Bolivia. Año 2019. El rostro de las comunidades indígenas reflejado en la fisonomía del gobierno que encabeza Evo Morales, no debiera naturalizarse tan ligeramente. El hecho de que la trama estatal boliviana contenga una mínima porosidad por la cual un indígena, pobre y rebelde, se cuele y llegue al gobierno, no constituye un suceso frecuente; en un país y en un continente en el que las élites económicas tradicionales han hegemonizado el poder político, la contingencia de un gobierno de los sectores explotados, -como dice Amelia Barreda- “obliga a traspasar los límites del modelo liberal e incluso traspasar los límites de una interpretación marxista de la democracia, porque si bien la historia que está por detrás de este inédito proceso de democratización ha sido de explotación y dominación, hay que tener en cuenta factores fundamentales para la interpretación: el racismo mezclado con las estructuras clasistas y una cultura dominada pero con la persistencia de sus tradiciones y prácticas comunitarias”i. A continuación hacemos un breve análisis de la politicidad boliviana reciente, “mechando” la posibilidad de una lectura zavaletiana de las potencialidades y las limitaciones del masismo en el poder, de cara a una elección decisiva en la región.
Bolivia abigarrada
Por razones históricas sabemos que no hay universalismos ni dialéctica del avance en nuestras sociedades periféricas, antes bien las realidades nacionales se presentan sincréticas e imperfectas, cada una con su particularidad. En ese sentido, el paso del momento colonial hacia una forma de “emancipación pos-colonial”, suele operar como distorsión de un tipo de genealogía negada en la inscripción de los procesos políticos latinoamericanos. Concretamente, el historial boliviano -previo al actual Estado Plurinacional-, se erige sobre matices que contrapesan épocas económicas, y configuraciones políticas que entrelazan signos feudales, capitalismo consolidado y vetas estatales intentando abrazar la complejidad andina; algo así como una formación abigarrada en los términos de René Zavaleta Mercadoii.
Esa idea de abigarramiento invita a pensar en dos constelaciones, por un lado una civilización agraria caracterizada por relaciones sociales que responden “a la adaptación de las comunidades humanas a la naturaleza y su ritmo”, mientras que por el otro remite a una “civilización moderna que se caracteriza por la ruptura de la concepción cíclica del tiempo, hacia concepciones progresivas” de tipo moderna-industrial-capitalista, que se organiza sobre la distinción Estado-sociedad civil, en tanto acumulación originaria y formatos capitalistas hegemónicosiii. De esa heterogeneidad apilada surgen los márgenes de acción posibles que intentan quebrar el yugo del sometimiento histórico en Bolivia, sea desde arriba o desde abajo, desde el Estado o desde la sociedad civil.
Si para entender América Latina, la noción gramsciana de bloque históricoiv nos aclara una probable ecuación entre sociedad civil y sociedad política, es la lectura de Zavaleta Mercado la que nos remite a las razones originarias de ese bloque como tal, al estilo de un “momento constitutivo arcano”v que moldea las formas existentes de esa sinergia entre sociedad y Estado. Entonces, si hay bloques de poder y hay momentos constitutivos es necesario precisarlos para entender la Bolivia actual, puesto que con las mutaciones de la economía capitalista y las nuevas modalidades de colonialidad, la forma Estado en tanto ultimidad clasista sugiere el formato de su relación con la sociedad civil. De hecho, toda la estructura geopolítica latinoamericana es configurada desde la nominación del continente como sitio de dominación, palimpsesto en el cual se inscriben las luchas políticas pasadas-presentes, y se visibiliza el entrevero de intereses económicos corporativos y privilegios históricos.
El caso boliviano de los últimos años es todo eso abroquelado y en tensión.
