos grupos sirvientes del capital financiero internacional.
No estamos sólo al borde del abismo, en una crisis ecológica y de civilización sin precedentes: participamos en la épica batalla de miles de millones de seres humanos por encontrar con sus combates comunitarios y sus experiencias autogestionarias una vía para sobrevivir y para construir una alternativa al sistema capitalista inhumano que lleva a todos al abismo.
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