Momento constitutivo de lucha social
Entre los meses de enero y abril del año 2000 se desató en Cochabamba, centro de Bolivia, un proceso de fuerte lucha social, que definió roles futuros en el reparto político de una posible salida al predominio neoliberal. De un lado se ubicó el Banco Mundial y la multinacional Bechtel con la componenda del presidente y ex-dictador Hugo Banzer; del otro: un conjunto de voluntades populares politizando y cuestionado el (no) acceso al agua, las condiciones sociales de existencia y la apropiación material como paisaje naturalizado. Se nos ocurre pensar con Zavaleta Mercado que allí, en los bordes de esa disputa acuífera, probablemente despunta un momento de “gratuidad hegemónica”, algo así como una disponibilidad constitutiva que en otro tiempo supo fortalecerse en la “autodeterminación de lo humano, de la fuerza de la masa como aplicación de una experiencia ancestral a la eficacia productiva y también histórica…que por tanto es un argumento de la multitud, […] formas de intersubjetividad o totalización…que si se potencian con su autoconocimiento se consuman en un término que se ha convenido en llamar el socialismo”vi.
El proceso de irrupción subalterna en Bolivia expresa, en ese retrato de época, un momento inicial de la constitución del gobierno de los movimientos socialesvii. Luego, desde el año 2006 al 2009 el andamiaje de la lucha reivindicativa que se desplegó en toda America Latina, particularmente en el Cono Sur, tendrá en Bolivia el corolario de una perforación a las estructuras que el neoliberalismo edificó. Esto es así porque los primeros años, mediante dos medidas fundamentales, el gobierno de Evo consolida el instrumento político del Movimiento al Socialismo (MAS) como un bloque de poder subalterno en ejercicio de funciones estatales: la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria de una Asamblea Constituyenteviii bastaron como apertura al aluvión de enemistades y contradicciones en ascenso que sobrevinieron luego.
Álvaro García Linera, vicepresidente e intelectual boliviano, describe ese transito que va desde el conflicto por el agua hasta la consagración electoral del MAS como un proceso de ruptura con el consenso pasivo que el neoliberalismo había construidoix -“develamiento de la crisis de Estado” dirá García Linera-. De alguna manera, al calor de esos años se articuló todo un bloque popular en torno al movimiento campesino/indígena -desde regantes, obreros hasta productores de hoja de coca- que se inscribirían explícitamente en la construcción política del MAS. Allí nace el Estado como articulador de la propuesta masista de poder en Bolivia. Si algo podemos destacar sucintamente de este periodo es que como sostenía Zavaleta: “en la gestación de la ecuación, el Estado mismo es un actor consciente (o se propone serlo) dentro de la sociedad civil, sea como productor, como emisor ideológico y aun como facción, según el momento del desarrollo de esa relación […] el valor mismo es la igualdad o ecuación histórico-moral entre el bloque de la dominación, cuyo centro es el Estado, y el trabajador productivo total”x.
Momento estatal y nuevo escenario
El crecimiento económico de Bolivia, que en 2008, 2013 y 2014 alcanzó valores en torno a un 6% anual, disminuyendo la pobreza de un 38,2% a un 21,6% (solo entre 2005 y 2012)xi, marcan la fuerte instrumentalización del momento estatal como reafirmación de la disputa entre bloques antagónicos. En 2008, referéndum revocatorio de por medio, el 67% de los y las electoras ratifica la magistratura de Morales en el poder: el vuelco sobre la trama del Estado deviene sostén de la disputa política, entre otras cosas porque discutir el capitalismo en sociedades globales contemporáneas implica reñir desde o con el Estado, como el mismo Zavaleta Mercado decía: “el capitalismo en su fase actual tiende a hacerse menos societario y más estatal”xii. Por lo tanto, el intento de compatibilizar un instrumento político en la administración del Estado con un horizonte socialista, le significó al gobierno de Evo una profusa disputa agónica y antagónica ampliada desde la misma estatalidadxiii, y aquí, retorna una vez más la teoría política zavaletiana: “nadie podría negar la relación que hay entre el ritmo de rotación del capital y las grandes totalizaciones capitalistas, como la nación y el Estado moderno, y aun entre el valor como forma general y la producción de sustancia estatal, o, por último, entre el patrón de desdoblamiento de la plusvalía y la formación del capitalista total”xiv. Dicho de otro modo: esta experiencia popular no daría un combate político contundente sin el recurso persistente a la dinámica estatal.
Lo que proponemos aquí es revisar que hay una distinción marcada en el proceso de cambio e impugnación neoliberal latinoamericano de principios de siglo, caracterizada porque los gobiernos que emergen de la movilización social/popular se afianzan en la ecuación Estado-sociedad, en los intentos de disputa contrahegemonica de este periodo. Por otra parte, si hay un proceso político radicalizado y potente de ese ciclo de impugnación neoliberalxv, ese es el gobierno boliviano, uno de los más persistentes y virtuosos. Su constancia, desde aquellos momentos de constitución política hasta el periodo actual, descansa en la resignificación de la estatalidad boliviana, en el núcleo mismo de la forma Estado, penetrado en gran parte por un bloque social y popular empecinadamente excluido. Casi como una porfía zavaletiana podemos pensar en voz alta: “…en todo caso, está a la vista que es arbitrario sostener que todo momento estatal es reaccionario, tanto como suponer que toda determinación popular es progresista. Por el contrario, en determinadas instancias la única forma de unidad de lo popular es lo estatal”xvi
Encrucijadas abiertas y elecciones en puerta
El ciclo boliviano de disputa contra la simbología y la materialidad neoliberal se ha afianzado en la figura fuerte de un liderazgo como el de Evo Morales y en un conglomerado de alianzas identitarias y configuraciones sociopolíticas que han renovado, durante casi 14 años, las pulsiones que sustentan el proceso de cambio. El momento estatal no ha sido sino la consecuencia directa del quiebre producido por el activismo popular, los movimientos sociales de base y las autonomías territoriales que no claudican. Precisamente sobre la base de esa virtud estatalista han madurado las tensiones de la revolución cultural en Bolivia, lo dicen los defensores del proyecto político y lo reafirman sus críticos: desde los años 2010 y 2011, cuando florecen conflictos icónicos como el “gasolinazo” o el TIPNISxvii, la implosión de las contradicciones al interior del bloque nacional-popular en Bolivia se acrecientan. Viaña y Pinto dirán que se abre paso un tiempo de “estatalismo pragmático” en tanto las tensiones entre gobierno y movimientos sociales se dirimen a través de una institucionalización estatal que acaba por subsumir las dirigencias socialesxviii, mientras García Linera propondrá la idea de “tensiones creativas” resaltando la necesidad de sostener la movilización popular convertida en presencia estatal gubernamental.
Creemos que resultados económicos, avances sociales y la relevancia de mantener un gobierno de izquierda en la región, se confrontan con el realismo estatal y la iniciativa de gobierno que, en más de un momento, desnuda un choque de fuerzas materiales hablando idiomas desparejos. El Estado centralizando y los movimientos reclamando autonomía, o el gobierno reafirmando el crecimiento para salir de la pobreza frente a la demanda, desde abajo, de mayor socialización de los espacios comunitarios y los recursos nacionales, todo mezclado y tensionado arriba a una jornada electoral más.
Las encrucijadas actuales que colocan a Evo Morales frente al desafío de conservar el gobierno, disputado, entre otros, por Carlos Mesa –el ex vicepresidente del neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada- colocan en el centro la -ya histórica- disputa hegemónica de Bolivia. Zavaleta Mercado, a quien retomamos en un análisis situado y comprometido, solía decir “…que el Estado recoge en sí no sólo la imposición de la clase dominante sino también el grado de las conquistas de los sectores subalternos [por lo tanto] asume entonces toda la lucha social, y no sólo su resultado. Por debajo de esto trabaja el criterio que podemos llamar de reciprocidad o complicidad. El vencedor contiene al vencido, el oprimido en algo se parece al opresor. Es, en otros términos, la hegemonía, o al menos su premio…”xix.
Así, como el requisito para salir del neoliberalismo ha sido que todo lo que pase por las manos del Estado, en la Bolivia plurinacional, se transforma en materia estatal; en el futuro inmediato de la revolución cultural y democrática de Bolivia, todo lo que signifique autonomía de lo político y construcción de poder popular debe recostarse de nuevo en las lógicas horizontales de abajo. La ecuación Estado-sociedad civil tiene el reto de reinventarse en un posible nuevo mandato de Evo Morales Ayma.
Notas:
i Barreda, A. (2015) Gobierno de los movimientos sociales, “otra democracia” e intelectuales en Bolivia.
MILLCAYAC - Revista Digital de Ciencias Sociales. Vol. II / N° 3. p. 188.
Centro de Publicaciones. FCPyS. UNCuyo. Mendoza
ii Zavaleta Mercado, R. (1983) Las masas en noviembre. La Paz, Bolivia: Editorial Juventud.
iii Tapia, L. (2006). La invención del núcleo común .Ciudadanía y gobierno multisocietal. La Paz, Bolivia: CIDES- UMSA, Posgrado en Ciencias del Desarrollo p.31.
iv Gramsci, A. (1981) Cuadernos de la cárcel . México DF: Editorial
v Zavaleta Mercado, R. (1984) El Estado en America Latina. Ensayos 1. México: UNAM p. 336
vi Zavaleta (2013) Lo nacional popular en Bolivia. En Obra Completa Tomo II Ensayos 1975-1984, La Paz: Plural p. 223
vii Barreda, A. (2015) Gobierno de los movimientos sociales, “otra democracia” e intelectuales en Bolivia MILLCAYAC - Revista Digital de Ciencias Sociales. Vol. II / N° 3
viii Viaña, J. (2017) Las dos fases de una década y el desafío de reconstruir el proceso. En Szalkowicz y Solanas. America Latina. Huella y retos del ciclo progresista. Sudestada: Argentina p. 157
ix García Linera, A. (2013) Las tensiones creativas de la Revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio. Vicepredencia del Estado Plurinacional de Bolivia, p.13
x Zavaleta Mercado, R. (1984) El Estado en America Latina. Ensayos 1. México: UNAM p.330
xi Loza, G. (2014) La política económica del gobierno de Evo Morales 2006-2013. PNUD-CIS: La Paz
xii Zavaleta Mercado, R. (1984) El Estado en America Latina. Ensayos 1. México: UNAM p. 324.
xiii En 2009 luego del intento de revocar la presidencia, la oposición neoliberal de la “media luna”, que tenía presencia territorial no sólo en Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija, sino también en La Paz, Cochabamba y Sucre, opta por el golpe de Estado.
xiv Zavaleta Mercado, R. (1984) El Estado en America Latina. Ensayos 1. México: UNAM p. 395.
xv Ouviña y Twhaites Rey (2018) Estados en disputa. Auge y fractura del ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina. Buenos Aires: CLACSO.
xvi Zavaleta Mercado, R. (1984) El Estado en America Latina. Ensayos 1. México: UNAM p.335
xvii La propuesta oficial de una autopista conectando ciudades de Cochabamba y Beni a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) desplegó fuertes cruces entre el gobierno y organizaciones indígenas de tierras bajas que defendían la autonomía de su territorio. Entre otros quiebres, ese momento provocó la ruptura del Pacto de Unidad con la salida de la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB) y del Consejo Nacional de Ayllus y Marckas de Qullasuyu (CONAMAQ).
xviii Viaña, J. (2017) Las dos fases de una década y el desafío de reconstruir el proceso. En Szalkowicz y Solanas. America Latina. Huella y retos del ciclo progresista. Sudestada: Argentina p. 158
xix Zavaleta Mercado, R. (1984) El Estado en America Latina. Ensayos 1. México: UNAM p. 328
Oscar Soto. Politologo y docente – Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza Argentina.
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